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Luis Miguel Villar Angulo

Cartes, Colegiata de Santa Cruz de Castañeda y Liérganes

De Cartes a la Colegiata de Santa Cruz de Castañeda en Socobio había una distancia de 14 km por la ruta cántabra más rápida. De la Colegiata de Santa Cruz de Castañeda a Liérganes me separaban 24 km. Por el pueblo de Cartes resonaba el río Besaya. La villa de Socobio se situaba en la cuenca del río Pas. La corriente del río Miera cruzaba la localidad de Liérganes y daba nombre a su valle.

Los sillares de los edificios de los tres recintos rezumaban agua. Los colores de la piedra tenían manchas verdosas; unas pátinas de liquen que daban vida orgánica al fondo de la piedra. Las solanas, protegidas por muros laterales, eran balcones de madera corridos con barandillas torneadas. Los aleros pronunciados de la parte superior protegían ventanas y balcones de las aguas vertidas en los tejados. Las viviendas rústicas de mampostería y las casonas con escudos de armas en piedra arenisca se sucedían en algunos pueblos. Estamentos de la clase agrícola y ganadera estaban mezclados con linajes que gustaban de edificaciones con soportales con arquerías. En sitios, donde había terreno abundante, las tapias encaladas de mampuesto abrían portaladas con escudos en el tímpano señalando abolengo. Los canteros cántabros, amoldados a los gustos, levantaron edificios sobrios para la cristiandad medieval; conventos y monasterios e iglesias tenían aparejos de piedra tallada, era el estilo románico.

Cartes

Cartes. Casas blasonadas en el Camino real

A seis leguas de Santander por el Camino Real, un viajero caminaría 33,5 km de la calle homónima que atravesaba de sur a norte la localidad para alcanzar Santander. Un puente del S. XVIII daba tránsito a bienes y mercancías desde Castilla al puerto de Cantabria. Eran casas bajas que sorprendían por su fisonomía típicamente montañesa. A un lado el Ayuntamiento, y a pocos pasos, embutida entre dos edificios, la iglesia parroquial o capilla de San José, que se distinguía mirando la hilera de tejados, porque la delataba una espadaña de una sola abertura o tronera. Un escalón de piedra daba acceso a la puerta en forma de medio punto con dovelas decoradas y un tímpano en medio del cual destacaba enmarcado la figura de Cristo. La apariencia estilística no podía engañar cuando se databa a golpe de cincel la fecha en la piedra. Esta marcaba 1804. Aun conservaba la fachada las huellas de los impactos de la guerra civil española. Un recuerdo funesto.

Casi a la salida del pueblo, la casa de los púlpitos de tres alturas tenía dos plantas con balconadas; la primera de las cuales se apoyaba en ménsulas. La piedra y la madera eran sus materiales constructivos. Junto al portón había un balcón de púlpito del que tomaba nombre el edificio, similar a otro existente en Riocorbo distante a 1,9 km de Cartes. Cubierta a dos aguas, con pórtico y balconada, la casona-palacio de los Alonso Caballero era un prototipo de vivienda construida en planta rectangular hacia el S. XVIII para ser habitada por una familia de hijosdalgo que remarcaba sus ancestros en un escudo con atributos medievales de la caballería: celada y yelmo; heraldos tocando la trompeta, dos leones rampantes a ambos lados del escudo y una representación del dios azteca de la lluvia. Una parafernalia que señalaba el anhelo nobiliario de la familia. La heráldica recreaba los dones de algunos habitantes ostensibles en relieves de arenisca. Hasta de estilo gótico se alzaban dos torreones por debajo de los cuales discurría la calle entre arcos ojivales. La elevación y la iluminación de las torres contrastaban con los demás edificios de la calle.

Cartes. Heráldica, Camino Real, casas blasonadas

Muchos balcones corridos de las viviendas miraban el curso del Besaya de vegetación espesa situado en el margen derecho de la localidad. Un río que había propiciado la creación de un ingenio hidráulico: un molino que de ser harinero se convirtió en fábrica de hilaturas según las demandas de las gentes. Ahora la calle Camino Real estaba serpenteada de macetas que daban color a las fachadas de sillares y mampostería y al empedrado de la calle: plantas colgantes que recordaban los claveles del aire de Santillana del Mar, geranios, petunias, tagetes, aspidistras, o la hiedra trepadora para que paseara, en fin, el personaje de ficción de la obra Marianelade Pérez Galdós. Un pueblo lineal, con fachadas homogéneas de mampostería, conjunto histórico (1985), con 5.747 habitantes (2019). Y todavía una villa medieval.

Colegiata de Santa Cruz de Castañeda

No tuve que entrar en el pueblo de Socobio para visitar la Colegiata de Santa Cruz de Castañeda, Monumento Nacional (1930), que distaba unos 14 km de Cartes. De monasterio benedictino cluniacense (S. IX) a colegiata de la orden de San Agustin (S. XII), la iglesia había tenido distintas alteraciones desde el S. XII. Estaba en el centro de Cantabria en la ruta del camino de peregrinaje a la tumba del apóstol Santiago.

Colegiata de Santa Cruz de Castañeda. Exteriores

Desde fuera me llamaron la atención el ábside o mejor dicho los dos ábsides que se formaban en el templo de una nave con el transepto, la robusta torre de dos cuerpos con ventanas geminadas en el superior y el voluminoso cimborrio con ventanas para iluminar y ventilar inicialmente a los peregrinos. La cúpula de horno o de cuarto de esfera se colocaba sobre los ábsides. El ábside central tenía en el exterior vanos de arco de medio punto con arquivoltas de baquetón, dientes de lobo y aleros de hojas en círculos. Las impostas ajedrezadas recordaban el románico de Jaca.

