CU de la US
Luis Miguel Villar Angulo

Mataró

Humano paisaje en los afloramientos costeros catalanes, donde la andalucita era el mineral abundante en la costa. Una mañana primaveral había programado una excursión desde la instalación ferroviaria de Pineda de Mar a la de Mataró en un tren de cercanías (Rodalies de Catalunya).  La circulación de trenes recorría 26 km de costa en dirección a Barcelona en un trayecto de duración programado de 25 min. Sonaba como una idea estupenda para disfrutar de las vistas paisajísticas y la atmósfera salina de la Playa del Varador.

A la llegada a la Estación de Mataró, Bien Cultural de Interés Local (1905), había reconocido que esta terminal de ferrocarril había unido por primera vez en España las poblaciones de Mataró y Barcelona en 1848, y que había henchido los corazones de los emprendedores catalanes con ensueños de clarividencia después de recorrer siete estaciones hasta llegar a la capital.

Historia de un indiano

Posteriormente, había leído un panel en el Museu de Mataró Can Serra sobre la historia de Miquel Biada i Buniol , comerciante mataronense con vida salpicada de vicisitudes, que estando en Cuba y asociado a las élites de La Habana había emprendido la realización de la línea de ferrocarril “El Camino de Hierro” entre la capital cubana y Güines a 54 km de la capital en 1839.

De regreso a Cataluña, coligado con ingenieros ingleses para el trazado de la línea Mataró-Barcelona de 28,4 km y la construcción de cuatro vagones, y vinculado con otros emprendedores catalanes, inició su recorrido la línea catalana nueve años después de la cubana.

El Ayuntamiento de la ciudad dedicaba monumentos alusivos a la efemérides de la línea del ferrocarril y al movimiento migratorio de los indianos (españoles pobres que fueron a países americanos y posteriormente regresaron acaudalados) en distintas entornos de la geografía local: Negrito (anónimo), Locomotora de Mataró y Coca de Josep M. Rovira y Brull, y Miquel Biada (1948) de Joaquim Ros y Bofarull. Esculturas de distinta autoría y factura donde los recuerdos ya volaban bajo y sin plumas de alicientes.

Aquel indiano mataronense me había recordado otro personaje ilustre que había abierto negocios en la industria azucarera de Cuba a mediados del s. XIX. Era el cántabro Ramón Pelayo de la Torriente, cuyo Museo Marqués de Valdecilla en Medio Cudeño testimoniaba gráficamente su ingente tarea de emprendimiento filantrópico. No iba a llamar la atención de la conducta de los dos magnates con el personal nativo cuando promovieron industrias en Cuba, porque no procedía relatarlo aquí. Lo cierto era que Ramón Pelayo también había ordenado construir un tipo de tren para transportar la caña cortada a un ingenio azucarero en el Mamey cubano.

Modulado el ruido mataronense por el pavimento pulido del Passeig Marítim, los estípetes cilíndricos y alineados de las palmeras con hojas caídas de sus coronas, y los transeúntes adultos, parsimoniosos, vestidos con pantalones cortos, indicaban que el ruido urbano estaba en otra dirección.

Tomé la Carrer La Riera y me acerqué al Ayuntamiento para solicitar una visita guiada de la ciudad. La Casa de la Ciudad de Mataró de estilo neoclásico había sido modificada por el arquitecto Miquel Garriga i Roca en 1867 sobre otro edificio de 1635. Junto a la puerta principal, dos estatuas alegóricas de la prudencia y la justicia, guarecidas en sendos nichos, flaqueaban la entrada.

De las dos plantas del inmueble, la primera tenía tres balcones bajo frontones triangulares y sobre ellos unos medallones con rostros de ilustres mataronenses, y la segunda cinco ventanas. En la parte superior del eje central de la fachada un óculo con reloj marcaba las horas (11:15h). Cuatro ventanas pequeñas y circulares del desván hendían luces al interior. Situadas sobre otras de la segunda planta con persianas plegadas tipo mallorquín, protegían del sol y la lluvia. Daban frescura y mayor privacidad a los aposentos. Finalmente, unos cortos antepechos servían de balaustrada.

