CU de la US
Luis Miguel Villar Angulo

Rodeando Ronda

Hacía bastantes años que no recorría el contorno de Ronda. Atravesé primero en coche la Avenida de Málaga y la calle Virgen de la Paz. No fue complicado llegar a la incomparable Plaza de Toros, construida en 1785. Obviamente había cruzado la Ronda moderna para recrearme en uno de los monumentos señeros de la capital rondeña declarado Bien de Interés Cultural. Me encontraba ante una plaza erigida por la Real Maestranza de Caballería que había sido fundada por Felipe II en 1572. Era una Maestranza con funciones análogas a las creadas en Sevilla y Granada.

Plaza de Toros. Cayetano Ordóñez. Antonio Ordóñez.

La Maestranza de Caballería de Ronda se dedicaba a la cría y ejercicio de caballos que paulatinamente adiestraban en el manejo de las suertes del toreo a caballo, recibiendo, de poder a poder, al cuarto, al sesgo, etc., a toros bravos. Allí actuaron por primera vez los toreros de las escuelas rondeña (Pedro Romero, primer matador de toros) y sevillana (Pepe Hillo, que publicó el Tratado de la tauromaquia en 1796). Dos toreros que confrontaban estilos distintos. Se cuenta del rondeño que nunca tuvo una cogida a pesar de haber matado más de 5.600 toros. En esa mañana me quedé en la Puerta del Picadero junto a las estatuas de Cayetano Ordóñez Aguilera (Niño de la Palma) y de su hijo Antonio Ordóñez, obras de Nicomedes Díez Piquero levantadas en 1996. Fue precisamente a Antonio Ordóñez a quien se le ocurrió la idea de la instauración de la célebre corrida goyesca donde los toreros, picadores y banderilleros lucían vestimentas dieciochescas.

Revisitando de noche la fachada principal neoclásica con detalles barrocos, el escudo de la Real Maestranza aparecía en el frontón partido por encima de un balcón que anunciaba la estilística de la forja rondeña. Cerrada al público la Plaza, imaginaba el círculo perfecto del redondel más grande con suelo de albero de España, y de la doble arquería que transmitía la sensación de un claustro circular para fieles del coso taurino. Fuera del muro de la Plaza, el “Monumento al toro” de lidia en bronce, a la cera perdida y a tamaño natural de 700 kilos, era una obra de Nacho Martín de 2005. Un toro que parecía copiado de uno bravo, negro zaino y astifino, guardián de la dehesa ibérica

Paseo de Blas Infante. Vistas desde el Centro de Interpretación del Puente Nuevo.

La Oficina de Información y Turismo estaba situada enfrente del morlaco en la plaza Teniente Arce. En el establecimiento compré un bono para visitar cuatro monumentos locales. De allí partió la visita con guía especializado por el paseo Blas infante, político que promovió la celebración de la Asamblea de Ronda de 1918, que aprobó la bandera blanca y verde y el escudo de Hércules triunfador como emblemas de la Autonomía de Andalucía. Junto a las cornisas de la garganta del Tajo y el Templete, su figura intelectual, a pie, de tamaño algo mayor que el natural, se debía al escultor Paco Parra. A lo largo del paseo, en dirección al Templete, distintos grabados a ras de suelo reconocían las dinastías toreras, empezando por Pedro Romero, seguido de Cayetano Ordóñez (el Niño de la Palma), Antonio Ordóñez, etc.

Era un cruce de calle y paseos con relieves en cartelas dedicadas a dos norteamericanos que habían coexistido con Antonio Ordoñez: el escritor Ernest Hemingway y el cineasta Orson Wells, cuyas cenizas yacían en una finca de Antonio Ordóñez. Desde allí, bordeando el recinto del Parador Nacional de Turismo (antiguo Ayuntamiento) de 1994 se divisaba el Valle de Los Molinos con el diminuto hilo de agua del Río Guadalevín que había esculpido el impresionante desfiladero. En el horizonte, a poniente, se atisbaban las colinas que retenían la lluvia y descargaban en la Sierra de Grazalema. Al norte, Setenil de las Bodegas se había hecho famoso por las construcciones alrededor de las rocas de otro desfiladero provocado por la erosión del rio Guadalporcún. Todos los pueblos de la comarca eran blancos, de fachadas encaladas, destellantes con la luz de mediodía. Continué viendo el paisaje incorpóreo de la garganta hasta bordear el Parador que entonces se conocía el paseo por el nombre de Kazunori Yamauchi, creador de videojuegos que sitúa a Ronda en el simulador de conducción de “Gran Turismo 6”.

