Plasencia tenía un recinto amurallado datado en 1178, cuando se fundó la ciudad. Era una cerca militar que albergaba casas donde residían algunos nobles placentinos. A pesar de su aparente fortaleza fue conquistada por los musulmanes hasta que Alfonso VIII de Castilla la retomó en 1197 reforzando sus muros.
Observaba los conservados lienzos, los geométricos cubos y ajedrezadas almenas; atravesaba en coche la Puerta de Berrozanas; me detenía en la Puerta del Sol, junto a la estatua ecuestre de Alfonso VIII que “fundó” la ciudad y le dio sus primeros fueros, sexmos y tierras, para gozar al atardecer de los paños y barbacana que llegaban a un inexistente alcázar; paseaba por la puerta de Coria y observaba los refuerzos colocados para su conservación; caminaba otro tramo hasta llegar a la Puerta de Trujillo, que estaba reconstruida con sus cubos semiocultos, que proporcionaban la sorpresa de una ermita barroca del siglo XVIII en honor de la Virgen de la Salud.
Siguiendo la calle Leopoldo Calvo Sotelo la muralla mostraba la solidez de la mampostería y de los cascajos de piedra y mortero del relleno interior. Por encima del tapial y los cubos se advertían dos monumentos singulares hermanados: la cúpula gallonada románica de la catedral vieja y la floresta del gótico de la catedral nueva. Decidí atravesar el Postigo de Santa María para acercarme al conjunto de las catedrales. Otros paños de la muralla habían sido derribados en el siglo XIX para airear la ciudad y hacerla más accesible.
No había terminado de perimetrar la ciudad alfonsina y me dispuse a contemplar los 55 arcos de sillería granítica del acueducto del siglo XVI, construidos por Juan de Flandes, en la zona de San Antón que recorrían 300 metros de distancia y 18 de altura en la parte más alta. Era una cañería que recordaba el Acueducto de los Milagros de Mérida, o el Acueducto de Segovia por sus pilastras anchas y sus arcos de medio punto, que me pareció construida en época romana. Un tramo discurría junto al Parque de la Coronación que mejoraba su visibilidad. (Todavía recordaba la época en que circulando en coche por la N-630 haciendo la Ruta de la Plata atravesaba un arco del acueducto).
Más tarde, caminando hacia el extremo nordeste de la ciudad leía en la Torre Lucía los paneles explicativos del Centro de la Fortaleza y Ciudad Medieval. Era la torre mejor conservada de la muralla y por ella se accedía al adarve que permitía un corto paseo de sabor medieval. Desde la Torre se habría divisado el Alcázar, demolido en el siglo XIX y el foso obstruido que lo circundaba, como la he podido recrear virtualmente.
De nuevo en el interior de la ciudad, atravesé la calle del Sol, llena de vida urbana cuyo ajetreo se notaba en los escaparates de los comercios y en los remolinos de la gente a la entrada de los bares que conducía desde el Ayuntamiento a la Puerta del Sol. Enfrente de esta puerta, el bronce de Estanislao García Olivares de 1995 representando a Alfonso VIII daba justo reconocimiento al Rey “Noble”, como después hizo la ciudad de Cuenca por este rey liberador soriano con la estatua ecuestre de Javier Barrios de 2009.
La pieza placentina destacaba sobre cualquier otra obra esculpida en el interior de la ciudad. Cuando paseaba por la Plaza Ansano quedé sorprendido por la obra «Escena 3» de Antonio Morán y su hijo Carlos Morán realizada en 2010 en resina de poliéster y polvo de mármol que provocaba curiosidad en el espectador al descifrar la intención de los artistas colocando dos figuras en posiciones de difícil comunicación entre sí y con el público.
Plasencia tenía el título de “la muy benéfica” concedido por la Reina María Cristina al comportamiento de las placentinas tras socorrer a las tropas que regresaron derrotadas de la guerra de Cuba en 1898. Una cabeza sobre conos de hierro simbolizaba aquella gesta de las vecinas de la calle Ancha, cercana a la Puerta de Trujillo.
Caminando por la calle Encarnación hacia la plaza de la Catedral tenía a la vista el pasadizo volado del Convento de la Encarnación de las monjas dominicas de 1588. Era una calle de tránsito silencioso a cualquier hora del día a un paso del Postigo de Santa María que se abría al rumoroso tráfico de vehículos.
