CU de la US
Luis Miguel Villar Angulo

Lorca: del castillo al bordado de la seda

Torre Alfonsina

La primera visita que hice a Lorca tuvo como destino el Castillo. Un alcázar que había dado cobijo al Parador de Turismo en su recinto. Una fortificación que había acogido en sus murallas el espacio cultural Fortaleza del Sol. Un bastión que había protegido una sinagoga y un parque arqueológico con los restos del barrio judío de la ciudad. Unas murallas cimentadas en un promontorio formado por rocas duras de alta resistencia llamadas calcarenitas de edad Miocena.

Torre del Espolón

Situadas en altura las torres, como miradores geológicos, la circulación de acceso al estacionamiento del Castillo o al parking privado del Parador se hacía por una carreterita estrecha. La zona emergente del castillo de Lorca era una de las múltiples aproximaciones que se sucedían en las placas tectónicas Africana y Euroasiática que habían conformado los relieves de las cordilleras del sur y del sureste: Sierra de las Estancias, Sierra Espuña y Sierra Almenara. Donde no había sierras había cuencas marinas sedimentarias. Mientras, el Guadalentín – el “río más salvaje de Europa” – erosionaba el valle tectónico por donde se trazaba la falla de Alhama. Con la caliza – roca sedimentaria – se habían enfundado fachadas, levantado bóvedas y cerrado cúpulas, que le había dado un color siena característico a la ciudad.

Sinagoga

Desde la entrada del Castillo caminé al extremo opuesto de los 120 m de largo donde se ubicaba la Torre del Espolón, que defendía la proa de la muralla, como punto defensivo más débil y que fue dañada por el terremoto de mayo de 2011. A partir de allí, había transitado siguiendo un espaldón de piedra hasta los aljibes.

Aljibe Grande

En el centro del promontorio y alzada sobre una base cuadrada, se elevaba la Torre Alfonsina, en honor a Alfonso X el Sabio, que había conquistado Lorca en 1244. Era la Torre del Homenaje del Castillo. Representaba la subida a la terraza un reto para el visitante si quería subir las tres plantas de 8 m cada una. Tenía una altura de 19,40 m. Las dos primeras plantas estaban Iluminadas por saeteras, la tercera se abría en cuatro ventanales que facilitaban el visionado de las bóvedas de las estancias y su solución constructiva: unas bovedillas eran esquifadas, como rincones de claustros; otras, tenían secciones curvas apoyadas en pechinas. Desde allí la vista de la ciudad era espectacular.

Vistas del Parador y de la ciudad desde el Castillo

Una guía interpretaba la sacudida del terremoto y apuntaba con el dedo el recorrido del seísmo de magnitud 5.1 Mw de la falla de Alhama de Murcia. Luego punteaba edificios que mostraban las grietas en sus paramentos. Los aljibes del Castillo se sucedían hasta el extremo más oriental donde se mantenía el Aljibe Grande del Espaldón. El resto de las dependencias se distribuían entre hornos y panadería, cocina, almacenes de pólvora y víveres, cuarteles, ermita y cuerpo de guardia. Así lo describía el plano topográfico de Lorca de 1811, aproximadamente.

Bóveda del interior de la Torre Alfonsina

Comenzando en el año 2003 había funcionado el Espacio Temático Fortaleza del Sol para mostrar al público un enclave militar defensivo. Este espacio cultural había aprovechado determinados recintos (por ejemplo, Las Caballerizas) para montar eventos con actuaciones en directo sobre la historia del Castillo. De este modo, se habían articulado acontecimientos, como la cultura de la paz en los hornos de pan, la conquista del agua aprovechando los aljibes, la máquina del tiempo, territorios de frontera, etc. De todas las actuaciones arqueológicas, me había llamado la atención el afloramiento del barrio judío en la loma este de la muralla. Por una entrada módica se podía transitar por las calles con viviendas de planta rectangular divididas en habitaciones que habían sido cocinas, alcobas, tinajeros, alacenas o salones. Al amparo de la nobleza, los judíos habían ejercido su labor como recaudadores de impuestos (almojarifes), redimido esclavos o prisioneros (alfaqueques) llegando a convertir su recinto en la condición de Aljama con una sinagoga esplendorosa, que no había sido destruida, como había ocurrido con muchas mezquitas para reedificar sobre ellas un templo cristiano.

