CU de la US
Luis Miguel Villar Angulo

Arqueología romana en Hispania

Cáparra, vieja ciudad romana

Pórtico cuadrifronte de Cáparra

Era la vieja ciudad romana de Cáparra, situada en la vía de la plata de la antigua Lusitania perteneciente a la Colonia Augusta Emerita, cerca de Plasencia (Cáceres). Tenía que situarme debajo del pórtico cuadrifonte de 13 m de altura que daba entrada al foro y a las termas en la intersección entre las vías Decumanos Maximus y Cardo Maximus para ocultarme o huir del sol.

Interior del pórtico

Los linderos de las calles señalaban la vida urbana prerromana, como en un sueño humano. La hermosa máscara de los trazados había cambiado, pero siempre era única la Kapasa de Ptolomeo.

Termas

¿De qué servirían los restos arqueológicos hallados: la vaga erudición de un vaso de influencia celtibérica del tipo tetrápodo, el ejercicio caminante hasta el miliario de Nerón en la Vía de la Plata atravesándola de norte a sur desde Asturica a Augusta Emérita, la serena amistad de los trueques del pueblo vetón con su propia moneda, la sombra militar de la ciudad estipendiaria, el sabor del sueño romano con el estatus de Municipium del año 74 dc concedido por Vespasiano, la arquitectura de las termas y el foro dibujada en el promontorio que dominaba el río Ambroz?

Cardo

Estaba en las calles de duro empedrado caminando por el Cardo hasta las puertas del Decumanos que era la medida del espacio y de mi tiempo. Ya los olivos marcaban el perímetro de las murallas de la ciudad y sus sombras habían traído la paz, ya la ciudad de San Juan de Puerto Rico se había fundado con el nombre de Cáparra, ya el sol dejaba al descubierto las inscripciones del pilar derecho, lado suroeste, del arco de cuatro frentes más famoso de España, ya el arco de Jano se había hermanado con el último arco de Roma del Foro Boario, ya miraba desde la intersección del arco la basílica del foro con el templete para celebrar juicios (aediculo tribunal), pero las termas ya no refrescaban más.

Foro

Era, ya lo sabía, la ciudad abandonada. El horror de vivir en lo pasado, mitologías y sus magias inútiles, habitaciones de paramentos irreales, imágenes de hordas y ejércitos deslucidos agazapados en gigantes peñascos, calles vadeables cuando cesaba la fuerza de la lluvia, estipendios por las cosechas de un suelo a título de possessio. La soledad de Cáparra llenaba el cubil, una morfología rocosa cercada recientemente por copas de árboles verde oliva.

Muralla

Abandonaba las ruinas de Cáparra después de 3 h de conducción desde Sevilla por la autovía EX -A1 para dirigirme a una de las villas romanas más suntuosas de España.

La Olmeda, Villa Romana

A tres horas y media de viaje desde Cáparra, y situada en Pedrosa de la Vega (Palencia), la villa La Olmeda engarzaba otro sitio romano reputado como Bien de Interés Cultural (1996). Era inimaginable para mí concebir una explotación agrícola en un pueblo perdido con termas propias, frigidarium y piscina.

El recuerdo que tenía del yacimiento arqueológico Aquis Querquennis de Bande (Orense), considerado Bien de Interés Cultural, había sido distinto por su funcionalidad y tamaño. Esta fortificación militar, mayor que el campamento romano de Petavonium (Arrabalde, Zamora), conservaba una mansión y termas en un trazado reticular prototípico de la arquitectura romana. Pero no había teselas de mosaicos que decoraran los suelos de las viviendas separadas por paredes de cantos de río.

Domus nobiliaria, residencia de Maximiano, finales del siglo III d.c. La villa romana del Casale en la siciliana Piazza Armerina era el resto arqueológico más espectacular que había conocido en el género de mansiones de familias aristocráticas o adineradas. Desde el atrio al peristilo había notado la magnificencia de la construcción que incluía triclinium y dependencias termales hasta un total de 50 salas declaradas Patrimonio de la Humanidad (1997). Algunas representaciones coloreadas en los mosaicos apretados con atletas y personajes cazando eran de gran actualidad temática, en particular el grupo de bañistas en bikini.

