CU de la US
Luis Miguel Villar Angulo

Rememorando el viaje a la Alcarria

Madrid 

Los anfitriones esperaban en las proximidades de la estación ferroviaria Madrid – Puerta de Atocha – Almudena Grandes, que daba la bienvenida a los viajeros con una de las reformas estructurales atirantadas de la capital de España. Enseguida el grupo entró en merceditas, que sería la compañera dócil y segura de los paseos por el Prado, Recoletos y Castellana hasta el Estadio Santiago Bernabéu.

Un campo de fútbol de impresionante arquitectura revestido de acero inoxidable con 30.000 lamas superpuestas. El anfitrión y conductor dio una vuelta alrededor del mastodonte intumescente para satisfacción de los visitantes y continuó su ruta al domicilio atravesando la Plaza Castilla y la zona de las cuatro torres, comentando la novedad de la IE University en la última torre edificada.

La casa de los anfitriones estaba cargada de recuerdos académicos. Los viajeros pensaban que honraban los recuerdos que habían soportado fustes magistrales, horas de insomnio, empedrados proyectos docentes y tribunales cansinos de tesis doctorales.

  • Pues sí, amigos, tengo toda una colección de libros, manuscritos e investigaciones guardados esperando una nueva ubicación…
  • En nuestro caso – comentaron los viajeros – esperamos a gente para que se llevaran papeles encuadernados y al final cedimos todo lo empastado.

Poco tiempo después hubo un cambio de conversación para revisar flecos del itinerario a iniciar al día siguiente. El viajero narrador pensativo preguntaba a los demás excursionistas mirando los apuntes de la ruta:

–       ¿Estáis conformes con haber cancelado la estancia en el Monasterio de Buenafuente de Sistal y anulado la ruta a Jadraque y Tamajón?

El anfitrión con voz opaca se limitó a decir muy quedo:

  • Como gustéis.

Vistas de Madrid. Estadio Santiago Bernabéu. Ascensión de la Virgen María a los cielos (Instituto de Arte de Chicago).

Después de un suculento ágape, los anfitriones trasladaron a los viajeros hasta el Museo del Prado para girar una visita a dos exposiciones temporales: una dedicada a Pablo Veronese (1528-1588) y la otra, más modesta por el número de obras colgadas, pero de gran formato: El Greco de Toledo en Santo Domingo, era un alarde de deconstrucción de un retablo que el cretense había diseñado.

En el caso del cenobio toletense, se presentaban ocho de las nueve obras del retablo mayor de la iglesia del Monasterio toledano pintadas por el maestro entre 1577 y 1579. Eran sus primeros bocetos a color. Se daba la circunstancia de que solo dos imágenes auténticas de santos permanecían en el retablo reconstruido en aquella ciudad. Las demás pinturas se encontraban en propiedades privadas, como la Santa Faz en un escudo de armas realizado sobre madera. La Ascensión de la Virgen María a los cielos (obra firmada y fechada en 1577) tenía la distorsión y la expresividad emocional propias del estilo manierista, y se localizaba en el Instituto de Arte de Chicago. La tercera obra, San Bernardo, estaba colgada en el Museo del Hermitage de San Petersburgo. Sin embargo, el cuadro la Trinidad se podía contemplar bajo propiedad del Museo del Prado.

Retablo de la iglesia de Santo Domingo de Toledo

Sin duda, la exposición que cautivó más a los visitantes fue la colección renacentista del veneciano. Como no se podían hacer fotos en ninguna de las seis salas dedicadas a la evolución pictórica del artista, los turistas se conformaron con las imágenes de la web del museo. Comentaban en el grupo que tenían suerte de ver en el Museo del Prado bastantes cuadros del artista y reconocían el esfuerzo museístico para conformar una exhibición con obras procedentes de otras pinacotecas del mundo.

Llamaron la atención aquellos lienzos en los que el artista italiano había priorizado representaciones arquitectónicas, trazando perspectivas de delineante o cortador de piedra en los fondos de los cuadros (La disputa con los doctores en el Templo, h. 1550-56; La cena en casa de Simón, h. 1556-60) o la transformación de un pesebre en la entrada en un palacio con colores de telas, brocados e indumentarias refulgentes que orientaban el ojo del espectador hacia la Virgen y el niño (La Adoración de los Magos, h. 1573-74).

Este cuadro por tamaño, volúmenes y colores irradiaba maestría consumada en la iconografía del nacimiento de Jesús. La escenografía teatral permitía que la riqueza de personajes del primer plano fuera como si los actores participaran en una comida opulenta. La visita guiada a la exposición por el director del Museo del Prado (Miguel Falomir Faus) resultaba imprescindible para cualquier espectador curioso a la hora de comprender la colección expuesta.

Guadalajara

El conductor anfitrión dio la orden a merceditas de seguir la ruta más directa de 56 km siguiendo la A-2 (Zaragoza, Barcelona) al Palacio del Infantado en Guadalajara prevista en 41 min. Los viajeros sintieron curiosidad de ver el cielo sembrado de aviones aproximándose al Aeropuerto Adolfo Suarez Madrid-Barajas. No estaban acostumbrados al tráfico intenso de aviones que navegaban en la dirección de las pistas de aterrizaje de alguna de las cuatro terminales del aeropuerto. Así surgió el diálogo entre viajeros y conductor.

  • ¿Vuelan desde muy lejos?
  • ¡Psché! Según como queráis mirar el tamaño de la aeronave. Desde luego, vienen de más allá del Atlántico si son de fuselaje ancho.

Parecía el anfitrión un hombre acostumbrado a enseñar los alrededores de Madrid. Al pasar cerca de Torrejón de Ardoz refería sus monumentos más importantes, desde el Parque Europa al Colegio Público Buen Gobernador. Luego el coche cruzó la demarcación de Alcalá de Henares, pueblo anotado en la agenda de visitas para el último día de la ruta, si era factible.

La primera parada fue cerca del Palacio del Infantado de Guadalajara, porque la Pl. España y alrededores estaba muy limitada para estacionar el coche. Delante de la grandilocuente fachada, un grupo de escolares recibía explicaciones de una guía sobre la combinación de elementos decorativos en forma de sebka o sucesión de rombos entrelazados de inspiración mudéjar que distanciaban la geometría del frontis de la tradición renacentista italiana.

La portada entre columnas, el escudo heráldico y la galería superior dejaban suspensos de admiración al grupo, tras reconocer la pericia de la cofradía de canteros de la época de los Reyes Católicos.

