CU de la US
Luis Miguel Villar Angulo

Arévalo, Villa y Tierra

A orillas de los serpenteantes Arevalillo y Adaja, se empapaba Arévalo de Credo. La exposición de las Edades del Hombre había seleccionado el Credo por haber sido la contraseña de los primeros cristianos para entrar en las catacumbas de Roma. Las 90 piezas de arte sacro de Credo se habían expuesto en las iglesias de Santa María la MayorSan Martín y El Salvador de mayo a noviembre de 2013.

Nueve años después recorría la comarca cerealista abulense de la Moraña a sabiendas de la brevedad de esta visita a la ciudad arevalense. Pensaba que algunos objetos artísticos alusivos a pasajes de las tres verdades teologales del camino cristiano Creo en Dios, Creo en Jesucristo y Creo en el Espíritu Santo habrían regresado a sus sedes originales. Opinaba que la restauración acometida por la Fundación de las Edades del Hombre de los tres templos mudéjares valía una excursión a la “Muy Noble”, “Muy Ilustre”, “Muy Leal” y “Muy Humanitaria” ciudad de Arévalo. 

Castillo de Arévalo o Castillo de los Zúñiga

Desviado de la autovía del Noroeste, había dejado a un lado la fortaleza del s. XV, que habitara Isabel la Católica, convertida en Museo del Cereal en la actualidad y se detuvo junto a la Iglesia de San Miguel en la calle Ramón y Cajal, declarada Bien de Interés Cultural, con categoría de Monumento (1991). Allí empezó su recapitulación histórica de la fundación del concejo de villa y tierra por linajes repobladores nobles en tiempos de la reconquista (s. XI). Allí descansaba su fundador perteneciente al linaje de los Caballeros Montalvo. El templo de una nave llegó a ser una de las once parroquias que había tenido el territorio de realengo hacia mediados del siglo XIII. 

La fábrica cuidaba el estilo mudéjar en una torre desmochada y rematada en ladrillo, que constituía el material arcilloso utilizado para la construcción. Muchas casas de los pueblos se hacían con adobe (arcilla y arena) porque eran ladrillos sin cocer. La novedad del ladrillo supuso que los albañiles de entonces cocían la arcilla.  Utilizaban además otros materiales blandos como el yeso y el barro vidriado. Con los revestimientos arabizantes formaban lacerías, arcos ciegos polilobulados o de herradura, rombos, etcétera. 

La población mudéjar había sido muy importante en la ciudad, al punto que la morería contaba con un alfaquí y la aljama parecía una de la más importantes de la Corona de Castilla. Otros ejemplos artesanos cercanos atestiguaban el laboreo mudéjar. Hacia la mitad del siglo XIV el palacio mudéjar reconvertido posteriormente en Monasterio de Santa Clara (Tordesillas) había dejado su impronta en el panel de red en forma de rombos que cubría su fachada, siendo antecedente de la portada del Alcázar de Sevilla geminada de fino ataurique. 

La apertura de 474 monumentos en Castilla y León durante los meses de verano (12 de julio a 11 de septiembre, 2022) por decisión de la Consejería de Cultura y Turismo de aquella comunidad contribuía a la difusión cultural del arte eclesiástico. Tenía suerte el visitante porque Arévalo contaba con cinco iglesias abiertas, que significaba el número mayor de templos abiertos de ningún otro pueblo al sur del río Duero, únicamente superado por Villafranca del Bierzo (León) con seis edificios religiosos en el valle del Silencio y el Bierzo.  

Una vez en el interior de la nave de San Miguel el viajero se quedó sorprendido por el retablo de Marcos Pinilla de principios del s. XVI. Constaba de trece tablas organizadas en tres cuerpos y cinco calles que representaban escenas de la vida y muerte de Cristo de estilo hispano flamenco del gótico tardío en las dos calles superiores. Aunque no figuraba en la exposición, el templo recordaba el pasaje del Credo de los apóstoles:”… fue crucificado, muerto y sepultado”. La figura del Arcángel ocupaba el centro del retablo protegiendo a la iglesia universal. Una tanda de santos apareados bajo arquillos ocupaban la predela del retablo. El viajero transitaba por el pasillo central con recogimiento en el silencio del recinto, aunque la iglesia no tenía servicios religiosos.  

