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Luis Miguel Villar Angulo

Tres monasterios reales del Císter en la antigua Hispania Tarraconensis

Tres monasterios reales del Císter en la antigua Hispania Tarraconensis. 

Después de visitar la antigua Tarraco, que fue vigorosa ciudad romana, engrandecida por sus monumentos religiosos y civiles, museos, muralla y palacios, emprendí una nueva ruta por la antigua Hispania Tarraconensis, que tenía forma de triángulo. Era conocida como Ruta del Císter en los folletos, guías y enlaces de internet.

Estaba dispuesto a tener una nueva «dieta histórica», después de haber divagado por la gótica Catedral de Santa Tecla; escalado la última y ventosa terraza del pretorio para transitar posteriormente por el parcialmente descubierto circo romano; interpretado la puerta adovelada y recorrido el kilómetro de muralla; afectado por la pulcritud del peinado ensortijado de Marco Aurelio en el Museo arqueológico; mirado el Mar Mediterráneo desde un piso graduado del ovalado Anfiteatro; circulado por las plantas de templos dedicados a emperadores y a la diosa Roma en el Foro de la Colonia; asombrado por la solución arquitectónica del patio del Museo de Arte Moderno y admirado como el espectador de escayola frente al Mausoleo de Lemonier de Julio Antonio; acertado al visitar el mobiliario real en las casas Castellarnau y Canals, o contemplado los deshabitados sarcófagos del cementerio paleocristiano en Tarragona. En esencia, el legado arqueológico de la antigua Tarraco le había valido a la moderna Tarragona el título de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde el año 2000.

Tres monasterios reales del Císter en la antigua Hispania Tarraconensis

Tarragona

Los tres monasterios reales del Císter en la antigua Hispania Tarraconensis estaban repartidos entre las provincias de Tarragona y Lérida.

El primer destino de mi viaje fue un monasterio que había recibido el título de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco en 1991, como otros de ese año: San Millán de Suso y YusoGuadalupe o El Escorial.

Me refería al Real Monasterio de Santa María de Poblet, ubicado en el municipio tarraconense de Vimbodí. El trayecto desde la capital al monasterio era de 47 kms. en automóvil. La N-240 atravesaba dos pueblos interesantes: uno de atmósfera medieval, Montblanc, y otro industrializado, L’Espluga de Francolí, que además de cuevas conservaba un interesante Museo de la Vida Rural.

Tres monasterios reales del císter en la antigua Hispania Tarraconensis

Montblanc. Iglesia de Santa María la Mayor. Cruz de término con remate gótico del S.XIV. Espluga de Francolí. Museo de la Vida Rural

Había estado recientemente en el Monasterio de Oseira (Orense) y mucho tiempo antes en los monasterios de Las Huelgas y San Pedro Cardeña (Burgos) y en el Monasterio de San Salvador de Leyre (Navarra). No me sorprendían las normas litúrgicas de los cistercienses. Tampoco la vida ascética de los monjes, o el trabajo manual que realizaban y que se manifestaba de muchas formas: cultivo de la tierra, copiado de manuscritos, biblioteconomía y documentación, elaboración de caldos, mantenimiento de la hospedería, tienda, etc. (Además, era la tercera vez que visitaba este recinto, y lo hacía como si se hubieran evaporado mis recuerdos anteriores).

Vestidos con túnica blanca y escapulario negro, reconocía a los monjes a distancia por la cogulla blanca monástica, cuando circulaban por los pasillos de la abadía. Estos monjes perduraban en mi retina delgados, de silueta fina, sucinta, como modelos repetidos de esculturas que se tornaran en mitología.

Tanto en esencia como en contorno, la aproximación al Real Monasterio de Santa María de Poblet no disfrazaba el camino a una espiritualidad medieval sometida a disciplina de rezo, una disciplina mecánica que cumplían con escrupulosidad los religiosos y a la que se sometían los visitantes. El monasterio era, ante todo, vida cotidiana para los monjes y curiosidad para los turistas.

No recordaba la estadística de los monjes clérigos o novicios que habitaban la abadía. Tampoco pretendía dominar la historia de la orden o los procesos reconstructivos del inmueble y los recintos que configuraban el complejo monástico. De hecho quería conocer eso también bajo una túnica mística, pero no era posible para el tiempo de visita que tenía disponible. El mundo monástico me lo contaba una guía, a quien seguía sus instrucciones. El orden que captaba mi cámara eran las piedras de la Orden religiosa, que albergaba en la Iglesia el Panteón Real de la Corona de Aragón hasta el siglo XV.

Traspasada la Puerta Dorada del primer recinto, accedí al tercer recinto por la Puerta Real, entre dos imponentes torres, que bien parecían las defensivas de cualquier castillo. En dirección al claustro, se abría el ala de los conversos o estancias de poniente, que rememoraba en su pulcra restauración la regla 48 de San Benito sobre el trabajo que debían hacer los monjes.

