CU de la US
Luis Miguel Villar Angulo

Zafra en la huella del Ducado de Feria

Bajo el hervor veraniego de la antigua N-630 (en la actualidad A-66), que transitaba cuando recorría la Ruta de la Plata de Zamora a Sevilla, pasaba de largo por la desviación que marcaba la dirección a Zafra en la Provincia de Badajoz.

El domo era siempre azul complaciéndose el cielo en mostrar el verde color al salpicar vetustas encinas y la clorofila de las vides que tornaban del verde rabioso en verano al amarillo y naranja del otoño. Atravesaba dehesas y mis labios murmuraban cierto olor a ganado.

A esta zona vinieron los ganaderos a feriar animales desde muy antiguo. La base de Zafra eran las mercaderías de animales que se celebraban en primavera (San Juan, desde 1395) y otoño (San Miguel, desde 1453) revelando el entendimiento de los zafreños por este tipo de comercio.

En las dos ocasiones que visité el pueblo había observado recintos feriales libres a ambos lados de la carretera N-432. El olor a vacío refrendaba el cese de la actividad de compraventa que durante la Feria Internacional Ganadera de ovejas, cerdos, vacas y caballo de pura raza transformaba el pueblo de 17.000 habitantes en un polo de atracción de más de un millón de visitantes. Al llegar a Zafra, bordeé el Parque de la Paz, la Plaza del Alcázar y el Pasaje Antonio Meca para estacionar el coche en la Plaza del Corazón de María.

 


Pasaje Antonio Meca

En esa plaza sobresalía por grandeza la edificación del antiguo castillo, alcázar y palacio convertido en Parador de Turismo Duques de Feria.


Alcázar y Parador de Turismo Duques de Feria

En dicho castillo de altos cubos el primer conde de Feria (Lorenzo II Suárez de Figueroa) había marcado un hito con su dinastía. Desde la condición de Señores (1394), luego Condes (1461), y por último Duques de Feria (1567) y Grandes de España, la familia había dejado su nombre en obras y construcciones fundadas en la villa de Zafra más que en el vecino pueblo de su Señorío (Feria), que distaba a 19 km del anterior.

Subí al adarve de la construcción almenada del castillo de planta rectangular, edificado en 1437, después de atravesar el patio central o claustro renacentista de estilo herreriano. Esta modernización realizada por los duques en el siglo XVI había convertido el castillo militar en otro de tipo palaciego. La ornamentación se divisaba incluso en una dependencia del restaurante del Parador con techo mudéjar (Sala Dorada).  


Claustro y patio central del Parador

La Torre del Homenaje era un imponente cubo, destacado sobre los demás, que me impidió circunvalar el perímetro del muro. Era un torreón que simbolizaba el poder del estado nobiliario de la familia Feria.


Torre del Homenaje

Asomado a cada una de las cuatro caras del alcázar condal había divisado los monumentos más destacados del pueblo: la torre de la iglesia de Santa María de Candelaria, en la que la familia Feria había dejado su impronta convirtiendo don Lorenzo IV Suárez de Figueroa (II Duque de Feria) la iglesia prioral en colegiata por bula del Papa Paulo V.

Vista de la torre de la Iglesia de Santa María Candelaria

En otro lado del muro advertía el tejado y la espadaña del Monasterio de Santa María del Valle (Convento de Santa Clara), cuya iglesia sirvió de Panteón de los Suárez de Figueroa. En primer plano, aparecía un edificio de traza clásica de la Plaza del Corazón de María.


Plaza del Corazón de María

Al fondo, revestida la piedra y el ladrillo de cal (con publicidad), se erigía la plaza de toros de tercera categoría, que daba testimonio de la afición taurina de los zafreños desde 1844.


Plaza de toros, al fondo

El Parque de la Paz era una amplia zona ajardinada, un lugar de recreo y de paseo, concurrido con familias y paseantes. La pandemia del Covid-19 había dejado cautelas en los habitantes que usaban mascarillas y procuraban mantener distancia de seguridad entre ellos.