Después de sucesivos callejeos, los forasteros visitaban el palacio gótico isabelino del s. XV, rico en artesonados. El arquitecto francés, Juan Guas, constructor prolífico, había rubricado su conocimiento del diseño y la cantería en numerosos edificios de la época de los Reyes Católicos con bóvedas de crucería estrellada y pináculos, y había verificado su legado en manufacturas de carácter religioso y palaciego de la zona castellana. Sus castillos eran hoy en día muy visitados (por ejemplo, Cuéllar). Cada espectador murmuraba algún monumento del alarife francés que había visitado en Ávila, Toledo, Manzanares el Real, Belmonte, etc., mientras el resto de los presentes escuchaba.

El Museo Provincial era el más antiguo de España de esas características. Además, por ser subsede del Museo del Prado desde 2022 se podían contemplar óleos de firmas consagradas: Alonso Cano, Luisa Roldán “La Roldana”, Juan Carreño de Miranda, José de Ribera, Luis Tristán, etc. Sin duda, el óleo sobre lienzo Virgen de la leche de Alonso Cano concitaba glosas adicionales, no solo por su delicada composición, suave colorido y plegado escultórico del ropaje de la Virgen, sino también por la ilustrada explicación ofrecida en un cartel junto al cuadro.

Los visitantes se detenían para apreciar las dos terracotas de La Roldana con suspiros de admiración porque todos querían tener esas figurillas policromadas barrocas en la alacena de los salones en época navideña (Primeros pasos de Jesús, y Virgen niña con San Joaquín y Santa Ana).

  • Vendrá la noche cuando todo duerma”, recitaba a Unamuno el viajero narrador apuntando la sala I del Museo dedicada a La Muerte.

El sepulcro anónimo de alabastro blanco de Cogolludo de doña Aldonza de Mendoza (hermanastra del prestigioso escritor marqués de Santillana) del s. XV era excepcionalmente bello. Su elegancia formal en la serenidad del rostro y realismo en la composición de la figura ataviada con túnica ceñida y otros detalles estaban cuidadosamente tallados (alfileres de la toca y rosario en sus manos cruzadas). Además, ornamentaban la piedra escudos heráldicos y figuras de ángeles.

Comentaba el viajero narrador a sus anfitriones que este sepulcro del gótico tardío y Renacimiento tenía mucha importancia artística al igual que el Doncel de Sigüenza elaborado igualmente en alabastro y de estilo gótico tardío con elementos renacentistas de finales del s. XV.

  • Tienes razón, comentaron en el grupo. Ya cotejaremos las dos estatuas dentro de dos días.

El patio del palacio era un patio para morir de pasión, de agobio. Colocado en un ángulo contemplaba al fondo cinco arcadas en dos plantas de tradición renacentista con toques flamígeros propios del estilo isabelino. Y cada arco tenía en las enjutas pares de leones en la planta inferior y grifos en la superior mirando al espectador que semejaban guardianes vivos. Las columnas, lisas en la primera planta, florecían con decoraciones de bandas cruzadas en los fustes y capiteles aliñados en el segundo piso.

Una foto de la época de la guerra civil había afligido al grupo al contemplar los huesos del patio, enhiestos como troncos sin vida. Sin embargo, las Salas del Duque glorificaban las hazañas legendarias de la familia de los Mendoza en trabados frescos de Rómulo Cincinato entre 1578 y 1580 por encargo del Quinto Duque del Infantado. Débilmente iluminada la Sala Atalanta, cada observador se movía a su ritmo mirando al techo siguiendo las escenas de las Metamorfosis de Ovidio. Al viajero le impresionó el barroquismo y colorido de los pliegues de los cortinones, la gorguera, encajes en los puños y pañuelo en ondas blancas sobre atuendo negro del retrato en un óleo sobre lienzo de la Condesa de Saldaña, Luisa de Mendoza y Mendoza de Antonio Ricci. En la noche oscura de la sala el cuadro daba vida al alma olvidada. 

La segunda planta del museo tenía exposiciones temporales sobre investigaciones arqueológicas. Cada concurrente paseaba a su aire. La fatiga visual de los restos fósiles volvieron los ojos tristes y meditabundos al viajero relator.

Poco le importaba a éste el territorio de la Caraca de la época romana republicana porque no iba a visitarla, aunque leería las investigaciones de Javier Fernández Ortea. En otro espacio levantaba la cabeza e imaginaba como habían sido los 15 kilos de plata del tesoro de Driebes que se exponía en pequeños fragmentos labrados. Se pasaba una mano por la frente, se frotaba los ojos y saludaba al salir de la sala a la vigilante de planta del museo.

-Buenos días. ¿Hoy parece tranquila de turistas la mañana?

-Nos las de Dios, pero no se crea que ahora viene un grupo escolar…

Patio y portada del Palacio del Infantado. Salas del Duque. Virgen de la leche (Alonso Cano). Inmaculada Concepción (Juan Carreño de Miranda). Primeros pasos de Jesús (Luis Roldán (La Roldana). Aparición de la Virgen y el Niño a San Francisco (Juan Carreño de Miranda). Palacio del Infantado (fachadas). Sepulcro de doña Aldonza de Mendoza. El tesoro de Driebes.

Torija

El conductor programó el aire acondicionado y el GPS de merceditas y puso la dirección Torija (1764 hab., INE 2024) que distaba 23 km por la A-2. Con tanta lluvia primaveral, la hierba permanecía crecida por los caminos. El aire azulado estaba diáfano. Dos alturas conformaban las señas de identidad desde la carretera: la torre cuadrada de cuatro cuerpos de la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción (Bien de Interés Cultural, 1991) y el Castillo de Torija.

Estacionado el coche, un letrero de la sala de información advirtió a los excursionistas de una novedad, que el antiguo castillo templario se había reconvertido en el centro de interpretación turística de la provincia de Guadalajara, que incluía el Museo del Viaje a la Alcarria en su espléndida torre del homenaje. Subían los caminantes por rampas o el ascensor a los distintos niveles del castillo sin que ninguno de los visitantes se asomara al exterior de la fortaleza, porque no poseía almena alguna.

Distintas mesas mostraban productos de la tierra arriacense, en particular, tarros de miel premiados. A continuación del expositor, un buzo de apicultor con careta y una colmena moderna del tipo Langstroth con diseño modular se exhibían en la misma sala. Unos paneles revelaban fotos de la fiesta ganchera del alto Tajo que alegaban el transporte de las maderadas por el río hasta Aranjuez. Otra maqueta reproducía una edificación de la arquitectura negra noroccidental de la provincia, compuesta de pilares y vigas de roble o encina, reforzados con zunchos de forja, y muros de pizarra con cubiertas de lascas del mismo material. De vez en cuando se veía la cara interior de los muros del castillo.

