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Luis Miguel Villar Angulo

Setenil de las Bodegas y las construcciones semitroglodíticas

Calle Cuevas del Sol

Tensos almorávides, almohades y benimerines de las crónicas fezianas de Rawd al-Qirtas que poblaron tierras turdetanas y romanas del sur de la Península. Avizorantes maestros de obras que levantaron y entregaron al nazarí Muhammad II una fortaleza en un altozano sureño en 1293. Furtivos ocupantes de tierras blandas del mioceno que se deslizaron hacia el meandro del río Guadalporcún para suministrar agua en aljibes. Escrutadores de terrenos que alargaron la mirada desde un promontorio rocoso para la defensa del reino de Granada hasta el siglo XIV. Vecinos musulmanes de la villa de Ronda regada por el río Guadalevín, que conocieron la existencia de una mansio o venta cerca de la ciudad tardorromana de Acinipo, construida sobre un terreno calizo con un teatro en pendiente usado como hemiciclo.

Vistas de Setenil de las Bodegas

Soleada. Era una hermosa tierra para tenerla en la memoria: dos localidades andaluzas de roca arenisca ajadas en acantilados que los ríos habían ablandado los estratos inferiores. Toda la incursión musulmana había comenzado por el Guadalete en el año 711, un río que serpenteaba pausado el mirador del Castillo de Arcos de la Frontera. Suave la voz de los tres ríos de corto recorrido que irrigaban cultivos, afloraban estratos de calizas y dejaban las margas en su desnudez real. El mas pequeño Guadalporcún, afluente del Guadalete, había transitado por Olvera hasta esculpir y erosionar un Setenil de fortaleza inexpugnable. Un Setenil cuyo nombre se había usado desde el siglo XIII, contrariando tradiciones etimológicas que lo situaban después de la conquista cristiana.

Calle Cuevas de la Sombra

En la carne y fe de los reyes cristianos se inflamaba la necesidad de expulsar a los musulmanes, a pesar de las guerras internas entre Castilla y Aragón. Desde 1407 Fernando de Antequera y Juan II de Castilla habían iniciado el asedio al recinto amurallado de Setenil. Parecían juveniles tomadores esos conquistadores, hasta que los Reyes Católicos se adueñaran de la ciudad bautizada como Septem nihil tras siete asedios en 1484. La utilización de la maquinaria militar (lombardas) desde terrenos de la Ermita de San Sebastián había debilitado el Torreón del antiguo alcázar, abierto la muralla y tomado al asalto la villa medieval. Un acontecimiento militar que se reflejó en una talla del coro bajo de la Catedral de Toledo hecha por Rodrigo Alemán. Tras la victoria, el cauce fiel del río ganaba en repobladores foráneos y repartimientos de casas y tierras. Mientras, la ciudad obtenía un estatuto de realengo con la carta de privilegios de 1501. Con esa calificación jurisdiccional Setenil se parecía a Sevilla en franquicias y beneficios. Posteriormente otra ley (real pragmática) firmada en 1630 había permitido a Setenil separarse de Ronda.

Calle Herrerías

Parte de la población ocupaba el abrigo situado debajo del acantilado. Otra fracción habitaba sobre el talud. El emplazamiento topográfico sobre terrazas en la pendiente del castillo daba a la morfología urbana una apariencia teatral que aun pervivía en el espectador. El enorme techo de caliza facilitaba la construcción de paredes y el cerramiento del frente de las viviendas, que tenían planta baja y sobrado. No eran viviendas subterráneas como las existentes en el Barrio de las Cuevas de Guadix que conservaba el impulso cándido de picadores sobre cerros arcillosos con chimeneas encaladas. Eran casas abrigadas por las rocas, semitroglodíticas. Muchas de ellas estaban cubiertas por minerales del cañón. El hombre no había horadado la roca; solo había tapiado levantando muros y paredes. 

Mirador de Lizón

El río Guadalporcún o Trejo había construido el tajo de Setenil. Desde los escarpes del Torreón y de la Iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación (S. XIV-XVII) en la ciudadela o de la Ermita de Nuestra Señora del Carmen (S. XVIII) en el barrio del Cerrillo se percibían las paredes rocosas, los barrancos y la hendidura del Guadalporcún. Encarcelado entre muretes blancos, el caudal mortecino del río se salvaba por el puente de Triana del siglo XIII hecho de mampostería y rematado con ladrillo visto. Un nombre de puente y también de calle que recordaba el de un repoblador sevillano procedente de las huestes castellanas que habían conquistado la ciudad. La carta puebla había significado la creación de una tercera fuerza de hombres libres del poder señorial que se había entregado a la revitalización de las tierras, cultivando cereales y viñedos. Unos caldos de uva que se habían macerado en bodegas, de donde tomó su apelativo la ciudad. A partir de entonces, el gentilicio setenileño /-a se extendió a la persona oriunda de Setenil de las Bodegas.