Interior de la Iglesia. Sepulcro de Munio González

El acceso se hacía por una puerta de estilo románico de medio punto con ocho arquivoltas formando un abocinamiento, situada junto a otra en forma de portal. La planta era como una T abultada en altura en el centro con una bóveda de medio cañón sostenida por arcos fajones. Al fondo un calvario en madera de principios del S. XV con crucifijo e imágenes de la Virgen y de San Juan daban relieve al altar, exento. Mientras, una arquería ciega de ocho arcos de medio punto y columnas rematadas con capiteles recorría una banda del interior del ábside con notable originalidad por las esculturas populares de los capiteles con cabecillas humanas y animales. También era importante el sepulcro del abad Munio González (1331) con una estatua yacente sustentado por tres leones.

Capiteles y canecillos

La innumerable cantidad de capiteles y canecillos de la colegiata contenían una variada gama de motivos decorativos, siendo de especial interés los capiteles del crucero y del ábside.

De estilo contrastante y son sabor indiano era la capilla del tramo sur del crucero de 1706, dedicado a Santa Rosa de Lima que perteneció a don Juan de Frómista y una sacristía.

Capilla del tramo sur. Santa Rosa de Lima

Liérganes

Liérganes. Casas blasonadas.

Quedé sorprendido al entrar por la Portalada de Carlos III en Liérganes. No sospechaba que hubiese tenido la primera fábrica de artillería en el S. XVIII. Las fundiciones de armas no se percibían tras el Arco de medio punto considerado Bien de Interés Cultural (1985). De camino al pueblo de 2.379 habitantes (2019), el río Miera había levantado las expectativas de las visitas de forasteros para tomar las aguas termales del manantial de la Fuente Santa de animosa mineralización en el balneario. La visita de los reyes al balneario había originado una línea férrea desde Santander al pueblo ante el apogeo del termalismo. Un fenómeno de conectividad ferroviaria por causas reales como el acaecido con la ciudad balnearia de Cestona cerca de San Sebastián. Había bastantes hoteles concentrados en la villa, aunque en invierno decayese la demanda de plazas. Curiosa era la Posada la Giraldilla con una torre que emulaba muy de lejos la célebre torre sevillana.

Junto a la visión moderna de “El hombre Pez” me entretuve repasando lo que había de leyenda en un par de esculturas que lo representaban, un bronce de forma clásica junto al cauce del río y otra escultura moderna que parecía un pertiguista saltando por encima de los muñones de los plátanos podados en otoño del paseo urbano. Una leyenda que había emparentado accidentalmente a las poblaciones de Liérganes y Cádiz por causa de un hombre extraviado y “escamado” no se sabía si de la vida o del oficio de carpintero. La ficción había quedado teatralizada y seguía discurriendo novelada entre la población necesitada de fábulas. En la parte más antigua como el barrio de Mercadillo y plaza del Vitote se sucedían las casas encopetadas, aunque de construcción sobria, como si el cántabro Juan de Herrera, autor de El Escorial, hubiese dejado esparcidas algunas lecciones de su pragmático estilo constructivo; la casona de Miera-Rubalcaba con un escudo de grandes proporciones sobre un pilar rematado con una cruz y un balcón en ángulo como los balconcillos esquineros de Trujillo; la casa del Intendente Riaño del S. XVI, aunque no destacaba a simple vista; el palacio de la Rañada o palacio de Cuesta Mercadillo (S. XVI), construida en forma de U con una puerta central con escudo, y torre y capilla en los extremos. El patio central cerrado de ésta daba acceso a la vivienda a través de arcadas. Retranqueada en la calle, sobresalía la majestuosidad de planta y perfil ante el espectador. Al final del paseo la iglesia parroquial de San Pedro ad Vincula del S. XVII mostraba la cara al Renacimiento entre imponentes dimensiones.

Cercano al pueblo, la iglesia de San Pantaleón destacaba la torre con campanario adosada a una nave con tejado a dos vertientes y contrafuertes exteriores que le daba signos de estilo románico, aunque del S. XIII, en una colina de suave pendiente. Asentada sobre enormes sillares, atravesé la puerta del pasadizo de la torre notando cierta elegancia en una de las puertas con arquivoltas y molduras curvas (cimacios). La iglesia estaba cerrada en ese día. Sin duda, las vistas desde el otero eran extraordinarias para situar calles y casas del pueblo, y el horizonte con los llamativos Picos de Busampiro (Marimón y Cotillamón) que los paisanos llamaban “las tetas de Liérganes o de la Angustina”, y que eran más fáciles de recordar que llamarlas dos “afloraciones calizas que despuntaban en una geomorfología kárstica”. Un lugar de recreo añadido, a juzgar por los juegos infantiles existentes sobre el prado.

Liérganes. El «Hombre Pez», Portalada de Carlos III, Iglesia de San Pantaleón, Picos de Busampiro

Liérganes era uno de los pueblos bonitos de España; había dejado en el tintero museos e interiores de iglesias por visitar y que hubieran rematado su belleza (por ejemplo, la ermita de San Juan de los Prados); un Conjunto Histórico Artístico que había preservado su apariencia montañesa de casas blasonadas junto al flujo del movimiento indiano y la modernidad barroca.

Luis Miguel Villar Angulo

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