CU de la US
Luis Miguel Villar Angulo

SAN MARTÍN DE CASTAÑEDA

 

Recuerdos infantiles

No me acordaba del número de habitantes que tenía San Martín de Castañeda (Zamora) en el año 1955. El INE mostraba que había ocurrido un paulatino descenso de población desde el año 2000 (188 hab.) al 2022 (118 hab.). Casi todos los vecinos actuales del pueblo se podrían instalar en un edificio construido en altura de pocas plantas y de cualquier ciudad moderna. El pueblo pertenecía a la comarca de Sanabria que era la de menor densidad de población de la provincia zamorana (4,89 hab/km2).


Cuando era pequeño veraneé dos años consecutivos en el Albergue Juvenil San Martín de Castañeda. Desde allí, los mandos responsables del Albergue nos llevaban agrupados a descubrir las lagartijas en los matorrales y las ranitas de San Antonio en los carrizales y las aguas transparentes del río Tera en la desembocadura del Lago de Sanabria; a los alrededores de Vigo de Sanabria donde jugábamos al aire libre recogiendo erizos caídos a la sombra de castaños, y a San Martín de Castañeda para hacer marchas por la carretera sin asfaltar ZA-103 y tirar piedras a los lagartos ocelados al borde de la carretera.

Y cuando caía el sol, ya rosa, quebrando su rayo bajo sobre el alzado oeste de la abadía, los vencejos comunes, aerodinámicos y ágiles, tejían con sus alas largas y negras, y colas en forma de horquilla, revoloteos circulares en derredor de la espadaña. Nos acompañaba en la vuelta al Albergue el canto de los grillos que querían aparearse con las hembras frotándose las alas delanteras (estridulación).

Estos dos pueblos pertenecían al municipio de Galende, y la distancia entre ellos no llegaba a 2 km. Los recuerdos siempre me traían nostalgia a mi edad y alegría por haberlos disfrutado.

Conservaba dos vívidos recuerdos de aquella época: Ribadelago, en su apariencia anterior a la destrucción urbana por la rotura del Salto de Moncabril, y San Martín de Castañeda. Evocaba de este pueblo que sus casas se alineaban al lado oeste de la carretera. Quedaba libre a la vista el alzado este con la cabecera triabsidial, el transepto y la espadaña del Monasterio de San Martín de Castañeda. Asentada la sillería granítica y tejado de pizarra del cenobio sobre la media ladera de la montaña de la Sierra Segundera, su apariencia monumental destacaba entre las huertas y praderas cubiertas de hierba y pastizal leñoso.

Con el tiempo, recordaba que la imagen de San Martín que presidía el tímpano de la puerta occidental de la iglesia y que compartía parte de la capa (capilla) con los pobres era también el nombre de una plaza donde jugaba en la ciudad de Zamora.

Las marchas a San Martín tenían alicientes para mí. Eran excursiones para la observación de la naturaleza. Además de contemplar robles rebollo y orugas que comían sus brotes y hojas, me fijaba en los matorrales de escoba junto a las rocas silíceas. Las laderas de la carretera dejaban a la vista los rankers típicos que ajustaban los senderos abiertos en la vegetación de robledal y brezal cuando descendía al lago.

Conforme doblaba las curvas de la carretera empezaba a ver corrientes de agua que aprovechaban algunas mujeres para hacer la colada, que repasaban en recipientes metálicos y luego secaban al sol sobre la vegetación. En ocasiones escuchaba a los chafurdios y notaba sonidos distintos del mío. A veces, pensaba que eran gallegos por su pronunciación y vocabulario. Ahora reconocía que el idioma se llamaba senabrés o «pachuecu” que era una variedad dialectal del asturleonés. Un dialecto que se había refugiado en los mayores y que algunas universitarias habían sabido recopilar el vocabulario propio en bases de datos.

La marcha terminaba pasado el pueblo en el mirador de San Martín de Castañeda. Desde allí, la superficie calma del lago parecía un espejo que reflejaba las irisaciones de las nubes. No había entrado en la iglesia ni en los restos del monasterio que quedaban en la margen izquierda de la carretera. No me sorprendía la construcción de piedra granítica del antiguo cenobio románico, porque había visto muchas iglesias románicas en Zamora de sillares tallados con relieves, molduras y figuras, y no distinguía los estilos arquitectónicos a aquella edad, ni siquiera el modernismo que cubría muchas casas y edificios de la capital.