Continuando el itinerario los excursionistas llegaron a la dependencia del Museo “Viaje a la Alcarria” Camilo José Cela. Era el primer museo dedicado a un libro que contaba las vivencias del escritor en su recorrido alcarreño por el año 1946. El museo albergaba en vitrinas ediciones únicas del libro, fotografías, mapas y utensilios personales del novelista, como una silla. Un documento manuscrito y firmado por el autor constataba que había firmado “todos y cada uno de los 1 280 únicos ejemplares que componen la edición facsimilar del manuscrito original fechado en 1948, de Viaje a la Alcarria”.

Se daba la coincidencia de que Don Camilo José había estado en Pastrana los días 13, 14 y 15 de junio de 1946 en su viaje a la Alcarria: “A la mañana siguiente, cuando el viajero se asomó a la plaza de la Hora, y entró, de verdad y para su uso, en Pastrana, la primera sensación que tuvo fue la de encontrarse en una ciudad medieval, en una gran ciudad medieval…”, y los cuatro senderistas habían paseado por Pastrana en el mes de junio de 2020, y cinco años después y en el mes de junio recorrían el museo del Viaje a la Alcarria en Torija. Una villa que el prosista describía como “pueblo subido sobre una loma. Un parador. Tres casas. Cuatro mulas. Cinco damas. Seis hidalgos. Siete zagalas. El camino de Brihuega/ va a la derecha. Por el de Zaragoza bajan dos mozas”. En corro, los amigos constataban que el paisaje urbano había cambiado sobremanera.

La parroquia estaba cerrada. La torre elevaba las vistas desde la Pl. la Villa con una fuente central. A pocos pasos, la Pl. de la Iglesia tenía viviendas modernas porticadas sobre pedestales siguiendo la tradición castellana conocida en otros pueblos con columnas y zócalos de madera (entre otros, Ampudia o Covarrubias). De hecho, la influencia de Covarrubias se notaba en elementos de la parroquia, como el acceso al presbiterio plateresco. (El viajero relator tenía conocimiento de la distribución de la planta basilical y distribución en tres naves y del retablo a través de Internet).

Había pasado mediodía y el hambre azuzaba el apetito. El vigilante del museo había  aconsejado comer en el Restaurante Las Cucharitas y los comensales quedaron satisfechos con el menú del día. Las mujeres torijanas del servicio fueron atentas y rápidas. Además, estaba calificado el restaurante de excelente por la mayoría de los opinadores en Tripadviser.

Sillón de Camilo José Cela, Torre de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción. Torres del Castillo. Ediciones de Viaje a la Alcarria

Brihuega

Después de la segunda parada de un par de horas, el conductor había encendido el gasoil a merceditas para iniciar la tercera etapa del día en dirección a Brihuega (2 816 hab., INE 2024) que distaba a 16 km por la CM-2011. Recostado el grupo sobre los asientos, los 14 minutos transcurrieron cómodos, incluso cuando una carretera comarcal de los campos de lavanda estaba cortada y hubo que dar media vuelta. Los páramos y valles más emblemáticos de la Alcarria alta estaban bañados por el río Tajuña.

El viajero narrador había distinguido otros campos reservados a la florescencia de la lavanda en algunos folletos con planos, así que el conductor decidió atravesar Brihuega de norte a sur. Tras una breve parada en la Pl. del Molinillo, los senderistas caminaron despacio hasta la antigua Real Fábrica de Paños, reconvertida en balneario, que no permitía la entrada libre al público. A esa hora de la tarde el viajero cronista fotografió el campanario del Torreón San Felipe y el resto de caminantes curioseaba algunos recovecos y callejones acodados del Paseo La Fábrica. 

De regreso a la Puerta de la Cadena, que era una de las cinco del recinto amurallado de la villa del s. XII, los viajeros reanudaban la marcha, previa parada ante la Iglesia de San Felipe, S. XIII, Bien de Interés Cultural, que estaba abierta. Era uno de los tres templos parroquiales románicos brihucenses existentes. En sus tres naves se observaba la transición al gótico por el rosetón en la fachada y los arcos formeros apoyados sobre pilares con columnas adosadas en la nave central. El cronista y el conductor festejaban la visita por la reforma bien ejecutada del interior de la iglesia.

Desde merceditas los viajeros miraban vagamente el horizonte tras conocer por boca de un paisano que la floración de la lavanda ocurriría un mes después de aquella visita. El cronista preguntó en la cuesta de la Av. de la Constitución en dirección al puente del Tajuña, y el lugareño espetó:

  • Sabe usted que el campo está verde y que no va a encontrar la planta en flor.
  • No importa, respondieron todos desde el coche.

El aldeano movió incrédulamente la cabeza y señaló el cruce del puente y el desvío a la izquierda. Manteniendo los límites de velocidad urbana, el conductor conducía a merceditas por delante del Convento de las Jerónimas (S. XVI), convertido en un lugar de eventos y celebraciones, y de la iglesia de San Miguel, S. XIII, románico de transición, como la Iglesia de San Felipe, ambos edificios cerrados y faltos de apariencia estética.  

A pocos km de la GU-925 se situaba una zona acotada con un inmenso marco de color rojo donde aparecía el campo de lavanda. A la izquierda de la carretera los tallos de lavanda estaban verdes. A la derecha un mar rojo de amapolas teñía las espigas verdes de cebada y trigo. El paisaje había compensado la visita con un panorama multicolor. Despreocupado el grupo, los anfitriones – expertos en el conocimiento del mundo rural – caminaban por los surcos de las plantaciones de lavanda en un aire alegre mezclado con la serenidad y silencio del campo. En torno al marco colocado a la altura de la carretera se divisaban campos peinados de espiguitas que dejaban ver flores violetas o de un azul pálido. Allí los excursionistas se retrataron para la historia con varios selfies. Había sido un tardeo acertado entre espigas verdosas de tallo largo.

En Brihuega se cultivaba principalmente el lavandín (lavándula × intermedia), un híbrido entre lavándula angustifolia (lavanda inglesa) y lavándula latifolia (lavanda portuguesa). Tenía el lavandín mayor rendimiento de aceite esencial, aroma más intenso y alcanforado y resistía mejor el clima seco y caluroso. Las mujeres del grupo se mostraban de acuerdo en el consumo de velitas aromáticas y lavanda seca para hacer trenzados en ramos de tallo largo. Todas conocían la aplicación de las distintas variedades analizadas por los botánicos en las destilerías para la jabonería, aromaterapia y cocina. Asimismo, la lavanda había ganado una considerable industrialización en el centro de interpretación de otro pueblo castellano (Tiedra, Valladolid).

