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Luis Miguel Villar Angulo

Casco histórico y barrio de pescadores de Fuenterrabía (Hondarribia)

Casco histórico y barrio de pescadores de Fuenterrabía (Hondarribia).

Un hachero situado a la derecha de la Puerta de Santa María anticipaba las leyendas y realidades del recinto amurallado de Fuenterrabía (Hondarribia) del siglo XVI (Fig. 1). La Puerta era un arco rebajado con el escudo de la ciudad y detalle de la Virgen de Guadalupe, flanqueada por dos ángeles, reproducida en sellos de correos, que además era una de las dos entradas de la única villa amurallada del País Vasco. Fuera del recinto, cruzando la calle Sabín Arana, el Hogar del Pensionista era el centro de una manifestación escasa en personas que transportaban altavoces y que hacían sonar música estruendosa. Luego me enteré que era el día en que algunos jubilados recorrían las calles reclamando subidas de pensiones. El hachero de 420 kgs. de bronce (2011) no se inmutaba, evidentemente. Conmemoraba a los hondarribiarras que resistieron el asedio de las tropas del Rey Luis XIII de Francia en 1638 y que ahora Paisanos Armados (el Alarde) procesionaban hasta el Santuario de Guadalupe como promesa por haber resistido el asedio. Comunicada Fuenterrabía con Hendaya a través del puente internacional sobre el río Bidasoa, sus gentes estaban actualmente más ocupadas en coger los barquitos de una orilla a la otra para bañarse en las playas francesas o comer en los restaurantes vascos, que dedicarse a batallitas. Al lado del estuario del río estaba la pista de aterrizaje 04-22 del aeropuerto de San Sebastián, que había conocido con anterioridad en otro viaje. 

 

Casco histórico y barrio de pescadores de Fuenterrabía (Hondarribia)

Fig. 1. Puerta de Santa María

 

Atravesando la Puerta de Santa María subí por la Calle Mayor o Kale Nagusia (Fig. 2), empedrada, en dirección a la Plaza de Armas (Fig. 3). A la izquierda del arco un cubo de piedra anunciaba la ruta en dirección al Baluarte de la Reina (Fig. 7). En la acera de la izquierda, el Ayuntamiento ocupaba un edificio emblemático de estilo barroco (S. XVIII). Igualmente, la Biblioteca se alojaba en el Palacio de Zuloaga, declarado monumento histórico (siglo XVIII), y en la acera de enfrente se alzaba la Casa Casadevante, igualmente de estilo barroco. Más arriba, se elevaba la Iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción y del Manzano (Fig. 5). El siglo XVIII dotó a esta villa de bastantes edificios singulares con balcones de hierro forjado que se estaban reutilizando en la actualidad como sedes de fundaciones e instituciones.

 

Casco histórico y barrio de pescadores de Fuenterrabía (Hondarribia)

Fig. 2. Calle Mayor

La Plaza de Armas tenía una forma casi cuadrada. En el lado abierto que se comunicaba con la calle San Pedro del barrio de la marina hacía pocos años que se había colocado la escultura Zimbaue de Nestor Basterretxea. Al fondo se divisaba la silueta y la playa de Hendaya. La Plaza tenía los toldos de las terrazas de los bares recogidas. No hacía calor. Todo lo contrario, estaba fresca la mañana. En un edificio rehabilitado con mucha información estaba la oficina de Turismo y allí concerté una visita guiada para la tarde por una cantidad simbólica de euros. Frente a esta oficina se levantaba un paredón de sillería maciza de una fortificación con heridas de las guerras de 1794 y 1808. La calle de poniente de la Plaza era San Nicolás (Fig. 9) por donde discurría el camino de Santiago que proveniente de Hendaya cruzaba el estuario del río Bidasoa y bajaba por la Calle Mayor. El variopinto colorido y la desigual altura de las casas ofrecían un mosaico contrastante de formas y colores.

