Parque del Castillo.
Desde el Parque del Castillo, donde se ubicaba el Parador Antonio Machado, deambulaba tranquilamente alrededor de la colina para ver sitios emblemáticos de la ciudad de Soria, que definiría Antonio Machado “Soria fría, Soria pura, / cabeza de Extremadura, / con su castillo guerrero / arruinado, sobre el Duero; / con sus murallas roídas / y sus casas denegridas!” (Campos de Castilla, Facsímil, 2010).
Las ruinas del antiguo castillo medieval se encumbraban sobre una impresionante panorámica de algunos suburbios de la ciudad; eran una tribuna para recrearse en los orígenes de la ciudad de 40 750 habitantes (INE 2024). El busto del poeta sevillano en los caminos arbolados del parque simbolizaba la influencia que ejerció la impresionante panorámica del valle serpenteante del río Duero y los montes circundantes en su literatura, a lo largo de los cinco años de intensa vida emocional soriana.
Los senderos de la margen izquierda flanqueados por álamos y con vistas al río Duero combinaban historia, paisaje y misticismo en honor al patrón venerado de la ciudad, San Saturio, cuya ermita de estilo barroco (s. XVII), construida sobre una antigua cueva visigoda, era epicentro de excursionistas. Por allí, como por el promontorio rocoso del Mirador de los Cuatro Vientos, había paseado el autor del libro Campos de Castilla, editado con portada de paisaje de árboles otoñales y nubes en 1912, año en que desembocó en Baeza para trasladar allí siete años de su magisterio. Imaginaba al autor escribiendo: “Mediaba el mes de Julio. Era un hermoso día. / Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía, / buscando los recodos de sombra, lentamente /”.
Monasterio de San Juan de Duero.
El río Duero partía el núcleo urbano de los campos de arboledas. Camino de mesones y terrazas fuimos al Monasterio de San Juan de Duero, cuyo video sintetizaba nuestra admiración por la fecunda creación de los alarifes castellanos. Allí fluía el arte románico. Allí había discurrido la orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén desde el s. XII. Allí se intercambiaban las formas semicirculares y agudas de las arcadas del claustro. Allí, los ojos nos asombrábamos de las transiciones de los estilos arquitectónicos, desde el románico más ortodoxo al polilobulado y califal mudéjar y espigado gótico.
¿Transitábamos por este monumento catalogado como Bien de Interés Cultural (BIC)? Cada columna estaba rematada con un capitel decorado con escenas bíblicas, motivos vegetales y figuras fantásticas reclamando nuestra atención. En ese Monasterio que contuvo la fiebre de los peregrinos de Santiago, los espectadores nos extasiábamos también contemplando los capiteles de las columnas de los dos baldaquinos de la iglesia (hacia 1200), que evocaban los templetes existentes en la recordada iglesia románica María Magdalena de Zamora.
Cada capitel del templete del monasterio de San Juan de Duero era una invocación a un episodio bíblico. Así, el capitel 3 del baldaquino del lado de la Epístola representaba la “degollación de los inocentes” con Herodes espada en alto en una mano al tiempo en que se mesaba la barba con la otra en actitud displicente, mientras una cabra alada – símbolo del mal – le susurraba el perverso exterminio de niños ante madres compungidas – símbolo del bien -.
Afortunadamente, la guía artística de Elías Terés Navarro, Monasterio de San Juan de Duero. Soria. Historia y descripción (2021), editada por la Asociación de Amigos del Museo Numantino, nos había esclarecido con erudición todos los pormenores documentales del monumento.
Concatedral de San Pedro.
Atravesamos en coche los ciento doce metros del puente de piedra medieval sobre el río Duero para llegar a la Concatedral de San Pedro (Bien de Interés Cultural (BIC) desde 1959), que compartía sede catedralicia con El Burgo de Osma. Situados ante la puerta plateresca del lado sur con la imagen de San Pedro en una hornacina (hacia 1520), tuvimos que esperar la apertura del templo.
El andamiaje junto a la torre campanario de tres cuerpos, cuadrada, hecha de sillería en una arquitectura gótica tardía con flamígeros, aludía a la reforma del claustro románico, con lo cual no pudimos ver ni la Puerta Santa ni visitar las tres galerías y capiteles historiados y decorados con vegetales (excepto la panda meridional) de una de las joyas románicas sorianas, construida bajo la influencia del claustro de Santo Domingo de Silos.