Antes de iniciar mi visita a las catedrales quería sentir el pálpito de las fachadas medievales y renacentistas de los palacios y las casas señoriales que eran una parte de la enseña de la ciudad. Unas viviendas que reflejaban el auge de la nobleza en otros tiempos.
La Casa del Dean y del Doctor Trujillo situadas en la Plaza de la Catedral eran dos edificios unidos que tenían suficientes elementos arquitectónicos para considerarlos paradigmáticos, en particular el balcón esquinero. Por encima del mismo, el escudo de armas de los Paniagua y los Loaisa en un refinado trabajo de piedra marcaba aristocrática distinción. Contenía elementos medievales (saeteras), con otros renacentistas (ventanas carpaneles y arcos escarzanos en la galería), además de balaustradas de forja placentina. Era casa de deanes, de personajes de indias, de corregidores de Cuzco; en fin, un estilo de mixtura colonial, que había notado intensamente en el pueblo de Trujillo. Recordaba que tres personajes históricos extremeños habían estado en Perú, Chile y México (Francisco Pizarro nació en Trujillo, Pedro de Valdivia en Villanueva de la Serena y Hernán Cortés en Medellín). (La casa del Doctor Trujillo albergaba el Palacio de Justicia en la actualidad).
Caminando hacia la Plaza del Obispado, el Complejo Cultural Santa María del siglo XVII conservaba una fachada con empaque a pesar de haber sufrido varias reformas (fue antiguo hospital), y de estar pendiente de otras restauraciones. Albergaba en la actualidad la escuela de danza, la escuela de bellas artes, el conservatorio de música y el museo etnográfico y textil.
Enfrente de la fachada románica de la Catedral Vieja, destacaba el escudo de armas del obispo Vargas Carvajal en la portada principal del Palacio Episcopal del siglo XV. (El claustro columnado de dos plantas del interior no era visitable).
Caminando por la calle Blanca me detuve ante una placa pequeña que reseñaba la casa donde vivió Joaquín Sorolla cuando realizaba su gigantesca obra de las 14 “Visiones de España” para la Hispanic Society de Nueva York. Aquí pintó «El Mercado» entre octubre y noviembre de 2017. Un cuadro que situaba al espectador en la ribera del río Jerte con fondo blanco del Palacio Episcopal y siena de la Catedral.
Tampoco eran visitables otros inmuebles de titularidad privada por distintas razones. En unos casos, por litigios familiares, como era el caso del Palacio de los Monroy y Carvajal o de las Dos Torres del siglo XVI, ubicado en la Plaza de San Nicolás. Reconocida como la casa señorial más antigua de Plasencia, la única torre conservada, a pesar del nombre del palacio, daba prestigio a los propietarios que acogieron a personajes ilustres como el rey Fernando el Católico. Los vanos neogóticos/renacentistas de la fachada se abrieron en el siglo XIX. Los relieves de los leones a ambos lados de las puertas representaban la jurisdicción propia que tenían las familias propietarias para juzgar y aplicar leyes.
La fachada de la Casa del Cardenal don Bernardino de Carvajal despertaba mi curiosidad por la biografía de un personaje inmerso en disputas palaciegas y eclesiásticas con la curia romana por sus ambiciones para ser Papa. Mirando la fachada sencilla del inmueble no podía imaginar la ambición personal de un cardenal que gozó del favor de la monarquía y cayó en desgracia por su codicia.
Una visión de la Plasencia renacentista de amplio espacio humano, con la iglesia de San Nicolás de robusto románico a la espalda, era el Palacio del Marqués de Mirabel. Imaginaba – porque el inmueble estaba cerrado al público – el patio renacentista de dos pisos con arcos de medio punto decorado con blasones por donde habrían paseado los duques de Plasencia. Este edificio calificado como Bien de Interés Cultural no exhibía mirándolo de frente toda la riqueza cultural acumulada en el interior. Al margen de que conservaba un busto de Carlos V hecho por Pompeo Leoni regalado por el propio Emperador a su cronista Luis de Ávila y Zúñiga en 1555, llegué a comprender la razón por la que el Emperador recibió el consejo del cronista de pasar sus últimos días en el Monasterio de Yuste. EL jardín colgante ribeteaba las paredes exteriores del Convento de San Vicente Ferrer (actual Parador de Turismo). Discurriendo por el callejón abovedado o cañón de Mirabel me quedaba una sorpresa más: ¡el balcón de tipo plateresco más bello de Plasencia! (Los inquilinos del palacio pertenecían a la familia Falcó).