 

Ayuntamiento, ventanas ojivales, portalones, hierro forjado, mercado de Rengle

Basílica de Santa María

Mientras esperábamos los pocos turistas a la guía, caminaba por La Riera, acariciada por plátanos de sombra a ambos lados de la calle principal, animada de gente y con edificios de balcones de forja de hierro que esculpían la morada de la otrora burguesía. A pocos metros por el Carrer Nou, la Basílica de Santa María, construida en 1675, tenía vestigios góticos, aunque su fisonomía neoclásica y aderezos barrocos respondía al s. XVIII, cuando ya se había terminado.

En una explanada arbolada describí la fisonomía de la fachada bajo el ramaje de un plátano de sombra. Dominaba la piedra como material constructivo del templo. Como si el arquitecto milanés (Hércules Turelli) hubiera utilizado una escuadra, la simetría era el principio que equilibraba la visión del cuerpo central del edificio siguiendo el estilo de una fortificación militar contra infieles. El frontal estaba dividido en niveles separados por cornisas. Seis pilastras rompían la monotonía del frontal, como cuatro pares de ventanas alargadas, que hendían luces a los rezos del interior. Los frontones curvos de la portada principal y de las ventanas separaban dos áreas de líneas verticales. Dos galerías de nichos con estatuas de santos o figuras religiosas ornamentaban en piedra cada uno de los dos niveles y rompían la estructura lisa de la fachada para que el olvido de la fe no caminara a ras de suelo.

Había leído que tenía un interior con decoración barroca y que albergaba la sede canónica de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Cautivo y Nuestra Señora de los Dolores. No me había percatado de los vestigios góticos de su estructura, salvo la altura que recordaba aquel estilo. Avancé por la nave central de la planta de cruz latina con la iluminación natural de sus vidrieras de dibujos geométricos o figurativos hasta llegar al altar mayor con un retablo barroco decorado con columnas salomónicas de madera tallada y dorada, y otros relieves que representaban escenas de la Virgen María, patrona de la basílica. A lo largo del pasillo central miraba las bóvedas de tracería gótica pintadas.

A los lados se abrían capillas barrocas y neoclásicas con imágenes de santos que aludían a las creencias y encargos de fieles de distintas épocas. El órgano, situado en el coro alto sobre la entrada del templo, era grandioso con tubos de desiguales tamaños y una consola deslumbrante. El púlpito destacaba en la mitad de la nave central del templo. Una lauda sepulcral paleocristiana de piedra del s. V con un Crismón (XP), monograma de Cristo, indicaba la aparición de la creencia religiosa de una comunidad en época temprana.

No eran insignificancias de ambiente antiguo que colgaban en la Capilla de los Dolores. En un paisaje de columnas salomónicas empolvadas, de barroquismo exacerbado en los dorados, cortinajes y estucos, cargada la capilla de oscuridad devocional, la Virgen Dolorosa (talla de vestir), sentada, con siete dagas clavada sosteniendo a Cristo sobre sus rodillas tras ser desclavado de la cruz, aumentaba la carga emocional del retablo. A la expresión de sentimiento místico del grupo iconográfico se unían otras esculturas y pinturas en la capilla, como el Vía crucis del pintor Antoni Viladomat i Manalt. Sali en silencio e impresionado por esas manifestaciones barrocas mataronenses que tanto abundaban en Andalucía.

Iglesia de Santa María

Mercado de Rengle

Casi toda la mañana había circulado sin que hubiera acontecido nada extraordinario, ni siquiera una llamada publicitaria en mi teléfono. Observaba el mercado el Rengle construido entre 1892 (Emili Cabanyes) y 1893 (Josep Puig i Cadafalch) por su forma modernista, principalmente la bóveda que le daba su aspecto más característico, junto a los zócalos revestidos de mármol y la cerámica vidriada del interior. (El mercado había sido restaurado en varias ocasiones, y recibía sobrenombres populares como el “tren”, el “renglón” o el “tranvía”). Era un lugar concurrido de público que reflejaba la cultura popular de las compras resonantes de productos frescos, como frutas, verduras, carne, pescado, embutidos, quesos y productos de panadería.

