CU de la US
Luis Miguel Villar Angulo

Sóller (Mallorca)

El pueblo mallorquín de Sóller era costero. Situado en el noroeste de la isla, estaba embutido en la intimidante y húmeda Sierra Tramontana, que acumulaba agua en tres grandes embalses en una extensión de 1.000 km2. Acelerado por el Macizo Central francés, las rachas de viento frío tramontana aplanaban las olas del Mar Mediterráneo, limpiaban el azul del cielo y convertían la comarca de trece municipios en un paisaje cultural velado (Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco).

A 25 km por la Ma-10 se elevaba el Puig Mayor (1.445 m de altitud), pico tectónico más alto de Islas Baleares, con una pendiente de 6.1% en promedio. La instalación de un radar militar norteamericano en 1954 supuso la construcción de una carretera enmarañada entre crestas dentadas y el destrozo de la cubierta de encinar y otra vegetación para llegar a la cima truncada.

Había conocido municipios de la Sierra Tramontana desde Calviá en el suroeste a Pollensa en el noroeste de relieves abruptos y acantilados; había disfrutado de la localidad de Alcudia, que fuera inicio de múltiples excursiones por la Sierra, entre otras, conducir un coche de marchas por la enrevesada y curvilínea Ma-10, esquivar a cientos de ciclistas subiendo o bajando cotas de desniveles pronunciados y asistir a los actos litúrgicos del sugestivo Santuario de Lluc; había frecuentado el pueblo encantador de Valldemossa, asentamiento de músicos, poetas y pintores, en el oeste, y revisitado Sóller, colonizado por una agricultura descollante.

Primer viaje

Mi primer viaje Palma-Sóller (2018) lo hice utilizando el tren histórico (1912) que enfilaba apeaderos, Bunyola, túneles, un mirador y un viaducto hasta la localidad de Sóller. De entonces guardaba el recuerdo de unos jardines y huertas de limoneros que había grabado en video de la alquería de Alfàbia en las afueras del piedemonte de Bunyola, residencia del entonces virrey morisco de Mallorca, Ben-Abet.

La locomotora electrificada con vagones de madera se deslizaba por la vía férrea ora en línea recta atravesando la depresión central poblada de almendros y algarrobos entre yesos y margas ora siguiendo los cambios de rasante de un tobogán roqueño que raspaba imaginariamente las estribaciones calizas y dolomías serranas. Los asientos y respaldos de madera del vagón no me habían incomodado en el trayecto de una hora de duración. Las ventanas con cierres de guillotina facilitaban la visión de cortinajes rotundos de verdes pinos y primitivos acebuches. No recordaba la época del año en que hice el viaje, pero sí retenía en mi memoria las condiciones meteorológicas del oleaje de la zona costera que me impidió la navegación en un catamarán al Puerto de Sóller.

Historia del ferrocarril

Escuchaba la voz del guía sentado en el autobús mientras relataba la historia del ferrocarril en mi segundo viaje a la localidad. Pasamos por Sóller y fuimos directamente al Puerto de Sóller. Me cautivó la explicación del locutor con acento extranjero porque ensalzaba la fuerza de voluntad de un pueblo por conseguir una comunicación férrea con Palma, salir del aislamiento social y comerciar productos agrícolas de la zona.

La barrera inhóspita de la Sierra de caliza jurásica parecía infranqueable. Ni siquiera el ministro mallorquín Antonio Maura los había ayudado económicamente, porque el tendido de la línea férrea entre Sóller y Palma no llegaba a la distancia mínima imprescindible para entrar en la convocatoria ministerial.

Las disputas entre los promotores privados y la institución ministerial quedaron aparcadas cuando se añadieron los 4 km de tranvía (1913) entre Sóller y el Puerto de Sóller. Sin duda, la red ferroviaria de la isla en forma topológica de árbol fue la consecuencia de una actitud inversionista de carácter especulativo, a la que no estuvo ajena el ramal Sóller-Palma, que fue rentable hasta los años 30 y continua siéndolo en la actualidad bajo iniciativa privada (Ferrocarril de Sóller S.A.), transportando más de un millón de pasajeros al año. Desde 2020 se encontraba integrado en la European Federation of Museum & Tourist Railways (FEDECRAIL), que aglutinaba museos y ferrocarriles europeos, al considerar al de Sóller como el tren turístico más importante de España.

Puerto de Sóller

El cielo de la mañana era una mezcla de sol y nubes en el Puerto de Sóller. La estación terminal del tranvía estaba situada en la calle de la Marina frente a las pasarelas del puerto deportivo, abarrotado de amarrados barcos de pesca, veleros, lanchas de recreo y catamaranes de excursiones marítimas. Al fondo de la marina se encontraba el muelle pesquero y por encima de este el Museo del Mar, ubicado en una iglesia del s. XIII. La urbe se extendía por el otero en hileras ascendentes de casas formando un arco mirando al mediodía, que tan magistralmente había plasmado Santiago Rusiñol, en óleos con colores pastel, como El Puerto de Sóller.

