Sierra de Francia: La Alberca, Mogarraz y Miranda del Castañar.
Hacer turismo por la Sierra de Francia (Salamanca) es sumergirse en un tiempo pasado que nos redime de ciudades hormigonadas, creciendo en altura, disputándose el ladrillo y los bloques macizados.
De los 20 municipios de la Mancomunidad de Sierra de Francia relato tres que tienen la consideración de pueblos bonitos de España: La Alberca, Mogarraz y Miranda del Castañar.
A una hora de Salamanca, hacia el suroeste de la provincia, los tres pueblos parecen alineados por una carretera entre curvas y marchas cortas del coche para digerir los cambios suaves de cota del paisaje verde de acebos, castaños, robles y abedules.
Se percibe el Parque Natural Las Batuecas-Sierra de Francia porque los ojos ven que la Cordillera Central no está serrada por urbanizaciones que distorsionen el color o corten su masa forestal. Por eso este paraje tiene tantos atributos y nominaciones de respeto al habitat natural y humano (Reserva de la Biosfera, 2006), abanderado de la sostenibilidad y comarca protegida, con un patrimonio etnográfico e histórico-artístico puesto en valor por multitud de visitantes.
La Alberca
Desde la Plaza del Padre Arsenio descendía la calle El Tablao llena de tiendas para la venta de chacinas y embutidos, prendas de vestir y recuerdos varios. La atención de la mirada recaía sobre las casas con dinteles que tenían inscritos la fecha de construcción.
Grabados a cincel años y anagramas religiosos, reflejaban la fe y ritos de la gente, y la antigüedad de portales, posadas y casas sostenidas por entramados de madera con adustas molduras de refuerzo de piedra o madera. Y así discurrían igualmente las callejuelas que se apartaban de esta calle principal y turística, dando forma a un laberinto por tantas calles entrecruzadas recordando la fisonomía de antiguas juderías y callejuelas de época árabe. En ocasiones los aleros de los tejados de las casas se pronunciaban tanto hacia fuera que la calle parecía protegida de la inclemencia del agua y del sol.
Curiosamente, junto a la calle La Balsada había una cerda campando libremente, que alimentaban los vecinos («marrano de San Antón») y que luego sorteaban el día del santo y cuya recaudación se destinaba a obras benéficas.
La Plaza Mayor de La Alberca, Conjunto Histórico-Artístico, se abría de colores en las galerías y balcones de las plantas superiores de las casas. El centro de la plaza estaba presidido por una cruz de peregrino y recordaba la ruta del Camino de la Plata que hacían los peregrinos en dirección a Santiago de Compostela.
Siguiendo la calle La Puente se llegaba a la Plaza de la Iglesia donde se levantaba la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Fuera del edificio religioso un marrano de piedra aludía a la tradición de la bendición del cerdo en la iglesia, que aprovechaban los conversos para evitar la Inquisición.
Una torre construida antes que la iglesia traía a la memoria la tradición de los repiques de campanas con una inscripción del escudo de la familia de los Duques de Alba. Aquella mañana el tañido era a difunto. Sentado en un poyete de piedra de la calle escuché a unas señoras la filiación de la difunta. El vecindario conocía a la mayoría de la feligresía.
El interior de la iglesia parroquial del siglo XVIII albergaba un púlpito de granito policromado del siglo XVI y la imagen del Cristo del Sudor, (la tradición dice que sudó sangre en 1655), atribuido al escultor franco-español Juan de Juni.
Las calles seleccionadas y recomendadas por la guía para hacer el itinerario del pueblo seguían mostrando la volumetría controlada de los edificios, sus entramados en las paredes y el olor leñoso-quemado de cabrito cuchifrito y tostón, y el dulce-resinoso del hornazo relleno de embutido de cerdo y huevo que se esparcía de las cocinas de restaurantes.
Mogarraz
Mogarraz, Conjunto Histórico-Artístico, judería conversa al cristianismo, es un pueblo de 303 habitantes que por obra del artista, oriundo de este pueblo, Florencio Maíllo había colgado 388 retratos de mogarreños sobre placas metálicas en pintura encaústica en las fachadas de las casas, aprovechando una foto-carnet de los mismos de 1967.
Las caras eran de todas las edades: mujeres con peinado recogido, en saya, jóvenes con vestimenta militar, junto a su madre, cura con sotana desgastada, etcétera. Suspendidos los retratos de las fachadas de las casas, del muro de la torre de la iglesia, por encima de balcones y debajo de galerías corridas, el visitante miraba para arriba sin temor al tráfico de vehículos, eso sí, cuidando de no tropezar con el canto rodado de las vertientes de la calzada.
El alcalde de aquel entonces quiso evitar que los conciudadanos se desplazaran a otro pueblo para hacerse el carnet de identidad y encargó al fotógrafo Alejandro Martín, quien a su vez había comprado una cámara fotográfica en Canarias, que hiciera un reportaje fotográfico de los mogarreños. Las fachadas del pueblo cobraron vida y hoy son ejemplo etnográfico de respeto a una población y monumento iconógrafico que ha trascendido a nivel nacional, siendo Bien de Interés Cultural desde 1988 y Pueblo Bonito de España.
Si se pudieran rastrear los apellidos de los vecinos, se advertiría que muchos conservaban parentescos de origen francés, gascón y rosellonés desde el siglo XI, razón por la que la estribación de la Cordillera Central se denomina Sierra de Francia.
Los 7,3 kilómetros que separaban La Alberca de Mogarraz por carretera se hacían en 14 minutos por lo que el paisaje no variaba mucho. Continuaba el bosque de castaños, robles, abedules y acebos que se mezclaban a la entrada del pueblo con chumberas abigarradas de higos en taludes soleados, como especie arraigada de la tuna mexicana, y árboles frutales, como naranjos y granados.
La hora de llegada al pueblo no era la más propicia para visitar el Museo Etnográfico porque estaba cerrado. Así que lo mejor fue probar las «patatas meneás» y los embutidos curados que aumentaron la sofocación en el verano tórrido de 2017. El tintineo del agua de algunas fuentes rompía el silencio del pueblo a la hora de la comida. Otra vez habrá ocasión para hacer la Ruta del agua que podría ser un paseo espectacular, como ocurre con otros caminos del agua de otras provincias (Sevilla).
Como cada vecino hacía su propia bodega, tuve ocasión de hablar con un vendimiador de edad y hacer escala en una bodeguita que hacía su primer mosto de uvas rufete, tinta y blanca, que se cultivaban en los bancales de la Sierra. Igual que en La Alberca, aquí también se seguía la tradición del cerdo de San Antón, por lo que no comentaré de nuevo esta festividad y tradición.
Desde la carretera se advertían la Torre del Campanil y la Iglesia de la Virgen de las Nieves. Descendiendo a la Plaza Mayor, de nuevo aparecieron casas con dinteles de piedra con signos esgrafiados de culto religioso y fechas de edificación y paredes con tramones de madera. Las casas de distinta factura, con evidentes signos de decadencia, mantenían la difícil tarea de la sostenibilidad gracias a un turismo propiciado por páginas web que señalaban los encantos de la vida rural.
Miranda del Castañar
Miranda del Castañar, como Puebla de Sanabria, había sido uno de los Pueblos Bonitos de España de 2017.
Distaba de Mogarraz a 14 kilómetros por una carretera de traza serpenteante. A la entrada del pueblo se veía la muralla de 631 metros de sillares que abrazaban al pueblo. El castillo, cubo de planta cuadrada con ventanas y troneras, era la nota dominante del recinto fortificado. Desde allí, se tenía perspectiva de la plaza con vallas de madera haciéndonos recordar que estábamos en la primera plaza de toros rectangular construida para festejos taurinos, datada en el siglo XVI. Ahora la fiesta de las Águedas había dado poderío a las mujeres y el espacio se usaba para otros fines tradicionales.
Las casas blasonadas aparecían en ciertos edificios transformados en dependencias administrativas, como la Casa Consistorial. Tras la puerta de San Ginés, la calle Larga era la artería de este recinto amurallado que la surcaba de este a oeste. Típicos eran de nuevo los alerones de las casas en calles de trazas quebradizas que aparentemente se tocaban en casas enfrentadas.
Junto a una plaza se abría el pórtico del templo parroquial de Santiago y San Ginés de Arlés (siglos XIII y XIV), santos que de nuevo recordaban la procedencia gallega, asturiana y francesa de las gentes que repoblaron esta comarca siglos atrás. La iglesia estaba muy retocada, y en la nave central se exponían piezas (sarcófagos y documentos), cuyo origen y valor eran difíciles de rastrear.
Durante la visita, vecinas del pueblo limpiaban el templo para una romería, incluso alguna voluntaria se esmeraba en quitarle el polvo a una conjunto escultórico de La Piedad de estilo hispanoflamenco (siglo XV), como si fuera una estatuilla. La Torre de las Campanas, construida en su día por sufragio popular, era la forma de convocar a los feligreses y de hacer comunicados a todo el vecindario.
Pueblo lleno de escudos, como Ciudad Rodrigo, y de belleza paisajística, como su vecino Candelario, Miranda del Castañar sostenía en su recinto amurallado la inquebrantable reciedumbre de su legado histórico.
Interesante post de pueblos que algún día visitaré por su indudable interés