Iglesia de San Miguel. Exterior
Iglesia de San Miguel. Retablo del taller de Marcos Pinilla

Caminando sin tráfico por la calle Santa María, se quedó apostado delante de la torre perforada por un arco apuntado de la iglesia de Santa María la Mayor, declarada Bien de Interés Cultural (s. XII-XIII), que había sido la principal del pueblo reconocida por el Cabildo Mayor Eclesiástico. A la altura de su torre campanario rendían pleitesía las demás torres de las iglesias, que no la podían sobrepasar. Era la imagen simbólica de la ciudad que miraba desde los pies del templo la Plaza de la Villa y las Torres Gemelas de la Iglesia de San Martín. 

El exterior tenía las trazas propias del arte mudéjar. El ladrillo laminaba las hiladas de mampostería de la torre, encintándola para perfilar sus aristas. Unas molduras remataban la torre y sobre ella, una torrecilla posterior en el tiempo mantenía igual remate. Así la iglesia era más visible y los tañidos del doble campanario la hacían más audible para las celebraciones religiosas. Más sorprendentes por su pulcra ejecución eran las tres series de arcadas dobladas y ciegas de medio punto del ábside semicircular recuadrado por un alfiz en su parte elevada. 

En su interior dos asuntos sobresalieron ante sus ojos. El primero fue un artesonado a los pies del templo. Bajo el coro, listones de madera claveteados a un panel configuraban un sinfín de estrellas de nueve y doce puntas que se repetían entrelazándose. Pendían del tablero cinco piñas que rompían la planicie del techo ataujerado. La armadura se apoyaba en el muro con friso de mocárabes. El segundo fue la contemplación iluminada del ábside de cuarto de esfera con pinturas murales que representaban la imagen de un Pantocrátor bendiciendo y sosteniendo la bola del orbe enmarcado en el óvalo de una mandorla. Allí el “Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra” se hacía figuración. A pesar de la restauración de las pinturas, otras manchas de color que cubrían el intradós y extradós de los arcos tenían difícil identificación. 

La Plaza de la Villa estaba empedrada con canto rodado de río de color grisáceo con tonos marrones que armonizaba con la mampostería de la iglesia de Santa María. En la mañana soleada, huérfana de paseantes, desde cualquier posición el viajero sacaba muchas instantáneas urbanas con su cámara. Una de las alas de la plaza estaba soportalada con columnas y capiteles corintios sosteniendo una hilera de casas de una planta con balcones y ventanas. La fachada corrida cubierta de hiladas de ladrillo con entramados de madera mantenía el complejo juego visual. Entonces recordaba otros núcleos con accesos cubiertos a portalones de pueblos castellanos: PedrazaMedina de RiosecoCovarrubias, entre otros.

Iglesia de Santa María la Mayor

Iglesia de Santa María
Iglesia de Santa María 
Iglesia de Santa María. Artesonado mudéjar (S. XVI)
Iglesia de Santa María. Pinturas murales del ábside
Iglesia de Santa María. Fuente de los Cuatro Caños
Casas tradicionales. Plaza de la Villa

Situado en el subnivel de una esquina de la Plaza de la Villa, junto a la Fuente de los Cuatro Caños, de estilo gótico (s. XV-XVI), que colmaba de agua constante a los vecinos, no paraba de mirar la torre septentrional de la iglesia de San Martín, conocida como torre de los Ajedreces (s. XII). En esta edificación eran inconfundibles los gestos estéticos articulados de estilo mudéjar. 