Las villas hispanas no estaban alineadas en una vía, pero los recodos no habían impedido que se formaran itinerarios de villas romanas o se creara la Asociación Red de Cooperación “Villas romanas de Hispania” para conocer las más significativas.

Habían sido fugaces mis dos visitas espaciadas en el tiempo después del descubrimiento de La Olmeda en 1968. La última ocurrió tras la reapertura del edificio (2009) que había recibido premios arquitectónicos y antes de la inauguración del Museo (2018). Abonada la entrada, y ya en el interior, me movía en la planta cuadrada del conjunto residencial atravesando un patio rectangular porticado o peristilo que encendía la vida cada alba. Por esta villa rural del Bajo Imperio transitaba el recreo personal de los campesinos y comerciantes de las 26 habitaciones pavimentadas con mosaicos y de las 16 estancias con baños.

El complejo descubierto por Javier Cortés había sido un racimo desordenado de surcos de piedras cubiertos de tierra que paulatinamente había desbrozado en compañía del mosaísta palentino Domiciano Ríos, según constaba en la Guía arqueológica de José-Antonio Abásolo y Rafael Martínez (2ª edición, 2014).

Arquería del peristilo

El itinerario ordenado de la visita permitía ver suelos de mosaicos, unos con dibujos de octógonos y cuadrados. Me llamó la atención en la galería norte una decoración en la que destacaban las esvásticas y los nudos de Salomón.


Esvásticas del pasillo norte

Dormitorio con mosaico formando cenefas con trenzados de tres cabos y temas en zigzag con un “llamativo octógono con sucesivos temas interiores de cálices trífidos alternos, orla de hojas hilvanadas, corona de laurel y un cuadrado con tema de punto de cruz” (Abásolo y Martínez, 2014, p. 26).

Mosaico del cubiculum

Me habría gustado conocer al dominus o señor de la casa de aquella mansión para que me hubiera presentado al artista del mosaico del salón de 175 m2, variado en la paleta de 40 colores de teselas desde los malvas a los amarillos, que representaba en tres zonas cenefas decorativas, escenas de caza con jinetes a caballo con lanzas o un soldado defendiéndose con adarga mientras sujetaba una lanza, o un jabalí acosado por perros, y leones del Atlas. Una sucesión de viñetas cinegéticas completaba el cuerpo de la tercera zona.

Pavimento del oecus (habitación nº 15) con multiescenas de caza
Oecus (habitación nº 15). Variedad cromática en un cazador a caballo (detalle)
Oecus (habitación nº 15). Realismo de un jabalí acosado por perros (detalle)
Oecus (habitación nº 15). Expresividad en un cazador atacado por un felino (detalle)

La tercera franja representaba la vida del pelirrojo Aquiles en Skyros en una franja de la superficie del suelo sobre una cenefa decorativa.

Pavimento del oecus (habitación nº 15) con escena mitológica de Aquiles y Ulises en el gineceo de Licomedes, en la isla de Skiros.
Mosaico de Aquiles en la isla de Syros en el oecus (habitación nº 15) (detalle)
Mosaico de Ulises en el oecus (habitación nº 15) (detalle)

Se desconocían los personajes de la aristocracia representados en los medallones del mosaico. Además de figuras que aludían a las cuatro estaciones, los rostros tenían realismo, principalmente las figuras femeninas ataviadas con sarcillos, que bien pudieron ser moradores de la villa bajoimperial. Los propietarios vivieron en esta villa urbana, residencial y excavada, mientras que la zona rústica donde habitaron los colonos estaba pendiente de explorar y en la Necrópolis se tenían dudas de la tumba del dominus.