Desde ese paseo bajé unas escalinatas para visitar el Centro de Interpretación del Puente Nuevo. Construido en 1793 por el ingeniero José Martín de Aldehuela con sillares del color de la piedra de la garganta tenía en el centro un doble arco de medio punto, que permitía la evacuación de las aguas del río por la arcada menor. Encima del arco superior había una estancia, en su día prisión, que ahora albergaba una exposición fotográfica de otra época y un video explicativo del proceso de transformación de la ciudad rondeña. En efecto, los tres arcos superiores sostenían el vial que comunicaba las dos rondas vieja y nueva. Desde allí, a 98 metros de altura, algunas hormiguitas o deportistas con trajes de neopreno se entretenían a ras de agua del río soportando las supuestas aguas frías. Otros senderistas, ausentes de vértigo, se atrevían a desfilar por la falda del Tajo.

Puente Nuevo. Vistas del Tajo.

No era el único puente que cruzaba el río. De hecho, el antiguo puente árabe de 1616, siguiendo el curso del río hacia al este, tenía vida propia con las llagas de la destrucción por una riada del iracundo río cuando se hacía cascada. Era un vano de 10 m y una altura de 31 m. Allá estuvo el arrabal que habitó una población de judíos o conversos en la época de los Reyes Católicos. Esos barrios extramuros del Mercadillo o de San Francisco tenían como enseña la torre de la iglesia de Padre Jesús de apariencia gotizante que situaba su construcción hacia el siglo XV.

La calle de Armiñán era la vía de comunicación más importante de la Ronda antigua. El primer monumento que se divisaba detrás de un portalón de magnifica reja rondeña de 1859 era el antiguo Convento de Santo Domingo, fundado por los Reyes Católicos en 1485. Albergaba una exposición dedicada al mundo taurino. El recinto amplio del claustro delimitado por arcos acogía un ensayo para una coreografía. La antigua iglesia de tres naves conservaba un artesonado mudéjar de par y nudillo; en ella se apreciaban nervaduras góticas en las bóvedas y una portada de arco carpanel enmarcado en un alfiz.


Convento de Santo Domingo (Palacio de Congresos de Ronda).

Por la calle Armiñán se veía la lápida dedicada al solar de la casa natal del socialista Femando de los Ríos, ministro, embajador, y profesor de las universidades de Granada y Columbia. Fue, también, profesor y amigo de Federico García Lorca a quien abrió las puertas de Nueva York. A la derecha de la calle, una acera soportalada testimoniaba vestigios del antiguo Convento de Santo Domingo, y a la izquierda un gran mosaico homenajeaba a los viajeros románticos que dieron fama al pueblo.

Puente Viejo. Museo Lara. Iglesia de Nuestro Padre Jesús. Viajeros románticos.

De nuevo en la acera izquierda de la calle, aprovechando un entrante en la alineación de las casas, un mosaico homenajeaba a los viajeros románticos que hicieron de Ronda su patria chica de inspiración. Allí los azulejos acotaban testimonios de escritores, poetas, historiadores y viajeros. Washington Irving (1828) observó: “Cuelgan blancas viviendas, que siguen el curso del río en el fondo del abismo…”; Benjamín Disraeli (1830) anotó: “El aire de la montaña, el creciente sol, el apetito, la variedad de cosas y personas pintorescas que encontrábamos y el inminente peligro, trocaban mi vida en una delicia”; Marqués de Custine (1831) creó una sutil expresión lírica: “Toda mi vida me perseguirá ya la visión de Ronda. Su Puente, levitando entre el cielo y el averno; sus aguas abismadas; sus montañas barnizadas de ocre y humo; sus hombres, tostados como su tierra: ese fantástico recuerdo será el eterno gozo de mis noches en vela”. Otros visitantes ilustres ambientaron sus novelas entre bandoleros y gentes del campo, como Prosper Merimée (1830) en su célebre libro Carmen; abrieron las puertas al hispanismo, como Antoine de Latour (1848); dibujaron y narraron sus viajes convirtiéndose en prolíficos conocedores de las corridas de toros, como Richard Ford (1832), o su discípula inglesa e igualmente viajera Lady Tenison (1850), que fue autora del libro Castilla y Andalucía. Todos ellos desgranaron sutilezas literarias grabadas ahora en azulejos al aire libre. A estos escritores y políticos añadía – fuera del ladrillo vidriado de la pared – a Ernest Hemingway, Premio Nobel de 1954, que ambientó escenas de su novela Por quién doblan las campanas en el Tajo de la ciudad.

