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Luis Miguel Villar Angulo

Ruta malagueña: Castillo Monumento Colomares, CAC Málaga y Caminito del Rey

El sur de España era una voz que no extinguía sus contrastes. Hacia el mar había encauzado mis sueños constructivos e inquietos visitando el Castillo Monumento Colomares en Benalmádena. Había apartado un hueco de mi tiempo para pasear lánguidamente por el antiguo Mercado de Mayoristas que vivía la modernidad del Centro de Arte Contemporáneo de Málaga (CAC). Finalmente, había devanado mi silencio siguiendo una cola humana en el Desfiladero de los Gaitanes donde una roca se entreabría por el río Guadalhorce y un ingeniero había alzado el Caminito del Rey en los términos de Árdales, Álora y Antequera.

Castillo Monumento Colomares

Benálmadena. Castillo Monumento Colomares

El Castillo Monumento Colomares hallaba su espacio en la Finca la Carraca, Ctra. Costa del Sol, s/n, 29639 Benalmádena (Málaga) mirando el Mar Mediterráneo. Después de años de construcción, algunos de ellos sin presupuesto personal (1987-1994), el Doctor Esteban Martín y Martín con la ayuda de dos albañiles realizó esta obra gloriosa para honra de la historia española. Su hijo Carlos había declarado que el monumento era “un libro de historia aséptico”.

Los materiales constructivos eran elementales: cemento, piedra y ladrillo. Los estilos arquitectónicos mezclaban épocas sin rubor: desde el románico al gótico flamígero, sin renunciar a trazas mudéjares.

La meta era conmemorativa: el descubrimiento de América y su contexto. La efeméride colombina recopilaba símbolos culturales combinados de la historia de finales del s. XV en capillas (incluida la más pequeña del mundo), estatuas y torres, que se podían observar fundamentalmente desde los jardines que delimitaban el entorno del edificio. Cuando entré en el recinto previo pago de una entrada, fui advertido de que no se visitaba el interior del monumento. El destino del castillo ya no lo llevaban solo las visitas esporádicas. La página web mencionaba la posibilidad de celebración de distintos eventos sociales y culturales en el recinto.

Era una construcción del tipo arte marginal, porque se apartaba de los cánones artísticos convencionales. El potencial creativo del Doctor Martín manifestaba la peculiaridad de un hombre que olvidaba las sombras frágiles españolas y ensalzaba las epopeyas ardorosas que el silencio actual quitaba color a aquellas páginas de la historia de nuestro país.

El empeño personal del doctor Martín me había recordado la película “El palacio ideal” (2018), que homenajeaba la obra personal del cartero francés Ferdinand Cheval del departamento francés de Drôme y que había levantado un palacete en el s. XIX invirtiendo su vida de trabajo personal. Una obra que los críticos catalogaban como arte naïf y que había sido declarado Monumento Nacional (1969).

Del mismo empeño personal había sido la Basílica de Nuestra Señora del Pilar de 12 torres y cúpula de 40 m de altura, edificada por Justo Gallego Martínez en Mejorada del Campo (Madrid) después de 60 años de laboreo continuo con la ayuda de seis sobrinos y voluntarios. Sin experiencia en albañilería, ni planos de la Basílica, con la luz de su pensamiento imaginó como llegar al cielo. La Catedral de Justo aglutinaba materiales de desecho de otras construcciones. La fe de este cristiano tuvo reconocimiento en el pueblo al ser declarado Hijo Predilecto de Mejorada del Campo. (Tuve la suerte de compartir alguna de sus vivencias en una visita girada a su Basílica).

El movimiento del arte reciclado  (“upcycling art”), que en escultura se lo conocía por “arte pobre” (traducción del italiano ‘povera’), resumía una tendencia de aprovechamiento de materiales en desuso (madera, telas, arcilla, hojas o rocas placas, cristal, etc.) resaltando sus valores marginales o pobres.

El Castillo Monumento Colomares era un caso singular de narrativa arquitectónica de acontecimientos de la historia de España (Pórtico de la Unidad Matrimonio de los Reyes Católicos, Torre Oriental que reflejaba el sueño de Cristóbal Colón), donde el conocimiento metanarrativo del Doctor Martín había decidido como sucedieron y se entremezclaron los hechos. La voluntad de comunicación e influencia del cirujano en los interlocutores y espectadores lo había hecho con nítida franqueza.