Iglesia de San Martín en la Plaza de la Villa

Iglesia de San Martín. Al fondo, vista de las «Torres Gemelas»

Se alzaba visible con dos cuerpos al exterior. El inferior constaba de tres arcos dobles apuntados y ciegos cada uno, y pilastras construidas en ladrillo. El cuerpo superior mantenía tres pisos de desigual composición y altura. Mientras el primero dibujaba un arco con cinco arquivoltas decrecientes de ladrillo, el siguiente consistía en dos arcos ciegos, sendos tableros de ajedrez y ladrillos en espiga. Por encima de este, un arco con tres arquivoltas cerraba el cuerpo de la torre que parecía más un minarete que un campanario. El juego de vanos ciegos y abiertos aumentaba el claroscuro del reducto. La torre nueva era chata como la anterior con dos arcos doblados abiertos y cuatro ciegos, aunque de construcción posterior en el tiempo y de mayor altura. 

Iglesia de San Martín. Torre de los «ajedreces», torre nueva y galería porticada

La galería porticada de diez arcos de piedra del sur del templo conservaba el estilo románico (s. XII). Aunque erosionados los motivos de los capiteles de las columnas geminadas, ofrecía un contraste con el resto de la edificación. Recordaba la galería porticada de San Vicente de Ávila, aunque la piedra caleña de color rojizo y la época (s. XV) de esta confería más valor histórico a la arevalense.

El interior de este monumento nacional (1931) conservaba enterramientos de linajes (Tapias). Cerrada al culto en 1911, las naves interiores se dedicaban a actividades culturales auspiciadas por Collegium. El Credo (2013) la había reservado para uno de sus itinerarios temáticos. Bien contraria al gusto estético convencional, Sustancia – SUSTANCIAS (2022) exponía una temática conceptualizada compuesta por Los Caprichos de Goya y obras de veinticinco artistas contemporáneos internacionales.

Cuando entró en el recinto, se quedó boquiabierto por el eclecticismo de las piezas. Los artefactos colgados aparentemente chirriaban a la vista porque distaban estéticamente de cualquiera de los tres órdenes arquitectónicos dominantes en esa iglesia (románico, mudéjar y renacentista) o en las dos iglesias visitadas anteriormente. Sin duda, le crearon una leve tensión anímica.

Aunque el edificio conservaba visibles algunos retablos de capilla, cuadros y pila bautismal, de los muros y techo colgaban piezas de autores, como A secluded and pleasent land. In this land I wish to dwell de Leonor Antunes que aludía a la impermanencia de las construcciones que envejecían y se recreaban continuamente,Temporary Friends, 2019 de Nina Chanel Abney mostraba cinco representaciones icónicas de personas de cultura afroamericana, y Mensaje, c. 1969 de Mathias Goerith utilizaba la materialidad del oro y la iluminación para enlazar su obra con lo sagrado. 

Una a una cada obra necesitaba una lectura interpretativa, que los guías de la exposición ilustraban con paciente condescendencia. Pensaba en los símbolos religiosos que habían trascendido en concilios religiosos como la paloma, representada en esta exposición por la obra Turisti, 1997 de Maurizio Cattelan, el “agua bendita” que inspiró a Wilfredo Prieto con una obra del mismo título alusiva a la religiosidad. Especulaba si las piezas visibles de la muestra del “Creo en el Espíritu Santo” habrían ayudado a enfatizar el significado de símbolos y alegorías de la iconografía cristiana, como el pelícano (símbolo de la eucaristía), el cordero (Cristo) o la paloma en la Anunciación (símbolo del Espíritu Santo). 

Interior de la Iglesia de San Martín. Exposición Sustancia – SUSTANCIAS

Al cambiar de escenario, el mudéjar dejó de ser la encarnación reiterada del arte en la Plaza Real. Había atravesado la plaza, dejando de lado un templete poligonal, que centraba el ágora recordando la función de otros kioskos de bandas de música. Los viandantes cruzaban la plaza desde el Ayuntamiento al Arco de Alcocer (s. XII) que había sido puerta de acceso a la muralla de la ciudad vieja, separándola del arrabal. Allí estaba la Oficina de Turismo que orientaba al turista y facilitaba planos de la ciudad. 