Restos arqueológicos

La visita cultural de algunos vestigios de la muralla romana (la antigua Iluro databa del s.I a.C.) mereció una explicación de la guía sobre la coexistencia entre itálicos y oriundos de aquella época. Nos dirigimos a la plaza Xammar que tenía siete puertas en la muralla defensiva y calles con pavimentos cerámicos. Eran las termas públicas de la época de Augusto. Los restos de cabezas romanas como la Venus de Iluro estaban en el Museo de Mataró. Junto a una capilla, celda abierta a la calle en la actualidad, una escultura de San Sebastián del escultor mataronense Perecoll recordaba al santo. La Torre del Pozo de Avall, de la muralla de Mataró, desde la plaza de Can Xammar, era otra de las intervenciones arqueológicas que se extendían hasta la plaza de Santa Ana. Nos detuvimos ante fachadas con ventanales góticos de arcos apuntados y tracería con ornamentación de piedra (hojas, flores o figuras geométricas) y la guía nos relató la razón de algunas figuras de los tejados que rememoraban la cuaresma, tradición extendida por Cataluña e Islas Baleares

Presté atención a las rejas de hierro forjado con volutas, espirales y detalles geométricos en ventanas antiguas y balcones con barandillas, y a las cerraduras de hierro medievales y renacentistas de caja grande ovalada o redonda (ss. XIV a XVI). Otras cerraduras barrocas y neoclásicas de algunas casonas situadas en callejones tenían la caja grabada en hierro o bronce de orgullo (ss. XVII a XVIII). (Las llaves de vástago largo y labradas las vi en el Museo de Mataró en Can Serra). Algunas rejas de hierro forjado eran de estilo barroco con una ornamentación creciente que incluían volutas, grecas y hojas en diseños equilibrados y simétricos, propios del estilo neoclásico.

Desconocía el fenómeno industrial de la herrería y cerrajería en Cataluña, a pesar de haber visitado la colección de los Museos de Sitges, en particular el Museu del Cau Ferrat, que albergaba una magnífica colección de hierro forjado acumulada gracias al empeño de Santiago Rusiñol, su “nido de hierro”.

No visité los restos arqueológicos de la Villa Romana de Torre Llauder por razones de horario. Sin embargo, concentré mi tiempo en el Museo en Can Serra.

Restos arqueológicos

Museo de Mataró

El Museo de Mataró en Can Serra era la remodelación de la Casa Coll i Regàs, un edificio modernista del arquitecto mataronense Josep Puig i Cadafalch, cuya placa de la casa donde había nacido estaba visible (sin citar que había sido presidente de la  Mancomunidad de Cataluña en 1917). Me había encantado la colección de arte romano procedente de las excavaciones arqueológicas: retrato de Faustina Menor, esposa de Marco Aurelio (s. II, d.C.), Venus de Mataró (s. II d.C.), monedas de la época de Tiberio, Calígula y Claudio, indianos con representaciones del tren, cerámica, ánforas y paneles informativos sobre profesiones…

Como curiosidad, me detuve ante la casa del cantante y guitarrista Peret, cuyas canciones recordaba de los años 80 del siglo pasado (“Una lágrima”, “Borriquito”, “Es preferible reír que llorar…”). No había reparado que este artista español de etnia gitana hubiera puesto sus primeros pasos en el Carrer de la Palma en 1935. La placa recordatoria en la pared me pareció un homenaje muy tibio del Ayuntamiento para un hombre al que se le seguía recordando en muchas celebraciones. La ciudad de Mataró contaba con numerosos monumentos que sembraban el paisaje urbano de personajes y acontecimientos que recordaban hechos trascendentes, pero… no ví ninguno dedicado a Peret.

De vuelta sobre mis pasos mañaneros, saludé las estatuas conmemorativas “Mataró” por Manuel Casachs y Xivillé y el “Monumento a Miquel Biada” por Joaquín Ros y Bofarull, citado más arriba. Otras estatuas y monumentos nada sabían de este curioso turista. Las dejé para otro viaje. Después de la vista ahogada de la mañana, la sonrisa me acompañaba de regreso a Pineda de Mar con la luz cegadora erguida sobre el mar.

Museo de Mataró, estatuas y placas urbanas, y callejuela

 

 

Luis Miguel Villar Angulo
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