Carlos II de Navarra había gobernado Navarra desde 1349 hasta su muerte. Las delgadas lenguas del pueblo lo apodaron “el Malo” por su crueldad, intrigas políticas, alianzas cambiantes, ansias de tronos, ambiciones territoriales y súbditos descontentos. A pesar de la modernización de Navarra, el monarca tuvo una relación especial con los castillos como mansiones de poder y fortalezas indispensables en sus trances bélicos. Símbolo de su fuerza y emblema de su estela ambiciosa fue el Castillo de Olite, sobre cuya galería regia lucían pájaros, plumas y sueños al estilo de las cortes europeas, que su hijo Carlos III el Noble convirtió en un palacio de latidos por donde se escuchaba el rumor de la vida cortesana.
Muerto Carlos II en Pamplona, envuelto su cuerpo en vendajes cubiertos de alcohol, posteriormente incendiado, una alacena preservaba la urna con su corazón en la Iglesia de Santa María de Ujué. Allí, hecho silencio, junto a la imagen de la Virgen románica de la que había sido fiel devoto, no imponía amenaza alguna.
Pueblo Bonito
Un día veraniego, después de haber visitado el Palacio Real de Olite, nos dirigimos al pueblo pintoresco de Ujué que distaba a 17,9 km y que habíamos divisado sutilmente desde las torres del Palacio Real en dirección a la Sierra de Ujué. Tenía la villa la acreditación de Pueblo Bonito por su atractivo visual, llaneza, y su combinación de historia auténtica y naturaleza cercana. Asentada sobre una colina de 815 m s. n. m., no imaginábamos que la mayoría de sus calles eran estrechas, las casas de piedra en todos sus lienzos y las plazas en pequeñas planicies.
El ambiente rústico de los pueblos bonitos, de un tamaño poblacional reducido, ofrecía al visitante la tranquilidad de la sombra de los pórticos que segregaban voz a los paseantes, como Albarracín o Guadalupe, o bosques de mástiles de veleros atracados en la lisura de puertos de mar, como Cadaqués o Mojácar.
Primeras sorpresas
Entramos en Ujué siguiendo la carretera NA-5310. Estacionamos el coche junto al Club de Jubilados situado en la Calle Arrabal Sol Primera donde paraba el autobús de línea. Caminamos en dirección a las torres por la empinada travesía Villeta. Luego, esforzamos el paso por la cuesta acodada Calle Blanca de Navarra hasta la encumbrada Plaza de Santa María. Había muchas curvas. Aunque, en un biendecir de buen tono, extendía ocasionalmente el brazo para captar fotográficamente las imágenes de las dos torres de la iglesia fortaleza – Torre de los Cuatro Vientos y Torre de los Picos Atalaya – que emergían como contrafuertes del flanco sur del santuario por encima de los tejados de las casas.
Desde el Mirador de la Ribera, con las sienes humedecidas, notamos la pendiente de las calles y vericuetos doblados hacia las tierras bajas de la Ribera de Navarra. Más tarde nos percatamos que había un estacionamiento de coches en la Plaza Íñigo Arista, primer rey de Navarra que había erigido el primitivo castillo-fortaleza para luchar contra el Islam en el s. IX. Para acceder a la portada de la iglesia fortaleza de Santa María de Ujué había que subir – una vez más – un tramo de escaleras empinadas o tomar un ascensor.
La visita a la iglesia fortaleza
La vigilante que vendía las entradas para visitar el monumento se llamaba Loli Ibáñez, según me contó posteriormente su hermana en la tienda Regino Sola. Eran dos ujuetarras o uxuetarras, naturales de la villa,que les gustaba el modo de vida de su pueblo. Le pedí a la señora Ibáñez un folleto explicativo del monumento, pero únicamente tenía una hoja impresa iluminada con pequeñas fotografías y un esquema conciso del complejo debajo de una lámina de cristal del mostrador. No había recursos audiovisuales que guiaran la visita del templo a los turistas, como era habitual en otros sitios monumentales. Así que sin guía ni orden iniciamos la revista de la fortaleza que envolvía la iglesia.
