Albarracín, pueblo bonito turolense.
Aragonesa, fría, amurallada y con un alcázar en la cota de los 1.195 mts., esta ciudad monumental contenía vistas a fachadas singulares de palacetes, viviendas rurales, torres de monumentos eclesiásticos y defensivos en su intrincado trazado medieval. Desde el arrabal moderno, bañado por el río Guadalaviar, que acababa de nacer en la sierra de Albarracín, y que sería el Turia para los valencianos, se divisaba la silueta del pueblo antiguo de Albarracín.
Subí a la Plaza Mayor por la calle Bernardo Zapater. Había otros itinerarios de acceso, pero no quise indagar otras rutas después del consejo que me dieron en la Oficina Comarcal de Información Turística. Poco a poco iba redescubriendo información sobre la hoz del río, el plano increíble del pueblo, ahora que iba de turista y no como participante de unas jornadas de comunicación educativa celebradas en el Palacio de Reuniones y Congresos, ubicado en el Palacio Episcopal, sede de la Fundación Santa María de Albarracín.
De aquella breve estancia en noviembre de 2007 recordaba el frío silencioso de las noches (-11º), la silueta escarchada del campanario renacentista y los tejados de las capillas laterales de la Catedral desde una salita de estar del hotel Casa Santiago en la calle Subida a las Torres, de escalinata adoquinada, y el color rodeno proveniente de la piedra arenisca roja. Un color que enfoscaba fachadas y encorchaba los tallos de los pinos de altura mediana de la zona. En aquel entonces, la Catedral estaba cerrada pendiente de restauración de los lados exteriores, del retejado de las capillas y de reafirmación de los óculos. Me prometí que volvería al pueblo en otra estación meteorológica más tibia para conocer de día la villa y el interior de la Catedral, construida sobre un templo románico del siglo XII.
Varios años después (2014), esperaba junto a la tapia del Palacio Arzobispal a la guía para visitar la Catedral iniciada en 1572, considerada en su conjunto Bien de Interés Cultural. Estaban los restauradores limpiando retablos y haciendo catas en frescos de paredes, como la Capilla de la Piedad, que no impedía fotografiar elementos muebles y arquitectónicos importantes del templo sin culto. Diseñado el edificio en una sola planta, el retablo mayor renacentista de la iglesia (siglo XVI), atribuido a Cosme Damián Bas, refulgía en sus dorados repartidos en cuatro niveles y cinco calles, presidido por un Cristo crucificado.
La escena central representaba la Transfiguración de Cristo sobre un Sagrario. Otras figuras de tamaño natural estaban guarecidas en hornacinas. El bien quedaba coronado por la esfinge del Padre Dios. El retablo envolvía el ábside poligonal. La bóveda de crucería gótica otorgaba al templo empaque catedralicio. El Centro de Restauración de Albarracín acometía la limpieza del polvo y la reparación de las fisuras en la policromía original de otro retablo lateral. Una restauración minuciosa que se había iniciado en 2011 con importantes hallazgos.
A los pies del templo se alzaba el Coro con sillería de madera de quejigo, de estilo gótico, cerrado por una reja de forja de 1669. La bóveda de crucería tenía una traza original porque su forma estrellada contenía medallones con pinturas. Curioso era el detalle de una casilla o garita de madera pintada para tapar la pila bautismal y aminorar el frio en el rito del bautismo.
Desde luego, la Capilla lateral de la Virgen del Pilar – imagen traída de Italia – tenía todo el oropel que se requería del estilo barroco. La riqueza de detalles en los relieves y esculturas relativos a la vida de la Virgen cubría el muro y cerraba la capilla con estucos en la cúpula octogonal, la linterna y los lunetos. Sin duda, era la capilla más fastuosa.
Más austero y sin dorar era el retablo de la capilla de María Magdalena con San Pedro sentado en la Cátedra (1573) con tiara y bendiciendo, atribuida al imaginero del retablo mayor, Cosme Damián Bas. Original diseño del mueble construido en pino, levantado sobre tres calles con figuras y escenas evangélicas en altorrelieve dentro de hornacinas, separadas entre sí por columnas estriadas. Junto al retablo de la Circuncisión de Jesús aparecieron unas pinturas murales de tonalidades monocromas. Estos y otros retablos habían acrecentado la vistosidad y solemnidad del templo, reconocido por el bloguero A. López, de fina y conocedora pluma.
Los grupos de visitantes se concentraban en tiendas próximas a la Plaza Mayor. Las casas construidas con sillares de piedra y alerones de madera eran en esencia profundamente sencillas. La facilidad para encontrar esos materiales en el entorno sirvió de base constructiva de muchos edificios. La mampostería era un procedimiento constructivo habitual porque unía piedras con argamasa sin alineamiento de hiladas u orden en los tamaños. La forja de la rejería de ventanas se restringía a casonas con cierto abolengo, al igual que los escudos heráldicos, los portones con picaportes o los aleros con vigas labradas, como en la casa de los Monterde.
Los paseos por las calles descubrían portales de la ciudad amurallada (Portal del Agua, Portal de Molina), esquinazos de casas cubistas (Casa de la Julianeta), otras enfoscadas en un azul contrastante (Casa Arzuriaga del siglo XVII) con el resto de yeso ocre o rojizo, edificaciones en altura estribadas en madera (Calle del Chorro), tejadillos con alerones labrados, aparejos con piedras irregulares sin desbastar o muros con piedras encuadrados, atalayas, torres, ajimeces, adarves, frisos de ladrillos, arrocabes, canes que sostenían el vuelo de tejados, en fin, un recetario de elementos constructivos de mucha raigambre mudéjar que se reflejaba en casas humildes y en casonas señoriales.
Dejaba para una futura visita edificios que acumulaban piezas de interés histórico y cultural. Entre ellas, el Alcázar que fuera centro de la antigua medina musulmana del siglo X enclavada sobre un peñasco, el Museo diocesano especializado en arte sacro en un edificio del siglo XVIII, el Museo de Albarracín ubicado en el antiguo hospital (1789), o la Torre Blanca como espacio expositivo alojado en uno de los tres castillos defensivos en el extremo sur.
No cabía duda que Albarracín, Conjunto Histórico-Artístico desde 1961, era por méritos propios un pueblo bonito de España. Una villa con encanto que ponía la musa de la fotografía y la escritura en movimiento.
Una ampliación histórica aparece en ALBARRACIN: LINAJES Y TESTIMONIOS HERÁLDICOS de Manuel Fuertes de Gilbert Rojo, Barón de Gavín.
Historia de Albarracín. Tomás Collado.
Este es uno de los pueblos que más seducen a los amigos viajeros que lo han conocido.