A lo largo de la Calle Armiñán se sucedían pequeños museos, que ya había visitado en anteriores excursiones, así que pasé de largo de todos ellos. El Museo Lara, ubicado en la Casa Palacio de los Condes de las Conquistas, contenía 12 salas monográficas dedicadas a relojes, armas, instrumentos científicos, etc. acumulados por un curioso magnate que había seleccionado piezas curiosas de diversas culturas. El Museo del Bandolero mostraba objetos, litografías, dibujos y pinturas relacionadas con los viajeros románticos y los personajes célebres de la zona: arrieros, bandoleros, contrabandistas y flamencos que se hicieron famosos en las novelas de los viajeros románticos. Muchos escritores británicos hicieron la ruta de Gibraltar atravesando el pintoresco pueblo de Gaucín de la Serranía de Ronda para llegar a la ciudad del Tajo.

Calle Armiñán. Casa del Rey Moro. Palacio de los Marqueses de Salvatierra. Puerta de Felipe V.

La siguiente parada fue en los Baños Árabes. La bajada serpenteante de la calle San Antonio de Padua con casas antiguas, remodeladas o repintadas de blanco, me deparó la sorpresa de contemplar la fachada del Palacio de los Marqueses de Salvatierra, Bien de Interés Cultural. Tenía una increíble portada renacentista, una reja de hierro en filigrana del balcón cerrado soportado por pares de columnas. Encima, destacaban originales las cuatro figurillas incas como cariátides menores que resistían el peso de un frontón en cuyo centro destacaba el escudo de armas de la familia. Cerrado al público, el color de la piedra arenisca contrastaba con los muros blancos de las casas de la zona. (No me extrañaba que en ese balcón se hubieran rodado varias óperas y películas, como Carmen o Curro Jiménez).

Mirando la garganta del Tajo, la Casa del Rey Moro, en rehabilitación, tenía tres asuntos arquitectónicos de interés: la Mina de Agua de época nazarí del siglo XIV, el primer jardín diseñado por Jean Nicolás Forestier en 1912 (Bien de Interés Cultural), y la vivienda de estilo neomudéjar de la Duquesa de Parcent de principios del siglo XX.

En otra curva descendente de la calle me detuve delante de la inesperadaPuerta de Felipe V (1742) de sillares de piedra rematada con tres pináculos y motivos heráldicos de los Borbones, que comunicaba el Puente Viejo árabe con la ciudad. Desde allí se veía la torre de la Iglesia de Padre Jesús.

Baños árabes. Muralla de la Xijara. Iglesia del Espíritu santo.

Los Baños árabes se encontraban en el barrio bajo o Judería para solaz entretenimiento social de los habitantes del siglo XIII. Desde una noria colocada en una torre, apenas visible en la actualidad, se subía el agua del arroyo de las Culebras y del río Guadalevín. Un pequeño acueducto enviaba el agua a una alberca o fuente de abluciones. Los Baños de Ronda, a diferencia de las termas romanas de inmersión, eran de vapor. Contenía las siguientes salas: fría, templada de mayor tamaño, y caliente, junto a la leñera, el hipocausto que caldeaba el pavimento, la caldera y la sala de recepción con vestuarios y letrina. Esta sala central estaba dividida en tres naves cubiertas con bóvedas semiesféricas sobre arcos de herradura de ladrillo visto, iluminada con luceros en forma de estrellas.

