Percibía la refulgencia tenebrosa del azul mate del cielo y la perfidia del vaho invernal; advertía la herencia de zapatas y columnas que se ofrecían como sostén al entablamento de la primera planta encalada de los pisos con puertas cerradas de madera en los bajos hechos de piedra; observaba viviendas solas, de doble planta, hechas de adobe o ladrillo, de alineados contornos con balconcillos de hierro forjado, y aleros en los tejados por donde el agua suspendía su ímpetu.
Aquella tarde en vela – viajaba en autobús – pensé que los 600 ampudianos (INE 2022) estaban fecundados en el silencio, ni una sola candela; y ni se oía por la calle Soportales ni por la calle Ontiveros el liso resbalar de una suela en el pavimento; las farolas atacadas a las paredes de las casas alternaban tenuemente luz y sombra, dando una certidumbre oscura de que fuera de mí, la gente estaba viviendo. La hornacina de San Antón recordaba que cada 17 de enero, festividad de San Antón Abad, era recordado con vueltas y luminarias. Mientras, el grupo privado de Facebook Ampudianos por el Mundo difundía las incidencias de sus gentes, las fiestas y los eventos importantes.
Caminaba por las lindes de una calle de arquitectura vernácula preindustrial del S. XVII cuya sociedad rural extraía sus materiales del entorno y cuidaba los atajos cubiertos ante un microclima extremo. Sencillez y recato en la arquitectura, que tenía como destino la lluvia lenta, la nieve, la solana y el viento. Clima y peristilos juntos en la meseta. La secuencia de troncos naturales de madera o columnas de piedra de cada acera se difuminaba al fondo de la calle como sombras enhiestas; no veía, porque estaba apagada, la copa de Higia de la farmacia, ni el icono del restaurante próximo.
Aquí debía haber sido el comercio de muchedumbres de trigos y verduras, el tránsito de oficios y el expositor de artesanías. Nostalgia. Nadie escuchaba ya las estrofas de vendedores “encambronados”; por allí habían paseado apuestamente las mujeres con fingimiento junto a las romas, pintas y “enhelgadas”, los pastores “enfotados” y los moros conversos; habían presumido hombres que “envidaban” con ingenios y otros que habían escuchado diálogos “enrizados” antes de poner un pleito… (Véanse las expresiones medievales en el Prontuario medieval, de Julio Barthe Porcel en https://digitum.um.es/digitum/bitstream/10201/12339/1/Prontuario%20Medieval.pdf).
Abrigado tras una columna de uno de los corredores porticados me vinieron recuerdos de las arcadas del Arrabal de Arévalo (Ávila), de las galerías de la calle La Rúa de Medina de Rioseco (Valladolid) o de los corredores de la Plaza del Obispo Peña de Covarrubias (Burgos).
El paso sacudía las agujetas de los excursionistas del autobús caminando calle arriba hasta la Plaza de San Miguel. Allí, la guía platicaba con los viajeros sin calor y sin suerte; mantenía cadencia en el andar, y al hablar sus palabras se transfiguraban en desvalido decoro científico. Mencionó los dos cruceros sobre pedestales de piedra, la Casa Consistorial – adaptación de la Ermita de la Cruz -, el Museo de Arte Sacro, situado en el antiguo convento de San Francisco que había fundado el Duque de Lerma, valido de Felipe III, que le otorgó el título nobiliario de I Conde de Ampudia (1602). Posteriormente se extendió en la descripción exterior de la Iglesia Colegiata de San Miguel, de estilo gótico renacentista, deteniéndose en la torre.
Compactos los contrafuertes, muda se cernía mirando al cielo la “Giralda de Campos”, sin repiqueteos en la linterna, gravitando la balaustrada y los pináculos en línea, ahincados los siete cuerpos de la torre y elevada a 62 m, su tracista se pudo inspirar en la torre catedralicia San Antolín de Palencia. El alzado de tal maravilla fue costeado con la ayuda del dominico y obispo de Burgos Pascual de Ampudia en tiempos de los Reyes Católicos, aproximadamente. Giralda en prisma puro de Ampudia.
