CU de la US
Luis Miguel Villar Angulo

MI PRIMER DÍA EN MÁLAGA

Desde Torremolinos Centro de la línea de autobuses M-110 viajaba cada mañana a la Terminal Muelle Heredia de Málaga después de 22 paradas y media hora de duración.

Mujeres corriendo por la playa, como homenaje a Pablo Ruiz Picasso por Salvador García (Torremolinos). Pablo Ruiz Picasso por Salvador García (Torremolinos)

La primera vez que crucé la Plaza de la Marina malagueña me detuve en la Oficina Municipal de Información Turística. Allí el monumento del Cenachero (Jaime Fernández Pimentel, 1968) me recordó mi primera visita a la ciudad cuando estaba en mis primeros años universitarios.  Era una escultura de bronce alegórica a la ciudad.

Monumento del Cenachero

En visitas realizadas posteriormente a mercados había visto hombres y mujeres portando espuertas de esparto con frutas o forradas de hojas con pescado. Recordaba igualmente playas de la costa malagueña por el olor de los espetos o sardinas ensartadas en cañas que se asaban con el calor de la leña en barcas rellenas de arena de playa y arrumbadas a las puertas de los chiringuitos.

Catedral

Mi primer destino en mi inaugural ruta fue a la Catedral de la Encarnación de Málaga. Desde la Plaza del Obispo, junto al Palacio Episcopal, observaba los detalles del retablo fachada de dos alturas y tres calles con sus respectivas puertas.

Palacio Episcopal y fachada oeste de la Catedral desde la Plaza del Obispo

La arquitectura del templo de su fachada principal orientada al Oeste debería haber concluido con dos torres, quedando inconclusa la del Sur. Por eso se la conocía popularmente con el sobrenombre de «La Manquita». Su construcción sobre una mezquita aljama se había iniciado en 1525, y habían transcurrido siglos hasta su culminación (1782).

Catedral de Málaga. Torres y fachada Oeste

Las huellas góticas y renacentistas se habían mezclado con trazas barrocas en los diseños del burgalés Diego Siloé, que asimismo había alzado su magisterio en la S.A.I. Catedral Metropolitana Basílica de Granada, y en las delineaciones del albaceteño Andrés de Vandelvira que había profesado su conocimiento arquitectónico en la Santa Iglesia Catedral de la Asunción de la Virgen de Jaén.

Después de haber visitado las tres catedrales andaluzas, y realizado un video sobre la Catedral de Jaén, tenía la intención de hacer un breve reportaje visual sobre la Catedral de Málaga para evocar igualmente la autoría  del pintor y escultor  Alonso Cano (pintura de la «Virgen del Rosario» en la capilla del mismo nombre) y del cantero Diego de Vergara, que habían dejado su huella en espacios devocionales del templo.

De planta basilical con tres naves y cuatro tramos, siete capillas se alojaban en la girola a la derecha de la Puerta del Sol y cuatro a la izquierda. Enfrente de estas, cuatro capillas se albergaban a la derecha de la Puerta de las Cadenas, incluida la Capilla del Sagrario a la que se accedía por la Puerta del Perdón, que conservaba vestigios de la antigua Mezquita. Una red cubría zonas de las bóvedas por temor a desprendimientos, que distorsionaba la iluminación de la piedra.

Catedral. Coro, Capilla Mayor. Decapitación de San Pablo por Enrique Simonet en la Capilla Virgen de los Reyes. Detalle de bóveda. Custodia del Corpus. Cristo del Amparo (Antonio Gómez, s. XVII)

Las capillas contenían obras de distintos artistas, algunos de los cuales me resultaban más conocidos por sus obras (Pedro de Mena). La Capilla de la Encarnación era la titular de la Catedral con la Virgen de la Encarnación. En los laterales aparecían los patronos de la ciudad: San Ciriaco y Santa Paula. La arquitectura del fondo de la capilla era de mármol y los estudiosos disentían sobre la autoría de la obra. La Capilla de Santa Bárbara era la más antigua y provenía de la antigua mezquita-catedral. Procedente de un convento plasentino Santa Clara del s. XVII, la Capilla tenía como figuras representadas a Santa Bárbara y San Francisco, junto a figuras de la orden franciscana, junto a mausoleos y sepulcros de personajes eclesiásticos. La mano de Pedro de Mena se había hecho patente en el diseño del retablo y de las estatuas orantes de los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, que habían donado la Virgen de los Reyes (gótica, s. XV) a la ciudad con ocasión de la conquista de la ciudad (1487). La Capilla de la Inmaculada Concepción estaba presidida por una pintura de excelsa belleza, que los historiadores no se ponen de acuerdo sobre la autoría (¿Mateo Cerezo, Claudio Coello?). La Capilla Virgen del Rosario estaba presidida por la imagen de la Virgen del Rosario, obra de Alonso Cano que se había fechado hacia 1665 y 1666. De las tres hornacinas del trascoro, La Piedad, hecha en mármol de Carrara por los hermanos Pissanis, tenía estilo neoclásico. En medio de tres calles del retablo de la Capilla de San Rafael se elevaba la estatua anónima del santo (S. XVIII). Finalmente, la siguiente ilustración refiere dos obras maestras de dos granadinos que dejaron su impronta en el grupo del Cristo crucificado (1630-1640) (Alonso de Mena) y Dolorosa (Pedro de Mena) de la Capilla del Cristo de las Victorias.