Judería

Había regresado por el Barrio de Santa María en dirección al Barrio de Santiago, y luego detenido en la Plaza del Caño, después de haber tomado café en una terraza de la Plaza de España. Dos edificios singulares habían llamado mi atención. El primero había sido la Casa del Corregidor (sede de los Juzgados de la ciudad). El esquinazo con dos figuras ciclópeas sumidas en el tiempo (Elio y Crota) sostenían un sol entre mazas mirando a dos plazas, según la obra de Juan de Uzata (1750). Caminando hacia la Plaza del Caño, el edificio se abría en una logia de tres columnas con bajorrelieves simbólicos en las enjutas de los arcos.

Casa del Corregidor

El segundo edificio había sido el Pósito de los Panaderos levantado en los siglos XVI-XVII. Este antiguo almacén de grano (trigo o cebada) había tenido como arquitecto a Jerónimo Quijano cuya producción había sido altamente considerada en la ciudad y en otras poblaciones. La obra tenía una exquisita decoración. En el caso del exterior del Pósito, el arquitecto había adosado a los sillares del adarve de las antiguas murallas un bajorrelieve con la heráldica del águila bicéfala coronada de Carlos I, junto al anverso y reverso del sello del Consejo. Los elementos de la primera planta habían tomando como eje de equilibrio la puerta y habían dado como resultado una simetría que aludía a la mente equilibrada y ordenada del arquitecto.

Pósito de los Panaderos

Un edificio frontal de la Plaza de España soportaba la vida municipal desde 1676. La doble galería de seis arcos de medio punto del Ayuntamiento había resistido dos terremotos (el primero en 1674). Las columnas de mármol blanco de Macael habían soportado la obra de alarifes, canteros, herreros y escultores. Mirando el edificio de frente, ofrecía un color cálido en la piel de sus paramentos, arcos y enjutas labradas con heráldicas y tondos. La balconada volada de hierro forjado en color negro del balcón central parecía plastilina por su diseño serpenteante. Debajo del arco central discurría la calle Selgas que aumentaba la comunicación de los ciudadanos por ese espacio público. Encima de dos basamentos y en lo más alto del edificio las esculturas de la Justicia y la Caridad de Juan de Uzeta eran un anhelo cívico; simbolizaban la presencia ilusionante de una corporación. Allí, en el petrificado barroco del Ayuntamiento, había olvidado la Sala de Cabildos con pinturas en su interior.  

Ayuntamiento y Estatua de Alfonso X el Sabio

Alzaba los ojos, miraba la luz que cubría el Ayuntamiento y era el tiempo de recordar al conquistador Alfonso X el Sabio, solemne en una estatua de 2010 cubierta de polvo, cuya espada de bronce de ceremonias había sido anteriormente robada.

Desde la Plaza de España. Vista de la Ex-Colegiata durante la reforma

La Plaza de España repartía los admirables dones arquitectónicos con la antigua Colegiata de San Patricio, que había sido construida con ocasión de la victoria lorquiana en la Batalla de los Alporchones ocurrida el 17 de marzo de 1452. Era un edificio declarado Monumento Histórico-Artístico en 1941, de traza renacentista, aunque de autor desconocido, que tenía muchos paralelismos con la Catedral de Murcia en aspectos como la planta de tres naves con la central más elevada, las capillas laterales entre contrafuertes y en la girola, y la torre campanario que se elevaba sobre la misma girola. Los tres cuerpos y cinco calles barrocos del imafronte resultaban colosales y bellos para cualquier visitante. Había sentido el mismo pálpito de monumentalidad que al ponerme delante de la Basílica de la Vera Cruz de Caravaca.

Portada del Carrerón y Torre-campanario

El maestro de cantería y arquitectura José de Vallés había dirigido la portada de la iglesia de San Patricio entre 1694 y 1704. Desde la calle central del primer cuerpo en que aparecía el arco de medio punto al segundo cuerpo, el templo ganaba en profusión de elementos decorativos como la utilización de niños, frutos y flores. En el segundo cuerpo una hornacina acomodaba la figura de San Patricio, titular del templo, mientras que la Virgen del Alcázar destacaba en otra hornacina del tercero. Finalmente, el arquitecto había rematado el templo con un frontón triangular partido.

Iglesia de San Patricio

Desde la Plaza de España, la portada del Carrerón parecía un arco del triunfo, junto a la torre-campanario de cuatro cuerpos y base poligonal hecha en piedra de sillería con escasa decoración y cornisas que separaban los cuerpos. El mismo arquitecto Juan de Uceta, que había intervenido en la construcción del Ayuntamiento, dirigió la edificación de las Salas Capitulares de tres cuerpos con arcadas y un remate con la estatua de San Patricio en 1741. Las Salas Capitulares y el Ayuntamiento ocupaban los extremos de la Plaza.  En el caso de la portada de la Epístola el estilo permanecía siendo renacentista.