 


Parque de la Paz

Tras un breve descanso en el patio herreriano del Parador reparé en algunos detalles del edificio claramente señorial al que se habían añadido galerías en la fachada principal y ornamentación mudéjar en algunas dependencias. Era tan arraigado el valor artístico del Palacio que adquirió el rango de monumento histórico-artístico en la República de 1931 (Bien de Interés Cultural, en la actualidad).

Luego atravesé la Plaza del Corazón de María para llegar a la peatonal, comercial y concurrida Calle Sevilla, que tenía una puerta en la antigua muralla que comunicaba la Plaza de España actual con el intramuros de la vieja villa. De esta puerta quedaba como vestigio destacado la imagen de la Virgen de la Aurora de mármol policromado del siglo XV situada en el fuste de una columna (actualmente en el Museo de Santa Clara).

 


Virgen de la Aurora

La travesía de esta calle estaba animada por el continuo entrar y salir de viajeros y turistas en los pequeños comercios alineados en ambas aceras. Al fondo, y en dirección a la iglesia parroquial de Santa María de la Candelaria, se abría otro murmullo distinto de personas agolpadas en las terrazas que ocupaban una parte amplia de la rectangular Plaza Grande.


Calle Sevilla y torre de la iglesia parroquial de Santa María de la Candelaria

Plaza Grande

Me llamaba la atención esta plaza por estar porticada en la mayoría de los lados del rectángulo. Las casas eran de dos o tres plantas. Bares y comercios ocupaban la mayoría de los bajos de las casas, por lo que eran frecuentes las tertulias y las paradas de los transeúntes bajo las arcadas.

Caminando a la sombra de los soportales del siglo XV llegué a la Plaza Chica mas fiel al estilo de aquella época cruzando el Arquillo del Pan. Era un lugar emblemático: un modelo de plaza comercial antigua con 27 soportales apoyados en columnas de mármol y granito. Reparé en el fuste de una columna que conservaba la Vara de medir de Zafra: referencia de mercadeo para calcular el tamaño de las telas y cuerdas en función de las muescas grabadas en el mármol (palma, cuarta, pie, braza, y codo) y que completaban la unidad Castellana de 83,53 centímetros.

La antigua placita de mercaderes, cuya restauración habían inaugurado los Reyes D. Juan Carlos I y Dña. Sofía en 1977, guardaba otras curiosidades. En el mini retablo barroco de una hornacina estaba representada una réplica de la Virgen de la Esperancita en medio de Santo Domingo y San Francisco de Asís. Aún persistía la celebración de una velá en su nombre, cuando procesionaba la imagen real cuya tradición se remontaba al siglo XVI. Al fondo de la plazoleta, el edificio del antiguo Ayuntamiento (siglo XIV), posteriormente Audiencia y Cárcel, construido en estilo neoclásico, mantenía el rastro del servicio nobiliario de la Casa de Feria. Allí un peón público daba conocimiento de los asuntos del concejo. Por ese y otros detalles urbanísticos de la zona se notaba que en este sitio había habido una Zafra vigorosa de trabajo y esfuerzo.


Virgen de la Esperancita

Vara de medir de Zafra

Antiguo Ayuntamiento

Los titulares del Estado de Feria habían promovido centros sanitarios para la curación de pobres, entre otros, el Hospital de Santiago a mediados del siglo XV. Fundado éste por el primer conde de Feria (Lorenzo II Suárez de Figueroa), contaba con un médico, un capellán y un mayordomo, según las normas dictadas por el segundo Conde de Feria (Gómez Suárez de Figueroa).

Contemplando los arcos carpanel y conopial, el alfiz de lacería y el fresco de la Anunciación de la hornacina mi emoción traspasaba el arte gótico porque en esta residencia las hermanas Esclavas de la Virgen Dolorosa cuidaban de aquellas mujeres que tenían debilidades mentales.


Hospital de Santiago

Me situé en la calle Tetuán para contemplar la puerta principal y la torre de la Parroquia de Santa María de la Candelaria. Noté que el campanario tenía dos cuerpos de ladrillo y leí que se había terminado de construir en el siglo XIX, mientras que la puerta principal de mármol databa de 1701.