Poca luz en la plaza. Palpable el misterio del templo cerrado. No sabía lo que ocurría detrás de la puerta ojival abocinada con tres arquivoltas de leve decoración en los capiteles de las columnillas. Enmarcado el porche entre contrafuertes, el denso mundo interior lo adivinaba tras una ventana apuntada con dos arquivoltas.
Con cierta desgana displicente, además de la noche oscura, la guía desoyó el deseo de acercar a los visitantes hasta la Ermita de Santiago y al Castillo, al que pertenecía. Así fue como mis ojos hicieron la última ronda a la plaza de San Miguel antes de dirigirme al área de servicios para autocares.
Toda pesadumbre sobre los cierres de los monumentos se desvanecía cuando las instituciones promovían sitios web en cenitales visiones con huellas monumentales detalladas. Ampudia había sido declarada Conjunto Histórico Artístico en 1965 y mantenía como trofeos dos premios de turismo (1991 y 2002).
El Mirador turístico digital contenía un índice que ceñía los ámbitos más destacados desde la Torre de la Colegiata. Ahora podía penetrar a través de la puerta ojival abocinada y contemplar las tres naves con bóvedas de crucería y estrelladas, retablos de tres estilos (renacentista, plateresco y barroco) y capillas. Mi mente anduvo por las imágenes de ojo de pez del campanario de la Torre y las fotografías del interior del Templo, mientras que mi cuerpo inmóvil se quedaba quieto en la ventana del ordenador.
Ni Antiguo Convento de San Francisco, ni claustro, ni silo de grano de cereal. La desamortización del s. XIX no había destruido la iglesia renacentista de planta de cruz latina con bóveda semicircular. Desde 1990 se había convertido en Museo de Arte Sacro, meditación impensable del Duque de Lerma cuando creó el convento en el s. XVII. La visión real de las piezas litúrgicas daban sustancia a la escultura, pintura, mobiliario, vitrinas con cálices, cruces procesionales y báculos, santorales, altares, etcétera, de los s. XII hasta el s. XVII.
Idílico paraje el castillo señorial castellano tan primero de la provincia palentina. Nativamente digno de los s. XIII al XV, era monumento nacional (1931). De multiplicados cubos y tres torres cuadradas (la del suroeste hacía la función de torre del Homenaje), con elegantes escaraguaitas de semiconos invertidos, troneras y un frontal simétrico de cubos en el paso levadizo se levantaba en arquitectura gótica. Castillo defensivo y residencial, que se apreciaba más en el patio de armas con arquerías escarzanas en las pandas y en las ventanas. Imaginaba las secretas voces que acordaron y firmaron el tratado que trasladaba la capital del reino de Valladolid a Madrid (1601-1606) en tiempos de Felipe III, cuando era valido el Duque de Lerma, que tanta usura había demostrado en los cambios de capitalidad, y que había mostrado su señorío en el escudo de piedra colocado a la entrada del castillo combinando elementos heráldicos propios y de su mujer. La Fundación Eugenio Fontaneda gestionaba la colección de las obras menores (arte sacro, farmacia, arqueología, juguetes, etnografía y artes populares, armas y aparatos musicales) en el castillo. La web indicaba que ni estaba permitido tomar fotos ni hacer grabaciones en video. Así que la documentación icónica quedaba relegada a ese punto informativo de la web del castillo.
En la gris lontananza permanecía la Ermita de Santiago, igualmente cerrada en aquella oscurecida tarde. Otra edificación urbana reservada para una futura visita era el Hospital de Nuestra Señora de Clemencia que alojaba el Museo de Medicina (2011).
Regresaba a Palencia. Sobre un altozano benigno, el Cristo del Otero del palentino Victorio Macho en pálidas luminarias enaltecía mi visita al crespúsculo ampudiano.
Muy interesante tu blog que acabo de descubrir, yo también tengo otro de viajes. Especialmente bien escrito, saludos blogueros
LoBo BoBo
Vaya, la verdad es que nunca había oído hablar de Ampudia, pero leyendo la bonita historia y todo lo que ha sido capaz de transmitirle este municipio, entran ganas de ir y experimentar la experiencia igual que usted, lo que más me llama la atención y más me gustaría ver es toda esa arquitectura del siglo XVII, pues tiene que ser realmente bonito. Aunque en las fotos Ampudia transmite mucho encanto me gustaría ver cada uno de esos sitios desde cerca.