Iglesia de San Felipe. Fachadas e interiores

Entonces, el conductor – que había comentado la existencia de una comunidad de Hare Krishna en el pueblo – dio media vuelta en la carretera y enfiló la CM-205. A 10 min se asentaba la Comunidad Rural Nueva Vrajamandala en la finca Santa Clara, junto a un meandro del río Tajuña. Era la sede de la Asociación Internacional para la Conciencia de Krishna en España desde 1979. Estacionado el coche en un interior del recinto de la finca de 300 Ha., el conductor – hábil en la interlocución – preguntó a un hortelano y éste le remitió a un residente, de origen burgalés y célibe, vestimenta ordinaria, con una marca en forma de V en la nariz y frente, como seguidor de Visnu, que hacía las veces de introductor de visitantes, dentro de la jerarquía organizativa.

  • En la actualidad convivimos alrededor de 75 vecinos en los edificios adquiridos en 1979. En el templo practicamos meditaciones y rituales contenidos en el Bhakti-Yoga. Nuestra vida cotidiana empieza a las 4 a.m. en cualquier época del año para hacer nuestras oraciones y cánticos (kirtan), siendo el principal el canto del mahã-mantra. La comunidad mantiene una dieta vegetariana, por eso cultivamos el campo y cuidamos vacas; no bebemos alcohol, ni jugamos al azar. Tampoco mantenemos relaciones sexuales fuera del matrimonio. Krishna es la suprema personalidad de Dios. Es el Absoluto. El alma es eterna. Para nosotros Cristo es un gurú.

Mientras hablaba, movía las 108 cuentas de un rosario (japa mala) e invitaba al grupo a visitar el templo. Allí, descalzos todos, los concurrentes conocieron al fundador de la Asociación, una escultura sedente de A. C. Bhaktivedanta Swami Prabhupada que difundía el krishnaísmo bengalí, y otras figuras derivadas de la religión hinduista. Las mujeres usaban saris. Entraban en el recinto, hacían una genuflexión y se dedicaban a la oración del Bhakti-Yoga o a tareas de mantenimiento de los altares.

  • Todos los miembros dedicaban un tiempo al servicio de la comunidad. Los niños estaban escolarizados en el pueblo.

Comunidad Rural Nueva Vrajamandala. Templo y exteriores

Cifuentes

Sorprendidos por los principios plausibles de la vida diaria y el enfoque universalista de Krishna, los viajeros callaron durante un tiempo, quizás por el solazo de la tarde. Los GPS de merceditas y del iPhone del viajero cronista se ponían de acuerdo sobre la ruta CM-205 (campos de lavanda) en dirección a Masegoso de Tajuña y N-204 hasta la siguiente parada: el aclamado Cifuentes de Don Camilo José.

—“¿Va usted a Cifuentes?

—No sé, no acababa de echar a andar. ¿Usted sí?

—Sí, allá me acercaré. Cifuentes es un pueblo bueno, un pueblo con mucha riqueza.

—Eso me han dicho.

—Pues es la verdad. ¿Usted no ha estado en Cifuentes?

—No, no he estado nunca.

—Pues véngase conmigo; son buena gente para los que andamos siempre dando vueltas”. Cela, Camilo José. Viaje a la Alcarria seguido de Nuevo viaje a La Alcarria (p. 74). (Function). Kindle Edition.

Aquel 4 de junio se ponía el sol a las 21:26 p.m. Así que los senderistas tenían poco tiempo para conocer alguno de los monumentos cienfuenteños, porque tenían que llegar antes de las 21 p.m. a la casa rural de Anguita. Confirmaban los forasteros que las gentes del pueblo eran hospitalarias y abiertas tras preguntar por la Iglesia de El Salvador (Ss. XIII-XV) y ser orientados en dirección al templo por la C. de las Campanas.

Sin duda, el viajero cronista se explayó fotografiando la portada de la iglesia de Santiago (hoy desaparecida) con un rosetón gótico tardío donde los canteros habían dejado sus marcas. Abocinado el arco de medio punto de la portada en estilo románico rural, tenía 15 figuras en la arquivolta interna, y figuras representando las siete virtudes celestiales a la derecha y siete pecados capitales a la izquierda, destacando la figura 13 de la arquivolta externa, sujeta a interpretación varia. Los capiteles con escenas de la vida de Cristo y otros con decoración vegetal y cabezas de animales conservaban la belleza de la talla de la piedra de sillería del templo desaparecido.

Mientras, la entrada principal de la parroquia, moderna, renacentista, de planta basilical estaba cerrada. Desde fuera, la portada de mediodía tenía un arco de medio punto con frontón clásico y hornacina enmarcada con columnas toscanas en medio de contrafuertes rematados en pináculos, y una torre cuadrada con campanas se elevaba en el arco triunfal.

Portada de la iglesia de Santiago. Iglesia de El Salvador

Desde el inicio de la barbacana (S. XIII) de la Pl. la Provincia los forasteros contemplaban el Convento de Santo Domingo, de magnífica y restaurada espadaña, reconvertido en Centro Cultural de la Villa, la Casa de los Gallos (S. XVII) con un enorme escudo heráldico de piedra, recuerdo de una vivienda de hidalgos y del urbanismo cifontino, la Plaza Mayor porticada y geométricamente irregular a la que se accedía bajando la C. Escalerillas, y el Castillo de Don Juan Manuel.

El anfitrión condujo el auto junto a la arcada de la Ermita del Hospital del Remedio (S. XVI) para subir la cuesta en dirección al Castillo de Don Juan Manuel (1324) que ocupaba un espacio alto del cerro.

Sin salir de merceditas, los cuatro turistas contemplaban los volúmenes de la torre del homenaje pentagonal, otra torre cilíndrica y dos más prismáticas sobre una base cuadrada. La edificación estaba cerrada y pendiente de restauración para visitas precisamente en el año 2025. Transcurridos más de 700 años, cada espectador pensaba cómo Don Juan Manuel pudo haber escrito en ese recinto el libro de cuentos El Conde Lucanor o la obra de cetrería Libro de la Caza. Aquel novelista había seguido la estela literaria de su tío Alfonso X, y sus restos descansaban en la iglesia de San Salvador.