Impresionado por el claustro gótico, no advertía mutilaciones en las nervaduras de las arcadas, mientras los capiteles reducían en relieves esquematizados múltiples cestas y hojas –evocando el trabajo agrícola-, y los cuatro cipreses albergaban pájaros cantores de bosque que no se sorprendían por los tañidos de las campanas. Visto el edificio desde la planta superior, el edificio reflejaba cambios funcionales en la arquitectura después de la desamortización de Mendizábal de 1835, aspecto que había relatado varias veces en mi blog por las consecuencias que tuvo en la desaparición de las órdenes religiosas, como el Monasterio de Santa María de la Valldigna (Valencia) o el Monasterio de Santa María de Moreruela (Zamora), ambos cistercienses.

El Dormitorio de los monjes del siglo XIII parecía restaurado la quilla invertida de un barco enorme por la cubierta de madera y los arcos diafragma.

Aquí, la sala capitular tenía equilibrio bajo una bóveda de crucería; su amplitud impresionaba y servía para reunir el abad a los monjes y recordar las reglas y los asuntos concernientes a la comunidad.

El refectorio del siglo XII estaba bien iluminado, y dispuesto como el coro de una iglesia para que lo presidiera el abad, mientras un monje leía la palabra de Dios desde un balcón a manera de púlpito. Frente a esta estancia, un lavabo bajo templete de crucería en el patio salpicaba chorritos de agua por sus múltiples desagües. Una cocina restaurada recordaba su esencia con la chimenea, pared ahumada y ciertos utensilios.

La biblioteca, con más de 100.000 volúmenes, cerrada a los ojos de los turistas, aunque abierta a consultas puntuales, concentraba la divagación religiosa y la documentación para ensayo de monjes y público autorizado. Además, concentraba archivos (Montserrat Tarradellas i Macià) y otras donaciones, incluso de partidos políticos. Dos museos (Restauración y Palau del Rei Martí) albergaban la historia artística de piezas religiosas del monasterio.

Tres monasterios reales del císter en la antigua Hispania Tarraconensis

Retablo de Damián Forment

El altar mayor de la iglesia, construido por el valenciano Damián Forment, tenía una historia que parecía de nuestro tiempo por las relaciones y fricciones económicas que mantuvo con el abad. Contemplado el altar desde el centro del templo de planta basilical y de traza renacentista, con un eje orientado de este a oeste, el alabastro blanco no hacía del sotobanco y de los tres cuerpos superiores esculturas frías, sino una sucesión de frisos novelados que narraban la historia de Cristo. El ambón de Subirach recordaba los cambios litúrgicos del Concilio Vaticano II. Los sepulcros testimoniaban enterramientos de la realeza: un grupo funerario de estilo gótico situado en el crucero de la iglesia de composición y ejecución esmeradas. En una de las alas del crucero estaba la Sacristía, moderna, de bellas proporciones, cuya cúpula se cerraba en altura por medio de una linterna.

En el extremo opuesto de la iglesia abacial, el órgano Metzier (2012) con unos 3.500 tubos era el último de los cinco que había tenido el monasterio. (El Festival Internacional Órganos de Poblet se encargaba de difundir la tradición europea de la música barroca).

Tras haber mirado los recuerdos variados de la tienda, que se encontraba cerca de la capilla de Santa Catalina,  fuera de las puertas del recinto del monasterio, inicié la segunda etapa de ese día que era ver el Real Monasterio de Santes Creus, también llamado de Santas Cruces, Bien de Interés Cultural desde 1921, situado en el municipio de Tarragona de Aiguamurcia, que no llegaba a 1000 habitantes. Distaba del Monasterio de Poblet a 36 kms. y cerraba la visita al público a las 17 horas. Este era otro monasterio que sirvió de enterramiento de la clase noble siguiendo la tradición medieval.

Una audio-guía iba a ser el apoyo para girar mi visita. Como no había vida monástica en el edificio, desde la desamortización de Mendizábal, centré mi preocupación en captar imágenes representativas del edificio, que se circunscribían a tres espacios monacales: iglesia, claustro y sala capitular (donde habían practicado la oración, la meditación y el rezo del capítulo). Además, el refectorio, locutorio, escritorio y dormitorio completaban los espacios de la vida comunitaria para comer, recibir visitas o hablar, difundir la documentación y descansar. (Recordaba que algunas órdenes religiosas no permitían hablar en el claustro, refectorio o dormitorio, por lo que las conversaciones únicamente las mantenían en el locutorio).

Al fondo de la Plaza de San Bernardo se encontraba la Puerta de la Asunción; en el centro de la misma había una fuente con una estatua dedicada a un abad del monasterio, junto a las casas del pueblo. De estilo barroco la puerta, con una hornacina que cobijaba una imagen de la Virgen, junto a una torre octogonal de notables proporciones que se veía desde fuera del pueblo. La fachada de la iglesia y del claustro estaban sobrelevados por una escalinata. Accedí por esta última, de estilo románico, al claustro desde donde se divisaba esbelto el cimborrio octogonal gótico sobre el crucero de la iglesia que remataba en cúpula con linterna, y cerca, la torre sobria. Mi apreciación se centró en las cuatro galerías del claustro con bóvedas de crucería, las figuras vegetales y animales de los capiteles, los frisos con la creación de Adán y Eva, los arcos ojivales y la pila-lavadero del primitivo claustro románico. Un claustro que había relajado la regla de la austeridad y sencillez narrando en piedra escenas bíblicas y de animales fantásticos.

