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Luis Miguel Villar Angulo

Cadaqués, más allá de Salvador Dalí

Cadaqués. Panorama

La Costa Brava del Alto Ampurdán parecía indomable desde el mar, pero había otra manera de camuflarse para llegar a la playa gerundense de Cadaqués, como si uno fuera una ola o una brisa de sal marina en una caracola. Solo tuve que ir subido a la proa de un barco de recreo y esperar a que las vibraciones del motor de gasoil del monocasco menguaran conforme aspiraba menos aire cerca del pantalán del puerto con barquitas de nombres de mujer.

Cadaqués. Bahía

La embarcación se aproximó a la playa des Portal por el este. La luz del mediodía era dura. Potenciaba el azul brillante del mar que tornaba a color turquesa con la profundidad del litoral. La ley de la mirada me obligaba a enfocar con la cámara la torre campanario de la Iglesia Parroquial de Santa María. Era el punto fuerte, el centro de interés de mi objetivo y así mantenía cuidadosamente la direccionalidad de la mirada en ese foco.

Cadaqués. Al fondo, Iglesia Parroquial de Santa María

A tramos, el movimiento del barco rompía la simetría sucesiva de imágenes del dibujo del pueblo conforme me iba acercando a la playa de chinarros donde los niños se entretenían botando y rebotando el agua con piedras planas y redondeadas.

Cadaqués. Playa de Port d’Alguer

Parado el compartimiento del motor, había cesado el runrún del escape y empezaba a caminar en la acera firme del pueblo marinero. Las hileras de fachadas encaladas, refulgentes,de Cadaqués miraban somnolientas la salida del sol. Desde las ribas se advertían las callejuelas empinadas que marcaban la silueta del campanario de base cuadrada con el cuerpo superior octogonal de la Iglesia Parroquial de Santa María.

Cadaqués. Orilla Nemesi Llorens

Las calles del casco antiguo, acodadas y arracimadas, se abrían a placitas pintorescas de una villa amurallada que había recibido gentes de varias culturas. En ellas afluían callejones y acudían vecinos en breves tertulias, interrumpidas por el paso de algún ciclomotor. La cuesta de la empedrada y estrecha Carrer des Call, de resonancia judía, se me antojaba pintoresca y ligeramente incómoda. El blanco de las fachadas de las casas y establecimientos de restauración se rompía con las brácteas de color rojo violáceo de las buganvillas, los macetones de plantas y los asientos de lascas de pizarra.

Carrer des Call

Caminaba pisando un suelo rústico y rocoso por el Carrer Sta. María hasta que llegué a uno de los miradores de Cadaqués que dominaba la Orilla de Pitxot. Las casas con tejados de teja roja cóncava hechos de arcilla a la manera tradicional daban a entender que los índices pluviométricos en esta zona eran superiores a las lluvias de los pueblos rematados en azoteas con pretiles del sureste peninsular. Atravesando la casa soportalada de Riba Pixot, el sol caía de plano sobre la estrecha orilla y los pocos viandantes se extrañaban mirando al mar de inquietud temblorosa. 

Carrer des Call

El edificio más voluminoso situado en la parte alta del núcleo antiguo era la Iglesia Parroquial de Santa María del siglo XIII, reconstruida en el siglo XVI después de los ataques e incendios de corsarios en 1444 y del turco Barbarroja en 1543. La torre cuadrada y octogonal de la iglesia me había servido de centro fotográfico del cruasán de edificios espolvoreados en harina con rizos de barro en el tejado del perfil del pueblo. La iglesia era de planta basilical con un ábside poligonal de siete caras apoyado en contrafuertes voluminosos. El estilo gótico tardío se advertía en las nervaduras del presbiterio.

Mirador

Desde la placita, miraba el blanco de los muros del templo combinándolo con las vistas de añiles de la bahía. En el interior, la claridad cedía al retablo dedicado a la Virgen de la Esperanza su afán dorado y policromado. La composición barroca del retablo de 23 m de altura merecía una contemplación detallada por la diversidad de elementos simbólicos que los escultores, primero, Pau Costa (1723) y, después, Joan Torres (1729), representantes gerundenses del retablo barroco catalán, habían introducido en el mismo.

