Sitges era un templo modernista y una sede museal. El vientre urbano era modernista. Guardaba sus bienes culturales en museos primorosos. Las calles estaban tendidas hacia un mediterráneo luminoso que daba esplendor a las callejuelas. En una ocasión había estado en el Ayuntamiento que había obsequiado a unos congresistas con una copa de vino malvasía, licoroso y dulce, en una terraza dominando el mirador de Miguel Utrillo. Sitges apostaba por eventos culturales y sociales que levantaban su notoriedad enarcando las cejas o alzando sorpresivamente los hombros de los visitantes. Sitges se había convertido en la playa urbana más cara de la península.
Mi segunda visita había sido cultural, aunque no muy intensa. La ciudad exigía mucha concentración en la observación de las fachadas. Había tantos edificios modernistas que las autoridades habían creado una ruta específica para verlos. Presté atención a la originalidad de la Casa de Bartomeu Carbonell (conocida como Casa de la Torre del Reloj, 1913) que había construido el arquitecto de la plaza de toros Monumental de Barcelona (Ignasi Mas i Morell). Del edificio me habían impresionado los cinco tejadillos apuntalados con trocitos de cerámica al estilo de Gaudí y una tribuna de madera en el segundo piso. Cerraba la torre un reloj que daba sobrenombre a la casa. Había sido propiedad de un importador de tejidos, negocio que había dado fortuna a una clase media emprendedora.
Como estaba en la plaza Cap de la Vila esquina a Calle Mayor, opté por cruzar esta calle sin tráfico rodado, aunque envuelta en multitud de tiendas de recuerdos, artesanías y tejidos varios.
A lo largo de varios números de la calle se veían fachadas eclécticas inspiradas en el Renacentismo con ornamentaciones florales de cerámica, aldabas repujadas, barandillas de hierro forjado, balaustradas en azoteas, y simulaciones de pilastras con frontones enmarcados.
Al final de la Calle Mayor estaba la Casa Bacardí ubicada en el Mercat Vell, que era famosa por la elaboración de ron y otros cócteles. El edificio modernista era de 1890 y había sido construido por Cayetano Buigas (autor igualmente del monumento a Colón de Barcelona).
Así como había hombres ilustres cuyos nombres vinculados a Sitges perdurarán en el tiempo (Santiago Rusiñol o el ilustrador Antonio Mingote), una estatua levantada al mexicano Dr. Robert en la plaza del Ayuntamiento era una incoherencia en un escenario social (que no político) que proclamaba la igualdad de los hombres . En fin, este médico se había dedicado a medir cráneos y había proclamado la existencia de una raza catalana en sus estudios comparativos de masa encefálica, de donde le vino su furor político nacionalista.
A la espalda de la estatua destacaba la iglesia de San Bartolomé y Santa Tecla de estilo barroco (siglo XVII). Llamaba la atención el templo por las dos torres, uno de planta octogonal reformado en el siglo XIX y otro, mas antiguo, que había alojado el reloj municipal desde 1863. Era la torre del comunidor. Común era bendecir el mal tiempo, conjurar y exorcizar contra lo males de intemperie y tempestades. En fin, era una creencia que la iglesia había contemporizado y que ahora era objeto de curiosidad para los fotógrafos. Del interior de la iglesia poco podía hablar porque el destino de la visita era conocer el entorno y la visita de los museos.
El Museo Maricel, situado en la Calle de Bernat de Fonollar, junto al Palacio Maricel, era un complejo urbanístico y artístico que formaba con el Ayuntamiento y la iglesia de San Bartolomé y Santa Tecla un reclamo para el visitante.
El Palacio Maricel (Maricel de Tierra) era un edificio novocentista que se comunicaba con el Museo Marcel (Maricel de Mar) a través de un puente cubierto en la calle Fonollar. Mientras que el Palacio se alquilaba para congresos y otros eventos, el Museo albergaba magnificas colecciones de obras de arte. Por encargo del filántropo Charles Deering, el arquitecto Miquel Utrillo y Morlius había comprado y transformado el Hospital de San Juan en un palacio para albergar colecciones de obras de arte. Respondía su estilo al eclecticismo constructivo dominante adoptando soluciones provenientes de otros edificios españoles. Las donaciones de Jesús Pérez Rosales habían iniciado el proceso museístico. Sin embargo, donde se habían colgado cuadros de la colección de Deering hasta 1921, unas láminas recordaban después lo que ya era propiedad del Instituto de Arte de Chicago. En fin, la figura de Utrillo, Rusiñol y Casas, entre otros, alentaron el desarrollo cultural y artístico de Cataluña.
En la actualidad y durante el Corpus, el sarcófago del Racó de la Calma se llenaba de público para ver algunas representaciones (l’ou com balla). Por fuera del edificio sobresalían aditamentos en forma de gárgolas voladas y capiteles con representaciones de Pere Jou, que destilaban buen gusto a las miradas.
El Museo Maricel, asentado sobre una roca, contenía más de trescientas piezas de arte. Junto a la antigua capilla, la sala mirador era espectacular. Proyectaba la silueta de esculturas femeninas sobre la planicie azul del mar.
El recinto museístico estaba clasificado por épocas (del románico al renacimiento, barroco y neoclásico, y la Escuela Luminista de Sitges), formado a partir de la colección del filipino Jesús Pérez Rosales y de la Colección de Arte de la villa de Sitges, y anexa a ésta de la Colección de Marinería de Emerencià Roig y Raventós.
Un Museo en el que artistas reconocidos, como Llimona, Rusiñol y Sunyer, habían dejado su legado escultórico y pictórico esparcido afortunadamente en más museos y colecciones.
Con la impresión causada por la visita al Museo Maricel, entré en el Museo Cau Ferrat que inicialmente sirvió de casa taller del pintor Santiago Rusiñol y posteriormente como Templo del Modernismo.
El «nido de hierro» de Rusiñol empezó a tener vida gracias a la tenacidad del artista para localizar y comprar objetos de hierro forjado con los que inició su colección.
Su estudio no dejaba indiferente al espectador al contemplar tan ingente número de piezas acumuladas, desde llaves a picaportes, amén de salas dedicadas a vidrios antiguos o vidrieras, con un mobiliario esparcido sin guardar relación entre sí, o la abundantísima cerámica expuesta en la cocina-comedor.
Arriba de las mesas repletas de vasijas, candelabros de cobre y jarrones relucientes se avistaban obras pictóricas. Exenta en el centro de la sala del Brollador una fuente recordaba un surtidor con distintos chorros de agua.
Eran los recuerdos de un excursionista frenético. Era el corazón de un pintor y dramaturgo coleccionista de objetos de carácter religioso o profano colgados en paredes alicatadas de cerámicas vidriadas. Este hombre de la forja de hierro ¡había comprado Grecos de valor incalculable (Las lágrimas de San Pedro y la Magdalena penitente)! Y más importante, había generado una metarrealidad cultural en 1933 que mantenía reluciente un modo de vida de Sitges.