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Luis Miguel Villar Angulo

Guadalest, «poderoso motivo de peregrinación»

Guadalest, poderoso motivo de peregrinación.

El Castell de Guadalest

Era la segunda vez que visitaba Guadalest: un pueblo alicantino petrificado en un prominente risco. Desde allí, coronado por un castillo, se dominaban las alturas accidentadas de la Cordillera Bética y los cítricos y olivos aterrazados del valle del Guadalest. Abajo del castillo, un pantano de tipo gravedad recogía las aguas del río Guadalest, irregular en su caudal, que abastecía a la población turística establecida en la costa hasta su despedida en Altea.

Campanar y Castillo de Alcozaiba

Me había aproximado en coche por las carreteras serpenteantes CV-760 y CV-70 desde Altea al Castillo de Guadalest en menos de media hora atravesando plantaciones propias de la Marina Baja que me llenaban los ojos de colores encendidos por el aura de cítricos, nísperos y caquis, y de mansedumbre centenaria por la humildad vestida de paciencia de olivos, algarrobos y almendros.

Vistas de Benimantell desde el Castillo de Guadalest

Había leído un folleto en la Oficina de turismo y subrayado el enunciado de un museo que no había visitado. Se dedicaba a saleros y pimenteros. En el sitio web del museo se anunciaba como el único existente en Europa con más de 20.000 piezas. Aunque no conocía el contenido museístico, sabía que la sal y la pimienta eran dos condimentos necesarios en el recetario mediterráneo; es más, recapacitaba sobre los 9 gramos de sal por litro que tenía mi sangre y remiraba mi bocadillo que contenía salchichón adobado con el “rey de las especias” (piper nigrum).

Calle comercial de Guadalest

Un panel cerámico en una pared, junto a una cruz de piedra que marcaba el Cementerio Musulmán y más tarde el Cementerio de la Roda, acotaba la impresión de un escritor y periodista gallego que había visitado este paraje:

Panel cerámico

Aunque Alicante no ofreciese la incomparable tibieza de sus dulces inviernos, aunque llegasen a desaparecer las palmeras de Elche y el soberbio peñón de Ifach se hundiese entre las aguas, mientras subsistiese Guadalest habría un poderoso motivo de peregrinación, porque Guadalest es uno de los sitios donde la Naturaleza se ha mostrado genialmente artista, y ella, en cuyo cargo se puede apuntar el defecto de repetirse con exceso, no ha podido duplicar en ninguna otra parte esta obra admirable». Wenceslado Fernández Flórez.

Huertas aterrazadas y pueblo de Benimantell

Ascendía a paso lento desde el parking de Guadalest por la calle del Sol hasta el túnel de acceso en la parte alta de la muralla parándome de vez en cuando para contemplar la torre campanario encajada y pintada de blanco en una de las rocas y las fértiles huertas. La entrada del túnel excavado en la roca solía ser un punto de encuentro de los visitantes de Benidorm y Altea, que representaban el 15% de la riqueza turística española, y que atascaban la circulación de la única vía de acceso al interior urbano. Guadalest albergaba 200 habitantes y tenía nueve museos a cuál más comprimido. Si la inestabilidad era una nota que había caracterizado a los museos españoles, la casualidad del turismo costero había enriquecido el patrimonio de este Conjunto Histórico-Artístico (decreto 1463/74), constituido por el Castell y el Raval, con una variada y premiosa tipología museística. Guadalest formaba parte de la red de Los Pueblos más bonitos de España, como otros incluidos en este blog: Frigiliana, Mojácar, Pampaneira, Albarracín, Morella o Peñíscola.

Vistas del pantano desde el Castillo

La primera vez que visité el pueblo dediqué tiempo, fotografía y visionado de video al Museo Antonio Marco de titularidad privada. Era un museo singular de etnografía y antropología. Albergaba miniaturas de costumbres populares con escenas de casitas de muñecas imposible de abarcarlas todas con la vista y la memoria. Parecían decorados de un teatro que el autor y dueño del museo remataba con el acontecimiento de un belén ecológico sentido con amor mezclado con elementos reales, plantas adaptadas, paredes naturales de la roca, y elementos simbólicos y personajes que tenían apetencia de vestir ropajes de actualidad.