Retablo

Afortunadamente, el retablo estuvo tapiado durante la Guerra Civil evitando su quema o destrucción. Sufragada la obra de madera por los marineros, dos pescaderos como atlantes sustentaban un par de columnas con arremolinados ángeles de exaltación gloriosa. La Virgen llevaba una corona con doce estrellas que simbolizaban los apóstoles. Portaba un disco solar – originario de la cultura egipcia – que representaba a Jesús como ser divino. Era un recurso iconográfico, como las aureolas o los halos, que distinguían a los seres divinos con forma humana. La mano derecha de la Virgen, desmesurada, derribaba la distancia con los fieles como una aparición que alcanzaba la vida. En torno a ella, se tejía la vida. Los cuatro evangelistas, incluido un autorretrato del propio Pau Costa, como San Juan, revelaban con símbolos sus credenciales.

Virgen de la Esperanza

Un coro de ángeles tañendo guitarras, violín, laúd y arpa celebraban la coronación. Me recordaba el retablo “de los angelitos” rodeando a María en el misterio de la Asunción de la iglesia burgalesa de Villahoz del siglo XVI. Encima, Santo Tomás de Aquino portaba una espada flamígera de San Miguel luchando contra el mal. A ambos lados, dos ángeles sostenían desde la maqueta del templo al libro de las epístolas paulinas. Coronando el retablo, el tallista había representado al pelícano dando de comer a sus hijos con su sangre, imagen metafórica del amor de Cristo y la Eucaristía en la cultura cristiana o de la compasión en la cultura egipcia.

Coro de ángeles
Pescadero

Agarrado a una barandilla de hierro cuesta abajo,los pavimentos y muros de las casas del entorno de la iglesia combinaban rocas magmáticas (pizarras) en estado natural. Blancas tapias de casas encaladas y oscuras lascas sin tallar apoyadas las unas sobre las otras dominaba el arrabal hasta el barrial de la costa.  

Callejuelas del casco antiguo

Imaginaba a Dalí esa mañana en el Paseo Marítimo, con la luz vivísima, sobre un pedestal cubierto de arena mirando el regreso de la pesca, como inmortalizó Sorolla. El mar lo había asimilado como uno de sus pescadores, un pródigo pintor que abrazaba el paisaje en su refugio de la casa-taller de Portlligat. Su cuerpo de bronce, emplazado por Ros Sabaté (1972), parecía haber fundido la supremacía de su verbo ante los paseantes, listo para lanzar su oratoria conmovedora.

Salvador Dalí por Ros Sabaté (1972)

Seguía caminando y me detuve ante la escultura en bronce de Lidia de Cadaqués de Ramón Moscardó que encarnaba una pescadera del pueblo que había inmortalizado Eugenio D’Ors con ilustraciones de Salvador Dalí en La verdadera historia de Lidia de Cadaqués (1954). La historia de una mujer pescadera y hostelera que escribía a Xènius con el aliento que destruía el paño de su vida y que una vez muerta la nube de dos artistas construyó como sustancia de un pueblo.

Casa Serinyana o Casa Blaua

Regresaba del paseo marítimo en Riba Pitxot y contemplaba la luz paralizada en la arquitectura de edificios de porte indiano. El Cap de Creus había sido origen de la emigración de los cadaquesencs a países caribeños, en particular a Cuba, para hacer fortuna. En la actualidad se seguía celebrando la feria indianos perpetuando sueños memorables y ritmos caribeños que iluminaban por dentro los recuerdos. Al pasar por la Playa des Poal eché un vistazo al edificio mas representativo del poderío económico indiano combinado con el estilo modernista: la Casa Serinyana o Casa Blaua, construida hacia 1910, llamada así por los aditamentos de cerámica vidriada en color azul que revestía la fachada de tres pisos y una buhardilla.

Cadaqués. Playa Ros

Miraba las ondas por la concha de la bahía hasta llegar al punto de información que tenía forma cilíndrica con una réplica de la estatua de la libertad. Despejado lo azul, la gravitación del mar estaba tranquila. En el silencio cansado se cernía la intensidad del día. Horizontes de roca se abrían y cerraban en una costa brava. Cumbre y raso juntos, Salvador Dalí y Federico García Lorca, enternecidos en el verano de 1927, probaban el amor en «el pueblo más bonito del mundo».

Mirador Cadaqués. Avenida Víctor Rahola
Luis Miguel Villar Angulo
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