Luego supe que los benedictinos habían habitado el monasterio desde que lo fundó un monje mozárabe de nombre Martín en 916, procedente de la comunidad vallisoletana de San Cebrián de Mazote, aunque otros eruditos apuntaban a San Genadio en el s. X, hasta la desamortización del liberal gaditano Mendizábal(1836), que confiscó propiedades de la iglesia para obtener fondos para el estado. Como monasterio cisterciense ligado al berciano Monasterio de Santa María de Carracedo, San Martín continuó la regla de San Benito en la vida monástica hasta la desamortización. También conocí que la Diputación Provincial de Zamora lo había comprado por aquel entonces (1954) y que la oscuridad del lugar empezaba a latir arrancada del silencio de la soledad.

Sí reparaba en la construcción de las casas de dos alturas con el establo para animales domésticos (gallinas, vaca y ovejas) y almacén en la planta baja, y cobertizos y galerías de madera de la vivienda en la planta superior. Los techos solían ser losas de pizarra. Eran casas antiguas aisladas construidas con muros anchos de piedra que usaban para dar forma igualmente a las jambas de vanos y puertas. Veía vacas y ovejas que pastaban en los prados y en las laderas en régimen de libertad, que daban – como se dice ahora – sostenibilidad a las familias. La traza urbana del pueblo se componía de “complejas medianías” o pasillos estrechos entre las viviendas.

Visita cultural

Espadaña, óculo y tímpano de la portada de la Iglesia

Entrando por Puebla de Sanabria, olvidada la noche del pueblo de Ribadelago derribado entre sueños, sombras y muertes, de vuelta a la carretera ZA-103, las campanas que nunca había oído tañer en la espadaña, conmovían con su balanceo el eco de la montaña, y a los turistas del pueblo. Su repique volteaba entre sones festivos reiterativos y el estruendo de cohetes que vibraban en el cielo.

Estacionado el coche en una zona de la fachada lateral de la epístola del costado meridional tras la rehabilitación del antiguo monasterio, amarilleada toda la hierba, veía adornada una puerta con arco de medio punto y cuatro arquivoltas de acceso al templo por el crucero y otra sencilla y cegada. En medio de ambas, un talud antiestético reforzaba el muro. Aquella tarde apreciaba los vestigios tardogóticos del claustro del s. XV, Como lejano viajero, visitaba un Monumento Histórico-Artístico (1931), que había ganado su esplendor allá por los siglos XII y XIII.

Ala meridional del cenobio

Ribeteado de colores marrones de tonos suaves y versátiles (claro o arena, dorado, rojizo, oscuro y terracota), en algunos retoques en los muros de la iglesia y claustro cisterciense, este centro había representado la fe que iluminó el Valle de Sanabria de vida religiosa.

La iglesia era actualmente la parroquia del diminuto pueblo. Algunas piedras de granito del claustro del cenobio, después de la exclaustración, se habían reutilizado en el pueblo o en otros lugares con fines constructivos. La roca bendita había cimentado las creencias de muchos hogares.

En la calle o carretera lucían banderitas de papel suspendidas por hilos resistentes y alfileres formando guirnaldas de patrones festivos desde el campanario de la espadaña a las balconadas de las casas. Una vivienda con galería de madera y techo de uralita tenía el letrero SE VENDE. El cielo estaba moteado de nubecitas que salpicaban el suelo con sombras.

casa rústica en venta

A la vuelta, en el hastial occidental aparecía la reconstrucción de la espadaña dieciochesca de doble piso con dos campanas en el cuerpo inferior, un óculo perfilado por puntas de diamante y un tímpano a la entrada del templo con la inscripción fundacional del monasterio:

“Este lugar antiguamente dedicado en honor de San Martín, de reducidas dimensiones, permaneció en ruinas durante largo tiempo, hasta que el abad Juan vino de Córdoba y consagró aquí un templo, levantó sus ruinas desde los cimientos y lo reconstruyó con piedra labrada, no por orden imperial y sí por la incesante diligencia de los monjes. Estas obras se acabaron en cinco meses, reinando Ordoño (II), en el año 921”, según traducción de Maximino Gutiérrez.