Convento de Santo Domingo. Castillo de Don Juan Manuel. Casa de los Gallos. Ayuntamiento. Plaza Mayor

Anguita

Los cansados transeúntes salían del pueblo de las cien fuentes sin haber reparado en ninguna de ellas, ni siquiera en el río homónimo, por la A-2 en dirección a Anguita, pueblo más bonito de 2021 (156 hab., INE, 2024). Tras la A-2 y comarcal GU-936, el conductor aceleraba y reducía las marchas hasta llegar a la Casa Rural de Anguita antes de las 21 p.m. en 40 min. El conductor había recibido parabienes de los ocupantes. Los cuatro senderistas estaban gozosos de haber llegado al destino después de cinco estaciones. Hambrientos los excursionistas, recibieron las llaves del hostal rural Cuevas de Longarza en el Bar “Teleclub” y encargaron los platos combinados disponibles para cenar.

El hostalito de seis habitaciones estaba situado enfrente de la Ermita de la Salud, de doble puerta y cuadrada, construida con piedras de sillería en la Ruta del Cid, según el Cantar del Mío Cid, que había rendido homenaje al caballero medieval celebrado el Verano del Cid-Anguita 2023:

Se van Henares a toda velocidad,

Cruzan por la Alcarria y siguen adelante,

Por las cuevas de Anguita ellos pasando van.

Versos 542 y ss. CMC.

Los anfitriones tenían amistades en Anguita que saludaron al grupo y quedaron en llamar al cura para guiar a los forasteros por las dos iglesias del pueblo al día siguiente. Los transeúntes celebraban el paseo entre luces cruzando un puente sobre el río Tajuña que formaba una hoz o valle estrecho y curvilíneo. Se oía el chapoteo del río y alguno escuchaba croares y silbidos de ranas formando coros y el cri-cri-cri agudo y rítmico de grillos frotando sus alas en el crepúsculo. Un perro ladraba sin ira detrás de un muro de una vivienda.

A la mañana siguiente, antes de desayunar, los senderistas hicieron una breve caminata por callejuelas en pendiente del pueblo hasta que llegara el pan al Supermercado de María Jesús, enfrente del Bar-“Teleclub”. La sierra Ministra extendía sus laderas hasta la hoz del río y el habitat se había acomodado a las cuestas. La fachada del Ayuntamiento con puerta de medio punto y dovelas de sillería estaba en obras: unos obreros retejaban un edificio que había firmado en 1813 el Acta de Constitución de la Diputación provincial de Guadalajara, primera creada en España siguiendo las pautas de la Constitución de Cádiz. El rótulo de la C. Ramón y Cajal estaba puesto con intención. En una de las casas había veraneado el doctor con su esposa. Las calles, limpias, empedradas con losetas amplias en el camino central, mantenía mansiones recias – algunas reconstruidas – con muros de mampostería y portones de sillería.

El desayuno y las cenas en el Bar-«Teleclub», de escasos comensales, se prolongaban hablando con la camarera que gobernaba el establecimiento y que poco a poco iba desenvolviendo su vida pasada con anécdotas familiares. La llegada del cura cambiaba el orden del día. Los excursionistas se desplazaban lánguidamente por la C. la Hoz. Al fondo, la Torre de la Cigüeña, de 18 m de altura, era una atalaya y antigua guía de vigilancia de origen musulmán.

Al abrir la iglesia parroquial de San Pedro el cura, Don Rafael Pascual Galán, iba enhebrando la historia de un templo desde sus orígenes de estilo románico (pila de la Capilla Bautismal de los Ss. XII-XIII) hasta la bóveda del primer gótico (1300-1400). La figura de San Pedro presidía el altar mayor. La tarea del sacerdote para la restauración de la cubierta, consolidación de la bóveda y el saneamiento total del templo justificaba no solo la lápida de agradecimiento por la restauración, sino también por toda la labor desarrollada en el pueblo.

Conocedor del callejeo del pueblo, marchaba el grupo junto al cauce del río escuchando al cura, que hablaba en voz baja sobre el sistema de protección de las tomateras con tejas ancladas en el suelo que proliferaban en las huertas adosadas a las viviendas. El río, encajonado de cauce, discurría paralelo a la C. Umbría.   

 

Iglesia parroquial de San Pedro

La primera mención de la Ermita Ntra. Sra. Virgen de la Lastra era del S. XII, pero su transformación de capilla al tempo actual se producía en el S. XVII. La combinación de estilos (románico, gótico y mudéjar) era el resultado de su evolución histórica. Como en otras ermitas, el origen era la atribución de una aparición milagrosa en aquellas lajas. El acceso por la puerta sur tras un portegado estaba en la Ctra. de la Virgen. La torre con campanario en forma de espadaña había sufrido caídas y remodelaciones. Una reja del S. XIX separaba la nave del crucero. Bastantes cuadros, aparte del retablo Mayor barroco (1698), estaban consagrados a la Virgen. Las fiestas patronales del pueblo originaban la peregrinación a la ermita para la Adoración a la Virgen con nueve noches de novenas, procesión de la Virgen y almonedas (subastas a favor de la Virgen) en el Ayuntamiento.

Ermita Ntra. Sra. Virgen de la Lastra

Los anfitriones se retrataban con los paisanos veraneantes mientras los viajeros en silencio fotografiaban buganvillas, enredaderas y geranios, y se acercaban a merceditas sin toparse con ningún burro. Algún coche estacionado contrastaba la vida moderna con las vivencias de pollinos de Don Camilo José de 1946.

Colocado el GPS en dirección a la soriana Medinaceli por la A-2, el conductor filosofaba sobre la historia y el valor social de los teleclubs en los pueblos. Fueron una iniciativa de época franquista, originaria de Canadá (1939), para dar cobertura de televisión y fomentar el encuentro entre las gentes en el ámbito rural. Era muy interesante la conversación, porque todavía subsistían esos históricos establecimientos en pueblos de la meseta alguna vez visitados.

Medinaceli

Poco a poco, y arriba de la cuesta emergía el arco romano de tres arcadas (Ss. I-III d. C.), marca icónica de esta villa, captada por la belleza, había sido reconocida por la Asociación de los Pueblos más bonitos de España. Fácilmente estacionado el coche a la sombra, visitada la oficina de turismo y extendido un plano de la villa, la primera visita de Medinaceli (671 hab., INE, 2024) había sido la Plaza Mayor y el Palacio Ducal. Luego sucedería el callejeo por la villa medieval, empedrada con casas de tapias de adobe y muros de mampostería y piedra. Al llegar a la Plaza Mayor el autor del soneto El ciprés de Silos había dejado una pieza de su creacionismo literario en una placa de una enjuta de dos arcos:

Ciudad del Cielo

Medina diamantina

Inviolable a las mesnadas

Y a los ángeles abierta

Y abre a tus alas plegadas

Que tienes ancha la puerta

Gerardo Diego

Era tan espectacular el “Forum Magnum”, que los visitantes callados contemplaban las arcadas de las viviendas formando un semicírculo y la homogeneidad de los edificios de piedra, de los cuales destacaba uno soberbio iniciado en 1625 por el alarife Juan Gómez de Mora que había intervenido en la construcción, entre otros monumentos, de la actual Diputación de Zamora. Algunos componentes del grupo recordaban la plaza zamorana porque allí habían jugado subiéndose al carnero de bronce de la estatua de Viriato (Barrón, 1903).

