Laguardia y el pórtico policromado, por Luis Miguel Villar Angulo.
Recuerdo un día viajando por Vitoria que estaba dudando si hacer el camino de Santiago, aunque fueran unos kilómetros andando, visitar alguna de esas bodegas de la Rioja Alavesa diseñadas por famosos arquitectos (Bodega Ysios) o caminar por las calles medievales del municipio de Laguardia.
La decisión de visitar este pueblo amurallado sobre un altozano era por contemplar el famoso pórtico policromado (Siglo XVII) de la Iglesia de Santa María de los Reyes. Había oido hablar de ese pórtico por su semejanza con el emblemático de la Colegiata de Toro (véase el post «Toro y la Colegiata bañada por el Duero» en este blog), y por eso creció más mi interés por conocer esta obra de arte medieval.
Atravesando la muralla por una de sus cinco puertas, y discurriendo por la alineada Calle Mayor serpenteada de bares y bodegas, y cerca del edificio del Ayuntamiento del Siglo XIX, situado en la Plaza Mayor, estaba la iglesia porticada, protegiendo con un muro el grupo escultórico en piedra de las arquivoltas.
Los peregrinos desviados del Camino francés o simplemente los caminantes se habrían quedado obnubilados al contemplar tanta imaginería aparentemente ingrávida que colmataba todo el acceso al templo, igual que mi impresión tras quedarme por segundos sin aliento al ver el tímpano historiado.
Viajeros, las esculturas que Koko Rico inmortalizó en bronce sobre acero corten, rememoraban con el calzado y las maletas el ir y venir de las gentes de nuestro tiempo en la Plaza del Gaitero. También, pudo ser el lugar donde Samaniego compuso sus famosas fábulas con las que satirizaba la política y criticaba la religión que le valieron encierros en prisión, allá por el siglo XVIII.
No podía sospechar que tras callejuelas con fachadas sin color o uno que más bien parecía pardusco, se erigieran aquellas tallas en una sinfonía de color que tenían a la Virgen como motivo central de las figuras humanas, escenas bíblicas y coros de las arquivoltas. La piedra daba señorío a otros edificios históricos (Casa de la Primicia o Casa de Samaniego), y encanto a todo el entorno.
En el interior de la Iglesia de Santa María de los Reyes se destacaba el retablo del siglo XVII. Cerca se encontraban escenas de pasos de Semana Santa (como uno de la Santa Cena) y mirando los nervios perfilados de los arcos apuntados del crucero, la figura de Dios bendecía aparentemente el crucero.
Fuera del edificio, cerrado en esta ocasión al público, la Torre Abacial con su campanario de estilo románico avisaba antiguamente de servicios en un desaparecido monasterio, y oficiaba de cobijo y defensa a las murallas contra incursiones enemigas, haciendo las veces de castillo.
No sé si las uvas tempranillo y graciano tornaban de misterio aquellas murallas del pueblo, aquellos muros y fachadas de casas, porque tras la breve ingesta de uno o dos caldos, finos y de sabor afrutado, me había parecido aún más refulgente el pórtico policromado.