CU de la US
Luis Miguel Villar Angulo

Reinosa y Fontibre (Cantabria)

 

 

Reinosa

Las excursiones desde el balneario de Corconte a Reinosa eran frecuentes. El recorrido duraba 23 min por la CL-630 y posteriormente CA-171. Cruzaba varios minúsculos núcleos urbanos de la ribera del embalse del río Ebro (La Población, La Costana y Orzales) hasta que atravesábamos dos rotondas de carreteras para llegar a Reinosa.

Cuando pasábamos al lado del Restaurante Conchita de Corconte recordábamos que a Natalia no le habían gustado las aceitunas aliñadas y amargas que había probado en un refrigerio el día anterior.

La entrada a Reinosa por la Av. Cantabria parecía cómoda de transitar. Bordeamos la Fuente de la Aurora (S. XVIII) en la calle Mayor, situada al lado del Teatro Principal abierto en 1893 y de la ermita de San Roque de estilo barroco rural.

Una distracción en la conducción nos hizo atravesar la referida calle Mayor reservada para carga y descarga en horas señaladas. Aprendimos la lección y no volvimos más a cruzar esa calle de día. Sin embargo, la recorrimos a pie porque era un lugar de “terraceo” de cafés y restaurantes. La Pza España estaba en faenas de restauración. Tras el parapeto de la obra se distinguían las fachadas del Ayuntamiento de piedra de sillería en estilo neoclásico reabierto en 1935 y la Torre de los Manrique.

Estacionamos el coche junto al río Ebro, que discurría con un caudal de baja intensidad. A Natalia le llamó la atención el Puente de Carlos III (hacia 1750) de piedra blanca labrada de cuatro vanos y 6,72 m de anchura. Era el camino de piedra que se había usado desde el s. XVIII para comerciar entre Cantabria y Castilla. Enfrente del puente de piedra otro de hierro y de forma triangular contrastaba notoriamente a la vista.

Nos desplazamos a la Pza Juan XXIII donde destacaba elevada la Iglesia de San Sebastián. Comprobamos el horario para conocer los servicios religiosos porque estaba cerrada hasta nuevos actos litúrgicos. Así que decidimos pasear por los soportales de la Casa Mioño propiedad de una de las familias más influyentes de la villa en la calle Mayor.

Como no había tráfico, Natalia iba suelta del grupo, mientras el resto del grupo ensimismado en sus pensamientos no dejaba de mirar sus andares de paso firme y la fachada de la casa del Marqués de Cilleruelo – Casa de Pano -. Nos fascinaba la heráldica por la tarea de escultores que cincelaban la piedra joven para labrar simbologías de señorío y nobleza en los cuarteles. Tampoco se nos escapaba la vista de las tiendas una de ultramarinos de barrio y otra de una cafetería de vetusta apariencia. Tuve que escuchar del grupo familiar mientras caminaba por los soportales de la derecha de la calle Mayor que era común blasonar los linajes distinguidos de muchos pueblos cántabros con un escudo de armas (San Vicente de la Barquera, Laredo, Comillas, Liérganes, Santillana del Mar, Cartes, etc.).

Taciturna me espetó Natalia: “¡Qué pena que yo no tenga una casa así!” Me recordó tanto su expresión a un poeta de mi tierra zamorana exilado en México que no vacilé en recitar el poema de León Felipe: ¡Qué lástima! Así, pues, fui entresacando unos versos:

¡Qué lástima/
que yo no tenga comarca,/
patria chica, tierra provinciana!/
Debí nacer en la entraña en la estepa castellana/
Y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada:/
pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,/
y mi juventud, una juventud sombría, en la montaña.
[…]
¡Qué lástima/
que yo no tenga una casa!/
Una casa solariega y blasonada,/
una casa en que guardara,/
a más de otras cosas raras,/
un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada
y el retrato de un mi abuelo/
que ganara una batalla.

Caminábamos por la acera y Natalia sintió hambre al ver un escaparate de una pastelería que exponía dulces típicos del pueblo: las reinosas de fino hojaldre y textura y las pantortillas que eran la perfección hecha hojaldre. Habíamos pasado por bares con olores a rabas fritas y ahora íbamos a paladear una masa caramelizada cuya receta original nos la dio el repostero para que la hiciéramos en casa: masa de pan, espolvoreada con harina. Sobre la masa estirada se colocaba mantequilla. Doblada y estirada la masa se cortaba en círculos de 15 cm de diámetro y se metía en el horno a 200 grados hasta que estuviera dorada. El grupo hizo una apuesta para conocer cuál de los dos dulces nos satisfacía más, y tras degustarlos nos decantamos por las reinosas, porque eran más ligeras y dulces.

Iglesia de San Vicente

Regresamos a visitar la iglesia de San Sebastián, que estaba abierta. Había terminado la misa de la mañana y las feligresas seguían rezando plegarias en alto. Desde el exterior, la visión de la iglesia en la cara de mediodía tenía una fusión de estilos, aunque dominaba por su monumentalidad el barroco, que era el mejor ejemplo de la zona del Campoo.

