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Luis Miguel Villar Angulo

Explorando Guernica

Repensando la identidad de Guernica

Cuando las audaces nubes avanzaban por el cielo, todas ellas agrisadas, partíamos del letargo matutino bilbaíno por la AP-8 hasta Amorebieta y después encaminábamos la BI-635 en dirección a Guernica-Lumo. Al norte de este pueblo las colinas se alzaban con bosques de frondosas en los que no resonaba el ruido de un hacha. Había oscuras hondonadas por donde discurrían arroyuelos, y en las laderas menos agrestes se asentaban caseríos de labor y troncos de pinos radiata aserrados y apilados. A corta distancia los pinos se erguían como legiones de centinelas de madera.

Después de la destrucción parcial de la ciudad por el bombardeo el 26 de abril de 1937, Guernica-Lumo era moderna de edificios y rendía tributo con pinturas, murales y museos a recuerdos reparadores de acontecimientos intranquilizadores. Desde el parking Zearreta y siguiendo la calle Carmelo Echegaray dimos con la Casa de Juntas de Guernika, alzada sobre un murete con un panel de valla de hierro forjado. Reservada una hora para la visita del interior de la Sala de Juntas, salimos a pasear al aire libre.

Patrimonio y valores culturales

La zona donde se ubicaba la Casa de Juntas era el cogollo urbano: la parte más interior, apiñada, alta e histórica de la villa. Los secretos de los originales días de esta localidad se fundían en el Museo de Euskal Herria, sito en el Palacio del Conde Montefuerte, el Palacio Alegría, que estaba abierto desde 1991 en la calle Carmelo Echegaray. Seguro asilo de la historia de rumbos conocidos y muestrario de los brillos de la cultura vasca.  

Las confidencias de la cultura de la paz y la reconciliación se desleían con la erudición de los sobrevivientes del trágico bombardeo en el  Museo de la Paz de Guernika, abierto en 2003, y de su resiliencia para reconstruir sus vidas personales y rehabilitar la comunidad. 

Mayor reserva exudaba toda la mole de piedra y mampostería de arte gótico de las jambas y arquivoltas en la bocina de la portada de la Iglesia de Santa María (1449); en la espadaña de tres cuerpos de estilo barroco (1775),  en el coro de diseño renacentista, y en las robustas columnatas jónicas del interior, que marcaba el hito de la Villa Foral y la soberanía de la anteiglesia de Lumo.

A pocos pasos se levantaba el Mural del Guernica de Picasso (1997) que reproducía a tamaño real las proporciones del óleo original sobre lienzo (3,49 m x 7,77 m), y expresaba el deseo de los guerniqueses de que el cuadro regresara a la ciudad, según rezaba en una inscripción (El “Guernica” a Gernika). Había visitado muchas veces el mural de Picasso desde su primitivo albergue en el MoMA de Nueva York (1981), donde se había expuesto durante 42 años, hasta regresar al madrileño Casón del Buen Retiro y alojarse definitivamente en el Museo Reina Sofía de Madrid en 1992.

Afortunadamente, este Museo dedicaba textos, imágenes e historias orales en Repensar Guernica que hacían muy vívida la historia del cuadro, cuyo significado se había abierto a múltiples interpretaciones. Cuando Picasso estampó los nueve personajes que aparecían en la tela (toro, la mujer con el niño muerto, el guerrero, el caballo, la paloma, bombilla, la mujer con el quinqué, la mujer coja y mujer en llamas) eran símbolos que los espectadores debíamos interpretar: desde la libertad, la paz y la espiritualidad de la paloma, a la esperanza, la claridad, la iluminación y verdad del quinqué o la destrucción de las llamas…, y así ha ocurrido en el pensamiento crítico de la gente desde la presentación del mural en el Pabellón Español de la Exposición Internacional de Paris (1937).

En los aledaños al Museo, un espacioso jardín, el Parque de los Pueblos de Europa sintetizaba los cuatro ecosistemas de la Euskadi Atlántica: hayedo, robledal, encinar y vegetación de la ribera. Allí posaban monumentales las esculturas de hormigón del vasco E. Chillida (“Gure Aitaren Etxea”, La casa de nuestro padre, 1988) y el bronce del británico H. Moore (“Large Figure in a Shelter”, Figura grande en un refugio, instalada en 1990). Claro y brillante, Chillida había representado obras impregnadas de los valores de tolerancia, respeto y fraternidad en el recinto museístico Chillida Leku, verdadero hogar ajardinado de hayas, robles y magnolios del artista, ubicado en Hernani. La hormigonada obra La casa de nuestro padre hacía referencia a distintos significados, desde lugar de reunión, metáfora de la familia vasca a legado transmitido por generaciones anteriores como herencia cultural. Me inclinaba por este motivo como inspiración del artista. 