En los balcones de algunas casas de época de pintura satinada y mate colgaban banderas turcas rojas con la media luna menguante, otra con la cruz cristiana y la mallorquina de cuatro barras rojas sobre fondo amarillo y otra franja vertical con un castillo de cinco torres. Luego me enteré que el segundo mes de mayo de cada año se celebraba la fiesta popular Es Firó, representación que conmemoraba el aviso, desembarco, defensa, batalla de Pont de’n Barona, batalla se Avinyona y desenlace con la victoria de los sollerics contra los corsarios turcos y argelinos el 11 de mayo de 1561; conmemoración que se extendía a dos mujeres valientes (Les Valentes Dones) que mataron a dos musulmanes con una barra presumiblemente de forja para atrancar puertas.

El tranvía

Después de pasear por la Marina, mirar escaparates y expositores de productos nativos, contemplar algunos recuerdos monumentales y advertir los diálogos en mallorquín de mantenedores de cascos y sentinas de embarcaciones, regresaba en el tranvía a Sóller. La lentitud del tranvía facilitaba la contemplación de la Platja d’en Generós y el Passeig Es Traves, colmatado de veladores. Abandonaba la Platja d’en Repic a la derecha, recorría campos y huertos, como el de Vinyassa, que estaban intensamente verdes moteados por los colores de naranjos y limoneros, y pausaba la velocidad en los aledaños de la localidad.

La entrada a Sóller se hacía por corredores tan estrechos que se podía dar la mano a los moradores de las viviendas. Conforme la locomotora se acercaba a la Plaza de la Constitución, la multitud cruzaba las vías, se agrupaba para visitar la roqueña y grisácea fachada de la Iglesia de Sant Bartomeu (iniciada en 1236 y terminada en 1785) o se agolpaba en las terrazas. A los paisanos y turistas ni los pillaba por sorpresa el chirrido de los raíles ni las ráfagas de pitidos de la locomotora cuando atravesaba la aglomeración en la tupida Av. des Born entre la Iglesia y el Ayuntamiento.

Sóller

Los fulgores comerciales se asentaban en el Carrer de Sa Lluna en una de las salidas de la Plaza de la Constitución. Era el principio de un deambular ininterrumpido de gente y turistas haciéndose fotos alrededor de una fuente que tenía como fondo las fachadas modernistas y en armonía del Banco de Sóller y la Iglesia de San Bartolomé junto a la portada barroca del Ayuntamiento. Todo resultaba trabado de gente en cualquier terraza o esquina de calle.

Iglesia de San Bartolomé

El tiempo parecía que se escapaba a unos turistas que taponaban el atrio de la iglesia. La dureza de la piedra modernista proyectada en 1904 por el discípulo de Gaudí, Juan Rubió i Bellver mantenía las reminiscencias góticas en un rosetón y dos arcos ojivales. El interior conservaba la traza gótica de planta rectangular de nave central con bóveda de crucería y siete capillas a cada lado entre contrafuertes (véase algunas de las capillas del templo más abajo).

En el exterior el campanario situado en el lado de la epístola era gótico. Por debajo del rosetón sobresalía un órgano del s. XVIII que funcionaba todos los sábados. La talla de madera policromada de San Bartolomé en una hornacina con copiña y la Virgen del Bon Any eran los copatronos de Sóller. Además, el patrón se había representado como imagen en el parteluz de acceso al templo.

Destacaban aquellas figuras patronales en sendas hornacinas en el retablo mayor, situado en el presbiterio, como también se había representado a San Sebastián en una capilla dentro de una hornacina con venera en el ala de la epístola. Salí impresionado por la abundancia decorativa de la iglesia, Monumento Histórico Artístico, catalogada como Bien de Interés Cultural.

El tren

Retenía algunas de las imágenes de las capillas cuando el tren me deparaba nuevas vistas que sobrevolaban Sóller desde el Mirador del Pujol de’n Banya. Las agujas modernistas de la fachada y el campanario gótico de la Iglesia de San Bartolomeo eran inconfundibles; se elevaban por encima de los tejados del resto de las edificaciones marcando el epicentro espiritual de la localidad.

El tren había atravesado trece túneles (desde 33 m de longitud el más corto hasta 2,8 km el más largo y algunos viaductos, siendo el de Cinc-Ponts, el más famoso por sus cinco arcos de medio punto y 52 m de largo). Volvía a ver la planicie, los algarrobos y los almendros. Absorto, recordaba los tranvías cremallera en que me había montado para escalar cuestas y montañas, las locomotoras a vapor y los vagones de madera de mi infancia, y las señales que advertían: “Cuidado con el tren”. No decía palabras. Sóller invocaba los recuerdos que se abandonaban en mi memoria.

 

Puerto de Sóller

 

San Bartolomé en el atrio de la Iglesia de San Bartolomé. Carrer de Sa Lluna. Ayuntamiento. Casas. Vista de Sóller desde el Mirador del Pujol de’n Banya.

 

Iglesia de San Bartolomé. Capillas

Fachada. Nave central. Órgano. Capilla de San Pedro. Capilla del Rosario. Capilla de San Sebastián. Capilla de San Antonio Abad. Altar Mayor. Capilla de San Juan Bautista. Capilla de la Purísima. Capilla de la Virgen del Carmen. Capilla de la Virgen de los Dolores

Luis Miguel Villar Angulo
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