Los contrafuertes de los muros de la iglesia proporcionaban sobriedad y austeridad al resto del templo. Cuando entramos en el interior poco iluminado leíamos la indicación reiterada “Prohibido hacer fotos” que se estampaba en algunos monumentos. A hurtadillas, registrábamos el retablo mayor del s. XVI desde la nave central de la planta de salón con columnas de fustes lisos y bóvedas de crucería estrellada. Francisco del Río y tres artistas más habían cubierto todo el frente del ábside con un altar renacentista compuesto de banco, dos cuerpos con calles y entrecalles y ático. Sobresalía la figura sedente de San Pedro en el primer cuerpo y culminaba un calvario el ático del retablo.
Dos capillas suscitaron nuestro interés: el retablo plateresco de San Nicolás con 20 tallas exentas y 6 altorrelieves en la capilla absidial de la Epístola y la capilla absidial barroca (s. XVIII) de madera de pino sin dorar de San Miguel en la cabecera del Evangelio, formado por tres calles con estatuas de los otros arcángeles (San Gabriel y San Rafael). Echamos un vistazo a las restantes capillas, incómodos por la prohibición fotográfica y la oscuridad que reinaba en el ambiente interior.

Concatedral de San Pedro. Retablo Mayor. Retablo de San Nicolás. Imagen de San Pedro del Retablo Mayor. Puerta plateresca del lado sur. Capilla de San Miguel. Interior. Torre campanario.
Palacio de la Diputación.
Estacionado el coche enfrente del Palacio de la Diputación (1902), dedicamos un ratito a observar este edificio monumental y simétrico de estilo ecléctico (con influencia neoclasicista) y la sucesión de ocho esculturas de bronce esculpidas del exterior por Federico Coullant-Valera que reflejaban la historia, el arte y la cultura de Soria (entre otras, Alfonso VIII, que fundó la iglesia de Santo Domingo de la localidad, San Martín de Finojosa, Sor María de Ágreda, San Pedro de Osma o Diego Laínez cofundador de la Compañía de Jesús con Ignacio de Loyola).
Iglesia de San Juan de Rabanera.
Afortunadamente para nuestro paseo, uno de los costados de la Plaza de la Diputación estaba ocupado por la fachada de la Iglesia de San Juan de Rabanera (s. XII) de sobria belleza románica acrecentada con modificaciones góticas, que tenía el alma en la piel de piedra. La portada procedía del templo de San Nicolás (s. XIII) que daba al imafronte un diseño efectista. El tímpano albergaba siete figuras, las arquivoltas estaban lisas, salvo la última, y los capiteles resultaban historiados con escenas del Nuevo Testamento.
Tenía la planta de cruz latina el esplendor de un ábside en semicírculo que proporcionaba un amplio presbiterio. En la Capilla de la Santa Escuela de Cristo del hastial norte del crucero destacaba el Cristo del Perdón atribuido al imaginero portugués Manuel Pereira. Una luz que el sol no sabía iluminaba la capilla absidal, presidida por el Cristo de Cillerero (s. XIII) en el altar mayor, siempre en palpable misterio sobre fondo de bóveda gallonada apoyada en columnas con capiteles representando animales híbridos. La arrebatada belleza del retablo plateresco de la Virgen de Francisco de Ágreda, originariamente situado en el ábside, había terminado en un transepto.

Iglesia de San Juan de Rabanera. Cristo del Perdón. Portada. Detalle de capitel de ábside. Retablo de la Virgen. Iglesia. Altar en ábside. Cristo de Cillerero.
Palacios nobiliarios de la calle Aduana vieja.
Con el impulso estival nos acercamos caminando a la calle Aduana Vieja, porque concentraba una colección de edificios renacentistas y barrocos que daban testimonio del esplendor soriano en los ss. XVI y XVII. Cortamos la comercial calle del Collado y enseguida empezó el acorde de casas nobiliarias, venidas a menos.
El Palacio de los Ríos y Salcedo era el primer edificio renacentista del s. XVI. Hacía esquina a una plaza y una calle y el arquitecto había resuelto partir un vano elegante y abrirlo a las dos vías, que nos recordaba la Casa-palacio renacentista del Marqués de la Conquista de Trujillo. Declarado monumento Nacional (1982), los escudos heráldicos de la familia aparecían en el balcón y el vano esquinero. Tras sucesivas transformaciones arquitectónicas y cambios de titularidad del inmueble, acogía el Archivo Histórico Provincial en la actualidad.
A continuación de la acera izquierda de la calle en dirección al Instituto Antonio Machado, la siguiente casa noble era el Palacio de los Castejones (que tenía colgado en la puerta un anuncio de venta o alquiler del edificio). De estilo plateresco por sus filigranas en el blasón familiar sobre piedra de sillería en la parte superior del arco escarzano, estaba emparentado con otro palacio que habíamos visitado de la misma familia en Ágreda.