En su origen la iglesia había nacido de una capilla románica, y tras ella aparecieron los primeros rasgos renacentistas en el s. XVl. Sin embargo, fue en la época del rey Carlos III, que había construido cerca un puente de piedra, cuando el templo había adquirido su fisonomía actual con la torre campanario cuadrada rematada con pináculos en la balaustrada de la pirámide de estilo herreriano, la fachada adornada con un arco sostenido por columnas y pilastras y la cúpula con balaustrada y estatuas esquineras alegóricas, sufragada toda la obra por la acción del propio ayuntamiento. En la actualidad la iglesia estaba catalogada como Bien de Interés Cultural (BIC) desde 1983. Muchas veces estuvimos parados mirando el escudo heráldico real de España del s. XVIII con la estatua de San Sebastián en el arco de la fachada. Era una perspectiva muy original.

Todos estábamos pensativos sobre la monumentalidad pétrea del templo. (Natalia se sorprendió de que no hubieran usado el hormigón como hicieron los romanos en el Panteón o en el Coliseo, sin recordar que el hormigón mezclado con acero, que era la mezcla de las nuevas construcciones, había surgido en el s. XIX). También llamó la atención del grupo la inscripción del yugo y las flechas y el nombre de quienes murieron por el bando nacional en la guerra civil. Pero este asunto lo depusimos para debatirlo más adelante en el camino.

El interior del templo tenía una luz intensa, brillante. Si uno miraba al techo aparecían los rasgos típicos del gótico en la bóveda de crucería con nervios secundarios terceletes y molduras gruesas y combadas. Curiosa era la cúpula del presbiterio cubierta por una pintura azul discreta con alegorías de la vida del San Sebastián que llegaban hasta la linterna. El altar churrigueresco estaba dedicado al santo que ocupaba la parte central del enorme retablo dividido por columnas retorcidas salomónicas con otras figuras de los santos Pedro y Pablo y la Virgen María.

El dorado deslumbrante se debía al oro usado para recubrir la madera financiado por el Conde Revillagigedo que fuera en su día virrey de México. Recorrimos las capillas de las naves laterales de la planta del templo. El retablo de la Veracruz era también churrigueresco, mientras que los retablos del Sagrado Corazón y de la Inmaculada Concepción eran de finales del s. XVIII. (Una mala restauración de un querubín del altar mayor había sido objeto de crítica social, aunque no supimos localizarlo)

Fontibre

Seguimos la carretera de circunvalación de Reinosa para llegar a Fontibre (derivado de Fontes Iberis – Fuentes de España) que distaba a 4,6 km por la carretera C-183. Estábamos cerca de los 930 m. de altura respecto del nivel del mar. Era un lugar histórico. De hecho, la obra Orígenes de Marco Poncio Catón había aludido por primera vez a Cantabria en el año 195 a.C. (Fluvium Hiberum is oritur ex Cantabris, magnus atque pisculentus, El río Ebro nace donde los Cántabros; grande y hermoso, abundante en peces).

Queríamos conocer este lugar geográfico y simbólico porque allí se iniciaba el río más caudaloso de España que atravesando varias comunidades españolas desembocaba en el Mediterráneo tras recorrer 930 km formando un delta en la provincia de Tarragona (cerca de Tortosa).

La vista de la zona era sorprendente por la abundancia de chopos, robles y hayas en una zona tranquila marcada por un monolito o columna en el azud o presa. Sin embargo, lo que veíamos manar en la Fuentona de Fontibre era una surgencia kárstica de cuatro manantiales en un remanso calizo en la que reaparecían las aguas transparentes y de color turquesa del río Hijar, afluente del Ebro. Pero mientras que aquel se secaba en el estiaje, las aguas de Fontibre mantenían su caudal que originaba el nacimiento del río. Así que ahora habíamos descubierto para nuestra sorpresa que el río Ebro tenía dos nacimientos: uno en Fontibre y otro en la falda del Pico Tres Mares. (Amalia, que era levantina, estaba sorprendida porque tenía que reaprender los nombre de los ríos que la habían enseñado de pequeña en la escuela).

Hacia la depresión del manantial aparecía la iglesia románica de San Félix, reformada en el s. XVIII, y el caserío de Fontibre. Al circunvalar el templo, observamos algunos vestigios románicos como el ábside y algunos canecillos en estado de cierto abandono. Luego visitamos una casa moderna que mantenía la arquitectura tradicional de la zona con algunos aperos de labranza dispersos en el patio.

 

Iglesia de San Salvador

Al retornar al balneario paramos en la localidad de Nestares a dos km de Reinosa para ver la iglesia de San Salvador. Fue una parada rápida. El río Ebro era todavía un chaval por su caudal y al costado de su curso, la iglesia de sillería de San Salvador restaurada lucía con donaire su espadaña barroca (1829) con nido de cigüeñas. En el costado sur un rosetón remozado circular resplandecía su geometría de piedra. El ábside plano caía a plomo en vertical. Mientras, la portada semicircular del frontal mantenía la esencia del gótico del s. XVI. No dejó de sorprendernos el edificio colindante con escudo de armas, llamado la Casa del Cura, convertido en un alojamiento rural de lujo de tres viviendas a tres minutos de un campo de golf. Contemplamos la imagen romántica del edificio, y Natalia confesó que deberíamos cambiar el balneario de Corconte por la Casa del Cura de Nestares. Arrancamos el coche y pusimos rumbo al encantado balneario…

Luis Miguel Villar Angulo
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