Los amigos miraban el edificio del Palacio Ducal con las dos torres reconstruidas en los extremos que difería del elegante de cuatro arcos y una planta del Ayuntamiento, todos en color pardo, bajo un cielo azul sin nubecillas blancas. Según explicaba uno del grupo, el palacete medinense tenía reminiscencias evidentes del Palacio Ducal de Lerma de estilo herreriano, debido a que el arquitecto de Medinaceli había trabajado con su tío en Lerma. Le faltaba el cierre con chapiteles de pizarra siguiendo el estilo del propio arquitecto en construcciones de Madrid (Casa de la Villa o Casa de la Panadería en la Plaza Mayor). 

Eso sí, todos soltaban una risa histriónica cuando entraban en el interior del Palacio Ducal de Medinaceli (S. XVII). El patio estaba cubierto por una enorme y entoldada cristalera que daba luz a la piedra blanca y desbastada de los pilares. Los fustes dóricos formaban arcadas de medio punto sobre las que se apoyaba una hilera de ventanas en forma de arcos rebajados de medio punto, mientras que el patio de Lerma tenia columnas con arcos de medio punto y en el piso superior un friso corrido de balcones.

  • A ver si os gusta, sondeaba ironizando el primero que había accedido al interior del patio.

Habían quedado sorprendidos por el espacio expositivo con varias dependencias o pequeños mundos temáticos abiertos desde el patio central del Palacio. La Fundación dearte contemporáneo había dedicado una sección a la pintura de arte erótico y en otras ocasiones había creado la Bienal Internacional de Escultura. En la taquilla el galerista Miguel Tugores daba explicaciones de los fines de esta feria que no rivalizaba con ARCO y Estampa. Así, el visitante cronista inició el diálogo.

  • ¿Qué exposiciones se presentan en el Palacio Ducal?
  • Ofrecemos arte para que la gente pueda disfrutar de innovaciones creativas y desarrollar el nivel cultural de esta provincia soriana.

Ninguno de los excursionistas imaginaba que no se pudiera visitar la planta superior del Palacio Ducal de Medinaceli. El cronista recordaba la Casa Pilatos de Sevilla como un palacio perteneciente a la Casa Medinaceli, visitable en su totalidad, de estilo renacentista y mudéjar del S. XV. En fin, allí, como diría un poeta, silbaba cierta ira en los espectadores por el cobro de la entrada, la colección de pinturas que sostenían escasa vida, el muestrario de óleos sobre lienzos que clamaban por salir de la sombra social y el surtido de telas pintadas que no levantaban la mano de un comprador.

La hora antes del cierre de los monumentos marcaba la siguiente visita. El Convento de Santa Isabel estaba habitado por monjas clarisas que mantenían la tradición de endulzar a los habitantes. En la actualidad convivían diez hermanas en el cenobio. El templo había sufrido la invasión francesa y con ella la pérdida de objetos litúrgicos. El altar de la iglesia de San Martín era de estilo barroco. No había más información al respecto. Los feligreses curiosos entraban y salían en silencio del templo sin entretenerse en el presbiterio.

Había un rincón religioso en la villa que sobrecogía a cualquier visitante. Se trataba del beaterio de San Román (S. XIII) de las Beatas de la Purísima Concepción Jerónima donde las casas bordeaban el pueblo murado. La espadaña y el arco de entrada de la puerta del convento podían datar los restos entre los Ss. XV-XVI. De propiedad privada, formaba el beaterio parte de la Lista Roja del Patrimonio que corría el riesgo de desaparecer. Era una de las doce iglesias documentadas en 1566 que estaba al borde del colapso.

Como herida mantenida en el pecho de la villa, el proyecto de consolidación de la muralla romana (Bien de Interés Cultural) llegaba hasta el Castillo en la parte occidental de la villa, más allá de la muy reformada Puerta árabe. Reconstruido el Castillo en sillería sobre la antigua alcazaba árabe presentaba planta cuadrada con torreones circulares en las cuatro esquinas y torre del homenaje. El paseo entre plantas herbáceas, margaritas y amapolas llegaba a las proximidades del castillo (actual cementerio) brindando la oportunidad de conocer el paisaje agrícola en la zona sur del municipio y la eclosión de 22 turbinas eólicas del parque eólico Caramonte más a occidente.

De regreso al núcleo urbano desde la parte vieja, el mosaico de la Plaza San Pedro (S. II d.C.) era otro vestigio de la civilización romana; el más emblemático de los mosaicos de cenefas elaboradas con motivos vegetales y figurativos en rica policromía hallados en la villa. Los excursionistas, no obstante, recordaban haber divisado otro mosaico en el Palacio Ducal.

Poco a poco los visitantes arrastraban cansancio como errabundos ignorados tras una gesta por la Medinaceli del camino del Cid, como Jimena y sus hijas, según el Cantar de mío Cid.

La imagen de la belleza hasta el cielo la daba la torre de la Colegiata de Santa María de la Asunción (h. 1540), siempre ciñendo en altura el gótico tardío, arañando las sombras de los tejados de la villa en inútil ternura. Estaba cerrada la iglesia. Dentro acogía a Jesús Nazareno (S. XVI). Ninguno de los visitantes quiso solicitar el fervor de Wikipedia para tener más conocimiento del interior de la colegiata en una respuesta unánime.

  • Ya la veremos en la próxima visita.
  • Además – añadieron los residentes madrileños – conocíamos a Nuestro Padre Jesús de Medinaceli, talla famosa de la Basílica de Nuestro Padre Jesús de Medinaceli de Madrid.

Enfrente del Arco, el menú del día del Restaurante Romano II con migas, flores de alcachofas, croquetas de torreznos y postre de mil hojas fue adecuado para el precio. El servicio fue correcto para unos comensales que eran los únicos sentados a la mesa.

Los excursionistas abandonaban la villa medinacelense de vestigios romanos y escasos restos románicos que tanto habían glorificado la ciudad de Soria de capiteles aleteantes con tumultos de personajes bíblicos. Desertaban de Castilla y León y regresaban a la Serranía de Guadalajara. Dejaban los 1 092 m de la altura castellana y se posaban en los 1 005 m de yesos montaraces, vallejos profundos, páramos calizos y arcillas.

