CU de la US
Luis Miguel Villar Angulo

Mahón (Menorca)

En Menorca no había autovías. Nada de prisas cuando iba de la capital Mahón a Ciudadela separadas por 44 km. Así que nada de velocidad. Las tres visitas a la isla habían coincidido con el final del invierno o principios de primavera. La temperatura casi siempre rondaba los 13 grados. El viento no había aparecido todavía en el ambiente. Inicié mi ruta deshilvanada de fechas e itinerarios desde la playa Arenal d’en Castell, al norte de la isla. Los 21 km que me separaban de Mahón se hacían en 25 min en un terreno liso con parcelas tapiadas y de un verdor prometedor de buena reserva hídrica. No me atrevía a conducir a más de 2000 rpm (revoluciones por minuto) en un coche de alquiler de 80 CV (caballos de vapor).

Por las calles de sentido único de Mahón, con bolardos en una acera, el suelo adoquinado y casas bajas, mi obsesión era encontrar una plaza para asegurar el coche de multas urbanas. Sobre un poste, las direcciones de calles e iconos monumentales me apuntaban el pequeño laberinto de la ciudad vieja. Con expectación encontré un estacionamiento en la Plaza de la Explanada, al lado del Ayuntamiento.

Por las calles del casco antiguo

Calles de Menorca

¡Helo ahí, el Ayuntamiento!, un edificio esquinado con una escalinata como acceso principal y dos enormes balcones que coronaban un reloj en el piso superior que había traído el gobernador inglés Richard Kane. Sobre la cubierta, un campanile hacia sonar las horas. Aunque del s. XVII, el edificio había sido reformado en estilo barroco afrancesado por el reconocido ingeniero Fernández de Angulo en 1789. El ala norte de la Plaza de la Constitución tenía dos puertas de acceso y el primer piso destacaba por sus nueve balcones de hierro forjado, su decorada fachada encima del balcón central y su simetría compositiva de ventanas y balcones del exterior. Un arte de palacete cortesano impostado, que mantenía la tradicional arenisca balear de piedra marés. Una muestra de la versatilidad de estilos de algunos edificios y monumentos de esta isla legendaria.

Ayuntamiento. Vista exterior

A pocos metros y con la misma orientación del ala descrita del Ayuntamiento, la Iglesia de Santa María, levantada a finales del S. XVIII sobre otro edificio gótico del S. XV, de formas macizas, guardaba vestigios góticos en una de las portadas y en el interior abovedado. Su elemento interior más llamativo era el órgano, no solo por el gran tamaño y los 3006 tubos, sino también por la amplia gama tonal y el color sonoro (timbre) que había facilitado la celebración de conciertos de órgano en el templo. Allí, tenía su sede la Cofradía del Santo Sepulcro con una talla del siglo XVII, destruida en la Guerra Civil, y estrenado el nuevo paso y la enculturación de la imagen del Yacente en 1940.

Iglesia de Santa María. Vista exterior

 

Iglesia de Santa María. Interior e imaginería

 

Iglesia de Santa María. Vista del órgano

A la salida de la iglesia volvía a ver reminiscencias de la dominación inglesa que los menorquines habían rescatado de su antigua presencia. Así era el Principal de guardia, otro edificio barroco de líneas sencillas diseñado por el mismo ingeniero vasco que proyectó el Ayuntamiento.

La lisura era la seña de identidad de los edificios reconstruidos sobre antiguas propiedades. Tras una reforma de la Can Mercadal, actualmente dedicada a la venta de sandalias de esparto en otro establecimiento, la actual Biblioteca Pública de facciones arquitectónicas clásicas con ventanas en torno a un eje simétrico rematado en frontón a la manera de un templo griego, conservaba más de 60.000 volúmenes, incunables y otros documentos oficiales, propios de la archivística isleña. En la misma Plaza de la Conquesta, el  Monumento a Alfonso III tenía un valor simbólico por encima del escultórico que había dejado el imaginero Frederic Marès. Además de conquistador de la isla en 1287, le otorgó a la ciudad el rango de núcleo urbano amurallado.

A pesar del aire fresco de la tarde, me decidí a caminar por la extendida calle Isabel II esperando acariciar con la mirada tres edificios: el Gobierno militar, que fuera palacio del gobernador en época inglesa, y que, pintado de blanco, suavizaba la apariencia del alcázar antiguo. No quería perderme una visita a la Iglesia de San Francisco. Del cielo nublado se desprendía humedad que se posaba en las narices y me provocaba estornudos. De la fachada se conservaba una torre, varios óculos y la portada abocinada, datadas en 1775. Un relieve barroco adosado al muro de la portada recordaba la Anunciación. Antiguo Convento de Jesús (1459), desamortizado en 1837, solo pude recordar su magnitud paseando por las pandas del claustro de planta cuadrada reconvertido en Museo de Menorca de tres plantas con más de 200.000 objetos.