Capilla de la Encarnación. Capilla de Santa Bárbara. Capilla de San Francisco de Asís. Capilla de la Virgen de los Reyes. Capilla de la Inmaculada Concepción. Capilla Virgen del Rosario. Capilla del Sagrado Corazón. Trascoro. Capilla de San Rafael. Capilla del Cristo de las Victorias.

Sentía el silencio de los más de 4.500 tubos cuando paseaba bajo los dos órganos (Evangelio y Epístola) de Julián de la Orden (1870). Transitaba aguzado y simultáneamente embotada mi sensibilidad por la Sillería barroca del coro donde descansaban sin respiración las últimas 42 esculturas de Pedro de Mena, junto a los altorrelieves de otros artistas (Luis Ortiz de Vargas, autor de la Silla Episcopal en una especie de templete rodeado por dos columnas de estilo corintio, y José Micael Alfaro).

Órganos y altorrelieves del coro. Detalle de la Silla Episcopal

En las mencionadas catedrales había percibido la exaltación de los rituales litúrgicos frente a la austeridad de los interiores calvinistas y luteranos proclamadores de la reforma de la Iglesia, y que había visto en la Catedral San Pedro de Ginebra (Suiza) y en la alemana Catedral Francesa de Berlín.

El paseo desde la Catedral al Museo Picasso Málaga (MPM) lo hice en cuatro minutos por la calle peatonal de San Agustín con edificios turísticos y paisanos sentados en veladores a primeras horas de la mañana. Ubicado el Museo en el Palacio de los Condes de Buenavista (s. XVI), me sorprendió la arquitectura interior mudéjar-renacentista, el patio cuadrado porticado y las salas expositivas ubicadas en dos galerías de este señorial edificio. Desde el piso bajo, miraba la balaustrada del nivel superior dominando el patio y el torreón con arquería de tres vanos que lo coronaba.

Por fuera, la exquisitez de la portada plateresca con friso y cornisa, base del balcón, y con aparejo de sillares ennoblecía la casa ilustre. El torreón de tres cuerpos de sillares remataba con un mirador adosado al edificio con doble o triple arquería separada por una o dos columnas. Desde allí suponía que crecería la perspectiva del barrio malagueño.

Museo Picasso

No recordaba cuántas veces había visto obras de Picasso en distintos museos: Reina Sofía de Madrid, Museo Picasso de Barcelona, Musée Picasso Paris, Museo Berggruen de Berlín, Tate Modern de Londres, Galería Nacional de Praga, MoMa de Nueva York, Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, museos de Lanzarote, Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, etc.

Para un artista que había producido en torno a 4.500 cuadros y 700 esculturas, era difícil encontrar un solo museo que albergara tan ingente producción. Y para un espectador como yo, dominar visualmente todos los periodos de su obra, resultaba imposible. De hecho, 68 museos repartidos por Europa, América y Asia anunciaban con visible orgullo la exhibición de obras del maestro malagueño.

A veces asistía a exposiciones temporales de los museos y galerías con la misma disposición de descubrir una faceta nueva en la creatividad del artista. Recordaba la Exposición Cara a Cara. Picasso y los maestros antiguos, organizada por el Museo de Bellas Artes de Sevilla, que había sido un diálogo del pintor con siete artistas del pasado. En aquella ocasión me sorprendió la capacidad del malagueño para metamorfosear la personalidad artística de los maestros antiguos dislocando las líneas de las siluetas.

Me dejaba seducir por los distintos materiales y soportes que había usado el artista malagueño. Unas veces eran óleos bicromáticos de gran formato llenos de simbolismo sobre un lienzo («El Guernica«, 1937); en otras ocasiones, dibujos a carbón o con pigmentos de sepia («El Toro», 1949); también obras gráficas a punta seca de pequeño tamaño con escenas mitológicas («Minotauro forzando a una mujer», 1933) o libros ilustrados con dibujos hechos al aguafuerte  con aguatinta al azúcar y raspador sobre cobre, estampado sobre papel («Sueño y mentira de Franco (plancha II)», 1937). Otras, en fin, por sus esculturas, como la reciente exposición Picasso escultor. Materia y cuerpo expuesta en el MPM, o la variedad de cerámicas, litografías, carteles, dibujos y aguadas de la Colección de Eugenio Arias en Buitrago de Lozoya de Madrid.