Puerta principal y torre de la Parroquia de Santa María de la Candelaria

Entré en el templo por una puerta lateral. Según que fuera horario de tarde o de mañana, la iluminación artificial del interior era insuficiente para captar los detalles de los retablos. La luz de la mañana merced a los ventanales distribuidos por la nave, el crucero de cortas alas, el ábside ochavado y el óculo dejaba ver más detalles de la rica ornamentación de los retablos y capillas con que se había enriquecido la fisonomía de la iglesia.

 


Retablo Mayor de la Iglesia de Santa María de la Candelaria

Confieso que me sentía atraído por el Retablo Mayor de Blas de Escobar con esculturas atribuidas a Juan de Arce realizado entre 1656 y 1683. Igualmente, agradado por el Retablo de Nuestra Señora de los Remedios de ensamblaje barroco en el brazo de la Epístola que tenía nueve lienzos atribuidos a Zurbarán realizados en 1644 para la capilla funeraria costeada por don Alonso de Salas Parra y doña Jerónima de Aguilar Guevara. Los reflejos lumínicos en los cuadros me impedían distinguir las cualidades del artista, excepto su composición equilibrada, las figuras de cuerpo entero, o los rojos de las vestimentas, como los lienzos de San Juan y San Jerónimo.


Retablo de Nuestra Señora de los Remedios

Así como me cautivaron los nueve zurbaranes de la iglesia de San Juan Bautista de Marchena los lienzos de la iglesia zafrense no me atrajeron de igual manera. Continué recorriendo los retablos y las capillas siguiendo la alineación cruciforme de la planta. En el ala del evangelio destacaban el retablo de la Virgen del Carmen obra del retablista Blas de Escobar, el órgano dieciochesco como la mayoría de la organería barroca de tubos de la Baja Extremadura y la capilla barroca de la Virgen de la Valvanera. Esta capilla fue costeada por el Gremio de mercaderes procedente de la Tierra de Cameros, (La Rioja), asentados en la villa. Era una obra de Juan Ramos de Castro de 1744.


Retablo de la Virgen del Carmen

Órgano

Capilla de la Virgen de la Valvanera

Miraba las bóvedas de crucería estrellada que hilvanaba o zurcía la soledad de la techumbre del crucero y pensaba en el arrobamiento del III Duque de Feria, si es que tuvo tiempo de descansar en esta villa de sus batallas y gestiones diplomáticas.

La calle Conde de la Corte conducía a la plaza Pilar Redondo que ofrecía un aspecto reluciente en sus fachadas de porte clásico, en particular, el Ayuntamiento. Los herrajes reforzadores de sus balcones y miradores me recordaban los de otros pueblos andaluces (Carmona, Écija, etc.).

En los confines de la calle podía seguir la ruta jacobea en dirección a Badajoz o continuar – como hice – caminando por la Avenida Fuente del Maestre que circunvalaba el lienzo de una muralla desaparecida de la antigua villa hasta la torre Puerta de Badajoz, junto al Arco del Cubo, abierto en el siglo XVII. Enfrente, fuera del antiguo recinto amurallado, cerrado por obras de restauración, el Monasterio de Encarnación y Mina (iglesia del Rosario), fundado en 1511, contenía el Cristo del Rosario atribuido al escultor flamenco Roque Balduque, que presidía el Altar Mayor de la Iglesia de Santa María de la Candelaria.

Ayuntamiento con fondo de torre de la Iglesia de Santa María de Candelaria

Puerta de Badajoz

Arco del Cubo

Monasterio de Encarnación y Mina

Cristo del Rosario

A unos pocos pasos, el Arco de Jerez era la puerta mejor conservada de la muralla de 1426, que daba acceso al interior de la villa. Caminaba entretenido por la calle Jerez hacia el interior de la villa bajo cuidadas casas blancas con balcones floreados de geranios que contrastaban con el suelo adoquinado de granito. Por fuera, el Arco mostraba esculturas de los santos patronos del gremio de los zapateros. Por dentro, una nueva sorpresa. Una reja dejaba ver un retablo cerámico plano pintado que representaba la imagen del Cristo de la Humildad y Paciencia, cuya escultura datada en 1712 procesionaba el Miércoles Santo.