Su rehabilitación fechada epigráficamente en 1571 era de un “pésimo gusto” renacentista en opinión de Gómez- Moreno. El tímpano incluía la escultura en piedra de la imagen de San Martín montado a caballo ofreciendo su media capa. Toda la fachada estaba reforzada por un doble contrafuerte adosado. A mi derecha, un ala del edificio incluía reconstruida la fachada del antiguo claustro. Declarado como Bien de Interés Cultural en 2008 la iglesia, el claustro y el entorno, las autoridades de gobiernos anteriores acometieron transformaciones después de ejecutar múltiples intervenciones contra las humedades del complejo cenobio, que ha detallado Pinero Ramos en un documentadísimo monográfico.

El templo conservaba la planta de cruz latina con tres naves y cuatro tramos. La nave central estaba cubierta de un techo abovedado continuo como un barril invertido ligeramente apuntado. El resultado de la arcada curva de piedra era atractivo por su simpleza, que añadía a su fortaleza, cierta sensación de altura. El crucero se resolvía con una bóveda.

Nave central de la Iglesia

Retablo de la nave central

Al fondo de la nave, el altar principal ocupaba el testero del ábside curvo. Estaba presidido por un crucificado en el cuerpo superior del retablo. Los tres cuerpos estaban separados por molduras y las tres calles lo hacían por medio de columnas con hornacinas dedicadas a esculturas de la Virgen y distintos santos. En su conjunto no se advertía una representación narrativa serializada de la vida de Cristo o del santo titular. El estado de conservación de la carpintería y dorado era amable.

Las naves laterales recibían luz del exterior a través de ventanas. Una imagen de madera de San Martín mutilado y el mendigo en la nave principal recordaba el patrocinio o advocación del templo.

San Martín y el mendigo

Altarcillo de nave lateral

Los altarcillos se levantaban entre algunos tramos de las paredes laterales y en los absidiolos. La mayoría de los capiteles de las pilastras de los arcos fajones tenía decoración geométrica o vegetal. Robusta la iglesia, algunos historiadores habían querido establecer concomitancias arquitectónicas con la catedral de Zamora.

Ábside y absidiolo

 

Ábside

 

Absidiolo

La iglesia desde el este y noreste traducía el paisaje románico más decantado. Tres tambores absidiales con uno central más abultado se alzaban sobre plintos realizados en granito local. Las tres ventanas del ábside central tenían distintas molduras (listel, bocel y nacela), que coronaban el muro por una cornisa moldurada. Los dos absidiolos tenían una ventana de arco de medio punto cada uno. Dos pares de columnas conformaban los arcos de las ventanas del ábside mayor y solo uno en los absidiolos. Por su espacio esbelto el alzado norte del transepto del evangelio contrastaba con el meridional. Apoyadas sobre una imposta, cuatro arcadas ciegas apuntaladas suscitaban un mudo señuelo de luz. Por encima de ellas una ventana de arco moldurado de medio punto rompía la oscuridad del interior.

En contraluces paseaba por el interior del templo viendo a la Virgen Peregrina, patrona del pueblo, ataviada para salir en procesión. Una fiesta en la que Cepa y Sarmientos cantaba la «Ronda de Carballeda«.

Virgen Peregrina

Preparándose para el desfile

Musealización del Monasterio

Rueca y tejido

Aperos de cocina

Como destino en la sombra de calma vacía, los distintos esfuerzos realizados para preservar el cenobio y evitar las humedades habían originado distintos planes. Había leído noticias diversas, desde la Casa del Parque del Lago de Sanabria, como Centro de Interpretación, a otras iniciativas de las autoridades eclesiásticas y civiles para propagar el Centro de Interpretación del Cister e incluso un Plan Románico Atlántico, transfronterizo, que se había trasladado a la Fundación Santa María del Real para aunar esfuerzos con Portugal.

Con goces y sonrisas tuve la oportunidad de ver herramientas rústicas, modus vivendi del pueblo, y distintos restos religiosos, aparte de paneles explicativos del arte del Cister. 

Desbordando mi infancia, tantas piedras orgullosas de la iglesia de San Martín de Castañeda retenían ahora mi presencia y cantaban sensaciones de dicha tardía.

Miscelánea de San Martín de Castañeda

 

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Luis Miguel Villar Angulo
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