Fig. 3. Plaza de Armas

Puntual la guía y con excelente dicción en español explicó las vicisitudes por las que atravesó el Castillo de Carlos V, construido a finales del siglo X por Don Sancho Abarca de Navarra y remodelado entre los siglos XII-XVI. En la actualidad se había transformado en Parador de Turismo (1968). La guía fue rememorando las funciones del edificio como cuartel y sede del gobernador militar, las sucesivas ampliaciones con plataformas artilleras, los cubos que habían quedado sin rehabilitación como testimonios, el patio interior desde el que se divisaban las huellas de otros pisos, o la terraza del remodelado edificio desde donde se divisaba la bahía y la iglesia de Santa María de la Asunción y del Manzano (Fig. 5). Las explicaciones de la guía daban paso a historias de algunos de los moradores del Castillo, como residencia de la princesa María Teresa de Austria cuando se casó a través de Luis de Haro con su doble primo Luis XIV de Francia en la isla de los Faisanes, islote de soberanía compartida entre España y Francia en la desembocadura del río Bidasoa. Este condominio rotatorio semestral se notaba incluso en el asentamiento de los barcos de recreo en la desembocadura del río. (Hasta era posible que el mismo Velázquez, retratista de María Teresa de Austria, hubiera conocido este Castillo). En fin, los matrimonios reales fueron una cosa y las guerras y los tratados de paz, otra, porque en esa isla se firmó el Tratado de los Pirineos con Francia que señalaba la definitiva frontera entre España y Francia. Además del salón de entrada, el Castillo tenía una colección de seis tapices basados en cartones de Rubens realizados entre 1630-1635 que representaban escenas mitológicas de la vida de Aquiles.

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Fig. 4. Castillo de Carlos VI

La Iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción y del Manzano (Fig. 5) estaba cerrada fuera de las horas de culto. (La guía de Turismo tenía acuerdo con la parroquia y podía enseñar el templo a los visitantes inscritos en el tour). Situada en la Calle Mayor frente a la Biblioteca del palacio Zuloaga, se podían apreciar elementos arquitectónicos iluminados de varios estilos: el tardío gótico de las naves, la puerta renacentista con arquivoltas formando un arco carpanel o la torre barroca de Francisco de Ibero que dominaba toda la ciudad. Sobre el arco carpanel sobresalía el escudo de la ciudad. La planta de cruz latina tenía naves espaciosas con alturas en las laterales que casi alcanzaban la central. La bóveda estrellada bajo el coro era particularmente llamativa al igual que una columna rematada con tres cabezas de reyes. Ocho pilares sustentaban esta iglesia-fortaleza con un camino de ronda que bordeaba el ábside y cuya robustez se notaba a simple vista. Desde el Castillo de Carlos V se divisaban sus ventanales, aunque la silueta más espléndida de la iglesia era desde la calle Sabín Arana. Una pila bautismal decorada y una concha gigante para el agua bendita añadían rincones singulares al templo. El altar neogótico exento para no tapar las ventanas del ábside era de 1910 y tenía la imagen de Santa María de la Asunción y del Manzano de estilo barroco, traída de Nápoles en 1753. (La devoción a la Virgen del Manzano por milagrera fue cantada por Alfonso X el Sabio en las Cantigas y cubría muchos pueblos del camino de Santiago, especialmente en la provincia de Burgos, por ejemplo, Castrojeriz). 

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Fig. 5. Iglesia Parroquial de Santa María de la Asunción y del Manzano

Caminaba de nuevo por Kale Nagusia y la guía iba explicando algunos edificios singulares que se hallaban en la calle paralela (Pampinot Kalea) donde se localizaba la casa Rameri (S. XVIII). En ese enjambre de calles de alerones salientes como viseras de chapelas de tez oscura, no faltaban terrazas a la puerta de algún bar con tertulianos tomando chiquitos. Ese poteo era típico del País Vasco y donde más lo iba a notar sería en el barrio marinero del pueblo (Fig. 10). Imaginaba cómo podría ser vivir en estas casas antiguas en invierno con fachadas en las que a duras penas daba el sol. Mientras, la Gastroteka Danonzat de la calle de Denda atendía comensales en mesas altas con taburetes en la misma puerta del establecimiento. 