Sueño y mentira de Franco (plancha II), 1937. El Toro, 1949. Minotauro forzando a una mujer, 1933. Palacio de los Condes de Buenavista.

En el caso malagueño, los fondos provenían de las colecciones de la nuera y nieto del pintor (Christine y Bernard Ruiz-Picasso) con 233 obras y de otros préstamos de la Fundación Almine y Bernard Ruiz-Picasso (“Hombre con sombrero de paja y cucurucho de helado”, “Escena báquica con Minotauro”, entre otros préstamos a la Fundación). Pude ver en el año 2023 la exposición Diálogos con Picasso y el Fondo Roberto Otero.

Hombre con sombrero de paja y cucurucho de helado y Escena báquica con Minotauro

Mi visita anterior al MPM se remontaba a 2017. Recordaba las series gráficas del minotauro, los dibujos de mujeres con trazas clásicas y cubistas, las esculturas…, paralelamente a las treinta y ocho obras maestras de Pablo Picasso de la Fundación Almine y Bernard Ruiz-Picasso (FABA).

Cuando salí del museo terminé con la cabeza desportillada por la sucesión de imágenes que habían desordenado mi equilibrio mental y nadaban por el cubo de mi memoria.

El Pimpi y Teatro Romano de Málaga

Bajo la sombra primeriza de mediodía me dirigí a la bodega El Pimpi que parecía una cueva iluminada de cartelería en sus trabados pasillos engarzados como cuentas de habitaciones que desembocaban en una terraza frente al Teatro Romano de Málaga (TRM).

Tenía la atmósfera un vago olor a Málaga virgen y a chorrera dulce. Los barriles dedicados y firmados por personas populares daban aliento a los pasillos. Ráfagas de camareros expandían sobre las mesas el aroma de boquerones al limón fritos, puntillitas, salmonetes, jureles, calamares de potera a la plancha… Atesoraba en mi paladar ese aroma fluido que me liberaba de la visión hipnótica de la visita al MPM. Pasé las páginas de la carta y me decidí por una ensalada fresca, salmonetes y media de boquerones fritos con una copa de trajinero seco.

Después de comer me atreví a caminar por los desnudos pasillos del graderío del TRM. La loma de la Alcazaba había dejado al descubierto, tras sucesivas excavaciones de la Malaca antigua romana, hileras de caveas, una orchestra de mármol y un suelo entarimado donde se mullían los actores sobre la scaena en las representaciones.

El Pimpi y Teatro Romano de Málaga

Había conocido teatros romanos en las tres provincias de la época imperial romana: Beatica (Málaga, Cádiz), Lusitania y Tarraconensis. El principal, sin duda, había sido el teatro de Mérida (Lusitania) que había publicado en mi blog bajo el título Y los eméritos se jubilaron en Mérida. En la brisa de un atardecer de verano emeritense había asistido a una representación teatral con la sensación de estar inmerso en una escenografía histórica con buena acústica y correcta interpretación. En la provincia Tarraconensis había pisado restos de las piedras del teatro de Tarragona, y el recién restaurado graderío y escena del teatro de Cartagena. Unos teatros eran emblemáticos para las ciudades (Mérida) y otros problemáticos (Tarragona).

La Alcazaba

Animado por este paseo, subí a la fortificación palaciega encastrada en la loma de Gibralfaro. Confiaba que no se me derritieran las extremidades a esa hora de la tarde a pesar de llevar la camisa remangada y la cara salpicada de sudor. La Alcazaba era prototípica de la época taifa (s. XI). Paseando por la coracha compuesta por desnudos paramentos de ladrillo miraba al sur y veía el Palacio de la Aduana, agolpadas techumbres y el puerto marítimo. Del TRM se habían extraído mármoles y capiteles que lucían en las entradas de algunos recintos.

Algunos califas usaron las salas como estancias palaciegas, que comprobé por el parentesco de los arcos de herradura con cerámicas y yeserías trenzadas con otros de Córdoba y Granada, cuando esta ciudad formaba parte del reino nazarí, hasta que los Reyes Católicos la conquistaron en 1487. Había patios con transiciones de agua y tierra, con destellos luminosos, que en otros tiempos encenderían el ambiente sonoro de una paz interior donde transcurrían tantas horas de vida. Esta fortaleza como las ciudadelas que había visitado en Almería, Antequera, Badajoz, Guadix, Marchena, Mérida, Utrera o Vélez Málaga habían representado fuertes bastiones para militares y habitantes.

La Alcazaba

Regresando por los vericuetos de la muralla fui a la Terminal Muelle Heredia para finalizar mi primera jornada malagueña en un paseo al aire libre por el centro de Torremolinos.

(Continuará)

Etiquetado en: ,
Luis Miguel Villar Angulo
A %d blogueros les gusta esto: