Situada en un paisaje de cañones kársticos, construida sobre piedras y bañada por el manantial de la Cueva del Agua, ofrecía una cascada de 25 m y 200 l de agua en primavera antes de que se mezclasen sus aguas con las del río Ebro. A 67 km de Burgos, lindando el valle de Sedano con Cantabria, sus 47 residentes (2020) veían con alborozo cómo el estío colmataba sus callejuelas estrechas y en cuesta de visitantes y curiosos.
Desde el aparcamiento habilitado al efecto en la carretera BU-643 veía la cascada que llenaba una poza de color turquesa junto a unos puestos de venta de miel y productos de la zona. La subida al rellano de planta irregular del pueblo, que parecía la letra G, se hacía andando por la calle Cano en cuesta empinada y escalonada. Luego se bifurcaba hacia el norte por las calles Cuesta e Iglesia y una casa rural delimitaba el término del pueblo.
El pueblo no tenía castillo rememorando a otro municipio cántabro (Santillana del Mar) que tampoco hacia honor al nombre porque le faltaba el mar. Las casas de piedra y ladrillo, algunas sustentadas sobre troncos de madera o piedra, los tejados en vertientes pronunciadas, las galerías de madera de las plantas superiores de las viviendas orientadas al sol de mediodía y la prohibición de la circulación de los coches visitantes hacían el recorrido a pie agradable por las cuestas y escalinatas de la villa.
Desde un alto de la calle Cuesta veía la silueta de la torre campanario de la iglesia de Santa María, de origen románica (s. XII). El cobertizo lateral alineado con la nave principal daba refugio a los feligreses en días de apertura del templo para la celebración de actos litúrgicos.
La Cueva del Agua era un acicate añadido para escuchar los borbotones de agua entre rocas de un espacio profundo, pero artificialmente iluminado. Después de recorrer andando casi un centenar de metros entre cavidades de suelo irregular, el agua fluía retozando entre rocas como una criatura que latía fuera de las entrañas de la montaña. En el exterior, la calle Caño encauzaba el curso de la laminita de agua hasta precipitarse cuesta abajo por una cascada en busca del río Ebro, su hermano mayor.
La comida en el Restaurante local El Rincón tenía un menú del día de 22€ consistente en varios platos (entre otros la ensalada El Rincón, así como carnes de cerdo y vacuno).
El viajero pensaba en la soledad de sus gentes en otras épocas del año, aunque los bares y tabernas anunciados en cartelas concitaban a reuniones esporádicas de paisanos y foráneos para charlar, jugar la partida y comer. La salida del pueblo por la calle Caño ofrecía un paisaje de ribera arbolado, pastos estrechos y curvas entre encinares. Por encina de los tejados divisaba en roca erosionada el “El beso de los Camellos”, un capricho kárstico de original belleza.