Había entrado en la Oficina de Turismo a través de un arco de medio punto peraltado y arquivoltas con arco conopial decorado, todo ello enmarcado en un alfiz con heráldica en su interior, sin ser consciente de que la oficina era el Centro Cultural las Claras que había sido un antiguo convento fundado en 1475. Cuando vi la proyección audiovisual en una sala contigua al mostrador de la oficina, no sospechaba que por aquel espacio hubieran caminado los Reyes Católicos para dar a las monjas una donación. Miraba la techumbre y tenía que hacer un esfuerzo para comprender cómo había sido el resto de la construcción: desde el testero de la iglesia al patio pórtico del claustro.
En dirección a la Plaza Ansano, la Casa de los Carvajal Girón, de estilo manierista, se había reconvertido en un establecimiento hotelero. Por fuera, un inmenso escudo de los Carvajal mostraba el abolengo de la familia. En el interior, el patio porticado inconcluso y restaurado ofrecía un espacio acogedor. Ya en la plaza, me detuve otra vez ante la obra “Escena 3”, Premio Internacional de Escultura Caja de Extremadura, que arremolinaba curiosos por la composición de la obra y que empezaba a tener deteriorada el revestimiento de metacrilato de la base. Desde allí crucé a la calle Zapatería para conocer alguna de las casas que habían sido viviendas de familias judías y cuya acreditación había sido trazada por estudios de investigación. En este deambular reconocí varias placas en casas de antiguos moradores sefardíes: “Samuel, hijo de Beroha (1460-1468)” Casa 1, “Harari (1468)” Casa 2, etcétera. La aljama y los solares de las sinagogas judías estaban identificados. En el Parador, por ejemplo, antiguo convento de Santo Domingo y de una primitiva sinagoga, se había encontrado el puntero para leer la Torá. En los recintos religiosos sefardíes se habían levantado inmuebles antiguos y modernos (conventos y establecimientos hoteleros). La comunidad judía fue expulsada en 1492, y la iglesia y las órdenes religiosas fueron expropiadas de sus bienes y tierras en 1798. Todas las culturas habían padecido incomprensiones.
Desembocaba la calle Zapatería en la Plaza Mayor. Divisaba al fondo la Casa Consistorial. Se acercaba una hora en punto para que el campanero autómata Abuelo Mayorga hiciese sonar la campana de la torre del Ayuntamiento. Un abuelo que pasó distintas peripecias en la guerra con los franceses de 1808 hasta que en 1972 quedaron reparadas sus heridas. (Hay ciudades, en las que los relojes simbolizan las ciudades. Son ejemplos el famoso reloj astronómico de Praga (1410) o el muñeco “papamoscas” de la catedral de Burgos del siglo XVIII). La restauración del Ayuntamiento era reciente (1966) si bien su traza se remontaba al modelo preexistente renacentista de 1523. Doblando la esquina con la Calle Sol, el escudo del emperador Carlos V (1525) contenía, al igual que otro escudo en el interior, un homenaje al emperador y sus dominios. Cubierta la fachada y el interior de otros escudos y blasones alusivos a Plasencia, La Piedra de la Libertad del vestíbulo era una inscripción por las libertades de Plasencia otorgadas por los Reyes Católicos.
Cada calle del casco antiguo de Plasencia tenía una piedra y un escudo de armas embebidos en una heráldica. Por la calle del Rey, había un escudo de la familia Alcaraz y más adelante la Casa de Las Argollas enmarcaba leones rampantes en la torre y a pie de calle las argollas simbolizan un edificio histórico, que había tenido jurisdicción propia (derecho de asilo, portazgos y otras jurisdicciones civiles y criminales). En esta casa se planificó la boda de Juana de Castilla con Alfonso V de Portugal y de ella partió la comitiva real al Ayuntamiento.
Era hora de descansar. Seleccioné el refectorio con techos de madera del antiguo convento de San Vicente Ferrer reconvertido del Parador para almorzar. Tenía un paramento de azulejos de Talavera del siglo XVI, colorista, que contrastaba con la piedra granito del banco corrido de un lateral. Construido por los duques de Plasencia a finales del siglo XV, conservaba elementos restaurados que daban severidad elegante al Parador.
Algunas iglesias placentinas eran de las mas antiguas de Cáceres. La iglesia de San Nicolás era de estilo arquitectónico románico tardío del siglo XIII (véase la torre de la campana), aunque las restauraciones la habían dado una cobertura gótica (véase las cinco arquivoltas del arco apuntado de la portada o la Capilla Mayor). En estos tiempos de apertura limitada de los templos a los horarios de culto o por razones del Covid-19, la iglesia de San Pedro, románica del siglo XIII, estaba cerrada, y la de San Martín, que era del siglo XIII y la más antigua de la ciudad, carecía de culto. Esta se había transformado en una sala de exposiciones, con lo cual quedé privado en mi estancia en la ciudad de ver las pinturas de Luis de Morales.
