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Luis Miguel Villar Angulo

Pastrana, un ambiente medieval-renacentista

Pastrana, un ambiente medieval-renacentista

En la Plaza de la Hora situada enfrente del Palacio Ducal del siglo XVI arrancaba uno de los pasajes más célebres de la novela de la España más profunda de Camilo José Cela titulada Viaje a la Alcarria. No en vano, Pastrana, conjunto Histórico-Artístico, era la capital de  la Alcarria. Allí estuvo el premio Nobel de Literatura en 1946 para iniciarnos en una comarca castellana que se hizo popular. Allí en la Plaza de la Hora, soportalada como la Plaza de Chinchón, se celebraban corridas de toros y otros festejos que se podían observar desde la tribuna del balcón corrido del Palacio Ducal. Ahora la plaza de toros circular se encuentra en un espacio del pueblo situado al norte. Nos detuvimos en el mirador de la Plaza de la Hora recordando la historia de uno de las mujeres más controvertidas de la época de Felipe II, Ana Mendoza de la Cerda conocida como la Princesa de Éboli, que habitó el Palacio hasta su muerte y en uno de cuyos aposentos tuvo su cárcel, un balcón volado desde el que podía asomarse al exterior durante una hora, razón que dio nombre a la plaza. 

Palacio Ducal 

Había pocos pastraneros y visitantes paseando por el pueblo a las cuatro de la tarde en el mes de junio. Así que fue fácil entrar en el Palacio sin hacer colas de turistas. La fachada del Palacio no tenía ornamentación salvo la puerta renacentista. En la construcción de la fachada cuadrangular destacaban dos torres esquinadas. La sillería se advertía en la base y paredes del edificio. El interior albergaba una exposición de trajes de época. En los aposentos y salones llamaban la atención la azulejería toledana y los artesonados renacentistas. Este Palacio Ducal como el burgalés de Lerma han sido testigos de intrigas palaciegas en parecidos tiempos. (Entre los distintos usos que ha tenido el Palacio a lo largo de la historia, ahora la Universidad de Alcalá gestiona la propiedad realizando actividades académicas).

Palacio Ducal

Este lugar de origen ibero, que los romanos llamaron Paternina, tenía menos de 900 habitantes. Había atraído a místicos para la creación de conventos de sus incipientes órdenes religiosas. Allí coincidieron Santa Teresa de Jesús,  fundadora del Convento de San José, y San Juan de la Cruz, fundador de los carmelitas renovados en el convento de San Pedro. Cruzando un arco, recorrimos la calle Mayor empedrada y nos deteníamos de vez en cuando para contemplar algunas fachadas de casas rústicas que tenían aldabas de fundición con forma de manos. Al fondo de la calle aparecía dibujada en blanco caliza la torre de la colegiata marcando la hora con un reloj (desafortunado) que rompía la estética de la torre campanario. En la Plaza del Ayuntamiento tres banderas ondeaban en un edificio que daba cuenta de su representación municipal con un escudo de la villa. (Al lado izquierdo una cruz flordelisada de gules, espada de oro, y una calavera. Al timbre, la corona real cerrada, propia del régimen monárquico legalmente establecido. Su romántica leyenda versa: «Pastrana morirá luchando por la cruz»).

Iglesia colegiata de la Asunción

La entrada del templo calatravo del siglo XIII estaba protegida por un atrio vallado. Estaba la iglesia abierta para una ceremonia de boda. Así que tuvimos que darnos prisa para ver el interior de la iglesia reformada antes de que se llenase de público. Cruzamos el arco canopial gótico de la entrada construido entre los siglos XV-XVI que estaba rematado por dos columnas con pináculos y flores para ver el interior del templo con vestigios de arte románico. De iglesia pasó a ser colegiata por bula pontifica en 1569, mucho tiempo después de la construcción de la colegiata de Toro del siglo XII.  Las tres naves anchas desembocaban en el presbiterio con un altar mayor cuajado de pinturas y pequeñas esculturas de estilo manierista castellano construido en 1637. No pudimos ver la colección de tapices flamencos de lana y seda del museo, exequias de la princesa de Éboli, cuadros y otros objetos religiosos. Tampoco escuchamos el órgano barroco de 1704 que seguía en buen estado de funcionamiento. El inicio de la boda fue ocasión para abandonar el templo y pasear por las calles del pueblo. Más tarde y en el altar de la iglesia se rememoraría El sí de las niñas de Leandro Fernández de Moratín que vivió en el pueblo. (¿Se llamaría la pareja de casamenteros de aquella tarde de Pastrana Doña Paquita y Don Carlos?).

Iglesia colegiata de la Asunción

Un paseo por las calles

Desde la Plaza del Ayuntamiento caminamos por la calle Fray Lorenzo Pérez a la Fuente de los Cuatro Caños, construida en 1588. Los chorros rompían el silencio de la plaza y mitigaban el incipiente calor veraniego. Recorrimos la calle de la Palma con casas y edificios que tenían vestigios históricos hasta desembocar en la Plaza de la Hora. Miramos por última vez el horizonte: un páramo calizo de agricultura de secano y piedemontes con encinares, olivares y hierbas aromáticas que hacían posible la miel de la Alcarria. 

Regresamos a Madrid en coche, que distaba a 94 kms. al oeste. Pastrana había sido el principio de nuestra visita a la Alcarria Baja. Tiempo después, hicimos otra ruta por Guadalajara, que incluyó el pueblo bonito de Hita

Un paseo por Pastrana

 

Luis Miguel Villar Angulo

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