Ribadavia: el barrio judío.
Había un barrio que decía por sí solo lo que era la esencia de Ribadavia: el barrio judío. La arquitectura de las casas, la Tahona de la Herminia y sus dulces hebreos (bocadiños de améndoas, bocadiños de dátiles, mamul, kijelej de mon, etc.) que tenían presencia en el horno desde hacía 30 años.
También las hermanas Lola, Amparo y Julia Touza, que regentaban la cantina de la estación de ferrocarril y que auxiliaron a 500 judíos a huir de la amenaza nazi a Portugal, vivieron en la porticada calle Xuíz Viñas, al lado del Ayuntamiento.
Igualmente, el monocultivo del Ribeiro, que ha dado a este caldo características propias, y que ha otorgado a la clase lugareña competencia nacional en la transformación del paisaje, y un sentido de destino histórico en la crianza vitivinícola.
Los lugareños, hacendados, cosecheros o vendedores, recuerdan la riqueza expresiva de Cervantes en la comedia idealista de Licenciado Vidriera que calificó y honró al Ribeiro como “Madre del vino en quilate subido” (p. 329).
La originalidad verdadera del barrio judío de Ribadavia es su riqueza expresiva que aumenta con la “Fiesta de la Historia” y que conmemora la festividad de la Virgen del Portal, patrona del Ribeiro. En esa ocasión, se recrean, incluso, bodas judías con vestimenta de antigua usanza.
Si hasta el siglo XIX los oficiantes canteros, cesteros, herreros, toneleros o zoqueiros se reunían para imprimir un carácter típico a la fiesta, ahora son vendedores ambulantes, churreros, camareros, músicos, malabaristas y zancudos apiñados en torno al Castillo de los Condes Sarmiento de Ribadavia los que atraen a los visitantes y lugareños vestidos de época.
La Ribadavia judía se siente desde la Plaza Mayor. Fue el enclave judío más grande de Galicia entre los siglos XII y XIII, que algunos cronistas llegaron a contar en torno a 1500 habitantes.
La oficina de Turismo, alojada en un edificio histórico, mira de frente al reloj del Ayuntamiento y a la columnata de la calle Xuíz Viñas. A la derecha de la oficina se inicia en suave bajada la calle Merelles Caula que desemboca en la Iglesia de la Magdalena y que da nombre a la plaza, con arcadas en una de las aceras, y un encanto límpido al paseo y a la concentración de acuarelistas que captan la vida en la piedra de este recóndito espacio.
Esta calle Merellas Caula, de línea quebrada, de edificios bajos, sólidamente construidos, alberga en sus fachadas la recordada sinagoga, tahonas de actividad viva, plazuelas, iglesias y trazas de múltiples historias.
Los colores grisáceos de las piedras, la desmayada blancura de las fachadas, a las que la luz torna en sombras en cualquier chaflán; ese rumor a visitantes callejeros y apasionados con plano de la ciudad en mano como si jugaran a una gincana, y ese trasiego de fotógrafos que digitalizan las piedras de la Iglesia de Santiago antes de que desaparezcan las cabezas esculpidas de un capitel o jamba adornada son los moradores de las callejuelas.
La vida aquí era judía. Sí. Pero también el juicio y la muerte en la Casa de la Inquisición de la calle San Martín cuya heráldica recuerda a las familias ligadas a ese (¿santo?) oficio. Un barrio judío diáfano enmarcado en la red de juderías de España.
Se cumple aquí como en otros barrios de ciudades españolas que los judíos convivían con los cristianos. Tres iglesias lo delatan: la Magdalena, Santiago y San Juan que están situadas dentro de las puertas (Nova y Falsa) de la amurallada ciudad.
Fuera de las murallas, en el extramuros, el río Avia sigue un cauce interrumpido por puentes de hierro y piedra, tras los cuales se divisaban las laderas de montes salpicadas de viñedos (vaya usted a saber la cantidad de uvas autóctonas que existen en esos viñedos: Treixadura, Godello, Albariño, Torrontes, Loureira, Lado…).
El consejo regulador estima que el vino Ribeiro es la denominación más antigua de Galicia, dividiéndola en cinco categorías, siendo Ribeiro Castes la mejor, elaborada 100% con uvas preferentes.
Había presidido mi despertar de mañana los diálogos con la señora Herminia en su tahona mientras contaba a un corrillo de curiosos cómo funcionaba su horno para cocinar los dulces judíos. Estaba horrorizado de la jornada laboral de esta mujer que decía se levantaba a las dos de la madrugada para amasar y gratinar los dulces. La prueba de un mamul me pareció exquisito con remembranzas sevillanas por su deje a azahar.
A mediodía, degusté una copa de un cosecha 2016 de la marca Divino Rei, de uva Treixadura, Albariño y Loureira a temperatura ideal (9º). No sé si percibí en boca todas las bondades de su anuncio; es más, traté de rastrear la dominancia del sabor a pera y piña que tiene la uva Treixadura, pero me quedé en el intento. La excelencia retronasal apenas la distinguí. Me funcionó mejor la vista, porque mirado el catavinos al trasluz percibí destellos en su amarillo pajizo.
Ribadavia: el barrio judío es un pueblo bonito de España, como otros narrados en este blog. Es, además, un pueblo que ha reconocido en una placa, visible, la injusticia de la expulsión de la comunidad judía hace cuatrocientos años. Ojalá que la lápida despierte otras conciencias.