La iglesia fortaleza cumplía la doble función religiosa y defensiva. Estas edificaciones fueron comunes en España y Francia para defenderse de las invasiones musulmanas o protegerse de las guerras fratricidas entre los reinos cristianos. Dos de los aspectos constructivos más llamativos de esos edificios eran los muros gruesos de piedra-sillar bien escuadrada y las ventanas pequeñas en lugares altos y amurallados. La balaustrada gótica de poniente (s. XIV) de la fortaleza ofrecía vistas al pueblo y a la campiña. Evocaba aquella columnata y pretil la delicada labra de la Galería Dorada del Palacio de Olite. El primer cuerpo de la Torre de los Picos Atalaya era románico. Los vanos, fustes y arquivoltas de las campanas del s. XII fueron reutilizados. Los remates almenados de las dos torres eran góticos.
La portada Sur de la Iglesia de Santa María de Ujué (s. XIV) destacaba por sus diez arquivoltas apoyadas en ménsulas de un gótico temprano con un tímpano de figuraciones religiosas con la Epifanía o adoración de los Reyes Magos y la Última Cena, abajo en el dintel. La arquivolta exterior que iniciaba el abocinamiento de los arcos apuntados estaba decorada con motivos vegetales de hojarasca diminuta y generalizada. Los animales y figuras humanas propias del gótico refulgente transferían vida simbólica y realidad en los capiteles del lateral izquierdo, como las escenas de mujeres cortando vides o el pesebre. Como si procesionáramos, discurrimos entre los contrafuertes horadados por bellas ojivas que sustentaban la nave gótica en el exterior del paseo de ronda.
La portada Norte disponía de un crismón en una arquivolta. Los capiteles tallados en piedra poseían esculturas religiosas, irradiando un estilo temprano más propio del románico por su carácter ejemplarizante que del gótico, dado que las miradas de los canteros y artesanos abarcaron desde los siglos XII al XIV. Había una mezcla de escenas: a la izquierda, un hombre sentado con gesto atrevido, un mono vestido con ropas de fraile tocando una cornamusa céltica, una lucha entre un hombre y una mujer alrededor de una cuba, y un guerrero con espada y escudo. A la derecha, un personaje llevaba atada a una mujer por el cuello que abría la boca, y otra figura amarraba dos demonios por el cuello que acarreaban dos fardos.
La cabecera de la iglesia acomodaba dos ventanas ciegas en los tres ábsides con arcos semicirculares, pares de columnas y frisos de esquinillas o dientes de sierra, una decoración de taqueado y sogueado que recordaba el ajedrezado románico de Jaca. Los abundantes capiteles revelaban distintas calidades de animales (desde aves y leones a otros fantásticos como el centauro) y formas vegetales estilizadas mezcladas con escenas bíblicas. Representaban el arte medieval navarro donde las pisadas de los peregrinos habían zozobrado las piedras hasta hacerlas cristianas.
Sin duda, la Virgen de Ujué era la imagen románica más venerada. Tallada en madera policromada de aliso de 90 centímetros, su figura se situaba en el segundo tercio del siglo XII. Durante siglos había sido imagen de peregrinación para honrarla, como ocurrió con Carlos II, y siguen haciendo 18 pueblos de la comarca. Ahora los turistas contemplábamos la imagen sobre el fondo del ábside románico, separada del resto de los asientos de los fieles por una reja del s. XVI. En la cabecera absidiada se hallaba igualmente una caja de madera de roble en un nicho detrás de una reja que contenía el pichel de vidrio con la víscera de Carlos II, encargada por Carlos III en 1404.
Mención aparte era la sillería del coro en madera de nogal (1774) montada sobre tres arcos apuntados con una balaustrada pétrea con cuadrifolios, gemela del mirador de la zona de ronda. Las bóvedas de crucería en el sotocoro se abrían con ventanas que daban luz al templo. Compuesto el Coro de los Canónigos por 23 asientos con respaldos labrados de temática mariana y bíblica, abarcaban desde la coronación de la Virgen, la huida de Egipto y la adoración de los Reyes Magos a la muerte de Cristo. Los relieves, de gran sutileza, tenían imágenes alusivas al Espíritu Santo, fondos con cortinones y paisajes, cabezas de ángeles y marcos labrados de hojarasca. El facistol era del s. XVII.