Medallón. Oecus (habitación nº 15) (detalle)

En la Olmeda, yacimiento palentino, recorrido los baños en pasillos y rampas al oeste del edificio para contemplar el caldarium, sudatorium y tepidarium, tuvo una muchedumbre morada para reposo de su intimidad de siempre. El triclinium cercano hacía del comedor festines caídos de las manos.

El aire del otoño rascaba sin herir las hojas de los plátanos mientras imaginaba las torres octogonales del ala sur de la mansión. No tenía el Museo esculturas memorables. Pero los mosaicos continuaban siendo su activo cultural más significativo.

Me quedaba por visitar la explotación aurífera de las Médulas en la comarca del Bierzo en el invierno siguiente.

Las Médulas

El polvo en forma de oro, las laminillas y las pepitas arrastradas por la erosión fluvial eran conocidas por los astures de las provincias de Asturias y León, norte de Zamora y Portugal y parte de Orense. El tesoro de Arrabalde de Zamora era una muestra de la tradición celtíbera que se abastecía del preciado metal para hacer torques, fíbulas y diademas de manera artesanal. La etimología de Las Medas podría provenir de aquella zona agrícola donde las parvas de mies formaban montones (medas).

Augusto ordenó explotar el suelo para extraer sus riquezas, siendo Las Médulas la mayor explotación de mineral a cielo abierto para el sistema monetario o aureus, que llegaron a producir hasta 6.540 kilos de oro al año y que fueron abandonadas en el siglo III, comprobado su bajo rendimiento.

Los poblamientos astures vivieron en más de cincuenta asentamientos elevados o castros rodeados por murallas de piedra. Estas gentes fueron utilizadas como esclavos o colonos sin retribución para trabajar en la actividad minera de Las Medulas. Unas minas de bajo rendimiento y gran esfuerzo humano para las más de 3.000 personas que se encargaron de todo tipo de actividad, desde el encauzamiento de las aguas por medio de canales de los Montes Aquilanos, la creación de embalses, la excavación de galerías en la montaña del yacimiento, los lavaderos de oro. Había sido Plinio el Viejo hacia los años 70 el relator de la metodología extractiva del mineral en su obra Naturalis Historia

Había ido desde Ponferrada, que distaba unos 19 km del yacimiento de Las Médulas (Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, 1997). La carretera ofrecía un paisaje invernal. Afloraban tímidas escobas, retamas, aulagas, jaras y brezos en el campo nevado hasta que divisé el campanario de la Iglesia de San Simón y San Judas Tadeo en las Médulas. Y tras la espadaña apareció un picudo farallón.

Paisaje nevado en las cercanías de Las Médulas
Iglesia de San Simón y San Judas Tadeo en las Médulas

El camino en dirección a la Cuevona atravesaba terrenos aluviales, resultado del vaciamiento de la montaña por la explotación minera. Una guía explicaba la técnica minera de la ruina montium (derrumbe de los montes) que después había leído en el librito Las Médulas de López, Lozano y Sánchez (2001) de la Diputación de León, tomado a su vez de la Naturalis Historia de Plinio. Se construían pozos y galerías sin salida al exterior de los montes. Se introducía agua en las cavidades hasta que se desestabilizaba la base de la pirámide montañosa derrumbándose el lodo acuífero. La ingeniería de canales desarrollada para la traída y conducción del agua necesaria para la destrucción de las montañas había sido portentosa.

Paisaje típico

Lo que veía recorriendo el camino era una sucesión de robles y de hayas retorcidas que tenían como fondo picachos en una sucesión polilobulada. Por la senda de las Valiñas llegué a La Cuevona, que era la galería de mayor altura de las existentes.

Castaño marcado por la huella del tiempo

Formación montañosa polilobulada
Picachos emergiendo en la pujante naturaleza
Galería
La Cuevona

He recorrido un collar de yacimientos arqueológicos teñidos de sabor romano: un poblado, una villa y una mina donde naufragó la vida y las noches estrelladas me hicieron más humano.

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Luis Miguel Villar Angulo
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