Salas Capitulares

Después de la restauración del interior del templo, me habían impresionado las pinturas del Altar Mayor por su originalidad, la portada de la Sacristía por su limpieza y orden de los casetones, la imagen delicada de la Virgen del Alcázar (antigua patrona de Lorca) situada en una capilla de la girola, la grácil estatua de la Virgen de la Encarnación que acompañaba a la escultórica del Cristo Triunfante de Roque López el Domingo de Resurrección, la apenada fisonomía de la Virgen de la Soledad o el trascoro barroco coronado por estatuas en donde se advertía la mano de Nicolás Salcillo. Había sido un paseo de interior entre impolutos pasillos para regodearse en las distintas ojeadas.

Trascoro

Terminada la prolija visita urbana a ese enclave histórico-artístico de Lorca me había topado con una réplica de la Columna miliaria perteneciente a la Vía Augusta que comunicaba Cartagena con Lorca. Sustentaba una estatua de San Vicente Ferrer, que aparejaba la leyenda del polvo por la inatención de los lorquianos a las prédicas del santo. Ahora, pavimentada la calle, la vida ciudadana se agitaba fresca y ruidosa.

Columna miliaria y estatua de San Vicente Ferrer

Aunque el cansancio se acercaba, me estaba confortando fotografiar casas señoriales de los siglos XVI, XVII y XVIII, muchas de ellas de estilo barroco con sencillas fachadas y marcadas puertas de acceso donde se traslucía el poder nobiliario de las familias en escudos. Aquel itinerario heráldico me había permitido conocer la fachada de la Casa señorial de los Mula o de los Menchirón Pérez-Monte. Mas adelante había entrado en la rehabilitada Casa de los Salazar-Rosso que se había convertido en el Museo Arqueológico. Italianizante era el estilo de la puerta caliza del inmueble que contrastaba con los restantes paramentos de mampostería, de los balcones rematados en frontones y de las ventanas adinteladas que estaban en el imaginario artístico de sus antiguos propietarios genoveses allá por los siglos XVI o XVII. Susurraba para mis adentros que distaba de otras fachadas de clara tradición barroca de la ciudad.

Casa de los Mula
Casa de los Salazar-Rosso

Había guardado un silencio sensible en el interior del Museo Arqueológico Municial de Lorca (MUAL), porque había obras restauradas como consecuencia del seísmo (Tinaja de la Sala X). Allí había visto piezas curiosas en sus 13 salas expositivas. Desde la original columna miliaria colocada en el vestíbulo, puñales de sílex de una antigüedad que se databa en miles de años antes de Cristo a una medalla de bronce realizada por León Leoni en el siglo XVI. El pueblo y los alrededores aparecían aquí detrás de las vitrinas con sus objetos de comercio y guerra. Y los siglos de los enseres estaban informados en cartelas, enseñándonos su frío pasado.

Museo Arqueológico. Tinaja

Se aproximaba la Semana Santa, Fiesta de Interés Turístico Internacional en 2007, y Lorca se preparaba para el gran acontecimiento litúrgico de los desfiles de las seis cofradías o pasos que habían sido candidatos a convertirse en Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. Una Semana Santa que destacaba por la ornamentación de las hermandades, el bordado de la seda y la preparación de las escenas bíblicas de los desfiles procesionales.

Convento de Santo Domingo. Museo de Bordados del Paso Blanco

La luz entraba desvaída cuando había visitado elMuseo de Bordados de Paso Blanco (MUBBLA), ubicado en la antigua iglesia de Santo Domingo y la Capilla del Rosario. Considerada la cofradía más antigua de Lorca, había quedado fascinado por los bordados de seda y oro del manto de la Virgen de la Amargura y del estandarte de la Oración en el Huerto, que iba a cumplir cien años de antigüedad. Sosegado, miraba, tras cristaleras de vitrinas expuestas, los bordados de los desfiles bíblico pasionales. El patrimonio de mantos con dibujos bordados era colorista: rojo y verde (Diocleciano), burdeos (Galerio), naranja y negro (Maximiano), verde oscuro (Maximino Daza) o morado (Juliano el Apostata), entre otros.

Virgen de la Amargura

Recorriendo el templo, la simbología litúrgica procesional abarcaba todo el ajuar: estandarte del Rosario, bandera del cabildo de la Virgen de la Amargura, grupo romano, ornamentos de los “armaos” (un cónsul, un legado, cuatro tribunos, dos lictores, un aquilífero, ocho signíferos, un centurión y doce hastatis (mandos militares en época romana), carros de Ester y Asuero, caballería del Rey Asuero, grupos de tribus de Israel, grupo del Rey David, grupo del Rey Salomón, grupo de la reina de Saba, carrozas, tronos, estandartes, tercios y mayordomos.

