Cartagena, púnica, romana, naval.
Visitar el Fuerte de Navidad después de una corta navegación en catamarán por la bahía de Cartagena era reconocer un asentamiento militar necesario para la protección de un puerto natural. Escalonados en la bahía natural había cañones que daban salvas y anuncios de mortero a los enemigos. El Fuerte conservaba salas que mostraban la ordenación castrense con utensilios y decoración de la época. Era centro de interpretación de la arquitectura defensiva.
En el Augusteum se transitaba hacia los adentros de la Colonia Vrbs Iulia Nova Carthago. Allí los sacerdotes que daban culto al emperador Augusto habían dejado testimonio de su colegio con varias piezas de valor, como un pie revestido, que nos anunciaba cientos de pasos petrificados.
El Museo del teatro romano del siglo I a.C. frente al Palacio Consistorial daba carácter histórico a la ciudad. Caminando entre espacios museísticos y subiendo escaleras, el arquitecto Moneo había revelado la vida urbana luminosa del teatro integrándolo con la Catedral Vieja. En fin, un monumento que transformaba la vivencia ruidosa de un barrio romano y de una cultura cristiana en un depósito formativo que trascendía en el tiempo.
El Zulo de Ochoa era un símbolo anclado en el paseo. Era un acertado y significativo homenaje a las víctimas del terrorismo. Levantada la escultura en bronce en 2009, su postura fetal canalizaba la solidaridad de un pueblo.
De antiguo Cuartel de Presidiarios y Esclavos a nuevo Museo Naval, inaugurado en 2009, este edificio de la antigua calderería, de clásica traza, albergaba el submarino, botado en Cádiz en 884, inventado por el cartagenero Isaac Peral, que se exhibía en la Sala de su nombre.
El Museo Nacional de Arqueología Subacuática descubría al espectador el trafico marítimo, en particular, los barcos cargados con ánforas, envases que reflejaron un comercio floreciente en distintas épocas históricas (púnica, helenística, romana). Conservaba en sus vitrinas una importante colección numismática (650.000 monedas de oro y plata) procedente de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes con los famosos reales de a ocho y de plata de la época de Felipe V.
Desde el Castillo de la Concepción, convergencia de culturas para la ciudad, se dominaba el antiguo Anfiteatro, luego plaza de toros y ahora paredes apuntaladas que cierran un solar (eso sí con muchos proyectos de restauración en la mente de la clase dirigente). El Castillo tenía zonas ajardinadas, pavos reales y amplias terrazas convertidas en miradores con planos que señalaban edificios y montes que circundaban la ciudad. Dentro del Castillo había zonas museísticas y salas de exposiciones temporales. Una de estas de había dedicado a Leonardo da Vinci y en particular a maquetas que reproducían dibujos de ingenios mecánicos contenidos en el Códice Atlántico (bicicleta, el barco de palas, puente flotante, draga giratoria, carro de combate, tanque de asalto, etcétera).
Bajando el cerro, donde se asentaba el Castillo, hasta el Barrio del foro romano Molinete, había un corto paseo que advertía al visitante de la creación de la colonia en el 54 a.C. con edificaciones de una corporación semipública que contenía, entre otros elementos, un peristilo para el acceso a un complejo termal.
Otro punto en altura era el Parque arqueológico Molinete que dominaban las vertientes de la antigua ciudad romana. Se conservaba una torre de un antiguo molino harinero, y el hallazgo de una basa toscana había permitido ilustrar el plano de un templo del que pudo ser Capitolio de la ciudad. Desde allí se divisaba el puerto, símbolo de comercio y tráfico marino.
Dominando la explanada del puerto otras esculturas, como la Cola de Ballena del cartagenero Sáenz de Elorrieta. Desde la plaza del Ayuntamiento, caminando por la calle Mayor, se levantaban edificios de porte artístico. El Palacio Consistorial era un ejemplo suntuoso de modernismo de principios del siglo XX, realizado por el arquitecto vallisoletano Rico Valarino, que enriqueció la fachada con mármol blanco y remató las cúpulas con cinc. El motivo del Castillo de la Concepción, emblema de la ciudad, se repetía en la fachada como razón decorativa. A pocos pasos, la calle Mayor concentraba comercios, turistas y edificios de bonitas fachadas: Casa Cervantes, Casino, Casa Llagostera, y el esquinado Gran Hotel de soberbia estampa modernista de influencia francesa y vienesa con vistosa cúpula.
Sin duda, la devoción popular actual se centraba en la Real Basílica de Nuestra Señora de la Caridad donde se veneraba la Patrona de la ciudad: Virgen de la Caridad del italiano Colombo, realizada en 1723.
En una de las laderas del Castillo de la Concepción resonaban los ecos de bombas del Museo refugio guerra civil, excavado en el cerro del Castillo, al que se accedía por un ascensor pasarela, que contenía, entre otros objetos, cartelería propagandística de resistencia ciudadana, grabaciones en video de la guerra civil, y fotografías y mobiliario que reproducían la vida popular de la ciudad de mediados del S. XIX.
Hoy en día los hallazgos arqueológicos subrayan la fusión mediterránea, el salto cartaginés a la orilla levantina donde aquellos y romanos pactaron, contendieron, y donde los bloques de piedra de las murallas (Centro de interpretación Muralla Púnica) testimoniaban el carácter indecible del mundo cartaginés. Posteriormente, Carlos III levantó una muralla de defensa del Arsenal (en la que destacaba su puerta), que circundaba el este-sureste de la ciudad entre la Cuesta del Batel y el paseo de Alfonso XII.
Cartagena, púnica, romana, naval. Es una ciudad militar, museística, alegórica, resistente, que aguantaba en sus entrañas secretos ancestrales.
Bellísimos lugares y aún mejor el ojo que mira tras la cámara para captar la esencia de los lugares.