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Luis Miguel Villar Angulo

Casares, pueblo colgante

 

Casares, pueblo colgante

Casares, pueblo colgante

Casares, pueblo colgante.  

En una mañana despejada y cálida visité por primera vez el pueblo de Blas Infante. Tenía que conducir despacio después de haber abandonado la autopista de Estepona, porque las curvas de la MA8300 eran cerradas para escalar los múltiples cerros que se disponían en un paisaje similar al recordado de la Serranía de Ronda.

Dejando atrás la sinuosa carretera de 14 Kms., apareció el erecto pueblo colgante, Casares, moldeado sobre un escarpe. Estando frente a él había que franquearlo siguiendo la carretera para aproximarse al casco urbano. La angostura de las calles en cuesta te hacían dudar de la travesía en coche por la anchura de las calles y del vehículo que no quería dejar arañazos en las encaladas viviendas de una o dos plantas.

No me extrañaba que el Ayuntamiento hubiera planificado más de una decena de rutas para observar aves migratorias o visitar arroyos, álamos y otras villas, porque la topografía intrincada del lugar lo permitía. La intención de la visita era pasear hasta el abrupto macizo de piedra caliza donde se asentaban los restos del Castillo y la antigua Iglesia de la Encarnación, remodeladCentro Cultural Blas Infantea como Centro Cultural Blas Infante, que aglutinaba a los habitantes en el recinto amurallado especialmente en las vísperas del 28 de Febrero, día de Andalucía.

La plaza de España donde se encontraba el Ayuntamiento tenía en el centro la Fuente de piedra arenisca de la época de Carlos III (1785), bien conservada en estilo neoclásico con remate en casquete esférico, que hacía las veces de rotonda para los conductores visitantes y de punto de encuentro o reunión para los locales. Su agua fresca producía un sonido resonante, como un manantial de la sierra. Ya Julio César, en la época romana, había probado las aguas curativas de los Baños de la Hedionda, y Casares, empezó a colgarse con fuerza de una falla.

El estacionamiento de coches te obligaba a circular pendiente abajo por la calle adoquinada Juan de Cerón en donde la gente no podía apenas salir del portal para no ser rozada por el movimiento de los vehículos. Un busto dedicado a Blas Infante en la plaza, cerca de su casa natal, iniciaba la subida al Castillo para contemplar lo que el notario ilustre del pueblo convirtió en un poema: …

el nido atalaya de una alta peña de la Serranía

como un aguilucho inmovilizado

a quien el viento sigiloso arranca y esparce el plumajeCasares, pueblo colgante

mirando de frente con ojos nostálgicos más allá del Arroyo Grande,

que dijo Abuberk, al Estrecho de Tarifa,

las rutas de piedras afiladas como puñales

por las que fueron a la emigración nuestros hermanos,

los desterrados moriscos.  […]»

Al comenzar la subida de la calle Villa, la Ermita de San Sebastián, del S. XVII, recordaba al santo en una cristalera del interior del templo, y en medio de un altar sencillo, una imagen dedicada a Ntra. Sra. del Rosario del Campo, patrona de Casares, esperaba su romería.

A la izqErmita de San Sebastiánuierda, subiendo la calle empinada, el Ayuntamiento había premiado a los vecinos con una lápida en la callejuela acodada Callejón del Rey, cuesta abajo, por su exorno floral.

Más arriba, cruzando el Arco de la Villa de una torre cuadrada, se accedía al recinto amurallado de época árabe, desde donde se divisaban parajes varios de Sierra Bermeja. En el recinto amurallado, el Cementerio tenía una arquitectura circular, y el blanco de los nichos escalados y encalados estaba salpicado de recuerdos florales. Agarradas algunas casas a un flanco de la muralla daban al recinto un pálpito de vida humilde, que tentaban la máquina fotográfica.

Sierra Bermeja, desde Casares

Sobre esa cubierta histórica, Casares, pueblo colgante se esparcía en ondas ventrudas de tejas, muros plateados o blancuzcos, abrazando el vecindario hacia el mar. Otros pueblos andaluces (lean Zuheros, Vejer de la FronteraMojácarCarmona o Setenil de las Bodegas, en este blog) tenían análogos remates: pálpitos de rocas en sus pies y acabados de templos y fortalezas con placitas donde resonaban voces que reunían las almas que hacían un pueblo.

 

Luis Miguel Villar Angulo & LMVA

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