Sobre las vicisitudes que había sufrido el órgano (ahora inexistente), mejor era leer el artículo publicado en el blog de Mikel Burgui sobre órganos, organeros y organistas de Uxue desde el siglo XVI, para conocer las operaciones de remodelación, venta y desaparición de la consola y tuberías.
La pintura mural del interior de la iglesia que ocupaba el espacio del órgano era otra manifestación del arte gótico del s. XIV, en la que los colores debilitados de los frescos contenían una escena bíblica y una alegoría: Virgen con el Niño sujetando una mariposa y un drama imaginario de la peste con el “encuentro de los tres vivos con los tres muertos”).
Mirando al interior de la iglesia desde la balaustrada del coro se percibía la diferencia entre los espacios amplios reservados a la feligresía en estilo gótico y el más reducido del presbiterio con el altar en la cabecera de estilo románico.
Delicada también era la escultura de un portador de luminaria (s. XIV), de estilo renacentista como el altar con la representación pictórica y escultórica de personajes bíblicos (s. XVI). Todos los colores del barroco iluminaban tanto al púlpito y tornavoz como al Retablo de la Vera Cruz (s. XVIII).
Paseo entre recodos
A la salida de la Iglesia atravesamos la Calle Carlos II de Navarra para aproximarnos al conjunto histórico. Desde el banco más bonito de la calle Santa María se veían las estribaciones pirenaicas al norte. Mirando al sur, la ermita de San Miguel era una ruina de estilo gótico del s. XIII, de la que se mantenía la espadaña, la portada abocinada con arquivoltas de estilo románico y gruesos muros con contrafuertes.
En la Calle Blanca de Navarra compramos garrapiñadas en la tienda Regino Sola, que era un producto gastronómico que se ofrecía en varios establecimientos. Allí Nieves vendía, además, miel de brezo. Era la hermana de Loli, que expendía las entradas en la iglesia. No se parecían físicamente entre ellas. La fachada de la tienda pintada como un fresco con flores contrastaba con el color piedra de las restantes portaladas. El asador Mesón las Torres, famoso por el popular plato gastronómico de las migas de pastor y las chuletillas de cordero a la brasa de sarmiento, aprovechaba una terraza al exterior con escasos clientes al lado de la Calle Norte. Percibíamos fachadas de casas de piedra con marcas de cruces emblemáticas en la Calle Larga.
De las catorce calles del pueblo cinco desembocaban en la Plaza Municipal. Delante del Ayuntamiento de la Plaza Municipal una casona de piedra conservaba restos heráldicos. En la parte izquierda de la puerta principal del Ayuntamiento había una marca con una crucecita y una placa con la distinción de Pueblo Bonito.
Estábamos sorprendidos por los pasajes de algunas calles que recordaban los tinaos de la arquitectura alpujarreña de Pampaneira. Un señor nos acompañó hasta la plaza Belena Rodríguez donde una tertulia de mujeres sentadas, algunas haciendo crochet, hablaban y reían en un corrillo. Cerca, unas paredes sostenían reproducciones fotográficas de gran tamaño de muchachas jóvenes que recordaban los carteles colgados en las fachadas del pueblo salmantino Mogarraz.
En ese delicadísimo atardecer se abrieron todas las conversaciones sobre los modos de vida y costumbres de los ujuetarras o uxuetarras. Bajo la piedra caliente, bajo el tacto derramado de la miel de Nieves, bajo el llano mundo de halagos a mujeres tejedoras, bajo la montaña roqueña, donde la piedra no era mármol ni tampoco acero, dejábamos la villa de ujuetarras o uxuetarras en la lejanía con la luz adormecida.
Video de Ujué