Parecía que la luz debería iluminar sobremanera el interior del Palacio de Don Diego Solier (finales del s. XV) contemplando la galería de ventanales de medio punto sobre columnas toscanas de la segunda planta, o la balconada de la primera planta con grandes frontones. La fachaba alternaba la sillería en la parte más noble y la mampostería en el resto del muro.
El blasón nobiliario sobresalía en el frontispicio del Palacio del Vizconde de Eza o de los San Clemente. Único edificio de los Doce Linajes sorianos que quedaba en pie. Toda la arquitectura era de sencilla ordenación de elementos de mampostería excepto el voluminoso escudo barroco con águila bicéfala y la inscripción: “Fidele Deo, Regi et Patriae”.

Palacio de los Ríos y Salcedo. Palacio de los Castejones. Palacio de Don Diego Solier. Palacio del Vizconde de Eza o de los San Clemente.
Instituto Antonio Machado.
Subíamos la cuesta de escaso desnivel de la calle empedrada y a nuestra derecha aparecía la institución educativa Instituto Antonio Machado, fundado en 1841. La zona destilaba fragmentos del poeta: lápidas en la pared de proverbios y cantares VIII: “En preguntar lo que sabes el tiempo no has de perder… Y a preguntas sin respuesta ¿quién te podrá responder?”; un par de carteles con poemas (“Recuerdo Infantil” y “Las Moscas”) en la fachada del Palacio de Don Diego Solier, y se sublimaba el portento del profesor de Francés con una cabeza de bronce del escultor Pablo Serrano (1982). Enclaustrado en las paredes del antiguo Convento de la Compañía de Jesús durante cinco años (1907-1912) el profesor escribió su obra más célebre Campos de Castilla.
La muerte de su joven esposa Leonor Izquierdo en 1912, severo cielo, en año de edición de su libro memorable, había forjado su traslado al instituto de Baeza. El instituto soriano albergaba su cátedra de enseñanza y otros documentos que reavivaban la memoria literaria del insigne escritor. El instituto fue renombrado en su honor en 1931, mientras tanto el instituto Antonio Machado de Sevilla había sido fundado en 1979.
Iglesia de Santo Domingo (antiguamente iglesia de Santo Tomé).
Moderadamente cuesta arriba hacia el norte y a 100 m, la iglesia de Santo Domingo era un monumento excepcional del arte románico soriano del s. XII, erigida bajo el mecenazgo de Alfonso VIII y Leonor de Plantegenet, como agradecimiento a la ciudad. Después de varias vicisitudes históricas acerca de las reformas del edificio, entre las cuales había ocurrido la desamortización de Mendizábal, el convento anejo de los dominicos había cedido posteriormente la edificación a la Orden de Santa Clara, que lo había convertido en su sede actual.
La sillería estaba bien asentada, incluso en la torre campanario. Se podía calificar el plano del templo como híbrido debido a los añadidos y modificaciones habidas a lo largo del tiempo. La fachada concitaba todo el interés del espectador. Había cola en la calle para fotografiar la colección de relieves de piedra que referían escenas sagradas apretadas en puños de piedra. Nos llamaba la atención su apariencia francesa, en particular, la influencia compositiva de Notre-Dame-la-Grande de Poitiers.
Constaba la iglesia de tres pisos que cerraba un frontón con rosetón dividido en ocho porciones. Debajo de este corrían ocho arcos de medio punto sostenidos por doce columnas cilíndricas en el primer piso y otros ocho arcos de medio punto mantenidos por fustes cilíndricos – sin collarinos – más estrechos y largos en igual número en la planta baja. Los capiteles y los cimacios remataban las columnas con una decoración de figuras humanas.
Era un breviario bíblico tallado en piedra. Quietas, inermes estaban las figuras del centro del tímpano con una teofanía del Nuevo Testamento, la manifestación del Padre sedente y Cristo en sus piernas en una orla, rodeados de ángeles. Las cuatro arquivoltas desarrollaban la vida de Cristo: desde los 24 ancianos músicos del Antiguo Testamento, la matanza de los inocentes, escenas de la vida de la Virgen a la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Todas las figurillas parecían de mazapán que se mezclaban con ornamentos florales y geométricos en los capiteles. Mientras, otros relieves de los capiteles con figuras humanas y animales aparecían en el interior. La fachada nos había extasiado más que el pórtico, bajo influencia francesa, de Santa María de Ripoll, visitado con anterioridad.