MUBBLA. Manto bordado

Desde 1885, las procesiones y los Desfiles-Bíblicos del Paso Blanco eran orgullo del pueblo lorquiano. En el exterior del Museo, había imaginado a la gente detrás de palcos en calles repletas comprando chochos blancos y azules (avellanas glaseadas de azúcar) en diminutas tiendas del itinerario, recelando de cielos aborrascados que hubieran suspendido las procesiones.

MUBBLA. Detalle de bordado

Había caminado por la calle Lope Gisbert de soplo comercial y dicha invisible entre la vecindad. Había mirado la portada del Palacio de Guevara o de «las columnas” de 1694, contorneada por cuatro columnas salomónicas que era la más barroca de Lorca, y resultaba la composición de dos cuerpos como un retablo de iglesia con la heráldica de la familia en el superior. El patio cuadrado con doble arcada sobre columnas de mármol blanco por cada lado de la planta tenía decoración de una extraña arquitectura con escudos y cabezas de niños en medio de hojas de acanto en el pretil del primer cuerpo.

Portada del Palacio de los Guevara
Patio del Palacio de los Guevara

La mañana del segundo día había transcurrido tranquilamente, y lo había reconocido mirando mi calzado y ropa para hacer la ruta. Había vivido una situación exploradora en una ciudad lejana en la que se sucedían risas, conversaciones y pensamientos silenciosos. La calle Lope Gispert había llenado mi mirada y la portada del Palacio de los Condes de San Julián había cubierto mis ojos con cierta fugacidad. Mirando al cielo se elevaba un torreón en el Palacio que parecía un campanario de iglesia. La puerta de acceso era llamativa. Las pilastras dóricas marcaban el dintel de apoyo del arquitrabe decorado con metopas y triglifos, y encima el relieve del escudo familiar aparecía jalonado por leones. En resumen, había estado delante de un ejemplo arquitectónico barroco neomudéjar del siglo XVII.

Palacio de los Condes de San Julián

Para entonces, el peso de los ojos o el cansancio ardiente de los pies me había obligado a cruzar la acera para recalar en el Casino artístico y literario de 1885 que había aprovechado el espacio de un desamortizado convento. De apariencia señorial la entrada, la decoración de los balcones y de las pilastras de la entrada no respondían a un estilo concreto. Un eclecticismo de ampulosa resonancia. Traspasada la escalera imperial de mármol, el salón de baile mostraba el gusto social de la época con lámparas colgantes de araña.

Portada del Casino artístico y literario
Salón de baile del Casino artístico y literario

Por la tarde había entrado en el Museo Azul de la Semana Santa (MASS), que no existía cuando hice la primera visita a Lorca. Situado en la calle de Cuesta de San Francisco, 2, la primera sorpresa había sido el propio edificio de dos plantas enclavado en la iglesia de San Francisco, Monumento Histórico Nacional de 1982, sede canónica de la Hermandad de Labradores, que lo había restaurado e inaugurado en 2015. A todas luces, y como contaba el prospecto de mano, era el museo mas grande de la Región de Murcia. Guardaba seis de los textiles considerados Bien de Interés Cultural de España de entre las 270 piezas expuestas entre bordados, elementos de los desfiles bíblico pasionales y documentos históricos. La visita al taller de bordado de oro de la tercera planta y la conversación mantenida con las bordadoras sobre los tejidos de soporte, rellenos, hilos, acabados, tejidos de sustento y remates me habían recordado las manufacturas de los mantos y estandartes procesionales sevillanos. La nueva imagen de la Virgen de los Dolores del escultor valenciano José Capuz había llegado a Lorca en 1942. El Museo exponía su manto de malla de plata, distintas coronas y puñales.

MASS. Estandarte del Reflejo
MASS. Manto de Ptolomeo
MASS. Manto de la Stma. Virgen de los Dolores
MASS. Virgen de los Dolores

Entonces recordaba distante la Semana Santa de Zamora, Marchena o Sevilla. Y ahora, encendido el incienso en el pensamiento, sentía la fría clausura de las teselas de un bordado alegórico, que había llevado una mano con hilo de oro hacia el hueco profundo del rameado de una hoja de acanto sobre un raso azul celeste.

MASS. Bordado floral
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Luis Miguel Villar Angulo
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