Llegó el momento de visitar las catedrales. Fresco y por la mañana, un guía turístico se colocaba junto a la fuente de la Plaza de la Catedral haciendo un grupito de visitantes. La plaza estaba salpicada de corrillos alrededor de los guías. Después de escuchar una sinopsis histórica sobre Plasencia, nos apostábamos en la puerta románica de la Catedral Vieja de Santa María del siglo XIV, frente al Palacio Episcopal. La puerta sencilla tenía arquivoltas, columnillas y dibujos geométricos. Encima de la puerta románica aparecía un rosetón. Nos detuvimos en el interior para contemplar el fenómeno que caracterizaba a las Catedrales. Conforme crecía la catedral Nueva se iba derribando la Catedral Vieja desde la cabecera y el crucero hasta que se paró la construcción de la Nueva y el derribo de la Vieja. Esta conservaba unos tramos y naves que permitían juzgar la solidez de los pilares acantonados con bellos capiteles, y ratificar la belleza de las bóvedas de crucería de las naves laterales. Aunque el claustro estaba adosado a la Catedral Vieja, el guía se detuvo en el estrujón de las piedras de las dos Catedrales. Luego nos introdujo en la Catedral Nueva. Había preferido la narrativa de cada Catedral como unidad arquitectónica.
Así que me dirigí a visitar el claustro irregular de tamaño y forma para detenerme en la Sala Capitular o Capilla de San Pedro de 1270. Los arcos apuntados de la linterna apoyada en un octógono era una de las vistas más características de la Catedral Vieja. Cuando paseaba por la calle Leopoldo Calvo Sotelo ya se advertía la cúpula cónica, escamada, rematada en una bola gallonada. Contemplaba uno de los fenómenos arquitectónicos de tradición leonesa con influencia francesa y lombarda e inspiración bizantina que se había producido en el costado occidental de la península. Los cimborrios de las catedrales de Zamora y Salamanca, en la colegiata de Toro y de Plasencia eran exponentes de un reducto estilístico singular. Si por fuera la bola del cimborrio (Torre del Melón) de la Catedral Vieja de Plasencia contrastaba con las agujas góticas de la Catedral Nueva, por dentro la belleza arquitectónica de la Capilla de San Pedro sobresalía en originalidad. Allí se encontraba Nuestra Señora del Perdón hecha de piedra policromada del siglo XIII. La fuente en medio del patio y las arquerías románicas de la galería del claustro sellaban un silencio canónigo a pesar del murmullo de los visitantes.
La reforma del museo episcopal para albergar piezas de la Catedral Vieja había abierto un espacio expositivo con piezas de valor como el Cristo a la columna de Luis de Morales. Era una oportunidad de ver una obra de Morales del siglo XVI, después que el incendio de la iglesia de San Martín había afectado la estructura del retablo hecho por el pintor. Un pintor cuyo origen se ha atribuido a la capital del Jerte y que guarda 23 cuadros de su producción en el Museo del Prado. Sus cuadros sobre el lamento de la Virgen María sosteniendo en brazos a Jesucristo muerto ha tenido muchas variantes de manos del autor y de los discípulos de sus talleres. Con ocasión de haberse añadido una cuarta sala expositiva dedicada a la platería, se había instalado de forma permanente la Corona de la Virgen del Puerto, patrona de la ciudad, hecha de oro, platino y pedrería fina con ocasión de su coronación en 1952.
La Catedral Nueva del siglo XV tenía planta de salón con crucero. Era más amplia que la vieja y de estilo gótico tardío. La dirección fue de Juan de Álava y Francisco Correa. Bajo la dirección del primero se realizaron las obras fundamentales de la capilla mayor, laterales y dos cuerpos de la excepcional portada norte, Sacristía y proyecto de crucero. Un audaz arquitecto, cuya obra quedaba reflejada, entre otros monumentos, en la Iglesia de San Esteban y en la Catedral de Salamanca. Por la Catedral Nueva de Plasencia pasaron otras manos de arquitectos conocidos que terminaron obras catedralicias importantes de España (Alonso de Covarrubias y Diego de Siloé). A pesar de los intentos por hacer una catedral completa de nueva fabrica en distintos siglos, las obras no se culminaron más allá del coro y del muro perimetral del sur.