CAC Málaga

 

Centro de Arte Contemporáneo de Málaga. Edificio “Luis Gutiérrez Soto”, José Manuel Broto, Cristina Iglesias, Juan Muñoz, Andy Warhol, Miquel Barceló, Veredas López, Javier Parrilla, Guillermo Pérez Villalta, Manuel León, Norberto Gil, Chema Cobo, Patricio Cabrera, Cachito Vallés, Ángel Alén

El CAC Málaga se ubicaba en el edificio “Luis Gutiérrez Soto” en la Calle Alemania, s/n, 29001, Málaga, en la margen izquierda de la desembocadura del río Guadalmedina. Era un ejemplo arquitectónico del movimiento racionalista que buscaba pureza de líneas y funcionalidad. Estos atributos del CAC los aprecié en la claridad del interior con paredes que repetían la forma geométrica del cubo sin errantes perspectivas y con materiales duraderos como el hormigón visible en el exterior y revestimientos monocromáticos de color blanco en el interior.

La modularidad era otra nota característica de las salas del edificio resaltada por un juego de luces y sombras que enfatizaban diversas obras expuestas, como la escultura del danés Olarfur Eliasson (“Colour Square Sphere”, 2007), que trabajaba preferentemente con la luz y el espacio, y que en la obra colgada incluía cuadrados fijados alrededor de un pentágono para crear un complejo patrón de pentágonos, cuadrados, triángulos y rombos, o del artista belga Michel François (“Souffles dans le verre”, 2006), verdadero explorador de formatos y medios de comunicación, como los 156 globos de vidrio soplado transparente, e hilos de nailon, de la pieza suspendida.

Colour Square Sphere. Souffles dans le verre.

Algunas paredes tenían colgadas obras cómodas de visualizar como las tres serigrafías del movimiento artístico pop art de Andy Warhol (“Rebel Without a Cause (James Dean)” (1985), “Wolkswagen” (1985) y “Blackglama (Judy Garland”), 1985) o las dos piezas “Sin título” (1992) del figurativista y neoexpresionista mallorquín Miquel Barceló hechas con materiales mixtos, la litografía “Malí” (1992) y el óleo sobre lienzo “Nature Morte Serrée” (1990).

En otras obras el ojo humano tenía que hacer esfuerzos para captar la textura de la escultura paisajística de la donostiarra Cristina Iglesias (“Esquina vegetal V”, 2006) que me recordaba los vegetales fosilizados en bronce del portón del Museo del Prado, o para llegar a discernir el grupo dialogante de figuras más pequeñas que el tamaño natural del madrileño Juan Muñoz (“Siete figuras en el balcón”, 1987).

Algunas pinturas pertenecían al movimiento abstracto que había visto en la Fundación Juan March de Mallorca, como el zaragozano José Manuel Broto (“Sin título”, 1998).

Los cuatro dibujos a lápiz y acuarela del gaditano Guillermo Pérez Villalta (“Curador llevando un rebaño de artistas”, 2009, “Inflando un artista tonto”, 2009, “Fábrica de preocupaciones sociales”, 2009, y “Adorando el becerro tecnológico”, 2009) representaban la nueva figuración madrileña. Del mismo grupo artístico era el pintor gaditano de arte contemporáneo Chema Cobo (“Out of the blue IX”, 2011) que fue Premio Andalucía de Artes Plásticas.

Hubo abundancia de pintores andaluces y sevillanos en el CAC de los que he seleccionado una muestra. La escultora Veredas López (“Mother feeding and delousing”, 2018) colgaba un collage y acrílico sobre cartón gris. En su producción había trabajado la materia reciclada o materiales encontrados en la naturaleza, como el plástico o el cartón, en los que los colores negros eran la base de sus cuadros.

El CAC dedicaba una exposición de 20 obras de Javier Parrilla en la sala La Coracha del 12 de abril al 23 de junio de 2024.  En su óleo “Plus Ultra” (2018) se observaba la recreación de la realidad combinando elementos extraídos del paisaje y del bodegón.

Manuel León (“Vuelven los problemas del siglo pasado”, 2016) representaba una reformulación del tema bíblico de Susana y los viejos. Su temática no dejaba a nadie indiferente porque combinaba la crítica y la ironía.

De la obra de Norberto Gil (“Le Cabanon”, 2017) había tenido conocimiento a raíz de su exposición Le Cabanon en la galería sevillana Birimbao. Su preocupación por las formas arquitectónicas y la distribución del color en ellas había convertido su pintura en un seguidor de Le Corbusier.

Patricio Cabrera (“Flor de bananera”, 2017) había expuesto en el CAC una década productiva personal con más de sesenta obras. En ellas jugaba con el espacio y el color para destacar elementos como las casas de pájaros o la vegetación en el cuadro seleccionado.