Desde la calle San Juan se advertía el estilo apuntado del Arco y la diminuta campana enmarcada en una ventana de la parte superior que había llamado a Juntas del Consejo con sus tañidos en otros tiempos. Una estatua de Isabel la Católica a los pies del Arco homenajeaba desde 2004 a la Reina que había vivido con su padre Juan II y su hermano Enrique hasta los 12 años en un palacio desaparecido en la Plaza Real. 

Arco de Alcocer

La idea religiosa del pueblo se fue acentuando conforme traspasó la portada de San Juan Bautista o de los Reyes, románica (s. XII-XIII). Adosada a la muralla, la torre mudéjar del ábside del templo parecía un cubo de aquella. Los estilos arquitectónicos de la iglesia se replegaban en el tiempo.  Atravesando la nave hacia el altar mayor, se desvelaba el barroco en el presbiterio, cúpula y retablo mayor, dividido en tres calles con San Juan presidiendo la central de escuela castellana. 

Iglesia de San Juan Bautista

Iglesia de San Juan Bautista. Retablo Mayor

En una de las capillas laterales destacaba la escultura románica en mármol de San Zacarias (s. XII), que bien podía emparentarse a las creaciones del Maestro Mateo. El vigilante del templo, cordial conversador, le llamó la atención de una tabla sin cartela, pero de gran colorido en las seis escenas bíblicas que la componían, separadas por columnillas barrocas. También aludió al mobiliario religioso traído de la iglesia de San Nicolás de Bari del antiguo Colegio de los Jesuitas.  La talla de la Virgen de las Angustias en una capilla barroca tenía mucha relevancia para la ciudad por la devoción que tuvo Isabel la Católica que la hizo llevar a Granada para protegerla. El legado isabelino se convirtió en patrona de Granada. Posteriormente fue coronada canónicamente en 1955.

Iglesia de San Juan Bautista. Escultura de mármol de San Zacarías (románico, s. XII)
Iglesia de San Juan Bautista. Retablillo de la Asunción. Pintura castellana. mediados del s. XVI
Iglesia de San Juan Bautista. Cristo. Gótico (Siglo XIV)
Iglesia de San Juan Bautista. Virgen de las Angustias

Siguiendo la calle principal que cruzaba de norte a sur el pueblo, como un meandro de asfalto entre los dos ríos, llegó a la plaza de El Arrabal para visitar la Iglesia de Santo Domingo de Silos. Era una zona de intensa visa social con bares, tiendas y restaurantes que ocupaban las aceras y terrazas: unos ciudadanos de tiendas y otros disfrutando del desayuno o aperitivo temprano en corrillos y tertulias al aire libre. La temperatura era apacible. El cielo estaba despejado y el sol brillante no apretaba todavía. 

Desde 1250 la iglesia parroquial tenía diversas encarnaduras arqueológicas. La fachada invocaba prodigiosamente al arte grecorromano, como las bolas que sustentaban la cruz del frontón aludían al sabor árabe de la antigua mezquita. Una torre macizaba el lado de la epístola con un campanario, cúpula sobre tambor octogonal y una estatua del Sagrado Corazón de Jesús. El duradero retorno al estilo mudéjar dejaba una imagen en un ábside, el arte gótico en las arcadas configuraba las tres naves, mientras que el plateresco se imponía en la rejería de Bartolomé Ordoñez, que cerraba el presbiterio. 

Iglesia de Santo Domingo de Silos

Iglesia de Santo Domingo de Silos

Un San Francisco de Asís (s. XVII) presidía el retablo de la nave del evangelio, un nicho de plata detrás del retablo del altar mayor contenía los restos de San Vitorino Mártir, y la Virgen de las Angustias del s. XVI ocupaba una capilla barroca en la nave izquierda. Sobre su cabeza se alzaba una corona, las manos estaban entrelazadas, y a los pies del manto una imagen de Cristo Yacente recordaba la estilística de Gregorio Fernández.  Era la patrona de Arévalo y su Tierra. Esta composición de madre e hijo lo había visto anteriormente bajo otra gubia en la iglesia de San Juan Bautista. En otro muro del templo un crucificado de madera sin policromía (s. XVI) sobresalía por su bella talla. 