 

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Fig. 6. Calles, callejones y callejuelas

Más tranquilo fue el paseo por el Baluarte de la Reina (Fig. 7). Conservaba dos patios unidos por un túnel. Aunque se podía hacer un recorrido por el foso de la muralla, la guía continuó la ruta por la calle del General Leiba donde se encontraba la Puerta de San Nicolás, que era la más antigua del recinto amurallado. Perpendicular a esta calle, la calle San Nicolás (Fig. 9) comunicaba directamente con la Plaza de Armas (Fig. 3). 

 

Fig. 7. Baluarte de la Reina

La Plaza de Guipúzcoa (Fig. 8) era un ensanche de reciente construcción que aliviaba la vista para contemplar edificios con clara impronta histórica a juzgar por los escudos de armas con heráldicas familiares conservados en las fachadas de algunas casas. El arquitecto sevillano Manuel Manzano Monís reordenó la trama urbana de esta plaza y de la villa, y restauró el recinto amurallado. Por todo ello recibió el Premio Europeo a la Reconstrucción de la Ciudad. 

 

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Fig. 8. Plaza de Guipúzcoa

De regreso paseé lentamente por la armoniosa calle San Nicolás (Fig. 9). Los diseños – estructura y color de las fachadas – herrajes y maderas de ventanas y contraventanas eran de un cuadro impresionista, donde las paletas de propietarios y vecinos habían alternado los colores de forma armónica y atrevida. Entre las fachadas, la Casa Mugarretenea, cubierta parcialmente de hiedra, parecía un canto a la sostenibilidad y al maridaje con la naturaleza. En la casa Eguiluz de la calle contigua Juan Laborda se alojaron, según la tradición, Doña Juana I de Castilla, llamada la Loca, y Felipe el Hermoso

 

Fig. 9. Calle San Nicolás

Bajé al barrio marinero por la calle San Pedro (Fig. 10). Todos los turistas, prioritariamente franceses, se habían dado cita aquí para saborear la cocina vasca. Llena la calle de bares y terrazas, las casas típicas se habían reconvertido en restaurantes que ofrecían en sus menús pescados en abundancia, reconociendo personalmente que la carne blanca de la ventresca de bonito al horno estaba muy sabrosa. De las callejuelas tranquilas del casco histórico, apenas transitado, había pasado a una bulliciosa Hondarribia. Era una eclosión de vida urbana con mezclas de lenguas, de olores – con prevalencia del ajillo – y de colores de los balcones corridos de las fachadas.

 

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Fig. 10. Calle San Pedro

Tranquilamente paré a ver cómo el barco de Hondarribia-Hendaya hacia su navegación con gentes de varios países en el Paseo Butrón. En apenas siete minutos el barquito iba de una orilla a la opuesta. Me quedé con ganas de gastar los 2 euros que costaba cada trayecto para ver desde el agua los tres pueblos que se asomaban al Bidasoa (Hondarribia, Irún y Hendaya), pero estaba en ruta y tenía que continuar con nuevas excursiones. El imponente barco pesquero Mariñel, varado sobre el asfalto, estaba siendo restaurado desde 2012 por la Fundación Arma Plaza y el Ayuntamiento dando testimonio de la actividad pesquera de este pueblo. 

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Fig. 11. Zona del Puerto y vistas de Hendaya

Hay un bloquero que ha dejado escrito un post con las 13 cosas que ver y hacer en Hondarribia. A mí, aunque no cogí el barco para ir a Hendaya, me faltó subir al Santuario de Nuestra señora de Guadalupe, patrona de la ciudad, que se convirtió en lugar de peregrinación de los hondarribiarras cada 8 de septiembre para conmemorar el Alarde de Fuenterrabía. Desde allí las vistas del monte Jaizkibel debían ser espectaculares y curiosas, porque allí terminaban los Pirineos. Será la próxima vez.

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