En el interior, el retablo de la capilla mayor renacentista incluía a Cristo crucificado y a San Bernardo abrazado a él en el ático Debajo aparecía la estatua de Santa Clara y así, entre pinturas y esculturas, incluyendo las de la predela, un espectador podía deleitarse con un retablo que había tenido muchas alteraciones en las posiciones de los santos en busca de un espacio definitivo, fundamentalmente por las monjas clarisas. La custodia con la Exposición Mayor del Santísimo Sacramento ocupaba el sitio principal del retablo en un camerino.
En fin, Francisco Cambero, tracista y escultor, abordó esta monumental construcción en 1616. Otras dos capillas que nos llamaron la atención fueron la capilla austera del Crucifijo o de los Medrano o del Santo Cristo en el lado del Evangelio con cuatro escenas pintadas en la predela y la de madera “policromada en rojo y dorado” de la Capilla de los Torres o del Rosario de Francisco Lorenzo Martínez del Villar. Caminábamos como si no hubiera prisa por este Monumento Histórico Artístico (1931) y Bien de Interés Cultural (2000), donde las buenas gentes andaban entre bancadas que miraban, callaban y respiraban tanta espiritualidad acumulada.

Fachada y portada de la Iglesia de Santo Domingo. Retablo de la capilla mayor renacentista. Capilla del Santo Cristo. Detalle del Cristo crucificado y San Bernardo del ático del retablo mayor. Capilla de los Torres o del Rosario.
Museo Numantino.
Desde la iglesia de Santo Domingo al Museo Numantino tardamos cinco minutos por la calle de Santa María. El edificio había sido diseñado por Manuel Aníbal Álvarez e inaugurado por el Rey Alfonso XIII (1919). La primera impresión que nos causó fue la amplitud de las salas expositivas de los catálogos de piezas, la ordenación temática de las mismas, la luminosidad de las salas, las inscripciones de las figuras, el silencio de los visitantes, así como la atención de las vigilantes. En buena medida servía para trasladarnos en el tiempo a la ciudad de Numancia (s. III a. C.), situada a 7 km de la ciudad en el cerro de la Muela, cuyos restos arqueológicos daban cuenta de la vida de los Arévacos.
Aquella tarde de verano, soñolienta, veíamos imágenes de armas y estelas funerarias, vasos y cerámicas provenientes de castros, como Numancia. Nos sorprendían los restos de la pelvis de un elephas antiquus en esta zona geográfica; nos pasmaba un báculo de prótomos de caballos o un casco celtibérico; admirábamos la reconstrucción de una vasija de almacenamiento con escena de caballos; nos apresaban los recuerdos del Museo de Mérida cuando mirábamos los fragmentos de las estelas funerarias; nos sorprendían las monedas, en particular, un ejemplar de bascunes Imonen.
Por la forma de la empuñadura, un puñal biglobular personificaba la capacidad guerrera o cazadora de aquella población; como ceramistas los habitantes de las tribus mostraban destreza en el manejo de la arcilla, así ocurría en las jarras de Numancia, en la jarra de boca trilobulada u otra decorada con escena de caza; el vaso de los guerreros y la copa de los peces deleitaban a la vista; la figura femenina esquematizada representaba un tributo a la mujer, mientras que la fíbula de caballito con jinete evocaba una élite ecuestre dentro de la organización social de la Edad de Hierro de la Hispania céltica.
Paseo por la calle el Collado.
Después de caminar por el parque del Espolón, continuamos paseando por la arteria principal de la ciudad: Calle el Collado, antes de comer un tentempié con los típicos torreznos en la terraza de un bar de la Plaza Mayor. La calle estaba parcialmente soportalada a la altura de la Casa de los Poetas o Círculo de la Amistad Numancia, que la gente conocía como el Casino de Soria. Su antigüedad se remontaba a 1848. Allí la burguesía había encontrado un espacio para el ocio y la cultura. Allí se celebraban tertulias literarias a las que asistían personalidades de la talla de Antonio Machado, que supuestamente pensábamos habría dado a conocer su poemario La tierra de Alvargonzález.
Entre columnas de los bajos de la casa de fachada en estilo historicista confundía por realismo la presencia de una escultura en bronce de Gerardo Diego sentado leyendo versos de “Soria. Estampas y efusiones” (1922-1923), y junto a ella una mesa escultórica tenía grabada la parte final del poema “Bécquer en Soria: Poetas andaluces que soñasteis en Soria, un sueño dilatado: tú Bécquer, y tú, Antonio, Buen Antonio Machado, que aquí al amor naciste y estrenaste las cruces del dolor, de la muerte. Desde el cántabro mar, también, como vosotros, subí a Soria a soñar”.