Si la ornamentación de la fachada sur era espectacular, el Retablo Mayor era un paradigma de construcción, ensamblaje, escultura y pintura del siglo XVII. Estaba organizado en dos cuerpos, tres calles y rematado en un ático con calvario. Era un arquetipo contrarreformista de exaltación de la fe y de la iglesia como institución. Bajo la advocación de la Asunción de la Virgen aparecían sus padres, los patronos de la diócesis y otros santos españoles reverenciados. Contratado el escultor Gregorio Fernández en 1624 para la ejecución de la obra, y enfermo éste, tras haber gubiado el grupo de la Asunción de la Virgen, diversos pintores ejecutaron los cuatro lienzos. Se tenía certeza de que Francisco Rizzi pintó y firmó la Adoración de los pastores y la Anunciación con cálidos colores en 1655. Sin embargo, las pinturas de la Circuncisión y la Adorahción de los Reyes Magos fueron contratadas para Mateo Gallardo y Luis Fernández pero la autoría de cada cuadro continuaba debatida en la literatura del arte.
A la izquierda del retablo Mayor el Sepulcro del Obispo Pedro Ponce de León de estilo renacentista tenía colores dorado y azul. A la derecha de dicho retablo, la Portada de la sacristía de Juan de Álava mantenía el estilo renacentista con dos cuerpos de piedra granítica dorada flanqueados por pilastras, un friso con ático y un tímpano semicircular entre flameros con Dios Padre entre angelitos.
El altar del Tránsito guardaba el misterio de la catedral: urna donde aparecía «la dormición de la Virgen yacente«, en un espacio de estilo churrigueresco. Los padres de la Virgen miraban hacia abajo, compungidos, esperando que se abriera la urna.
Saliendo por el ala sur el órgano de tipo sinfónico o romántico era el resultado del aprovechamiento de piezas antiguas de otros órganos del siglo XVII que quedaron ensambladas en 1919.
El coro cerrado al público tras una forja plateresca de 1604 hecha por el rejista Juan Bautista Celma mostraba los 67 asientos de madera de nogal de alta riqueza iconográfica del entallador Rodrigo Alemán que los concluyó en 1507 en estilo gótico flamígero y en la que destacaba la silla de Isabel la Católica realizada en marquetería taraceada. Los sitiales contenían temas inspirados en el Antiguo y Nuevo Testamento y en los Evangelios Apócrifos. Las misericordias y brazos de los asientos contenían escenas moralizantes y otras procaces o críticas de la sociedad del momento.
Caminaba de nuevo al claustro para contemplar el muro de dientes que entroncaba las dos catedrales. Era una visión arquitectónica única en el panorama de las catedrales españolas.
Aquel día caluroso, la plaza de la catedral estaba sombreada por los rituales naranjos de naranja amarga. En medio de la plaza las palomas se subían a la taza de la fuente para chapotear y beber agua. Aquel que no hubiera visto la fachada Norte de la Catedral Nueva al atardecer ignoraría el esencial encanto del plateresco. Por ser un estilo comparable, parecía que el arquitecto Juan de Álava me hubiera llevado en volandas al colegio Fonseca de Salamanca para ver en un ocaso veraniego la refulgente fachada del Convento de San Esteban. Luego las cresterías y agujas de Gil de Hontañón me transportaron a capillas de catedrales de otros pueblos (Ciudad Rodrigo), ciudades universitarias (Alcalá de Henares), palacios salmantinos, iglesias cacereñas, etc. Los dos contrafuertes hercúleos mantenían la fachada-retablo de cuatro cuerpos en altura y tres calles verticales repletos de hornacinas sin estatuas con vanos. Los ojos pedían disculpas por no abarcar la multitud de detalles que se fugaban en altura. No llegué a visitar la plaza del Enlosado de la puerta Sur de Gil Siloé. En aquel momento me conformé con recordar el Patio Chico de las catedrales de Salamanca. En fin, habría sido la coronación de la intensa visita catedralicia.
Situada la ermita en las afueras de Plasencia, se accedía al Santuario de la Virgen del Puerto de 1644 subiendo una colina entre encinas y canchales. Desde el mirador se divisaba el río Jerte embalsado y una zona de la ciudad placentina. Veía a la Virgen mirando al Niño en la impoluta majestad de una belleza centelleante acunada por el devoto silencio de fieles placentinos ante su Patrona.