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Luis Miguel Villar Angulo

Santo Domingo de la Calzada: Catedral y Plaza Mayor

Domingo García, mejor conocido como Santo Domingo de la Calzada, había construido un puente de asertividad sobre el río Oja en la Rioja Alta para expresar respeto y emoción a los peregrinos que hacían la ruta del Camino de Santiago. Con seguridad y potencia había levantado un albergue y un hospital para alojar y cuidar a transeúntes que hacían un alto en el camino de la Rioja Alta. Para muchos caminantes, la localidad de Santo Domingo de la Calzada, amurallada, era la novena etapa de su largo itinerario. Ahora, el Parador de Sto. Domingo Bernardo de Fresneda, antiguo Convento de San Francisco, situado a pocos metros de distancia de la Catedral, era un área de hospedaje para visitantes. 

Después de haber observado y fotografiado los Monasterios de Suso y Yuso, el entorno de la hospedería riojana era una zona propicia para el descanso. La localidad de Santo Domingo de la Calzada cuidaba su fama con la Catedral y la Plaza Mayor. Como visitante había renovado energías viajeras. Temprano por la mañana caminaba por la Av. Juan Carlos I y doblando unas callejuelas me había situado enfrente de la fachada de la Catedral, al final de la calle Hilario Pérez.

Había especulado que Ir de los campos de viñedos riojanos a la plaza de la Catedral era viajar de regreso en el tiempo a vetustas arquitecturas, unas de estilo románico del siglo XI y otras barrocas del XVIII.

La Torre Exenta, próxima a la portada Sur de la Catedral, era un monumento barroco del año 1762 que levantaba todas las miradas de la gente hasta alcanzar el remate de una cruz a 69 m de altura (otros documentos redondeaban la elevación a 70 m). Contemplando esta obra de Martín de Beratúa recordaba el esfuerzo de otros arquitectos que no habían sido capaces de sostener las versiones de las dos torres anteriores que habían existido en ese emplazamiento; incluso la torre barroca del vizcaíno se había tenido que restaurar en 2002 para asegurar su verticalidad. Posiblemente, las condiciones del terreno sobre humedales o las corrientes subterráneas habían ablandado unos cimientos que desconocían el hormigón armado. Deslumbrante por ser la torre más alta de La Rioja, contaba con ocho campanas y un reloj.

Eran las nueve de la mañana en el reloj de la torre, y lo había advertido, además, por los sones del repetido martilleo de una de las campanas. A esas horas el comercio estaba cerrado. Así que había decidido pasear por los soportales del Parador de Turismo de Santo Domingo de la Calzada, antiguo Hospital de Peregrinos del siglo XII, germen de la ciudad, hasta llegar a la Plaza de España, sede del Ayuntamiento y de otras instituciones locales.

Calle de Santo Domingo de la Calzada

Catedral. Portada Sur y Torre Exenta

La Plaza Mayor respetaba la volumetría medieval del siglo XIV. Su silueta de escuetas líneas realzaba el valor histórico de un antiguo mercado que acercaba el espectador al mundo del campo y a los pósitos para el almacenamiento del grano (el edificio de la Alhóndiga tenía funciones municipales). Una plaza que había albergado un antiguo coso recordando a los vecinos la existencia de la tauromaquia y de los matatoros a pie con capote. Una plaza que elevaba la altura del edificio del Ayuntamiento recordando a los vecinos la cobranza de impuestos con edictos municipales a pesar de los estragos de las históricas epidemias y el decrecimiento demográfico de un burgo que en 2017 contaba con 6.298 habitantes, o una plaza donde la orden de predicadores convocaba a los fieles para la defensa de la doctrina de la iglesia, que me recordaban las prédicas de San Vicente Ferrer en Lorca. Además del Ayuntamiento y la Alhóndiga, el edificio del Corregimiento y Cárcel Real estaba colindante al Ayuntamiento y se había construido en el siglo XVIII.

Plaza Mayor

Antes de regresar a la Catedral, y como hacían otros peregrinos, me había sentado en un establecimiento para tomar un café acompañado de un ahorcadito, que era un dulce hecho a base de hojaldre relleno de crema de almendra con forma de vieira, similar en composición a los fardalejos de Arnedo.