Iglesia de Santo Domingo de Silos. Tres naves desde el s. XV
Iglesia de Santo Domingo de Silos. Reja plateresca en el presbiterio (Bartolomé Ordóñez)
Iglesia de Santo Domingo de Silos. Virgen de las Angustias, patrona de Arévalo y su Tierra
Iglesia de Santo Domingo de Silos. Cristo sin policromía (s. XVII)

Las aflicciones de la Virgen de las Angustias lo eran menos en la fiesta del 9 de febrero en El Arrabal cuando los arevalenses escuchaban misa, salían cantando el himno con alma, procesionaban la Virgen alumbrada, le entregaban flores, comían chocolate caliente y se subastaban productos típicos. Siguiendo la tradición comían tostón al mediodía, como plato típico de la ciudad.

La última iglesia visitable estaba en la Plaza de El Salvador. Cerrada al culto fue una de las tres sedes dedicadas a la exposición de Credo. De nuevo caminó por la vía sinuosa que bordeaba la Iglesia del Salvador para contemplar la fachada de ladrillo en estilo clasicista con arco carpanel en la puerta que remataba con frontón curvo, y como fondo la torre de estilo mudéjar. Dentro de la iglesia volvió a desconcertarse porque no había advertido con antelación que la función del templo era museística.  

Iglesia de El Salvador

Iglesia de El Salvador

Controlada la reacción, empezó a analizar las analogías de las esculturas exentas de pasos de la Semana Santa de Arévalo. Era la soledad de unas obras sobre peanas ausentes de costaleros. Esperaban revivir del silencio en tiempos de cuaresma. Llegó lentamente ante el Cristo de la Buena Muerte para marcar su perfil en la retina. Humilde comprobaba que la hechura de la imagen de Juan de Mesa para la Casa Profesa de la Compañía de Jesús en Sevilla (1620) se diferenciaba de la escultura arevalense de impronta castellana (seguidores de Gregorio Fernández) esculpida aproximadamente hacia 1652. La talla anónima “El Amarrao” de estilo castellano y de época similar a la anterior era una escultura de Cristo atado a la columna con signos de tormento en la expresión de la cara. Más modernas eran otras imágenes que procesionaban en Semana Santa, como el Resucitado o el Beso de Judas.  

Iglesia de El Salvador. El Cristo de la Buena Muerte (s. XVII)
Iglesia de El Salvador. El Amarrado (s. XVI)

Discurría por las tres naves mirando las yeserías de las bóvedas cuando se detuvo ante la nave de la Epístola para deleitarse ante el extraordinario retablo de los Ávila-Monroy de Juan de Juni, terminado por su hijo Isaac, que tenía motivos de la Inmaculada, el Calvario, y otras figuraciones. Distinto era el Retablo Mayor de Tomas Herrero (1793) con un templete clásico circular que representaba la Transfiguración del Señor a la que estaba dedicada el templo. El contraste entre la imaginería silenciosa del interior de la iglesia y el esplendor de las tallas en la Semana Santa no podía ser más punzante para la memoria atiborrada de testimonios iconográficos del viajero.

Iglesia de El Salvador. Retablo de Juan de Juni (finalizado por su hijo Isaac en 1577)
Iglesia de El Salvador. Retablo Mayor. Transfiguración de Tomas Herrero (1793)

Regresaba por la arteria principal de la ciudad para proseguir la marcha dejando al lado una visita a la Ermita de la Lugareja que estaba cerrada a mediodía. La Comunidad de Villa y Tierra de Arévalo brindaba campos con espigas segadas de trigo, avena, cebada y centeno que se extendían por las suaves lomas entre matorrales y algunos pinos que punteaban de color la sequedad del horizonte. En ese campo reconquistado se habían consignado once iglesias en 1250. En tres de ellas el arte religioso de Credo (2013) había entonado Jesucristo… “Luz de Luz … y se hizo hombre”. El viajero peregrino de 2022 había habitado en cinco templos arevalenses donde el “reino no tendrá fin”.

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Luis Miguel Villar Angulo
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