CU de la US
Luis Miguel Villar Angulo

NOSTALGIA. DESDE SANTIAGO DEL TEIDE A LA OROTAVA (TENERIFE)

Vista del Teide desde el valle de La Orotava

Las ascuas de un fuego infernal rojizo detrás de un negro y extenso pinar humeaban a finales de agosto de 2023 en las cumbres de once pueblos tinerfeños…

Santiago del Teide

En una explanada soleada destacaba la silueta de la Real Parroquia Matriz del Santo Rey Fernando (1679) de la histórica Villa de Santiago del Teide en su encalado color blanco, con una torre campanario de doble cuerpo enmarcado de piedra donde el reloj de pared marcaba las 12:47 h. Era la temporada de floración de los ciruelos cuya fragancia soñaban mudos los visitantes, porque preludiaba la primavera. Las ramas de los ciruelos vestían del rojo al violeta y simbolizaban sus flores el renacer de un nuevo año, una esperanza a la vida.

Aunque el tejado de la iglesia a dos vertientes era de barro, las semiesferas y los remates de la torre de dos cuerpos y del campanario menor eran de nívea pulcritud. A los pies del templo un balcón cerrado o galería de madera mantenía la tradición canaria del mirador, posiblemente para observar procesiones y actos religiosos.

Aunque el templo reformado era del s. XVII, su asentamiento sobre la antigua ermita de Santiago había dado nombre a la parroquia actual.

En un banco del interior de la Iglesia y al borde del presbiterio veía la imagen tardogótica del Cristo del Valle, y en el lado de la epístola sobre un pedestal la figura de Santiago ecuestre que daba titularidad al templo. Era la zona iluminada de la única nave que cubría las vertientes con techo de madera y los casquetes blancos sobre arcos de medio punto. En una capilla lateral una imagen vestida de la Virgen coronada sostenía al Niño Jesús. El color moreno del rostro y manos de la divinidad simbolizaba los orígenes de la humanidad dando la vida y el ser a su hijo.

No podía imaginar en el retablo de mis sueños e imágenes tomadas del pueblo del oeste de Tenerife, siempre volcánico y en tramos con barrancos, que el fantasma del fuego provocado por el hombre era diametralmente opuesto de la impredecible lava del volcán Chinyero (1909) de las cumbres de Abeque, que había sido la última erupción de la isla. En la actualidad, conformaba la reserva natural especial del Chinyero.

Aquel mediodía pensaba en los juncos lánguidos o los sauces tristes de los menceyatos de los guanches. Allí, en la Placeta de Santiago del Teide, junto a la escultura del guanche Alonso Diaz, hijo del mencey de Adeje, Diego Diaz Pelinor, que gobernó durante la conquista de la Corona de Castilla en el s. XV, obra en bronce de José Abad, se conmemoraba al último de los guanches en aura broncínea.

Real Parroquia Matriz del Santo Rey Fernando

Con ese fantasma dentro del ánimo colectivo, los 11.101 santiagueros (2021) caminaban sobre los espacios protegidos de la zona bajo el sol abrasador del verano. Recordaban las amarguras del secarral del monte los Escobones aliviado por la floración de escobones de color verde azulado y brezos de color rosa purpura, y las nuevas lágrimas vertidas de los olorosos amagantes de pinar del pago de Arguayo, cuyos 535 arguayeros (2020) daban cobijo a los senderistas ofreciéndoles los secretos de los almendros en flor en enero y febrero.

Parque Nacional del Teide

Me había asomado en otra ocasión a los misterios del Parque Nacional del Teide, escuchando el eco del salmo devastador del Teide, avizorando los colores del alcaudón dorsirrojo, humilde y solitario o siguiendo las estelas de los aleteos ágiles y rápidos del pinzón azul. Había conocido el laberinto de sus ríos de lava que habían socavado las planicies donde ahora florecían las tabaibas blancas,  los suculentos verodes y los tajinastes rojos vagando por Las Cañadas hasta que la humedad despertaba la hierba pajonera.

Verodes, retamas, coníferas sobre nubes, vista del Teide y tajinaste rojo

Tajinastes en el Teide

El Tanque

¿Nos vamos? – me preguntó mi anfitriona al notar mi ensimismamiento con el paisaje. Ante mi gesto afirmativo, llené mi mirar de asombro por la curvilínea y empinada Tf-82 atravesando los bancales del campo con formaciones de granadillos del municipio de El Tanque de inclinadas cuestas con fondo volcánico verdeados por variedades de pinos (radiata, halepensis y canariensis), que en la actualidad dejaban cenizas en los labios, y brisas húmedas de los alisios que llenaban mis recuerdos.