Medinaceli. Plaza Mayor. Arco. Ayuntamiento. Patio interior del Palacio Ducal. Mosaico Plaza San Pedro. Castillo. Colegiata de Santa María de la Asunción. Beaterio de San Román. Convento de Santa Isabel

Sigüenza

Sin repostar en su depósito profundo, merceditas tomaba la rápida A-2 y la lenta CM-110 en dirección sur y luego oeste para llegar a Sigüenza (4.830 hab., INE, 2024). La cobertura forestal era de tipo mediterráneo, desde el encinar, roble y pino hasta cortejos arbustivos que los entendidos citaban, según las familias, como tomillares y romerales. Esta zona serrana distaba de las plantaciones lavandín del Jardín de la Alcarria de Brihuega.

Algunos visitantes habían conocido la Ciudad Mitrada ocho años atrás (2017) con ocasión de la exposición aTempora, civil y religiosa, que había sido un recorrido por la cultura y el arte sacro del Siglo de Oro con ocasión del cuarto centenario cervantino celebrados en la Catedral y otros edificios civiles expositivos de la ciudad.

Con suerte, merceditas quedaba estacionada junto a la Puerta del Mercado y Torre del Gallo. Las torres almenadas de la fachada parecían propias de una alcazaba. Conservaba las huellas de balas de la pasada guerra civil española. Traspasada la taquilla, los andarines participaron en una experiencia inmersiva de 360 grados inaugurada en 2024. Después de varios minutos, comenzaron el recorrido por el trascoro con la imagen románica de Santa María la Mayor. El camino por la planta románica de tres naves y cinco ábsides llenaba la vista de arte. La nave central era de estilo gótico. El rosetón se divisaba desde la portada principal.

La catedral era exorbitante. Sobrecogedores se elevaban los nervios pétreos que daban forma a la bóveda de crucería. Imponentes lucían los retablos platerescos de Santa Librada y Fadrique de Portugal. Majestuoso el estilo manierista del retablo del Altar Mayor de Alonso de Covarrubias. Desconcertante la portada de la Capilla de la Anunciación o de la Purísima con una decoración estilo Cisneros que abría una reja y ahondaba una bóveda, ambas de estilo gótico. Alucinantes los ochenta y cuatro asientos y la silla episcopal del Coro. Vibrantes los 1390 tubos distribuidos en 30 registros del nuevo órgano de San Pascual (2011). Conmovedores los dieciséis tapices del tesoro catedralicio. Extraordinarios los ventanales ojivales con calados góticos del claustro. Sorprendente el cuadro de La Anunciación de El Greco en la sacristía de las Cabezas (de menor enjundia que los conocidos del maestro cretense para el monasterio de Santo Domingo de Toledo). Enternecedor el lienzo de la Inmaculada Concepción del maestro Zurbarán del Museo Diocesano de Arte Antiguo de Sigüenza, visitado después de la Catedral. Inquietantes los púlpitos de la Epístola (gótico) y del Evangelio (plateresco). Sensacionales los cuadros de Juan de Pereda, o de las escuelas de Francisco de Zurbarán y José de Ribera. Solemne el Mausoleo de Fadrique de Portugal. Melodramáticos los sepulcros de Juan González Monjua y Antón González. Conmovedora la Capilla del Doncel con los sepulcros de Fernando de Arce y Catalina de Sosa y del Doncel.

En esta capilla los forasteros daban vueltas entre los sepulcros y se quedaban absortos al contemplar la escultura funeraria de Martín Vázquez de Arce (S. XV), humanista y guerrero vestido de armas, muerto en la guerra de Granada, y recostado en actitud de leer. Después de haber visto el sepulcro de doña Aldonza de Mendoza en el Museo Provincial de Guadalajara, el mármol del joven lector tenía ciertos parentescos artísticos con la dama en detalles y materiales, pero diferían sobradamente en la postura elegida por el imaginero anónimo para representar el espíritu del Renacimiento. Un doncel que había sido cantado poéticamente por Rafael Alberti y Francisco Brines y cuyos versos había reproducido un post del blog del cronista.

El frío de las estancias catedralicias concitaron el interés por los rayos del sol de los jardines del patio del claustro. Poco después, los turistas observaban la galería de cuadros del Museo Diocesano de Arte Antiguo. Los visitantes que concocíeron aTempora echaban de menos la exposición de la imprenta del renacimiento con ocasión de la publicación de la Biblia Políglota de Alcalá (1514-1517) que fue la gran empresa del Cardenal Cisneros.

La dirección para llegar al Castillo por la C. Mayor era sencilla. Como otro de los pueblos bonitos de España, cuidaba la solería y el empedrado de las calles, la uniformidad de las casas en el barrio antiguo y conservaba los edificios patrimoniales en un color de matiz terroso. El Castillo y las murallas, bien conservadas y con vistas panorámicas, eran la ocasión para ver el paisaje y tomar un refrigerio en el Parador, ubicado en el mismo Castillo.

Allí se gestó una variante del itinerario por conocimiento del anfitrión. Había puesto en la conversación unas notas de vida salvaje animal recordando al naturalista Félix Rodríguez de la Fuente. Por eso, programó una visita al pueblo de Pelegrina.

Sigüenza. Detalles de la Catedral y Castillo

Pelegrina

La salida por la GU-118 al Parque Natural Barranco del Rio Dulce conducía a un altiplano desde donde se bajaba por un sendero salpicado por cardos en flor morada hasta el Centro de Visitantes de Pelegrina (20,6 hab., INE, 2023). Arriba en la altiplanicie, se notaba el curso del río Dulce entre escarpes cuaternarios y se observaba la silueta del pueblo sobre una loma en cuya cúspide se divisaban torreones de un castillo. Atesoraba una iglesia románica en mitad del trazado medieval de la aldea. Así que el fervor de los inusuales forasteros era averiguar el interior de la iglesia de la Santísima Trinidad. A pesar de los esfuerzos del conductor para conocer el depositario de las llaves de la iglesia, no hubo suerte. Una mujer que pasaba en coche no lo sabía. El conductor insistía, aunque el nuevo interlocutor tenía acento inglés.

  • Ahora las tiene un señor que vive más abajo, pero se ha ido de caza.

Las fotos del exterior de la iglesia combinaban dos estilos arquitectónicos de dos épocas distintas: el ábside semicircular como la portada de estilo románico (S. XIII) y el tímpano y pórtico pertenecían al gótico (S. XVI). Un cartel describía que tenía un artesonado mudéjar atrayente (S. XVI) en el interior. Ninguno de los senderistas conservaba fuerzas en las piernas para subir las empinadas cuestas hasta el castillo roquero de piedra sillar con muros parcialmente derruidos y sin mayor interés arquitectónico, salvo un vestigio de puerta en forma de arco de herradura en la zona norte, junto a la torre del homenaje.