Decidí subir por un sendero que corría por debajo de las murallas de la Xijara hasta alcanzar la meseta de la Ronda antigua. La fortificación con paños de tapial y mampostería con hiladas de piedra conducía a la iglesia del Espíritu Santo realizada en cantería en la época de los Reyes Católicos. Detrás de la iglesia continuaba la muralla con puertas renacentistas (Carlos V y Almocábar) y dos torres. Enfrente de ellas, las tropas castellanas al mando del Marqués de Cádiz conquistaron la ciudad de Ronda a los árabes en 1485.

Recia la iglesia, de apariencia defensiva, sus contrafuertes remataban en pináculos renacentistas, con capillas del crucero que tenían forma de cubos elevándose un cuerpo de campanas sobre la capilla del Evangelio. Cerrada la iglesia, me conformé con observar la fachada flanqueada por dos contrafuertes rematados en pináculos. La puerta, sencilla, era un arco de medio punto, y la ventana geminada ligeramente apuntada recordaba el estilo gótico. Un óculo en el frontón parecía los rosetones de otros templos góticos.

Ayuntamiento. Convento de Santa Isabel.

De regreso por la calle Armiñán paré en la Plaza de la Duquesa de Parcent que tenía unos jardines cuyo arbolado relajaba en medio del color arenisca crema de las fachadas de los edificios circundantes: el Ayuntamiento, la Iglesia de Santa María la Mayor y el Convento de Santa Isabel de los Ángeles. El Ayuntamiento construido en 1734 había sufrido varias reformas como consecuencia de la Guerra de la Independencia y de diversos usos hasta tener la apariencia de un edificio de doble piso con arquería superpuesta (1973). El Convento de Santa Isabel de los Ángeles de la Órden de Santa Clara se había edificado en el siglo XVI. Cerrado al público, solo pude contemplar el exterior: en particular, la portada de piedra adintelada, un pequeño atrio entre la iglesia y la calle separado por una cancela y una torre maciza a los pies de la iglesia con un campanario a cuatro aguas.

Exterior de la Iglesia de Santa María La Mayor.

La Iglesia Santa María la Mayor, Bien de Interés Cultural, sorprendía en el exterior por la singularidad de una triple galería, como una terraza de un apartamento adosado al templo. Elevada a la categoría de Colegiata por los Reyes Católicos, la torre mudéjar de ladrillo de base cuadrada se transformaba en altura formando octógonos con pináculos en los extremos con un gracioso campanario rematada por un cupulín. El conjunto de la torre y galería parecía una L, una línea vertical gótica, espiritual y otra horizontal, humana, para la visión de los espectáculos de la plaza. Las arcadas combinaban arcos de medio punto de piedra en la base con otros adintelados en los pisos superiores. La Colegiata, como otros templos, fue una obra constructiva lenta que asumió los estilos arquitectónicos de la época: el gótico que configuraba el tempo con tres naves apoyadas sobre pilares, y el renacimiento. Los pilares del crucero de la zona renacentista mostraban capiteles corridos, que los veía cerquísima desde un balconcillo de la cubierta, tras subir una escalera de caracol de 70 peldaños.

Las puertas exteriores laterales, manieristas,a la altura del crucero renacentista contrastaban con la torre (antiguo alminar de la mezquita) y con el resto del arco del mihrab de la mezquita que se conservaba a la entrada del templo con la decoración propia del arte nazarí.  Las dos columnas centrales de la zona renacentista eran esbeltas. La lámpara sobresalía por su forja y las 34 luces y 24.700 cristales.

Interior de la Iglesia de Santa María la Mayor.

Entrando en el templo a la izquierda un San Cristobalón, antiguo patrón de la ciudad, pintado al fresco era una gran composición. me impresionó el baldaquino del Altar Mayor de cuatro pilares de madera de pino rojizo sin dorar de 1727 que albergaba la imagen de Ntra. Sra. de la Encarnación de Manuel Ramos Corona. El altar barroco de la capilla del Sagrario en la zona gótica estaba enmarcado por cuatro columnas barrocas enormes.  La hornacina contenía una imagen de la Virgen Niña con Santa Ana. En esa misma zona, el coro, cerrado por una reja, inmovilizaba una sillería de 24 sitiales de madera de nogal y cedro sin dorar decorados con figuras de santos en el piso alto. La crestería del coro era una obra de talla de tradición rondeña. Los iconos del XVII y XVIII estaban agrupados en un pequeño museo de cuadros pintados, en relieve o con mosaicos alineados, colgados en las paredes de una salita junto a la puerta de la Sacristía Menor.