Amalgamando plástica y tecnología, la obra de Cachito Vallés (“System #04”, 2018) planteaba un interés por la geometría utilizando un patrón que resultaba hipnótico y tendente al equilibrio formal.

El desorden parecía el motivo de la obra seleccionada de lápiz y pastel sobre papel de Ángel Alén (“Estudio de Rubén Guerrero”, 2017) dentro del evento permanente Neighbours IV del CAC de Málaga, que aglutinaba 50 obras de 33 artistas diferentes.

Antes de salir de las puertas bien cerradas del CAC, recordaba las exposiciones pictóricas visitadas en Málaga y cómo este Museo llevaba su destino a solas. Otros centros de arte malagueños mostraban pinturas cedidas de Francia o de Rusia o de siglos pasados de España, mientras que el CAC abría las luces a artistas atravesando el espacio de sus muros.

Caminito del Rey

 

Desde Ardales al Caminito del Rey en el Desfiladero

Sostenía el teléfono en la mano mirando la distancia entre Málaga y Ardales para visitar El «Caminito del Rey«: eran 52 km. El Caminito estaba situado entre los términos municipales de Ardales, Álora y Antequera.

Busqué en el mapa el Desfiladero de los Gaitanes que tendría que cruzar a través de una pasarela construida por el ingeniero Rafael Benjumea y Burín, e inaugurada por el Rey Alfonso XIII en 1921, en cuyo nombre se mencionaba el puentecillo suspendido en las paredes del desfiladero, que había sido rehabilitado en 2015.

Desde el parking 2 y después de caminar 300 m, atravesé el túnel de 1,5 km que daba acceso a la recepción del Caminito del Rey. Tenía la entrada reservada con un grupo. Había iniciado la marcha con un casco de protección en la cabeza, calzado antideslizante y siguiendo la fila formada por un grupo de uno en uno con una distancia recomendada de 1,5 m de separación. La primera atracción era ver la Presa Conde de Guadalhorce que suministraba electricidad y agua a la ciudad de Málaga y que homenajeaba al ingeniero Benjumea. Allí estaba el sillón y mesa de piedra en honor al Rey para la inauguración de la presa.

Siguiendo el curso del río y a distancia se veían débilmente águilas y halcones, pero los vencejos comunes hacían pasadas frecuentes en el valle. Mientras que en las laderas de la Sierra de Huma, antes de entrar en el desfiladero estrecho, las cabras salpicaban de movimiento y polvo el monte de sabinares. No era tampoco extraño ver lagartijas merodeando las paredes. Desconocía qué fauna discurría por el curso fluvial, aunque algunos letreros anunciaban la presencia de nutrias, barbos y bogas, mientras que las adelfas, tarajes y carrizos daban color a la piedra caliza. El Valle del Hoyo estaba cubierto con pino carrasco, romero, lentisco, albaida y mejorana.

Los visitantes mantenían la boca cerrada, siguiendo las instrucciones del guía, para caminar por la pasarela de paneles de madera con verja metálica de más de 3 km de longitud con tramos de 1 m de anchura, y suspendida a 105 m de altura sobre el nivel del río en pareces verticales.

Como fantasmas que desfilaban prisioneros, se había creado un refugio de murciélagos de herradura, ratoneros y de cueva aprovechando un túnel de servicios.

Mas adelante, y en la cara opuesta del desfiladero apareció en un túnel el tren Córdoba-Málaga que rápidamente atravesó un espacio y se escondió en otro túnel prestándole asilo seguro. Por allí estaba la zona de Escalada del Chorro de nivel 7 de dificultad que desafiaba a los atletas trepadores de rocas luchando contra el miedo y el frío, a pesar de alguna víctima registrada en esos desvaríos.

En un balcón colgante reforzado por cristales se veía el vacío y allí la sangre se detenía entre músculos agarrotados al contemplar el vacío. Por si acaso se me erizaba la piel, me así a la barandilla para controlar el vértigo.

Más adelante cruzaba un puente colgante al lado opuesto de la pasarela sin que la racha de viento lo impidiera (por encima de los 35 km estaba prohibido cruzarlo). En aquel bamboleo no balbuceaba expresión alguna, aunque mis ojos tenían miradas metálicas y mis manos cazaban nubes y sueños descuidados.

Subido a tierra firme, era el momento de descenso hasta el puesto de control de Álora frente a las aguas calmas y verdosas del embalse de El Chorro.

La cabeza olvidaba los pies de dudas. La excursión había puesto una lámpara desconocida en el vacío. Las futuras rutas de naturaleza vertiginosa agitaban los cascos. Aquel día no estaba cansado.

Luis Miguel Villar Angulo
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