Vislumbraba al ralentí las bóvedas de crucería y los arcos ojivales. Eran las postrimerías del gótico. Con el tiempo, se fueron combinando estilos en los procesos reconstructivos: cúpula semiesférica lisa, portales neoclásicos de acceso a capillas, decoraciones florales en columnas, y pinturas en grisalla que perfilaban la vida del santo. El conjunto reflejaba el desorden fraguado según unos gustos de época que miraban al pasado. Construida la puerta perforada en estilo renacentista, la trompeta de piedra pretendía ser románica.

Iglesia de San Francisco

A la salida de la Pla des Monestir observaba atónito el silencio, quietud y despoblación de la calle S’Arrabal, al punto que no reparé en la antigua Iglesia de San Antonio reconvertida en un espacio cultural de una entidad privada. Como simple espectador, me detuve ante el Puente de San Roque (s. XIV) que testimoniaba con dos torres y un arco la antigua muralla. Era el vestigio más perceptible de la ciudad vieja. En el intramuro se abrían recoletas placitas abrigadas de vientos marinos con mezclas de voces de paisanos hablando mallorquín.

Puente de San Roque

Me detuve contemplando las esculturas levantadas en honor a Mateu J. Orfila, del que no había oído hablar por ignorancia, a pesar de haber sido el científico mahonés que había hecho camino de la toxicología. Además de científico, era cantante. Un prodigio del S. XVIII. Justo era el reconocimiento de su ciudad natal en una placita que no me esperaba. A los interesados en esta disciplina, les recomendaría la lectura del documento Entre la ciencia y el crimen: Mateu Orfila y la toxicología en el siglo XIX para conocer la trascendencia de su prolijo y avanzado discurso científico. La imagen poética de las esculturas Mediterrania y Campesina señalaban rutas a la vida marina e interior de los casi 30.000 h de la isla que se combinaba con el comercio (Can Mercadal) y con casas que tenían apariencia de abolengo.

Mateu J. Orfila, Mediterrania, Estatua de una campesina, Destilerías Xoriger

Esta condición de linaje la tenía la Casa Francisca Martorell, premiada por el Ayuntamiento, aunque el arquitecto la había trazado a principios del S. XX en un maridaje gótico con una ventana ojival. La Plaça del Princep era de color ocre con el verdor de las contraventanas. Me senté en un banco delante del edificio y parpadeé los ojos para ver la tranquilidad del espacio vacío.

El destello de la luz en la vidriera de la Casa Mir cuando bajaba por la escalinata de la Coste sas Voltes parecía una coraza liquida entre muros blancos y ocres que miraban la bahía y el muelle de poniente. En consonancia con el modernismo, otros edificios situados al oeste de la bahía habían adoptado estructuras acristaladas similares, que se observaban paseando a ras del paseo del muelle de Poniente. Intenté orientarme sin que nadie me echara una mano antes de que tuviera la vaga sensación de cansancio. Mi destino era conocer las destilerías de ginebra que eran un legado artesanal de la época de la dominación inglesa. Tenían fama las destilerías Xoriger de ser las más antiguas de España por sus alambiques de 250 años de antigüedad y su receta (1736). Después de haber rozado con los labios la arista de los vasitos a manera de leves catas, el regreso a la ciudad vieja se me hizo realmente cuesta arriba.

La claridad del día sobre la lámina de agua de la bahía derramaba cierto frío invernal. Quería conocer el reclamo que los mercados ejercían para atraer a los vecinos en Sa Plaça. Pasé primero por el Mercado del Claustro del Carmen, que era la antigua galería del convento del Carmen, después de que éste hubiese sido desamortizado en 1835. Las alas del recinto cuadrado con ménsulas enculturadas albergaban 30 tiendas en la actualidad surtidas con todo tipo de géneros: desde una sombrerería, estética y jardinería, hasta fruterías, queserías (en particular de cabra), charcuterías con las típicas sobrasadas, productos de huerta y otros artículos seleccionados cuidadosamente para comidas exquisitas (gourmet). El claustro había servido de prisión, juzgados y escuela.  En una de las plantas había un centro cultural con una exposición que ahora se exhibía en Ca N’Oliver.

Cansado de caminar bajo las cubiertas de las naves, salí para ver los puestos del tradicional Mercado del pescado. Fui detectando el precio de mariscos, en particular, mejillones, que se anunciaban de la zona, berberechos, almejas, gambas roja y blanca, y pescados (atunes, rape,  lenguado, pulpo, pelaya, mollera, cabracho, etc.) en la lonja. Afortunadamente, había otra zona: el mercado gastronómico, un lugar de tapeo y tardeo, bastante concurrido que servía productos del mar. Unos visitantes debatían con el dueño de un bar el origen de la mahonesa o mayonesa que la situaban en tiempos de la dominación francesa de esta población. Otros comentaban las excelencias del alioli, salsa emulsionada de rasgos parecidos. No me dejé llevar por esas conversaciones. Unas raciones de mejillones al vapor y unos pinchos de fritura de pescado renovaron mi energía. Con esos tentempiés en el cuerpo proseguí mi ruta para ver la iglesia del Carmen.