Museo Municipal Casa Orduña

La segunda vez repetí la entrada en el Museo Municipal Casa Orduña. Era una casa señorial emblemática construida por una familia de origen vasco en el siglo XVII, después del terremoto de 1644. (En aquel momento me llegaron los recuerdos del seísmo de Lorca de 2011, situado a 203 Kms de este punto). El inmueble tenía dependencias de un esplendor escaso con una sala de pinturas, cocina y comedor con cerámicas, salas nobles, un retablo del siglo XVI, y una sala de la Virgen de La Asunción, que representaba la Dormición de Nuestra Señora. Allí residía la imagen aposentando la llama de los feligreses antes de procesionar en las Fiestas Patronales.

Museo Municipal Casa Orduña
Museo Municipal Casa Orduña

Desde el Museo crucé al Castillo de San José para ver la luz del cielo y el esplendor tranquilo del alcázar musulmán del siglo XI (Castillo de Alcozaiba) rematado en una torre vigía de planta cuadrada, que no era visitable. Guarecido del viento en el lienzo tapiado de la muralla árida miraba indistintamente las torres, una taciturna (Campanar) y la otra vigilando el alcázar de almenado corrido. Un castillo de apariencia ruinosa sobre un roquedal tras haber sufrido dos avatares sísmicos (1644 y 1748) y otro provocado por la Guerra de Sucesión (1708). En un pequeño recinto tras una reja se había conservado el cementerio señalado por cipreses, urnas en paredes, lápidas sobre el suelo, alguna estatuilla orante y una ermita pequeña de fondo con espadaña y campana. Todo antiguo con sabor medieval.

Muralla

Recorrí el Vía Crucis desde el Cementerio hasta el Mirador del Calvario por el interior del recinto amurallado del Castillo. Cada pilar tenía una hornacina con imágenes de la Pasión de Cristo y remataba en una pequeña pirámide coronada en una cruz. Ribeteada en color azul sobre fondo blanco una Cruz de la Orden de Malta rememoraba junto a la Cruz de Piedra a los caballeros de la Orden de Malta que murieron en un naufragio en las costas cercanas.

Via Crucis

La Plaza de San Gregorio estaba atestada de turistas mientras que los guadalestinos se ocupaban de los comercios y de la gestión de los museos. La gente se apostaba alrededor de una escultura filiforme del Santo, patrón del pueblo, junto al Ayuntamiento. Había más cosas que visitar que no abordé en la mañana como las mazmorras medievales en el sótano del Ayuntamiento que albergaba piezas de tortura en el Museo Histórico Medieval. Tampoco me entretuve en la segunda visita en el Museo de Miniaturas Manuel Ussá, que ya había conocido anteriormente, y que disponía de piezas tales como una plaza de toros construida en la cabeza de un alfiler, ni en el Museo Etnológico o Casa Típica del Siglo XVIII que mostraba la vida en una casa rural y el cultivo y transformación de los productos de la zona.(Todos los museos ponían un precio en las entradas).

Plaza de San Gregorio

La calle comercial era de ronda y rueda alrededor de la Plaza. Me detuve brevemente en la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción adosada y conectada al Museo Municipal Casa Orduña. La entrada apuntada tenía un atisbo gótico, aunque su construcción era del Siglo XVIII (alguna piedra de cantería tenía grabada la fecha de 1753), remodelada en 1962. El templo tenía la originalidad de un campanario blanco enmarcado en una torre sobre una roca independiente del edificio eclesiástico.En el interior de la iglesia todo era eco de murmullo callejero. Nada de la arquitectura asombraba en los ojos: planta rectangular con tres capillas entre los contrafuertes, bóveda de cañón y ábside semicircular en la cabecera.

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción

La luz mediterránea cegaba mis ojos al bajar la calle del Sol. La cartelería seguía anunciando museos: el de instrumentos de tortura y el microgigante, que dejaban aturdida mi mente detrás de un solar expositivo abundante. Lejanos, el Campanar blanco y la Torre almenada respiraban su aire azul; y la sombra caía desde siglos sobre la quietud de los mantos de corrimiento de la Cordillera Bética.

Vista de una calle del pueblo
Paisaje de la Cordillera Bética. Detalles del Campanar y del Castillo Alcozaiba
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Luis Miguel Villar Angulo
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