Accedí a la Catedral por la Portada Sur que tenía una representación de los patronos de la diócesis bajo tres hornacinas: Santo Domingo de la Calzada, San Celedón y San Emeterio, inscritas bajo un gran arco de piedra. El interior del templo tenía la apariencia de una iglesia de peregrinaje con el deambulatorio o girola detrás del Altar Mayor para facilitar la transición de los fieles. Su diseño en forma de cruz latina era muy clásico: tres naves centrales con bóvedas de crucería se abrían en capillas laterales y al fondo del presbiterio se situaba el Altar Mayor en el absidiolo. La parte más antigua (S. XII) de la Catedral era la Capilla de San Pedro situada en un absidiolo del deambulatorio.


Catedral. Exterior de las capillas absidiales románicas con cornisas apoyadas en canecillos esculpidos

Catedral. Portada Sur con detalle de las esculturas de los tres patronos

Considerada la Catedral Bien de Interés Cultural (1931), albergaba en el transepto la tumba de Santo Domingo. Al fondo de la nave y en el crucero norte del templo, el grandioso retablo de madera del prolífico escultor valenciano Damián Forment requería una parada minuciosa para contemplar los detalles artísticos. Años después había podido deleitarme con otro retablo del mismo autor en el  Monasterio de Poblet.  Sin prisa había reparado en el minucioso y plateresco Coro de la década de 1520 hecho en madera de nogal con 33 asientos en la sillería alta y 26 en la baja. Cuando escuché el sorprendente por inusitado “quiquiriquí” de un gallo en un espacioso y elevado Gallinero, construido en estilo gótico en piedra policromada hacia 1460, no reparé en leer la leyenda popular que aludía al milagro del peregrino ahorcado. Como anécdota, el gallo y la gallina se renovaban mensualmente.

Decidido a guardar recuerdos de tan impresionante Catedral, el retablo lateral de la Capilla de San Juan Bautista o de Santa Teresa con 24 tablas y la Virgen de la leche de inicios del siglo XVI había sido un deleite para la vista, al igual que la rejería que cerraba la capilla de la Magdalena en estilo gótico tardío que confirmaba la potencia de un arquitecto y rejero como fue Cristóbal de Andino y su escuela.


Capilla de San Juan Bautista o de Santa Teresa

Rejería de la Capilla de la Magdalena

Cripta de Santo Domingo de la Calzada


Catedral. Detalle de las tres calles principales y cuatro entrecalles secundarias de tres pisos y un guardapolvo del Retablo del Altar Mayor de Damián Forment
 

Catedral. Detalle de la Piedad el primer cuerpo del Retablo del Altar Mayor de Damián Forment

Catedral. Coro

Catedral. Detalle de la sillería baja del Coro

Catedral. Gallinero

Seguía mirando las bóvedas zurcidas de piedra formando geometrías inalcanzables en el techo, pilastras con tiras de bordados en mazos de columnas de piedra, capiteles decorados con figuras humanas, símbolos del tetramorfos, ángeles, nervadas y rizadas hojas de acanto o ilustraciones de animales fantásticos que parecían extraídos de un bestiario. En zonas umbrosas entre arcadas debió ser trabajoso cincelar la piedra en aquellos vuelos de frisos e impostas, subidos a la mitad del cielo del edificio.


Catedral. Bóveda estrellada de la Capilla Mayor realizada entre 1529 y 1531

Detalle de capiteles

Detalle de capiteles

Catedral. Cristo crucificado del siglo XVI

El Museo Catedralicio de Santo Domingo de la Calzada redondeó mi visita cultural con esculturas de variados estilos. Una imagen mutilada de un Cristo crucificado gótico datado aproximadamente en el siglo XIV, una escultura de la Verónica de sorprendente calidad del siglo XV o el Retablo del Crucifijo que tenía distintas escenas bajo un dosel tardogótico del Siglo XV en el que destacaba la perfección de las figuras del Santo Entierro.


Museo catedralicio. Cristo mutilado

Museo catedralicio. Verónica

Retablo del Crucifijo. Detalle del Santo Entierro

Tenía en la mente el inexistente puente de madera construido por Domingo García que unía la calzada romana de Nájera a Redecilla del Camino para salvar las estrecheces del río Oja a los peregrinos del Camino de Santiago; imaginaba el otro puente de piedra que a esos pueblos ceñía; con ímpetu y sin ruido Domingo García había edificado derecho un hospital en el siglo XII que había dejado contentos a los romeros del burgo. En la actualidad, por la hermosa Plaza Mayor se veían entretejidas gentes venidas de valles que esparcían semblantes agradecidos cuando sonaba el nombre de Santo Domingo de la Calzada.

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