Mercado del Claustro del Carmen y Mercado del Pescado

La Iglesia del Carmen formaba parte de un complejo religioso grandioso que los Carmelitas Descalzos idearon hacia 1750. Era el templo más grande de Mahón. De la rumorosidad del claustro del convento, ahora agradecía la tranquilidad y la paz que respiraba en el interior de la iglesia. La calma aumentaba por la simplicidad decorativa y la amplitud de los pasillos. Situado debajo del crucero, miraba la bóveda de arista de la cúpula, los cuatro rosetones y el lucernario. Esa era la imagen que había grabado en mi interior desde distintos puntos de la ciudad, una construcción espigada debido al cimborrio y la linterna. Siguiendo el eje longitudinal de su planta de cruz latina había llegado hasta la hornacina donde se veneraba una imagen de la Virgen del Carmen. El ábside del presbiterio acomodaba el retablo partido en tres calles y por debajo de la central se situaba el altar para los oficios. En ese ir y venir por el espacio vacío de los pasillos de la iglesia pensé en realizar un paseo en barco por la bahía.

Iglesia del Carmen

En barco de recreo

Estaba dispuesto a ver las construcciones de las orillas del larguísimo puerto de Mahón (calculado en unos 5 km), utilizado desde la antigüedad como un refugio para las escuadras de barcos de marineros de muchas culturas. Un puerto del que se dice que es el más profundo del mundo después de Pearl Harbor. El Moll de Levant tenía muchos puntos de amarre de embarcaciones deportivas. Me veía ante una multitud de mástiles varados con velas enrolladas. Desde la proa de la cubierta del barco turístico en dirección al mar abierto me parecía refulgente el blanco de las casas de la orilla derecha. Contemplaba el azul del mar tranquilo y si bajaba a la bodega acristalada del barco, el fango verdoso no ocultaba barcas desguazadas y peces de un calibre desechado por los pescadores. La ciudad de Mahón se prolongaba pasada la Cala Figuera en Son Villar, Villacarlos con el Museo Militar de Menorca, Santa Ana y Sol del Este, abiertas cada una a una cala o ensenada pronunciada. Enfrente de Villacarlos (Sur), Calallonga (Norte) era un núcleo urbano de chalés con puntos de atraque de veleros y redondas calas.

El punto de mayor interés histórico del recorrido era la Isla del Rey de forma triangular entre Villacarlos y Calallonga. Allí desembarcó el Rey Alfonso III (1278) antes de conquistar la ciudad. Testimoniaba la dominación inglesa merced a dos tratados: Utrecht (1713), Paris (1763), y otro periodo (1798), que la convirtieron en hospital. De ahí su nombre de Isla Sangrienta. Su arquitectura semejaba la de algunos hospitales ingleses. Los arcos exteriores de los portones eran grandes. El estilo dominante era barroco y la torre marcaba el cenit de importancia sobre los restantes edificios. Adquirida la isla por el Ayuntamiento de Mahón (1973), había un empeño cultural en la mejora y rehabilitación de los espacios. Una basílica paleocristiana (s. V), un desembarco, un hospital, una fortificación, un depósito de carbón, un Hospital Militar, una Declaración de Monumento Histórico Artístico y Arqueológico, una isla ¿Habrá historias más sorprendentes que las de este islote?

Puerto e Isla del Rey

Casi al final del puerto, la gran Isla del Lazareto construida por orden del Conde de Floridablanca, bajo reinado de Carlos III en 1793, recordaba con sus instalaciones la función de cuarentena de enfermos contagiosos.  

Isla del Lazareto

Regresaba a la ciudad y en el Carrer d’en Deià me detuve delante del Teatro Principal, junto a la musa Talia, para rendirle mi admiración por haber sido el primer teatro de ópera de España (1829). En aquel año Rossini había estrenado su última ópera “Guillermo Tell” en el Teatro La Fenice de Venecia. Continué caminando con más desenvoltura como si estuviese tarareando la “Marcha de los Suizos” de la obertura de esta pieza magistral.

El viento que tan temerosamente mentaba, soplaba por las calles como una turbulencia que crepitaba mis pestañas. Crucé calles anodinas, abrí las ventanas del coche para que se escapara una mosca atolondrada que no había salido de paseo y me fui a Arenal d’en Castell atravesando un campo inanimado. Revisé mi agenda. Al día siguiente, visitaría la Fortaleza de la Mola a 8 km de Mahón.

 

(Video de Mahón de 16,27 min de duración)

 

 

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Luis Miguel Villar Angulo
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