Habíamos solicitado entrada para visitar el complejo kárstico más grande de España un día de Julio. El Monumento Natural Ojo Guareña tenía 110 km de galerías ubicado en Quintanilla del Rebollar en la comarca de las Merindades (Burgos). Queríamos conocer la Cueva ermita de San Bernabé que estaba situada a 33 minutos del balneario de Corconte siguiendo la N-623 y posteriormente la BU-526.
Era una ruta con ilusión; había un aire tranquilo en el paisaje. Al mirar al fondo de la vegetación, las ramas de los árboles exhalaban chispeos de fronda compacta de la húmeda Cantabria y cuando decrecía la cota de altura aparecía la pena sin gloria de las secas espigas del páramo mesetario. Volvían las sombras en las curvas cerradas. Tras sucesivas cuestas estacionamos el coche en una zona habilitada en un llano del relieve. El entorno natural tenía además valor ecológico.
Las aguas de los ríos Guareña y Trema y el agua de lluvia habían horadado el cejo calizo o acantilado de piedra caliza originando una red extensísima de grutas y galerías con estalactitas y estalagmitas en algunas zonas difíciles de ver para el espectador de la cueva Ojo Guareña (Monumento Histórico Artístico Nacional, desde el 23 de abril de 1970).
Bajamos una rampa hasta llegar a la entrada de la cueva habilitada para turistas. Con cascos de seguridad iniciamos la ruta interior caminando a una zona preparada para una proyección audiovisual de 10 minutos: un espectáculo inmersivo de video-mapping-sonido que envolvía al espectador, según un proyecto del Ayuntamiento de Merindad de Sotoscueva para recrear la vida humana y animal de la época prehistórica.
Allí el protagonista del video, un celta prehistórico, contaba el descubrimiento de la cueva, el modo de vida de los antiguos pobladores por las galerías caladas hasta el abandono de la cueva. Contaba que había restos arqueológicos y paleontológicos desde hacía 15.000 años, incluidos osos cavernarios, herramientas prehistóricas y pinturas rupestres. Unos esbozos antiquísimos que en algunas paredes – nos apuntó la guía – eran del paleolítico superior realizadas con pigmentos naturales (óxidos de hierro, carbón, etc.) o representaciones con los dedos en superficies blandas.
La temática incluía figuras antropomorfas, zoomorfas, símbolos abstractos y manos en negativo con las que se representaba la vida espiritual y simbólica de la comunidad prehistórica. (No pudimos visitar la Cueva Palomera y la Galería de las Huellas, porque se hacían con guías especializados).
Entre el personaje del video y la guía presencial nos fueron explicando algunos de los símbolos geométricos de las pinturas rupestres: triángulos invertidos (¿vulvas?) que cuando se repetían podían ser rituales de fecundidad; líneas onduladas (¿ríos o rutas rituales?); líneas rectas y puntos (¿conteos o ciclos lunares?), parrillas (¿mapas mentales?) o formas dibujadas como peines. En su conjunto, las pinturas geométricas eran parte de los 32 signos universales que habían aparecido en las distintas cuevas de Europa.
A continuación, recorrimos los 400 m de cueva visitable hasta alcanzar la ermita del interior de la cueva en 45 minutos.
Nos llamaron la atención, el cauce de un río taponado por rocas, la galería de los silos usados para el almacenamiento del grano de los primeros pobladores, la percepción de humedad ambiente, la pila del Santo que se llenaba de agua por intercesión del Santo, el archivo del Ayuntamiento de la Merindad de Sotoscueva, y la ermita dedicada a San Tirso y San Bernabé de difícil datación, aunque se creía que era del s. XIII.
Las pinturas murales de la bóveda, anónimas, algunas deterioradas por problemas de humedad, estaban registradas en 1705 y 1877, y relataban la pasión y los once milagros de San Tirso que había reunido las dos advocaciones (Tirso y Bernabé) en el s. XVIII.
La escultura de San Tirso (s. XIII) estaba situada en el presbiterio, una pequeña estancia a la izquierda de la puerta de acceso, y al fondo de la única nave abovedada. Tenía la talla una sierra entre sus manos, que fue representada en una de las escenas del suplicio de la bovedilla.
Mientras que los cuadros de las pinturas de la primera época, separados por cenefas tenían cierto realismo barroco popular, los de la segunda época mostraban una pintura particularmente rural, un tanto kitsch, por su estilo infantiloide. En cualquier caso, la publicación de Martín Criado, A. (2016). La pasión de San Tirso pintada en su ermita de la Merindad de Sotoscueva, Revista de Folclore, 10 sumario, hacía un comentario critico detallado que ayudaba a la interpretación de la bóveda pintada.