Arco de Jerez (vista extramuros)

Arco de Jerez (vista intramuros)

Reja y retablo cerámico del Cristo de la Humildad y Paciencia

No era la única capilla que se ocultaba en alguna entrada de calle. Por la zona de la antigua Iglesia de Santa Catalina la Vieja, reconstruida por los gremios de albañiles y carpinteros y dedicada a San José, que había sido la primitiva sede de la sinagoga judía, además de albergar la judería en las calles Badajoz o Pozo se podía observar en esta calle la capilla del Cristo del Pozo.


Calle de Badajoz

Atravesé la Plaza Grande, emboqué la calle Sevilla y me dirigí al Museo del Convento de Santa Clara creado en 2007. El Museo ocupaba una parte de la clausura monástica; junto a él, un pequeño compás y un torno contiguo a la puerta reglar daba acceso al Convento. La información correspondiente a la historia de este museo público de Santa María del Valle era generosa y se podía consultar a través de distintas fuentes: http://museosantaclara.blogspot.com ; https://www.facebook.com/museosczafra


Convento

El núcleo expositivo se albergaba en la antigua enfermería de dos plantas del Convento. El fondo museístico conservaba más de 1000 piezas colocadas sobre peanas, repisas o atriles del Monasterio correspondientes a sus seis siglos de existencia expuestos en vitrinas con cartelas explicativas retroiluminadas. Erigido el cenobio por mandato del primer Señor de Feria (Gómez Suárez de Figueroa) en 1428, este museo tenía un carácter antropológico: aglutinaba tres ideas principales en el recorrido: convento, patronazgo conventual y ciudad. En efecto, no solo mostraba piezas de valor religioso o la vida en la comunidad de las clarisas, sino también el papel de la Casa ducal de Feria en la historia de España y europea, y otros objetos artísticos de la urbe ducal entre los siglos XVI y XIX.

Las tres ideas conceptuales se desplegaban en cuatro capítulos de la exposición museográfica ofrecidos al traspasar la reja de recepción: Intramuros como espacio contemplativo, laboral y de estudio de la vida conventual. En este sitio me sorprendió la reconstrucción escenográfica de la Celda de Sor Cecilia del Espíritu Santo (1916-1994) por su severa sobriedad, propia de un austero ascetismo.


Celda de Sor Cecilia del Espíritu Santo

A continuación, la sala de la piedad nobiliaria representaba la tradición religiosa de los Suárez de Figueroa armonizada con un largo y generoso mecenazgo artístico distribuida en zonas (Cimientos, Ornato y liturgia, En el momento de la muerte y el Olor de la Santidad). Aunque había una amplio despliegue de relicarios, me fijé en el Lignum Crucis de la Duquesa Juana Dormer, del siglo XVII, que significaba para mí la contemplación de la tercera astilla del madero de Cristo, después de los existentes en Santo Toribio de Liébana (Cantabria) y Caravaca de la Cruz (Murcia).


Lignum Crucis

Un ascensor me trasladó a la segunda planta para contemplar el tercer capítulo (urbe ducal) dedicado a la Villa ducal, Villa conventual, Humanistas y poetas y En pos de la modernidad. Anexa a esta sala aparecía la Pieza del mes, en esta ocasión, dedicada a una copia del “Ecce Homo” de Murillo expuesto en el Museo del Prado.

Finalmente, el cuarto capítulo (el legado de la magnificencia) se refería a la iglesia conventual, con la capilla mayor que albergaba el altar y su retablo con la imagen de la Virgen del Valle (siglo XV) en alabastro y a su lado las imágenes de san Francisco y santa Clara. A un lado, el panteón de linaje de los Feria, y a continuación la nave con cuatro retablos de José Ramos Castro y el coro monjil tras rejas dobles de hierro que dejaba ver la escultura de Cristo Amarrado a la Columna de 1775, obra del representante del Neoclasicismo Blas Molner.


Altar y retablo de la Capilla Mayor

Panteón de la familia Feria

Cristo Amarrado a la Columna

Del sol caían hebras de historia en los muros del palacio. De la noche las grandes huellas del linaje Feria se fundían en mi memoria, y un pueblo blanco ya crecido de él se alimentaba.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Luis Miguel Villar Angulo
A %d blogueros les gusta esto: