La naturaleza de la serranía estaba en su momento más espectacular. La carretera EX -118 viraba mostrando caminos desnivelados que serpenteaban las especies arbóreas – robles, alcornoques, castaños, pinos, encinas y olivos – enraizados en las laderas de algunas colinas, junto a las corolas blancas de las jaras, el marrón rojizo de los brezos y los muy olorosos cantuesos.
Plegadas las alturas del horizonte al noroeste, el Humilladero de la Santa Cruz ya anunciaba Guadalupe, puebla peregrina. El Humilladero era un lugar devoto de estilo gótico-mudéjar que avisaba el valle abajo del cerro Altamira donde crecía la Villa, creada en 1833, junto al río Guadalupejo que refrescaba a los caminantes a través del campo (peregrinos). Todos los humilladeros tenían una cruz. Los había visto en Allariz y llevaban por nombre cruceiros; en los extramuros de Morella con la célebre Cruz de término de Santa Lucía del siglo XV; delante de la iglesia de Santa María la Mayor en Montablanc en forma de cruz de piedra tallada, o el Humilladero de la Cruz del Campo de Sevilla de ladrillo construido en 1482.
Me asaltaron entonces los recuerdos de las peregrinaciones que hacían los caballeros armados y los campesinos empobrecidos por la fe, como promesa o voto de peregrinación para curarse de enfermedades, pagar una penitencia o ganar una indulgencia. Muchos peregrinos habían sido atraídos por el culto a las reliquias de apóstoles y santos. Dejaban su casa habitual y su vida normal y emprendían arduos viajes en contratos con el Cielo o un santo para implorar un milagro o agradecer un suceso determinado. Cuando los peregrinos se dirigían a los santuarios de Santiago de Compostela y Guadalupe, que eran destinos reconocidos en la Edad Media, seguían vías romeas (romeros). Una de las rutas más conocidas era la Vía de la Plata que pasaba por las extremeñas poblaciones de Zafra y Mérida haciendo estaciones hasta el Sepulcro del Apóstol Santiago. Otros peregrinos se dirigían a Santiago iniciando su parada en el suroeste peninsular, atraídos por el Lignun Crucis de la Real Basílica-Santuario de la Vera Cruz (Caravaca) construida en el siglo XVII; mientras, otros estuvieron igualmente arrebatados en el norte por otra reliquia del Lignum Crucis que se adoraba en el Monasterio franciscano de Santo Toribio de Liébana (Cantabria).
Los romeros procedentes del sur se desviaban en Mérida para llegar a los arcos de la muralla de Guadalupe. Atravesaban el Arco de las Eras, la calle Ruperto Cordero, luego la calle Sevilla hasta que mirando al fondo del Arco Sevilla divisaban el Real Monasterio. El año 2020 no era tiempo de peregrinación por la pandemia. En el santoral del domingo 6 de septiembre figuraba la Reina de la Hispanidad, Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de la Comunidad Autónoma de Extremadura. Este hito nos trasladaba a tiempos de leyenda, que empezaba con la talla de la Virgen hecha por el evangelista San Lucas. A finales del siglo sexto el papa Gregorio Magno entregó la imagen de la Virgen al arzobispo de Sevilla, San Leandro, que estuvo entronizada en la ciudad hispalense hasta el 714 aproximadamente. Ocultada en la cuenca fragosa del río Guadalupejo, es descubierta por Gil Cordero, un pastor que relató un milagro con una vaca. La ermita construida fue el origen de la primera iglesia de Guadalupe.
En un sueño trataba de atrapar imágenes de viajeros llegados de Sevilla, tras recorrer 322 kms andando o en caballerías, que tenían los ojos vidriosos porque miraban fijamente la torre de las campanas del santuario que desde el siglo XIV tenía su segunda iglesia tras el empeño constructivo de Alfonso XI de Castilla. La intervención del monarca fue decisiva para la aldea porque mermando los términos de Talavera y de Trujillo, había confirmado la Carta Puebla de Guadalupe en 1347. La batalla de Salado, ganada a los benimerines en 1340, significó la ampliación del templo, como gratitud del monarca por la victoria contra los moros. La venida de la Orden de los Ermitaños de San Jerónimo representó para la iglesia su transformación en monasterio para formar la primera comunidad. Era el año 1389 cuando el santuario se convirtió en monasterio de la Orden Jerónima. La vida monjil se regía por la oración y el trabajo. Era una orden amparada por la monarquía que tuvo gran difusión en España y Portugal. Carlos V en su camino al Monasterio de Yuste visitó con su hermana Leonor el Monasterio de Guadalupe, teniendo este Monasterio un régimen pastoral sobre la puebla, que duró hasta 1835. Los 101 priores existentes en tal dilatado periodo enaltecieron el arte, la cultura y la medicina. No resultaba extraño que Zurbarán, nacido en Fuente de Cantos, hubiera compuesto y retratado muchos jerónimos, en particular la serie de ocho cuadros grandes de la Sacristía (conocida como la capilla Sixtina) en los que los padres enseñaban a los novicios los caminos de la perfección de la vida monástica: “La Humildad y el Desprecio del Mundo”, la “Obediencia”, la “Confesión General”, “El Recogimiento y clausura de la celda” , el “silencio”, la “correcta compostura exterior” , la “guerra perpetua a su carne” , y la “caridad”. Torrigiano también esculpió un San Jerónimo que parece ser copia del existente en Sevilla.
La belleza de los manuscritos iluminados salidos del Scriptorium de la mano de copistas, correctores, rubricantes e iluminadores, tras labrar pacientemente los pergaminos de piel de cordero, cosidos los pliegos con cuerda de cáñamo o los más finos de vitela procedentes de la piel de becerros recién nacidos era un trabajo lento y minucioso. Las tapas de piel de vacuno repujada aumentaban el peso de los codiciados originales. Y si eran libros del coro o cantorales podían tener 90 centímetros de altura y 30 kg de peso que se apoyaban en atriles exentos de cuatro caras para leer las notas sentados. Famosos fueron los cantorales de algunas catedrales – Granada, Salamanca y Sevilla, – y también del Monasterio de Yuso.
Los talleres de bordaduría dejaron su impronta en la actividad de los monjes que ahora se contemplan en el Museo del Bordado dentro del monasterio con ornamentos y telas dedicadas al culto – frontales, hazalejas, tunicelas, mangas de cruz procesional, casullas, dalmáticas, capas pluviales, Mantos de Nuestra Señora, estolas, manípulos- de tres épocas: góticas, renacentistas y barrocas. Las telas a base de brocados eran un tejido de lujo, muy cargado, hechas de seda con varias tramas; el fondo, o trama base, era de punto asargado; la trama superpuesta era la que adornaba y proporcionaba un efecto de lujo ya que solía estar tejida con hilo de oro o plata. Abundaban las telas de terciopelo, que eran telas velludas en las que los hilos se distribuían muy uniformemente, con un pelo corto y denso, que daban una sensación suave. Finalmente, trabajaban los rasos, que eran telas de seda suave más gruesa que el tafetán y menos que el terciopelo, brillante por una cara y mate por la otra. La mayoría de las piezas eran de producción propia, y pocas de acarreo provenientes de donaciones. Me llamó la atención el Terno “Tanto Monta” hecho de una capa de brocado donada por los Reyes Católicos.
No se podía olvidar la gran dedicación de los jerónimos a la acogida y asistencia de peregrinos pobres y cofrades enfermos en hospitales. De hecho, crearon no solo hospitales, sino también una farmacia y una escuela de medicina y cirugía. Aun se conservan trazas de los hospitales históricos de Guadalupe del siglo XV: Hospital de San Juan Bautista o de Hombres, Hospital Nuevo o de Mujeres, Hospital de San Sebastián y Hospital de la Pasión. En este último caso, se trababa también a los enfermos contagiados de sífilis y bubas, que eran habituales y cuyos tratamientos se expandieron a partir del uso del mercurio que los monjes traían de las minas de Almadén.
El Colegio de Infantes o Gramática (actual parador de Turismo) era un espléndido edificio con patios, portadas y techos de estilo mudéjar situado cerca del Real Monasterio para la enseñanza de la Gramática, canto, humanidades y teología y a él accedían estudiantes becados por la orden jerónima. En la actualidad, si se atraviesa el aparcamiento del Parador se entraría en el Hospital de San Juan Bautista o de Hombres que tenía una función didáctica: Escuela de Medicina donde se realizaron las primeras autopsias con un cuadro clínico jerarquizado – médico, cirujano, enfermero, sangrador, aprendices y boticario -.
El camino del romeraje era propicio a las comidillas de los peregrinos sobre milagros y padecimientos y de los santos sanadores. Caminaban impedidos, limitados y cuando regresaban sin curación, muchos morían en el camino de regreso. No hacían rutas los leprosos y los posesos que vivían envueltos en delirios, alucinaciones y convulsiones. Para los leprosos se crearon residencias y hospitales de leproserías bajo la advocación de San Lázaro ubicadas en las afueras de las villas. Cuando se desplazaban los leprosos portaban una carraca que avisaba de su enfermedad. El contagio de los leprosos era temido por el resto de la sociedad que marcaba unas pautas de convivencia para arrinconarlos en espacios delimitados.
Guadalupe, puebla de peregrinos para la cura de almas y hospital de enseñanzas quirúrgicas. Abiertos los ojos, recorría las calles porticadas. Allí escuchaba la ronca respiración de los caminantes agotados, mientras otros, humillados, rezaban de rodillas porque presagiaban el encuentro con la Virgen. Desde los sobraos de las casas las voces de las gentes de la puebla eran propias de vendedores ambulantes anunciando los vinos de Cañamero o Berzocana, la miel y el queso de los Ibores, aceite de oliva de Navalavillar de Ibor, la repostería monacal con las tortas de chicharrones, la rosca de muégado, piñonates, buñuelos o … la morcilla recién adobada que se esparcía delante de los portalones procedentes del Geoparque Mundial de la UNESCO Villuercas-Ibores-Jara. Las fuentes de agua potable calmaban con su apacible chapoteo el polvoriento sudor de la tarde. Eran las calles soportaladas unos parapetos alineados con flores. Cuidadas casas sostenidas por columnas y vigas de madera de los robustos pinos, encinas o alcornoques que ya habían dejado el bosque para hacerse más humanos. Las casas – estrechas de fachada, bajas en altura y de profundos corrales – se mantenían de pie dentro de la puebla amurallada. Traspasadas las puertas de la puebla hacia fuera se iniciaba una urbe de construcción convencional. La vida comercial se arremolinaba en la plaza. Allí estaba el comercio de buenos alimentos, los bares y restaurantes con sus pregonados menús en las terrazas. Allí había letreros y anuncios. Allí estaban las acomodaciones de las casas rurales adaptadas. No sabía si los visitantes eran peregrinos. Pero todos estaban informados del horario de las misas de la iglesia y de las visitas al monasterio. Allí estaba la oficina de información y turismo que ofrecía un plano para hacer un recorrido al aire del visitante. También una dirección de guías para hacer una visita orientada.
Opté por esta opción para seguir las explicaciones de una guía oriunda de Guadalupe que mostraba en un álbum de fotos imágenes del monasterio cuando este pasó tantos años en el ostracismo, abandonado, olvidado y esquilmado por la desgracia de un gobernante que popularizó el expolio de los bienes eclesiásticos y de cuyo nombre no quiero acordarme porque lo he citado decenas de veces en mi blog y siempre para narrar daños en los bienes eclesiásticos. Era fácil su explicación que a veces interrumpía para saludar a algún conocido. Así fue como recorrí calles emblemáticas – Nueva, Real, Pasión, etc. -; bordeé los límites del Real Monasterio por la calle Alfonso XI, viendo imágenes de la ruina y posterior reconstrucción del monasterio, casas que fueron hospitales de mujeres, un murete de vivienda que escondía la antigua Cárcel de la inquisición para reprimir la herejía de los judaizantes jerónimos del Monasterio y de los herejes laicos de la Puebla, un tribunal de la Inquisición que llegó a desterrar unos 200 judíos, supongo que en la época de los Reyes Católicos.
En cada parada contaba una píldora de la historia de la Puebla. Comentaba la etimología (-el prefijo Guada, aludía a río, Lupe (al luben) desconocido). Mezclaba leyenda y acontecimientos reales. Apuntaba unas edificaciones del extrarradio. Me sorprendió que hubiera una extensión del Real Monasterio donde estuvieron protegidos los hijos de los Reyes Católicos mientras asediaban la ciudad de Granada. Refería que Cristóbal Colón había bautizado a dos indios tras su segundo viaje a América en una copa de la fuente (antigua pila bautismal) que se encontraba en la plaza delante de la fachada del Real Monasterio en 1496. Donde más se extendía era en la imagen de la Virgen. Luego comprobé que las guías de Guadalupe (por ejemplo, la del fraile franciscano Sebastián García, Real Monasterio de Guadalupe, publicada en 2007) o las explicaciones del fraile franciscano que hacía la introducción a la Virgen detrás de su camarín, coincidían. La talla de la Virgen en madera de cedro era de estilo románico. Tenía posición sedente y sostenía el Niño en su regazo. Su tamaño era de cincuenta y nueve centímetros y no pesaba cuatro kilos. Sin embargo, lo que más me llamó la atención era su tez de color negro, su mirada frontal, hierática, y que estuviera vestida. Además, que su mano derecha empuñara un cetro. El niño igualmente estaba sedente. En fin, la razón del color de la piel se debía a la costumbre arraigada en la Europa Occidental del siglo XII de aplicar a María el pasaje del Cantar de los Cantares: “Tengo la tez morena, pero hermosa, muchachas de Jerusalén, como las tiendas de Cadar, como los pabellones de Salomón. No os fijéis en mi tez oscura, es que el sol me ha bronceado” (cap. I., vers. 5 y 6). En fin, ya había conocido otras vírgenes negras populares (Virgen de Monserrat, patrona de Cataluña; Virgen de Atocha de Madrid; Virgen del Pilar de Zaragoza) o blancas que habían sido tiznadas (Virgen de la Candelaria, patrona de Canarias, conocida por la Morenita).