Gure Aitaren Etxea (Chillida) y Large Figure in a Shelter (Moore)

Atrapa y lanza la pelota en cesta punta

Nada de lo que veía en aquel momento se podía comparar, en lo que a aglomeración respecta, con la cancha más grande de Europa. El ruidoso Frontón Jai Alai: Cesta Punta, abierto en 1963, era también conocido como la “Catedral de la Pelota”. Visitado en los años setenta del siglo pasado, me había dejado una huella indeleble en el oido por los lanzamientos de pelota con la chistera y rebotes en la pared que alcanzaban 300 km de velocidad. Aunque había visto pelota mano y pala corta, ninguna modalidad alcanzaba para mi afición el carácter de fiesta alegre (jai alai) que la punta de cesta

Juntas Generales bajo un roble

Las erectas columnas del edificio neoclásico de la Casa de Juntas guardaban las esencias del Pueblo Vasco. Con el aroma del robledal, el vientecillo invernal mostraba las hojas caídas de color verde intenso en el haz y más pálidas en el interior con los nervios resaltados.

A la sombra de las amplias copas y troncos leñosos de los robles, los habitantes del Señorío vasco se reunían en asambleas para dilucidar el ámbito y alcance de sus libertades y fueros. Con el tiempo convinieron los moradores que el roble de Guernica fuera el sempiterno rodar de las palabras. Y del pie del roble al interior de la Casa, el silencio y los debates sobre privilegios, derechos y garantías seguían vibrando como una abstracción mística en el nombramiento de los cargos de Lehendakari y Diputado General de Vizcaya.

A ritmo de zorcico

El viejo roble plantado en 1742 hasta que murió en 2004, seco y ajado de tronco, se había plasmado como himno a partir de las estrofas en ritmo zorcico del versolari J. M. Iparraguirre y música de J. M. Blas de Altuna y Mascarua (Gernikako Arbola). Imaginaba la interpretación del himno con chistu y tamboril, acompañado de una danza del ciclo Dantzari Dantza en la celebración de los cargos institucionales de parlamentarios y diputados.

El tronco del roble viejo ocupaba el centro de un templo monóptero, constituido por una columnata circular en el jardín; una construcción que recordaba la arquitectura griega del Tholos de Atenea Pronaia en Delfos. En la modestia humilde del edificio de un orden dórico sencillo resonaban los juramentos asamblearios más activos del Señorío. Al nuevo roble plantado en 2015 los partidos políticos tributaban solemnes ritos ante la tribuna juradera.

Una vidriera de colores techaba un espacio de la Casa de las Asambleas con imaginería de marineros, mineros y agricultores contemplando las tablas de leyes ancestrales presentadas por un señor ante un edificio columnado. En la misma sala, el tríptico “Tierra vasca, Lírica y Religión” (1922) de Gustavo de Maeztu rememoraba en óleo sobre lienzo la fatídica “Galerna del Sábado de Gloria” (1878) que costó la vida a marineros vascos y cántabros.

Estatua de bronce de Iparraguirre en Guernica. Vidriera en el techo de la Casa de Juntas. Árbol actual. Templete columnario con el tronco del viejo roble

 

Sala de Juntas. Tierra Vasca, Lírica y Religión de Maeztu. Biblioteca

Gastronomía de pinchos

Se acercaba mediodía y era costumbre tomar vinos y pinchos. Paseando tomé fotos de un edificio con una torre prominentemente decorada y soportales en la planta baja para guarecerse de las inclemencias de la lluvia. Un escudo de armas, ubicado en una fachada de piedra, presentaba los elementos heráldicos clásicos: corona, leones, cuarteles con llaves y castillos. Linajes de prestigio y renombre y casas modernas de arquitectura imponente.

Seguimos el ejemplo de otros paisanos que se arremolinaban en los bares cercanos a los Jardines del Ferial para charlar con viejos conocidos y degustar pinchos típicos de la zona. (Me gustaban sobremanera los revueltos de hongos y el bacalao a la vizcaína). Sin mucha dilación gastronómica, nos aproximamos después de viajar 25 km a la Ermita de Gaztelugatxe sobre una roca arrebatada al mar, bajo un azul intenso, y regresamos como aves nativas a la rama vizcaína.

Iglesia de Santa María. Escudo heráldico. Edificio. Paisaje de la Ermita de Gaztelugatxe

Luis Miguel Villar Angulo
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