Mientras el poeta cántabro sostenía una taza de café, una silla vacía (ambas de bronce) incitaba a los paseantes a acompañarlo. La pieza la había ejecutado el escultor Ricardo González. Este soriano había cincelado otro bronce dedicado a Gustavo Adolfo Bécquer, que la ciudad había alojado en el lugar de inspiración de dos de sus leyendas (Monte de las Ánimas y El Rayo de Luna). En fin, tres poetas homenajeados en y por Soria en la Casa de los poetas.
Escultura de Gerardo Diego. Edificio de la Casa de los Poetas o Círculo de la Amistad Numancia.
Palacio de los Condes de Gómara y Plaza Mayor.
Las tres plantas de piedra del Palacio de los Condes de Gómara para Francisco López del Río estaban escoltadas por un torreón de noble altura terminado en 1595. Advertíamos nobleza y poder fuera y dentro de la imponente mansión de carácter civil construido a la romana con galería de arcos de medio punto en una parte del ala (loggia). Tenía el edificio muros enhebrados en estilo renacentista, que reflejaban la voluntad constructiva de una familia (Condes de Gómara). Un género que había derivado del quattrocento italiano al igual que otros palacios renacentistas españoles.
Silueta grandiosa que se insinuaba con una línea recta horizontal de 109 m de estirada longitud, cortada por otras verticales simétricas de balcones adornados con detalles primorosos como cornisas, frontones y columnas. Un escorial soriano rematado por una cornisa decorada que no se compadecía de los vistos en la calle El Collado por su inmensidad y elegancia. Unos sillares de piedra que habían sustentado el Palacio de Justicia desde el s. XVIII. Una portada principal enmarcada por pares de columnas toscanas y una labra armoniosa del escudo heráldico familiar que afianzaban dos maceros. Finalmente, un edificio con patio interior (que no pudimos visitar) y que enfatizaba su estructura clásica.
En tres minutos caminando a pie ideábamos un receso en la Plaza Mayor, corazón de la ciudad, penetrando junto a la Casa del Común con terrazas repletas de comensales delante del Arco del Cuerno, antiguos toriles. Como otras plazas castellanas, la estructura había sufrido remodelaciones, pero conservaba un cierto sello de comercio y de esparcimiento de visitantes a pesar de la canícula de aquel día de agosto. En el lado meridional más extenso, destacaba la Casa Consistorial o Palacio de los Doce Linajes, de piedra de sillería, con bajos soportalados y arcos de medio punto a los que se accedía mediante escalones para solaz descanso de los transeúntes, balcones en la primera planta y ventanas en la segunda que dejaban a la vista en el centro de la fachada un tondo que compartían en el disco a partes iguales las doce familias antiguas.
El Ayuntamiento hacía esquina con otro edificio que destacaba por su reloj antiguo cantado por Antonio Machado: “¡Soria fría! La campana de la Audiencia da la una. Soria, ciudad castellana ¡tan bella! bajo la luna.” Era la sede del neoclásico Centro Cultural Palacio de la Audiencia con arcadas de medio punto sustentadas en pilastras de gran porte. Enfrente chisporroteaba la neoclásica Fuente de los Leones (1788). Más allá, inertes las sillerías de la Iglesia de Nuestra Señora de la Mayor (ss. XII-XIII), templo de cortejos, cerrado al público a esas horas, una austera portada románica adelantada con tres arquivoltas de medio punto y un recuperado ábside tardogótico saturaba de misticismo a los hambrientos de fe. Al lado de la portada, el Rincón de Leonor era un grupo escultórico del imaginero soriano Ricardo González Gil conmemorativo de la boda celebrada en esta iglesia por Antonio Machado con Leonor Izquierdo (30 de julio de 1909).
(Dos poetas románticos sevillanos, Gustavo Adolfo Bécquer y Antonio Machado, se habían casado con dos mujeres sorianas (Casta Esteban y Leonor Izquierdo).
A cinco minutos caminando en dirección a la Iglesia de Nuestra Señora del Espino (s. XVI) estaban disecados los restos del Viejo Olmo que habíamos visitado años atrás. Delicada y minuciosa poesía del profesor soriano a un ser de la naturaleza: “…olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida”.
Rememorando al poeta pensábamos: Nuestro alarde a Soria esperaba también, hacia el albor y la existencia, otra magia veraniega.

Palacio de los Condes de Gómara. Fachada principal del Palacio. Casa Consistorial y Centro Cultural Palacio de la Audiencia. Vano en la fachada del Palacio. Fuente de los Leones de la Plaza Mayor. Torreón del Palacio. Iglesia de Nuestra Señora de la Mayor (s. XVI). Rincón de Leonor (Leonor Izquierdo). Escultura conmemorativa del 750 Aniversario del Fuero de Soria.