Icod de los Vinos

Conocía de anteriores visitas Icod de los Vinos (23.316 hab) y, en particular, el Drago Milenario, Monumento Nacional (1917) y símbolo de Tenerife, con unas dimensiones excepcionales en la base perimetral (20 m), altura (18 m) y diámetro de copa (20 ~ m) y una antigüedad aproximada de 700 años. Era inimaginable el número de florecillas de cualquier alborear de primavera porque se calculaba en más de mil quinientos ramos de flores los que se podrían atar de sus exuberantes inflorescencias. Para mi mente, recubierta de cano hilo, recordaba la suave pendiente desde el bosque de pinos al mar que actualmente rezaba tristeza, odio incendiario con ondas de pena. Aquel día tenía la sonrisa tras contemplar la Iglesia de San Marcos donde bullía el contenido artístico de la imaginería en altares y capillas. Fuera, el manso viento hacia temblar las frondas de la plaza.

Los Realejos

Tremía Los Realejos (36.405 hab (2018), de orografía alta y acantilada, en mi mente cuando miraba al mar, porque sentía la oscilación de las pisadas arrebatadas tras los dos Realejos (Alto y Bajo). Pasajera parada ante el primer templo católico de la isla (Santiago Apóstol, 1496 aprox.) para contemplar en fugitiva visión el valle de la Orotava desde algunos de sus miradores (El Lance, San Pedro, La Corona); picotear en uno de los guachinches de la zona y parar a degustar un vino de la variedad de listán blanco procedente de cordón trenzado, semidulce, con aromas que recordaban frutas frescas de verano. 

La Orotava

Había hecho muchos pasos en La Orotava. Mis piernas se iban acostumbrando a los desniveles de las calles y a las trazas de sus barriadas como serpentinas, a mirar los barrancos secos de los ríos y los edificios emblemáticos de la villa.

No seguimos ninguna de las dos rutas recomendadas por el Ayuntamiento. Fue una tarde que presagiaba melancolía. Entonces el viento traía perfume de gofio recién molido y tostado, y ahora el dolor de las campanas… doblaban llorosas y lejanas en once municipios (La Orotava, La Matanza, La Victoria, El Sauzal, Güímar, Arafo, Candelaria, Santa Úrsula, Tacoronte, El Rosario y Los Realejos) de irrespirable aliento de humo y alquitrán para 12.279 personas desalojadas por el bosque quemado. No quería recordar la montaña verdosa y ahora roída. Los pinos y cedros tronchados aun soñaban con el sol y la sonoridad del mar en la fúlgida niebla de cenizas blanquecinas.

Vista del Teide sobre pinares, costa en Buenavista, oleaje, Mencey Pelinor, Basílica de Ntra. Sra. de Candelaria y pueblo

 

Retazos históricos

Mi anfitriona me llevó a conocer la ubicación del molino de gofio donde ella compraba el apreciado trigo tostado. Estaba cerrado el trapiche en aquella tarde soleada que levemente deslumbraba. El lavadero de San Francisco, del s. XVI, vacío de orotavenses villeras, desplegaba lavaderos y unos paneles fotográficos con ilustraciones antiguas que recordaban cómo eran las tardes de polvo y sol para aquellas mujeres lavanderas. Los sibilantes cerrajones de los tejados tenían las inflorescencias abiertas en grandes capítulos de color amarillo. Los dos edificios tenían una arquitectura rural singular de la isla. En el jardín Drago Escobar se elevaban ejemplares del árbol legendario isleño con sus copas bien amarradas, hinchadas sus yemas del ramaje, sin presentir que los altos pinos serían incienso en purpurinas llamas.

Lavadero de San Francisco, fotografía, molino, acceso a lavadero, drago y cerrajón

Alfombrismo

La seña de identidad de La Orotava que primero había conocido años atrás eran sus alfombras efímeras en una fiesta del Corpus Cristi, Bien de Interés Cultural (1957), de un mes de mayo. La conjunción de brezo, flores y tierras de naturaleza volcánica del Parque Nacional de las Cañadas del Teide habían sustituido las flores frescas. En los adoquines de la Plaza del Ayuntamiento emergía el sueño ingrávido del alfombrismo orotavense ocupando 870 m2, auténtico récord Guinness, cuyo diseño histórico se había expandido a otras plazas y calles.

 

Alfombras y Ayuntamiento

Edificios nobiliarios

En la adoquinada calle San Francisco, quietas fachadas efundían sobre las paredes un color ocre, y cercanas e inertes, ventanas y balcones de señorío romántico guardaban en sus patios delicadezas artesanales. La Casa de los Balcones o Casa Méndez Fonseca (1632-1675) en el nº 5 de la calle tenía un balcón corrido de madera labrada en la tercera planta y balcones en equilibrada armonía donde se exponían trabajos de calado, cestería, bordados y trajes típicos. La madera de tea de pino canario era el material usado para el interior. Siempre me había deslumbrado la brillantez en el acabado de los torneados de una madera que todavía destilaba resina. Subiendo la calle y en el nº 3, la casa aristocrática de Jiménez Franchy (1642) albergaba en la actualidad el Museo de las Alfombras.

