Reus, modernista, cuna de Prim, Gaudí, Fortuny, Rebull y Agustina de Aragón.
Sobre un elevado pedestal, la figura ecuestre del General Juan Prim, que fuera presidente del Gobierno de España, marcaba el señorío de un municipio modernista y el centro del cruce de caminos de un territorio, que la toponimia registró bajo el nombre propio de Reus.
Situada esta ciudad a 14 kilómetros de la capital Tarragona, había acunado reusenses ilustres que se rememoraban en lápidas, museos y esculturas, como el mencionado General Juan Prim, el arquitecto Antoni Gaudí, el pintor Maria Fortuny o el escultor Joan Rebull. Sin embargo, Agustina de Aragón no tenía en la ciudad ningún recuerdo evocador de su hazaña como “artillera”, que inmortalizaron pintores, escritores y cineastas.
La ruta del modernismo de Reus catalogaba alrededor de ochenta edificios, cuya descripción detallada desbordaba los límites de mi conocimiento para glosarlos en esta entrada. Tampoco me podía dedicar en mi breve estancia a la ruta de las esculturas que salpicaban plazas y rincones de una ciudad de más de cien mil habitantes.
Desde la Plaza de Prim, dejando a un lado el Teatro Fortuny, había recorrido varias veces la calle Llovera para fotografiar las fachadas de varias casas alineadas en esa rúa: Palau Bofarull, Casa Querol, Casa Tomas Llordi, etcétera, en las que la decoración floral daba forma a múltiples motivos geométricos asimétricos. Además, el enlosado de muchas aceras tenía dibujos geométricos inspirados en el que hizo Gaudí para un suelo peatonal.
Por encima de todas las construcciones modernistas de la ciudad, la Casa Navas del arquitecto Lluis Domenech i Montaner representaba la voluntad de renovado progreso de la burguesía de principios del siglo XX. Aunque la Casa Navas había perdido una torre durante un bombardeo en la Guerra Civil (1938), conservaba la singularidad y belleza de su composición y la decoración de sus piedras y vitrales en la esquina de la Plaza del Mercado con la calle Jesús. Después de haber visitado el Palacio de la Música de Barcelona, y el antiguo Seminario de San Antonio de Padua o la original Fuente de los Tres Caños de Comillas, la Casa Navas me pareció un edificio desbordante de ingenio creativo que hacía gala de la genialidad del arquitecto barcelonés.
Otro edificio singular con dos fachadas de la Ruta Modernista era la Casa Munné del reusense Caselles y Tarrats que tenía como elemento más destacado un mirador acristalado protegido por una balconada de hierro forjado abombado, que se apoyaba en un capitel floreado sostenido por una columna.
El paseo por la calle Monterols, desde la Plaza del general Prim a la Plaza del Mercado, estaba lleno de comercios donde la gente formaba corrillos mirando escaparates. La plaza del Mercado albergaba varios edificios de interés: el Ayuntamiento, las casas Navas y Piñol y el Centro Gaudí. Esta plaza había alojado un mercado hasta 1948, con números grabados en el suelo adoquinado delimitando las ubicaciones de los tenderos. Como la plaza aludía a mercancías, había comprado las famosas avellanas de Reus, denominación de origen protegida, que comía sorbiendo un vermut Miró cuya bebida había saboreado previamente en la bodega mezclado con plim, es decir, un masclet, al decir de los paisanos.
Delante del Ayuntamiento se había concentrado una manifestación ruidosa por no sé qué motivo, así que la visita del Centro Gaudí fue la mejor opción que tuve en ese momento. La fachada del Centro Gaudí mantenía una disonancia acusada respecto de las varias veces remodelada casa de la villa, o las casas modernistas Navas y Piñol. El Centro Gaudí había sido rehabilitado como edificio multifuncional moderno para mayor gloria de Gaudí, que nunca dejó una obra que lo magnificara como ocurrió en Barcelona o en lugares tan distantes geográficamente como Comillas, León o Astorga.
En el interior del Centro Gaudí observé con deleite su cuaderno manuscrito en el que aparecía el apellido Villar Lozano, arquitecto, que firmó bocetos del Monasterio de Montserrat que había hecho el joven y becario Gaudí. (Una práctica dolosa que perduraba en la actualidad). Me entretuve escuchando las explicaciones que daba un guía de la sala de las maquetas interactivas, los ingenios constructivos, las pantallas táctiles, etcétera. En fin, era un centro artístico e informativo con un planteamiento didáctico que ilustraba la vida cotidiana del ingenioso arquitecto.
Desde la Plaza del Mercado veía el campanario gótico de planta hexagonal de 62 metros de altura de la Iglesia Prioral de San Pedro. La construcción de este templo, después de varias vicisitudes, se situaba entre los siglos XVI-XVII, aunque los destrozos de la Guerra Civil, fundamentalmente en el altar, le había dado al baldaquino una apariencia moderna, igual que al santo, patrón de la ciudad y titular del templo. Sobre la puerta de la fachada renacentista un enorme rosetón coloreaba el interior de la única nave del templo. Al fondo, en el presbiterio, siete vidrieras pincelaban en estilo gótico las caras del ábside poligonal. En la iglesia prioral se bautizó Antonio Gaudí y se conservaba el corazón del pintor Mariano Fortuny.
En la Calle Mayor, haciendo una parada para contemplar las esculturas del Centro de Lectura, apodado por algunos como Catedral del Yeso, pocos podían imaginar que el interior albergara una de las mejores bibliotecas de Cataluña, avalada por sus más de 230.000 volúmenes y 20 incunables de distintos siglos. En fin, un centro valioso, que promovía variadas actividades en su agenda cultural.
Tuve que salir de la ciudad para visitar el Institut Per Mata, que a todo conocimiento representaba la apoteosis constructiva del arquitecto Lluís Doménech i Montaner. El nombre engañoso aludía a un edificio que albergaba distintas estancias para la mejora de la salud mental de los ciudadanos. Terminado en 1919, la decoración de formas sinuosas, el zócalo de piedra, los paneles cerámicos y los muros de ladrillo, hierro y vitrales se combinaban con los jardines para dar un nuevo impulso a la naturaleza en el tratamiento de la enajenación mental de personas: era un psiquiátrico en forma de villa (18 edificaciones) para clases acomodadas, en particular, el Pabellón de los Distinguidos.
En mi visión del interior había tomado múltiples testimonios gráficos de elementos constructivos: paredes, suelos y techos revestidos de cerámicas de formas y colores distintos, lámparas, vitrales, que iluminaban salones, comedores, butacas, dormitorios, cuartos de baño, juegos en el salón recreativo, o las vistas a unos jardines de fronda cuidada, etcétera.
Regresaba a Reus con la convicción de que vería obra (papel, dibujos, acuarelas o grabados) del prolífico Fortuny. El Museo de Arte e Historia, considerado Bien de Interés Cultural, no contaba con una exposición abierta de algunas de las 200 obras que poseía. Como el viaje de novios de Fortuny con la hija de Madrazo fue por Sevilla y Granada, había tenido ocasión de contemplar parte de su producción en ambas ciudades, además de obras sueltas en otros museos nacionales (Barcelona, Madrid, Málaga, etcétera). Así que recordé para consolarme el óleo sobre tela «Corrida de toros. Picador herido», del Museo Carmen Tyssen de Málaga. Un cuadrito de trazos muy sueltos y vívidos colores.
Después, paseé delante de su escultura ubicada en la Plaza del Pintor Fortuny reconociendo la pulcritud detallista de este artista preciosista que murió con solo treinta y seis años. Reus ha sabido reconocerlo. Y yo también.