Empezaba a caer el sol y la gente se apostaba en los bancos de piedra del Puente Nuevo para ver caer las hebras de un maduro pomelo por la Sierra de Grazalema. En la Ronda Nueva había más bullicio de callejeros. La Portada de la Plaza de Toros estaba iluminada. La calle Espinel tenía gente sentada en las terrazas al aire libre, y los niños jugaban en la Plaza del Socorro, al lado de la iglesia cerrada. En la Confitería Las Campanas degusté la famosa yema del Tajo elaborada con huevo y azúcar para reponer el desgaste del paseo por las dos Rondas. La noche se cerraba con una oblea blanca en el techo del cielo.

Al día siguiente, regresé a la Ronda antigua, a “la Ciudad”. Me sorprendieron las casas, algunas modernistas de la calle Tenorio, otras de tradición castellana con los portones de madera, aldabas y remaches decorativos. Los balcones y ventanas de forja de hierro con filigranas representaban un arte contenido de seña rondeña. Algunos palacetes se habían convertido en museítos (Casa de San Juan Bosco). La calle estaba transitada y el tráfico rodado se dirigía al Conservatorio de Música «Ramón Corrales».

Noche en el tajo. Casas y balcones. Casa de de San Juan Bosco. Pinsapo.

La Plaza María Auxiliadora era un mirador sobresaliente al Tajo apretado de traje de piedra. No había vértigo mirando la hondura. El sendero por el Arco de Cristo daba la sensación de camino sondable hacia el río. Mas reconfortante era mirar un ejemplar de pinsapo (Abies pinsapo) que habitaba en las sierras de las Nieves o de Grazalema, entre otros parajes naturales, convertidos en reserva de la Biosfera por la Unesco.

El Palacio de Mondragón o palacio del Marqués de Villasierra estaba cerrado por obras. Albergaba el Museo Municipal. Allí residieron los Reyes Católicos. El escudo de Melchor de Mondragón estaba en la portada del edificio del siglo XVI. Dos torres de ladrillo flanqueaban las esquinas del palacio al que se accedía a través de una puerta enmarcada por dos columnas. Imaginaba cómo los patios de su interior adensarían la intimidad de los propietarios. Un recinto palaciego que ya era museo en sí mismo sin piezas, a juzgar por las ilustraciones publicadas del mismo.

Palacio hispanoárabe del Gigante

De regreso a la Ronda Nueva por la Plaza del Gigante, frente al Museo de Joaquín Peinado o Palacio de Moctezuma, entré en el Palacio hispanoárabe del Gigante que conservaba trazas del arte nazarí en las arcadas con vestigios de color y en la atmósfera de los patios interiores musicalizados con surtidores. En el lugar dos seres antropomorfos de dudoso origen fenicio estuvieron situados en las esquinas del edificio, uno de los cuales estaba dentro de una vitrina del interior del palacio. A la salida reparé en una leyenda de Ibn Abi Zayd al-Qayrawani dedicada a la humanidad. Ya en la calle, un monumento a Vicente Espinel, hacia leve justicia a un poeta rondeño que había innovado la poesía con la creación de la estrofa décima y la música con la quinta cuerda de la vihuela.

Palacio de Mondragón. Museo de Joaquín Peinado. Vicente Espinel. Iglesia Virgen de la Paz Coronada. Virgen de la Paz. Cristo.

Por la calle San Juan de Letrán la Iglesia Virgen de la Paz Coronada con fachada pintada de colores vibrantes sobre fondo blanco y una espadaña campanario amparaba a la patrona y alcaldesa perpetua de la ciudad. Tras una puerta de cristal destacaba iluminado un altar barroco presidido por la imagen más antigua de Ronda, la Virgen de la Paz, datada popularmente en la época de Alfonso XI. En silencio eterno un Cristo Crucificado mantenía su yermo cuerpo.

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