En las tardes alargadas del mes de junio los rayos sesgados del sol llegaban a la lápida grabada del Mirador de Pelegrina: “En homenaje al Doctor D. Félix Rodríguez de la Fuente y colaboradores que aquí rodaron sus películas…”. Allí, las aves rupícolas necesitaban tranquilidad para nidificar en las rocas que el río Dulce horadaba. Eran aves que resultaban familiares: águila real, buitre común, halcón, búho real, águila perdicera, chovas piquirrojas, etc.

Allí, la soledad de cada viajero se llenaba de sí misma. Quietos los caminantes en ángulos de crepúsculo, las alas fugitivas de las aves iban creando su propia nube de verano incipiente. Acodados al balcón de madera, velados los ojos, constelaciones de silbidos, trinos, chirridos, gorgoritos o graznidos de aves orquestaban sonidos musicales cortos y agudos.

El camino a la casa rural de Anguita lo conocía merceditas de memoria. A veces, alguno señalaba el velocímetro para asegurar que los 31 km se podían hacer en el tiempo esperado sin precipitaciones.

La señora del «Teleclub» hablaba con una hija por teléfono, que residía en el extranjero, cuando llegó la comitiva expedicionaria. Recordaba la señora que a las 21,30 p.m cerraba el bar y que no tenía muchos suministros. Con cansancio y paciencia, terminada la cena, el grupo había decidido desayunar en otro pueblo al día siguiente para no demorar la partida y visitar el Monasterio de Monsalud con entrada concertada a las 11 a.m. Poco después, y en noche estrellada, el jueves, 5 de junio había terminado dichosamente. 

Pelegrina. Vista del pueblo. Detalles de la iglesia Santísima Trinidad.

Monasterio de Monsalud

La ruta elegida en dirección al pueblo recientemente visitado de la Alcarria, Cifuentes, levantado sobre un manantial, era la más rápida. De nuevo, la parada en aquella villa para desayunar y comprar fruta había sido un acierto. A partir de allí el conductor recordaba vagamente la N-204. A la izquierda se divisaban las torres de la central nuclear de Trillo, última que había entrado en funcionamiento en España, junto al inmaduro y de poco caudal río Tajo. Algunos tramos de pradera con flores silvestres y amapolas daban los últimos estertores a la primavera. De la central nuclear, los restantes viajeros no habían oído hablar mucho. El vapor de agua de las dos torres de refrigeración atraían poderosamente la atención del conductor que planteaba desviarse de ruta para ver las torres de cerca.

La carretera seguía el curso del río Tajo que iba engordando su caudal hasta cruzarlo en dirección a Pareja. Más adelante, la N-320 se desviaba a Córcoles, municipio desaparecido tras fusionarse con Sacedón. El patrimonio artístico renombrado de Córcoles era el Monasterio de Monsalud, Bien de Interés Cultural.

Con puntualidad y cumpliendo con la reserva, los turistas llegaban a las 11 a.m. al semiderruido cenobio, pero con una Portería o Capilla Nueva exenta construida en piedra sillar en el S. XVII. La guía iniciaba la explicación del conjunto monacal an la antigua entrada de la hospedería por debajo del escudo de la Congregación Cisterciense de Castilla, inserto en el frontón de la portada. Atravesado el vestíbulo, aparecían majestuosos los restos del claustro del antiguo monasterio cisterciense, fundado en 1147, con el inequívoco ciprés guardián estirado del jardín monacal.

Se notaba que la guía había leído el ensayo Evolución histórica y patrimonial del monasterio cisterciense de Monsalud de Javier Fernández Ortea (Guadalajara, 2023) o el blog de Paloma Torrijos porque daba explicaciones históricas ajustadas del convento.

Su máximo esplendor había ocurrido en los Ss. XIII-XIV. El declive por ausencia vocacional y problemas económicos había sucedido en el S. XVI, y el remate de la decadencia y deterioro había acontecido con la desamortización de Mendizábal de 1835. A lo largo de tantos siglos, el edificio había ido acomodando la arquitectura a los gustos del momento: románico, gótico y renacimiento. Había existido fraternidad entre la Congregación de Castilla del Cister y la Orden de Calatrava, dos de cuyos caballeros estuvieron enterrados en el claustro monacal. La inscripción funeraria de ambos se encontraba en una jamba de la sala capitular.

Predominaban los vestigios decorativos del gótico en las bóvedas con crucería del claustro, que era el mejor ejemplo de estilo cisterciense. La sala capitular conservaba columnas con capiteles decorados con hojas que parecían de acanto, ventanas y bóvedas de crucería. Sin duda, la iglesia causaba imponente impresión en los espectadores por la cabecera triple, el crucero y las tres naves. Era un espacio vacío grandioso y solemne. Los haces de nervios de los capiteles de las columnas eran una sucesión de palmeras que se abrían en la bóveda. Un campo circuía los ábsides de la iglesia. La caminata entre los surcos espigados verdes de centeno para contemplar los ábsides exteriores había sido una experiencia campestre original reconocida por los espectadores visitantes. Reconocían en aquel entorno que una de las Santas Reglas de la Congregación era que la construcción del monasterio tuviera agua, molino, huerto para que los monjes ejercitaran su oficio dentro del recinto.

Monasterio de Monsalud. Estancias del claustro, sala capitular, iglesia, escudo heráldico, portería

Epílogo

Aún quedaba la última etapa programada del día que era la visita a Alcalá de Henares. Como quien tuviera anhelos desbocados, merceditas atravesó Sacedón (1.595 hab., INE, 2024), paraba delante de la iglesia de porte renacentista de Nuestra Señora de la Asunción, para hacer una foto a la Virgen de la Asunción. Después, los forasteros del nuevo pueblo contemplaban ilusionados las embarcaciones que navegaban por las aguas del Embalse de Entrepeñas.

Como aves cansadas, anfitriones y visitantes no aguantaban nuevas oleadas de piedras monumentales de la Universidad cisneriana, casa natal de Cervantes, Calle Mayor, Palacio Arzobispal o Catedral-magistral de los Santos Niños Justo y Pastor de Alcalá de Henares. Entonces, merceditas había entendido las olas como el mar sabía hacerlo. Había acariciado la pleamar del entretenimiento alcarreño, soriano y serrano. Ahora tocaba la bajamar del retorno al asfalto urbano. Tocaba la hora del reposo trivial en Madrid – Puerta de Atocha – Almudena Grandes.

Virgen de la Asunción

Luis Miguel Villar Angulo
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