Tres monasterios reales del Císter en la antigua Hispania Tarraconensis

Real Monasterio de Santes Creus. Sepulcro de Pedro III.

La Iglesia conservaba unos sepulcros construidos con gran belleza en todos sus frentes. Se trataba del mausoleo de Pedro III, hecho en pórfido, expresamente traído de Sicilia, cubierto por un templete decorado por rica tracería, y el sepulcro de su hijo Jaime II y Blanca de Nápoles, igualmente cubierto por un baldaquino en ambos lados del altar mayor. Si la puerta de la iglesia era románica, el vitral de la fachada era gótico, espectacular, aludiendo con ese desfase de estilos el tiempo de construcción del templo de cruz latina de tres naves con bóveda de crucería. El retablo era del siglo XVII realizado por Josep Tramulles, del que se tenían pocas noticias biográficas. Tras el retablo se advertía el rosetón del ábside.

La sala capitular, sin vida y función; la nave vacía y enorme del dormitorio de los monjes; el claustro viejo al que se accedía desde el locutorio…  Tan largo silencio de la tarde, del claustro y del pueblo me hicieron regresar a contemplar los animales imaginarios de los capiteles del claustro esperando que iniciaran sus luchas promisoras en la piedra para despertar mi oído.

De regreso a la ciudad, esperé un nuevo día para que mi cámara embebiera la cultura monástica de una monjas cistercienses. El Real Monasterio de Santa María de Vallbona, estaba situado en Vallbona de las Monjas (Lérida), a 61 Kms. de Tarragona. Las visitas se hacían guiadas y alternaban las explicaciones en catalán o español. Como solicité la visita en español, estuve merodeando por el entorno del cenobio contemplando la extensión que debió tener cuando la baronía de Vallbona era el centro que ordenaba la vida pública de las villas del entorno en el siglo XIV.

Era un monasterio que había acogido a las damas de la nobleza catalana y en su interior se habían enterrado la reina Violante de Hungría, mujer de Jaime I y su hija Sancha de Aragón. Me entretuve paseando por la calle Mayor observando la puerta principal que tenía un arco de medio punto con cinco arquivoltas que se apoyaban en columnas con capiteles decorados con flores. En el tímpano la Virgen sostenía al Niño bendiciendo (dos de los monasterios tenían en su nombre la advocación de la Virgen María). Por encima del tímpano había una cornisa con hileras de arquillos ciegos y ménsulas decoradas. Un acierto decorativo. La temperatura ambiente a finales del invierno era fresca. Pero se empezaban a ver flores en los arriates y los narcisos blancos y amarillos anunciaban la primavera. Antes de iniciar el paseo por el interior del templo, observé las cerámicas y objetos que tenía la tienda de recuerdos atendido por las monjas entradas en edad.

Declarado el monasterio Monumento Nacional en 1931, combinaba elementos constructivos de los estilos románico y gótico que se hacían más evidentes en la planta trapezoidal del claustro donde unas alas dibujaban escuetas líneas en los arcos de medio punto, correspondiente al arte románico del siglo XII, y otras alas componían arcos de tracería gótica del siglo XIV. Incluso, el ala oeste del siglo XV rememoraba las formas anteriores. Según el ángulo de visión que uno tomara, parecía discurrir por el claustro de un monasterio o de otro.

Tres monasterios reales del Císter en la antigua Hispania Tarraconensis

Real Monasterio de Santa María de Vallbona.

Una foto daba fe de cuanto comentaba: el ala norte era gótica y el este románica con fondo de cipreses (que nunca faltaban en los claustros monacales) y dos torres: un cimborrio-campanario octogonal iluminaba cual linterna el interior del templo, de extraordinaria belleza por su alarde arquitectónico, y otra menor remataba con una pequeña espadaña y campanita.

En la panda este del claustro se encontraba una capilla moderna del siglo XIX que albergaba la Virgen del Claustro, de estilo románico (siglo XIII), mientras que en la sala capitular, estricta y sencilla, se encontraba la Virgen de la Misericordia de alabastro del siglo XV. El escritorio era importante por la custodia de 14 códices del siglo XIII que habían copiado las monjas, junto a la documentación historiográfica de la zona.

El recorrido por la nave central de la iglesia se interrumpía con una reja que separaba el coro. La cubierta tenía bóveda de crucería ojival y el crucero y los ábsides bóvedas de cañón. Unas lápidas funerarias en el suelo recordaban a antiguas abadesas (por ejemplo, Anglesola, que gobernó el cenobio en el siglo XIV).

Este Monasterio no sufrió los estragos de la exclaustración de Mendizábal por lo que había mantenido la tradición histórica, salvo un paréntesis durante la Guerra Civil, de ser el cenobio femenino más importante de Cataluña.

En el camino de regreso a la ciudad, pensaba comer una calçotada con carne a la brasa que me redimiera del frío. La Ruta del Císter lo había merecido.

Luis Miguel Villar Angulo

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