Al fondo, Torreón e Iglesia parroquial N. S. Encarnación

No me acordaba de la fecha en que hice mi primera visita relámpago a Setenil de las Bodegas. De la segunda visita, entre flores carnosas de higueras y lirios morados, guardaba imágenes del verano. Estacionado el coche, alternaba mi caminata por la calle Cuevas del Sol concurrida de gente sentada en veladores hablando de cosas comunes en serena amistad o copeando de pie en espera de tapas surtidas. Entré en un bar protegido por una enorme chapela rocosa que tenía colgadas fotografías antiguas de interiores de cuevas. La parada sirvió para degustar un revuelto de espárragos y chacinas del lugar.

Artesonado mudéjar. Oficina Municipal de Turismo

Paralela al curso poco turbador del río Trejo, la calle Cuevas de la Sombra tenía una boina rocosa colocada entre las fachadas de las casas. El sombreado de esta calle daba mas relieve a las personas que transitaban por ella. Al fondo del callejón, el blanco refulgía en las fachadas. Y fue subir la pendiente calle Ronda y mirar el laberíntico trazado urbano en torno a la espadaña de la Ermita de San Benito desde la calle Constitución, que mas alta cuesta no la vieron las palomas hasta la Plaza de Andalucía, recoleta, desdeñada por la altiva altura del Torreón medieval desde cuyo mirador se tenía una perspectiva de 360º de Setenil. La Oficina Municipal de Turismo, antigua Casa Consistorial, conservaba una bóveda con artesones de estilo mudéjar del siglo XVI.

Vista del pueblo

Al esforzado paseante le entró la duda de subir aún mas el cerro para visitar la Iglesia parroquial de N. S. de la Encarnación o redirigir sus pasos por la calle Constitución. Adopté esta última ruta a sabiendas de que la Iglesia parroquial tenía vestigios tardo góticos con sillares y ladrillos en el exterior y nervaduras en la estructura de la bóveda del interior con algunos arcos de herradura que conservaban las trazas de la antigua mezquita. Una tabla del siglo XV hacía las veces de retablo. Allí se alojaba la hermandad de la Vera+Cruz con incunables que la databan en 1551. Con anterioridad, se había expuesto “El arte de los blancos” que fue un acontecimiento artístico en el Torreón. Había destacado en la muestra la casulla de seda donada por Fernando e Isabel la Católica tras la conquista cristiana en 1484, como recuerdo de la inauguración de la iglesia. Al cabo del tiempo, Torreón e Iglesia, hermanados y poblados de recuerdos, habían vuelto felices a latir.

Ermita de Ntra. Sra. del Carmen

El lento recuerdo me situaba en la Ermita de Ntra. Sra. del Carmen de sencilla apariencia arquitectónica con cúpula semiesférica e imagen de la patrona de la ciudad. Luego, las vistas consoladoras de las casas blancas con tejados inclinados hidratándose del hilo verde musgo del río y las colinas de verde olivo daban alegría desde la calle Cantarería Alta. Apoyado en el murete, despejada la vista de las casas de alrededor, meditaba con pasión sobre Setenil como uno de los pueblos más bonitos de España. Me rodeaba un silencio envuelto de luz en una ciudad que era Conjunto Histórico (1985). El espectro misterioso de la villa de 2.732 habitantes en 2018 llegaba desde las tapias rocosas, los enfoscados blancos, los 530 m de muralla, las disputas entre las hermandades de la Vera+Cruz y Los Negros, las leyendas bandoleras de la época de la guerra napoleónica, los escenarios de la calle Cabreriza de la mítica película Curro Jiménez, los pintores paisajistas, los poetas y novelistas Gerardo Diego, Caballero-Bonald, Fernando Quiñones o Antonio Gala que derramaban aroma en el camino, el secreto de las cuevas, la venus neolítica de barro cocido Damita de Setenil con cinco mil años de antigüedad, los miradores urbanos y las rutas comarcales, o el Universo Esquizo narrado por el setenileño Bermúdez Zamudio … porque Setenil de las Bodegas había sido el mejor “destino secreto” de Europa en 2019 para los seguidores de la European Best Destinations.

Ermita de San Benito

El exótico destino estaba situado a 640 m sobre el nivel del mar y a 114 Kms de Sevilla por la A-375. Volvía a casa: recordaba las abrigadas bodegas, los geranios, las higueras, las hiedras colgantes…; y las blancas y silenciosas casas de Setenil de las Bodegas tenían abiertos los balcones. Dentro vivíamos todos.

Panorama de Setenil de las Bodegas

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