Un café reconfortante en el Hotel Rural Victoria sirvió de ejemplo para conocer un patio interior revestido de azulejos con apoyos de madera sobre zapatas de piedra, manteniendo en el exterior de tres plantas ventanas de madera y el consabido balcón abierto sobre un óculo decorado y la puerta de acceso. La Casa Torre Hermosa (s. XVII) se singularizaba por un balcón labrado que remataba la fachada con ventanas de guillotina, como así era el estilo en la Casa de los Benítez de Lugo y Vergara.

Paseando por la calle Inocencio García, nos detuvimos delante de la Casa Salazar (Universidad Europea de Canarias), reformada en 1910 con un sesgo hacia cierto modernismo ecléctico. Tenía una balconada rematada en arcos apuntados como si el arquitecto retorciera el gusto de la época habilitando un estilo neogótico que se acentuaba con la representación de un yelmo, escudo heráldico y florones en el ático. Llamaba la atención, igualmente, que el balcón cerrado con cristalera fuera metálico, contrario al uso de la tea de pino de otras edificaciones.

Caminando en dirección a la calle Tomás de Zerolo, nº 3, contemplábamos la Casa Llarena Cullén, s. XVIII, posteriormente reformada en el s. XX, que daba valor a los elementos de la arquitectura vernácula. Y en el nº 14 nos detuvimos ante la Casa Machado y Llarena de estilo barroco. Tenía un ático con decoración sobrecargada en color blanco como la cerrajería de los balcones que contrastaba con el color ocre de las paredes del edificio. Era un edificio muy diferente de las humildes y coloreadas construcciones (añil, rojizo, ocre…) de la Villa de Arriba, normalmente de una planta, sobrias en el exterior que acumulaban corrales en la trasera para el ganado y donde los laberintos de mi mente torcían las calles en callejas.

 

Casas con fachadas coloreadas de la Villa de Arriba, Casa Llarena Cullén, Casa Machado y Llarena, Hotel Rural Victoria, Casa Méndez Fonseca, Casa de los Benítez de Lugo y Vergara, Casa Torre Hermosa, y Casa Salazar (Universidad Europea de Canarias)

Templos

Al principio de la calle Tomás de Zerolo, vestía de piedra la torre campanario de la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán. De frente, dobles puertas de madera enmarcadas en arcos de piedra de medio punto en la entrada con dos ventanas de medio punto, marcos de piedra y cristalería. Dentro de la sencillez del templo dedicado al culto, el retablo lo presidía un Cristo crucificado en medio de dos figuras. El Museo de Artesanía Iberoamericano de Tenerife-M.AI.T. estaba cerrado por la tarde. Me tuve que contentar con la visión de las imágenes del establecimiento en internet, llamándome la curiosidad el enorme espacio reservado al claustro.

Parroquia de Santo Domingo de Guzmán

A poca distancia de la citada parroquia se levantaba la Parroquia Matriz de Nuestra Señora de la Concepción(1768-1778), Monumento Histórico-Artístico de categoría nacional. Aquel día no me parecía la iglesia barroca sombría en el interior, porque el cimborrio de la cúpula revestida de vidrieras de colores no dejaba que se muriese el día en su interior. Tenía dos torres, un reloj y campanas que ahora tañían con reflejos mortecinos por los bosques convertidos en huesos blanquecinos. Aquella tarde brillaba la Basílica de la Orotava que años más tarde tendría luz de tea como una pesadilla. Caía la tarde en el interior del templo contemplando el tabernáculo genovés; ya el cenit declinaba en el Retablo del Señor Preso y la Capilla de la Candelaria estaba fríamente iluminada. Tuve allí la sensación de que las columnas robustas que sustentaban los arcos eran pinos yertos y que las gárgolas de la fachada vomitaban llorando la fronda marchita del bosque cercano.

 

Parroquia Matriz de Nuestra Señora de la Concepción

Distendidos en el verdor de la espesura del valle de La Orotava en 2020, tres años más tarde un incendio presuntamente provocado había incinerado las agujas verdes de pinos y cedros del monte. La fatiga de ahumados terrosos, la zozobra de la resina errabunda por la ladera esperaba con insomnio la lluvia delicada que reconfortara en sus vuelos distintivos a canarios, cernícalos vulgares, mirlos comunes y aguilillas.

 

Los árboles en sombra segregaban voz. Silencio. Mis oídos no escucharon los pasos de mi anfitriona sobre el sollozo de un brezo mojado.

 

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Luis Miguel Villar Angulo
A %d blogueros les gusta esto: