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Luis Miguel Villar Angulo

Chinchón tiene su ágora en la Plaza Mayor

Chinchón tiene su ágora en la Plaza Mayor. 

Chinchón tiene su ágora en la Plaza Mayor

Asunción de la Virgen. Iglesia de la Asunción. Fuente de la Plaza Mayor

Ahora estaba en la Plaza Mayor de Chinchón a cuarenta y cuatro kilómetros de Madrid, notando el frío del viento de sotavento del mes de mayo. El pueblo había sido declarado Conjunto Histórico-Artístico (1974) y formaba parte de la Asociación de los Pueblos más Bonitos de España. Había llegado a la Plaza Mayor desde Colmenar Viejo siguiendo los sotos y escarpes de yeso por los que discurría la carretera de Madrid. Después de sortear callejuelas quebradas siguiendo las direcciones de tráfico, atravesé la Calle Mulillas, que me avisó de la naturaleza e historia de la Plaza Mayor.

Este espacio irregular bordeado de casas de tres plantas con 234 balcones y terrazas eran observatorios adintelados para ver el ganado y posteriormente los espectáculos taurinos. Una de las líneas de este plaza estaba soportalada, apoyadas las columnas en zapatas, desde la que se veían tres edificios simbólicos (Torre del Reloj, Teatro Lope de Vega e Iglesia de la Asunción) por encima de las casas de la plaza y la muralla, que encarnaban la silueta más singular del pueblo.

Desde el paseo cubierto se veían, vena a vena, las callejuelas en pendiente que comunicaban los edificios monumentales. Suponía que desde los balcones con sillas, mesitas, anuncios  y letreros “se vende” se seguiría el murmullo de las terrazas, donde los coches y las sombrillas daban un nuevo aspecto al ágora de la villa. Los bajos de las casas se reservaban para negocios de tiendas, bares y restaurantes que esperaban a los visitantes en los fines de semana. Aquel día apenas había transeúntes o curiosos. Por el Norte, hacia la calle Grandes, la Fuente de Arriba, antiguo abrevadero del ganado apostado en la plaza, blasonada y restaurada en piedra, chapoteaba agua a un estanque.

En una antigua casa de ganadero estaba el Ayuntamiento y en una dependencia de información y turismo me facilitaron los horarios de los monumentos. La agenda de apertura de las iglesias estaba en función de las celebraciones de misa. Por eso, me dirigí, en primer lugar, hacia la Plaza del Convento siguiendo la calle Huertos.

Convento de los Agustinos

El Convento de los Agustinos, fundado en el siglo XVII, había sido transformado en Parador Nacional de Turismo. Mi visita a las dependencias restauradas de ese edificio se limitó a pasear por el claustro cerrado por paredes de cristal. Algunas vitrinas en las paredes mostraban imágenes religiosas de santos de autoría desconocida. Anexo al Parador se encontraba abierta la Ermita de la Virgen del Rosario. Sonaban las campanas que advertían de la celebración de la misa. Dentro del templo, unas mujeres del pueblo conversaban y se acercaban a venerar a la Virgen del Rosario (1846). Era una iglesia barroca de una nave con dos capillas laterales que habían tenido la función de cárcel durante la Guerra Civil. En una de las alas del crucero y enmarcado por unos frescos de vivos colores colgaba una imagen de Cristo crucificado. Que unas capillas se hubieran usado como celdas o que se hubiera incendiado el altar sin haber sufrido daños la imagen de la Virgen eran asuntos frecuentes en los pueblos que había visitado por esta geografía.

Ermita de San Roque

Bajando la cuesta de la calle Huertos, un ciclista me preguntó por una fuente de agua para repostar. Le indiqué una que hacía igualmente las veces de abrevadero para el ganado. Me detuve fotografiando casas restauradas de hechuras sencillas con alguna decoración. Un poco más abajo se levantaba la Ermita de San Roque, de factura barroca, compuesta de ladrillo y mampostería y rematada con una espadaña y campana. La figura que se contemplaba en el exterior era de San Roque, patrono de la ciudad. Tenía que hacer volar la imaginación o examinar una foto para suponer, sin embargo, cómo era la estampa de la patrona, Nuestra Señora de Gracia.

Convento de las MM. Clarisas

Había oído hablar de las rosquillas y otras reposterías del convento. Pensé que era una ocasión para contemplar la tienda, hablar con las hermanas de clausura, procedentes de la India, y disfrutar de la soledad del visitante en el patio interior, que no claustro. En ese espacio, proyectada la sombra del monasterio sobre el patio, crecían flores en recoletas macetas de barro y atrevidos ruiseñores rompían con trinos el silencio. Desde el exterior, la piel de sillería, tersa e inmensa, del complejo de la iglesia y el convento, desafiaba el color del páramo del extrarradio. Después de pasear por el patio interior, decidí visitar la iglesia. Mientras, había descargado un video que explicaba la historia del complejo conventual desde 1597 y sus vicisitudes hasta la restauración de la iglesia renacentista en 1995. Una fotografía en el interior relataba cómo había sido la estructura y estilo del retablo mayor barroco-churrigueresco. No pude visitar el claustro y el tesoro a mi pesar por razones del calendario expositivo del convento.

El Centro de Interpretación Turística «El Matadero» completaba la imagen de Chinchón con paneles expositivos, un video y una maqueta. Era un centro situado enfrente del Convento de Clarisas, cuyo sobrenombre recordaba la funcionalidad del Matadero expositivo de Madrid. Como pieza original y distinta, había un sarcófago de granito, alusivo a una época pasada incierta del pueblo (el señorío de Chinchón se fundó en 1480, aunque fue cabecera del sexmo de Valdemoro en 1214).

Volví sobre mis pasos por la calle de los Huertos para tomar un café y probar un chinchón en la terraza interior del Hotel Condesa de Chinchón. Era otro lugar tranquilo que permitía vislumbrar las casas de otra de las vertientes del pueblo que iba a recorrer posteriormente. Un chinchón (bebida espirituosa hecha de Pimpinella anisum) tiene distintas graduaciones alcohólicas, desde 40% para arriba. Preferí mojar solo los labios y me pregunté cómo pudieron soportar los egipcios, de donde procedía la planta, aquel brebaje. Uf! tras un respingo en el esófago por la matalahúva, decidí continuar haciendo fotos a edificios cerrados, callejuelas sin transeúntes, evitando indiscreciones y siguiendo «mi» política de privacidad. 

La Casa de la Cadena, como otros edificios que habían tenido cadenas gruesas a la entrada de la puerta principal, en este caso adintelada, simbolizaba la vivienda que había sido aposento transitorio del Rey Felipe V en 1706. El uso de las cadenas era una forma de impedir la visita de otras personas a una residencia, el agradecimiento de un rey por la hospitalidad recibida o el rango y jurisdicción de un ocupante, como fue el Palacio de las Cadenas de Úbeda.

De tramo en tramo leía placas (una dedicada a Marcial Lalanda) y azulejos en las paredes de la «muy noble y muy leal” ciudad. La antigua villa reconoció al torero local, incluso con un canturreado pasodoble, y dedicó un friso de azulejos a D. Luis Antonio de Borbón y Farnesio, Infante de España y Conde Borbón (1723-1788), que fue nombrado Cardenal y Arzobispo de Toledo a la edad de 12 años con una copla:

«Al Conde D. Luis Antonio

La Mitra no le interesa

Cautivo está de los Ojos

De una hermosa aragonesa».

Había empezado a ascender la Calle de Morata y me detuve en el Museo Etnológico La Posada. Como su nombre indicaba fue posada en el siglo XIX y tenía cierta apariencia de venta castellana. En torno a un patio discurrían las habitaciones. El patio, ambientado con utensilios de labranza y de otros oficios, confería al troje un sello etnográfico.  

Espigada, exenta, y restaurada, la Torre del Reloj era una de las marcas del pueblo. Se decía que Chinchón tiene una torre sin iglesia y una iglesia sin torre. En efecto, destruida en la Guerra de la Independencia, solo se conservaba la torre y tras varias restauraciones ahí estaba, dando la hora, doblando campanas y haciéndose visible en la topografía del pueblo. Apoyado en el pretil del muro que salvaba el desnivel de la Plaza Galaz, escuchaba una tertulia sobe el acoso del frío y la lluvia impropia de la estación a una cuadrilla de hombres de edad. Las vistas desde esta prominencia alcanzaban la Plaza Mayor, el Convento de los Agustinos y el Castillo de los Condes.

Casi no decía nada la fachada remodelada del Teatro Lope de Vega pero fue aliento de representaciones teatrales desde 1891. Aquí, el madrileño Lope de Vega (1562) firmó la comedia El Blasón de los Chaves de Villalba, de carácter genealógico con intriga amorosa. No fui capaz de recordar sino uno de los más de tres mil sonetos del poeta:

Un soneto me manda hacer Violante

Un soneto me manda hacer Violante,
que en mi vida me he visto en tal aprieto;
catorce versos dicen que es soneto:
burla burlando van los tres delante.

Yo pensé que no hallara consonante
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto
no hay cosa en los cuartetos que me espante.

Por el primer terceto voy entrando
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.

Ya estoy en el segundo, y aún sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho. 

Delante de la fachada del Teatro, con delicadeza envejecida, el busto sobre pedestal de Ana de Osorio, Condesa de Chinchón, mujer del siglo XVII que había dejado enraizado su nombre con la corteza del quino o quina por sus propiedades en el tratamiento de las fiebres y el lavado de heridas. Esposa del Virrey de Perú, importó la corteza del árbol y sus virtudes que posteriormente se ha usado contra el paludismo. 

Esta plaza nada fugitiva para tertulianos, aficionados a la cultura escénica y creyentes se cerraba en altura con la macizada iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. De larga duración en la construcción con arquitectos venidos de la corte de Felipe II (1626), y de un corto periodo de restauración tras el incendio por las tropas francesas (1808-1828), cuánta mezcla de estilos arquitectónicos se advertían en el templo de una nave con altar que cobraba majestuosidad por la pintura de caballete de Goya sobre el tema de la Asunción de la Virgen (1812), rodeada de ángeles y mancebos; obra pintada merced al sacerdote Camilo, hermano de Francisco de Goya. Era un óleo sobre lienzo que tardó tiempo en ser recolocado en la altura del retablo hasta que se terminaron las obras de reconstrucción del templo. No narro más las peripecias y traslados del cuadro que dejo para los estudiosos de la obra de Goya.  

Terminé las tomas de imágenes del interior y de las puertas y ventanas de los variados estilos de Nuestra Señora de la Asunción (gótico, plateresco, renacentista y barroco) para acercarme a una nueva plazoleta y contemplar las cicatrices de la piedra macilenta de la Ermita románica de San Antón. El ábside convexo y los canecillos eran testimonios probables de una construcción del siglo XIII. Además, una simple placa cerámica resumía la historia del templo que algunos blogueros habían puesto en duda.

A 800 metros al sur de la villa, subiendo una colina, estaba el emplazamiento del Castillo de los Condes. Como la mansión era privada y estaba cerrada al público, únicamente se podía advertir el blasón de los Condes de Chinchón sobre la puerta principal, tras un paso elevado, y los torreones cilíndricos de sillares calizos que enmarcaban el recinto. Así que opté por mirar el campo abierto por donde se abría el valle del Tajuña hacia el suroeste con reminiscencias de olor a ajo fino, famoso en esta villa, y de coloreadas amapolas que floreaban entre espigas. Eso sí, con la vista puesta en la ciudad, la iglesia Nuestra Señora de la Asunción, al norte, destacaba su imponente masa pétrea.

De noche, la Playa Mayor dejaba ser el ágora de la vida social. Iluminada, como el conjunto de los monumentos, ofrecía una nueva visión del escenario monumental de Plaza Galaz. Allí olía a espigas húmedas. No volaban las palomas. No sonaba la campana de la Torre del Reloj. Las nubes negras, densas, alimentaban las escorrentías de las cuestas. Y yo iba sin paraguas.

Luis Miguel Villar Angulo

2 comentarios en «Chinchón tiene su ágora en la Plaza Mayor»

  1. Carmen Carrera

    Fascinante recorrido por Chinchon. El autor invita a visitarlo, pues nos lleva de la mano por monumentos arquitectónicos, calles y plazas, y por su cultura lugareña. Si beber Chichon es una experiencia para el paladar y el estómago, visitar este lugar es una experiencia para recrear los sentidos!!!

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Luis Miguel Villar Angulo
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