Desde la exclaustración de 1835 hasta 1879 en que Alfonso XII declaró Monumento Nacional al santuario y posteriormente a todo el Monasterio (1929), muchos destrozos sufrieron el edificio y los bienes del Monasterio. Posteriormente, el rey Alfonso XIII encomendó la guarda y gobierno del Monasterio a la Orden Franciscana.
Los peregrinos venidos del sur no dejaban de mirar extasiados los estilos arquitectónicos diferentes que tenía en la actualidad el Monasterio: gótico, mudéjar, renacentista. No eran tantos romeros como aquellas 10.000 personas que fueron a aclamar a la Virgen como Patrona de Extremadura. Esta peregrinación del Sur quería conocer la Basílica menor, el monasterio y luego alojarse en la hospedería. Quería rezar a la Virgen en la Iglesia. Por tanto, la primera visita fue para conocer la maravilla del templo. Detrás de la Verja de hierro forjado del altar mayor, iluminado por rosetones de la fachada principal que miraba precisamente el cálido sur, los peregrinos se acomodaban en las bancadas para contemplar la imagen diminuta que ocupaba la calle central del Retablo Mayor, inaugurado en 1618 por el Rey Felipe III. La imaginería abarrotaba todos los cuerpos del retablo con el bargueño del altar mayor que fue Escritorio de Felipe II. Miraban los fieles a derecha e izquierda los lienzos que pendían de los muros, arriba para deleitarse con la bóveda del crucero y su cimborrio octogonal. Recorrían las tres naves, y aunque no podían subir al coro para contemplar las pinturas gótico-flamencas, imaginaban a los monjes ocupando las dos series de sillas para cantar fijándose en un cantoral apoyado en un enorme facistol. Desde el suelo admiraban la balaustrada de bronce del antecoro y cuando cerraban los ojos y abrían los tímpanos parecía que escuchaban los sones de un órgano monumental de 1924 o se conformaban con las notas del órgano menor o Realejo. A la salida, en el antiguo pórtico del templo, la gente se detenía detrás de otra reja para contemplar la Capilla de Santa Ana de estilo gótico con los sarcófagos de alabastro de Alonso de Velasco e Isabel de Cuadros.
Era hora de visitar el Monasterio. La primera parada fue en el Claustro mudéjar que ocupaba el centro del Monasterio. Cuatro galerías de las que solo se visitaba la galería del sur de la primera planta construida en ladrillo árabe y mampostería con techumbre de madera. Los arcos de la galería de la planta baja eran de estilo mudéjar, y un pretil calado impedía acercarse al centro del Templete de planta cuadrada, erigido en 1405, y hecho con ladrillo aplantillado y barro crudo con decoración de azulejos y yeserías. En el pasillo de la galería baja un ciclo pictórico de 29 lienzos de traza antigua pregonaban la leyenda de Nuestra Señora de Guadalupe. El guía de aspecto severo y voz templada fue conduciendo al grupo por salas y museos prohibiendo hacer fotos (Bordados, Miniados, pinturas y esculturas) hasta llegar a la famosa Sacristía llena de zurbaranes que colgaban de sus muros y que arrebolaban la cara por el colorido de las bóvedas. El Fanal de Lepanto que arrebatara Juan de Austria a los turcos fue la nota de color contrastante de la sala. Siguió el Relicario de Guadalupe que tenía pinturas al temple en la Capilla de San José con treinta y cuatro relicarios, entre ellos un Lignum Crucis, y la Arqueta de los Esmaltes. El Camarín de Nuestra Señora era deslumbrante. Tenía disposición octogonal que se observaba desde fuera por la cúpula externa y un lucernario del siglo XVII. El interior conservaba esculturas y pinturas. En el centro una imponente lámpara de cristal de Bohemia daba luz al recinto. Tras un breve repaso histórico del lugar por un padre franciscano, giró la Edícula del Trono de Nuestra Señora de Guadalupe, que estaba contigua al Camarín. Fue el momento más esperado de los peregrinos. La habían visto a una cuarta de su alma.
Después de la visita religiosa y artística era hora de combinar un breve descanso en el Claustro Gótico de la Hospedería, también llamado Enfermería y Botica. En el centro, la Cisterna de 1535. A un lado, el acceso al comedor de estilo gótico-mudéjar con huellas judaicas.
Guadalupe, Puebla peregrina. Quería imaginar de nuevo como era la vida bullente de comerciantes en la villa recorriendo sus calles, arcos medievales y patios del Pueblo Bonito, de la Primera Maravilla Rural de 2017. Mi memoria visual, flaca por la edad, no era capaz de retener tantos eventos vividos, tantos detalles de pinturas, tesoros, esculturas y planos de edificios. Para entrenar mi memoria, había pensado en un ejercicio fuera de cualquier prueba: regresar de nuevo a Guadalupe.