Altar y pinturas de la pasión de San Tirso en su ermita de la Merindad de Sotoscueva
A la salida de la cueva paramos en el Bar Asador Cueva Kaite. Situado en un valle a las faldas del acantilado de caliza, el moderno restaurante con techumbre de madera de roble me recordaba el ensamblado restaurado del Castillo de Argüeso. Tenía huerto junto a terrenos dedicados al cereal, pastizales artificiales, rollos de paja redondos recién empacados, etc. Su propietario, zamorano, nos hizo un breve recuento de su historia familiar:
– ¿Qué, le gusta el comedor? Nos inquirió el propietario con voz baja haciéndonos un guiño.
– Sí, parecen muy interesantes las vigas de madera visibles de roble del techo. La obra de carpintería ha sido muy bien ejecutada, respondimos.
– Yo he enseñado el comedor a todos los visitantes que quieren hacer una festividad masiva.
Miramos al propietario mientras nos relataba cómo había emigrado de un pueblo del oeste de la provincia zamorana para montar un bar que poco a poco había ido incorporando una huerta y electrificado el edificio con placas solares.
– Le voy a decir, señor, que hace años todo lo que ve era un páramo.
– ¿Ah, sí?, respondí con curiosidad.
El señor fue describiendo como consiguió hacer una clientela con la ayuda de su familia, mientras un grupo de tertulianos jugaban a las cartas en una mesa sin hacer ruido. En la zona del parking, los coches salían y entraban sin estorbarse.
Espinosa de los Monteros
Siguiendo la Carretera BU-526, que vertebraba las Merindades del norte de Burgos, llegamos a Espinosa de los Monteros (INE, 2024, 1648 hab.) de fuerte influencia cantábrica por su humedad y proximidad a Peña Valnera (1,727 m). A pesar de ello, no buscábamos las reconocidas “mantas de Espinosa”, porque la temperatura no era propicia al abrigo.
A la entrada del pueblo, la Torre de los Velasco presentaba una zona alta dentro de su sólida estructura militar, probablemente construida en el s. XV con estructura de sillería trapezoidal, almenas y cinco escudos de los Velasco (Bien de Interés Cultural, 1949). (Fue la única de las siete torres a la que dedicamos cierto tiempo en su contemplación).
Llegamos a la Pl. de Sancho García, conde fundador del cuerpo de élite de los Monteros, guardia real que había servido a los reyes de España durante nueve siglos, hasta 1931, y que se conmemoraba anualmente en agosto con actos culturales. Allí se reservaban edificios artísticos e institucionales del pueblo con cierto interés patrimonial. Una estela recordaba que el titular de la plaza había sido el fundador de Espinosa de los Monteros.
A un lado, el Ayuntamiento de una planta del s. XIX con soportales propiciaba el establecimiento ocasional de mercadillos regionales. La página web del Ayuntamiento contenía un video con la Ruta heráldica de las casas blasonadas que nos hizo sospechar que la visita de aquella tarde se había quedado corta para reconocer el valor del patrimonio histórico y cultural del pueblo. Al otro lado de la carretera, el Palacio del Marqués de Chiloeches de estilo renacentista, poseía un escudo heráldico de notables proporciones entre dos torres rematadas con pináculos bajo un arco escarzano.
Afortunadamente, estaba abierto el interior de la Iglesia de Santa Cecilia. Me sorprendió sobremanera el altar y la forma de rematar un espacio por medio de pechinas para cerrar un área que en la base era cuadrangular y terminó siendo pentagonal. Las pechinas y la semiesfera avenerada le otorgaba un aspecto claramente renacentista (se había empezado la obra en 1510).
Sustentada la bóveda con cuatro enormes columnas de las que partía la nervadura que ornamentaba de crucería gótica, la planta de salón de tres naves estaba ocupada por escasos fieles que terminaban de rezar un rosario. El altar de dos cuerpos mantenía en el superior a un crucificado y en el inferior una hornacina entre columnas cobijaba a Santa Cecilia, acompañada por dos figuras de santos. Además, cada una de las naves remataba los testeros con retablos barrocos.
Por fuera el templo daba sensación de robustez por su piedra tallada, que combinaba con muros de mampostería y contrafuertes en laterales y esquinas, remates de pináculos en el ábside y torre campanario concluida con aguja y reloj en la cabecera. Adosada a uno de sus muros seis arcadas con soportales habilitaban viviendas de dos plantas. Era otra manifestación de la arquitectura montañesa. De hecho, algunas viviendas con miradores cerrados, acristalados y blancos recordaban casas de la calle Mayor de Reinosa.

Espinosa de los Monteros. Iglesia de Santa Cecilia, estela, Ayuntamiento, casas, Palacio del Marqués de Chiloeches, Torre de los Velasco
Absortos nuestros cuerpos cansados, todo oscurecer ante el brusco abatimiento, lo que en la ida fue impulso de luz y candor erguido, a la espalda el regreso pesaba sordamente.