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Luis Miguel Villar Angulo

Besalú, villa medieval

Besalú y río Fluviá

Un intenso perfume de plantas flotantes y sumergidas del río Fluviá embalsamaba los tajamares y pilares del puente románico de Besalú, referenciado como tal hacia 1075. La ligera brisa otoñal agitaba las hojas de los álamos, chopos, fresnos y sauces de la ribera, y entraba un penetrante olor a hierba que orlaba la arbusteda por cada uno de los siete ojos abiertos del puente.

Torre fortificada en el puente

De repente, recordaba los quince arcos apuntados del puente románico de Zamora, documentado hacia el año 1167 con dos torreones a ambos lados de la orilla, según un cuadro de 1570. Mis recuerdos se cruzaron de nuevo cuando miraba los tajamares y espolones del puente sobre el río Fluviá y evocaba los arquillos y óculos de alivio del puente sobre el río Duero. Meditaba sobre la orilla izquierda de los dos puentes que tenía vistas bellas: la armonía del curso del agua, las curvas de los templos asentadas sobre cerros peñascosos y la sutileza de los colores de la arquitectura románica.

Río Fluvià y silueta de Besalú

La gente consumía cigarrillos paseando por la calzada empedrada del puente. Reclinado sobre el pretil, vislumbraba, desde un apartadero de acceso, el resplandor ondulado de la luz en la lámina del río color de miel que le costaba cursar su cauce envejecido. Y de vez en cuando, las sombras aéreas de vencejos comunes hilaban medias lunas negruzcas en el cielo de mediodía. El zumbido obstinado de las moscas que daban vueltas o se posaban con monótona insistencia sobre la piel, parecía más opresiva la quietud mirando la silueta de la villa medieval, Bien de Interés Cultural.

Vista de la torre fortificada desde el Portal del Pont

En el quinto pilar se alzaba la torre fortificada. Descansaba el cuerpo hexagonal de insólita elegancia en pilares que se abrían en dirección a la villa con un arco apuntado y aberturas de aspilleras denotando su propósito de vigilancia y defensivo. Una vez cruzado el rastrillo o peine, su cara de levante tenía dos arcos superpuestos sin saeteras o ballesteras. Desde allí, la silueta de la villa con un castillo medieval del siglo X en el cerro de Santa María formaba un arco de casas alineadas destacando la torre de la iglesia del Monasterio de San Pedro de Besalú. Era la postal turística más repetida de la villa. Faltaba atravesar el Portal del Pont, un portalón en medio de dos torres defensivas almenadas que coronaban el recinto amurallado después de haber caminado 105 metros. El comerciante de aquella época pasaba la mercancía controlada y el municipio garantizaba el cobro tributario del portazgo que gravaba los derechos de tránsito.

Carrer del Pont Vell

El ambiente de Carrer del Pont Vell con pavimento de cantos rodados o guijarros redondeados se llenaba de turistas, y las tiendas ofrecían ligeras floraciones de recuerdos colgados de las paredes de las casas y pléyades de artesanías en modestos expositores. Los muros de piedra seca sin cemento de las casas de la izquierda contrastaban con las paredes enfoscadas de la derecha. Las viviendas eran generalmente de dos plantas con balcones volados en el primer piso.

Casa con decoración de arquillos

La guía nos había explicado al grupo de visitantes la Sinagoga de Besalú, que estaba cerrada. Debajo de la sinagoga existía un mikve (baño ritual judío) del año 1264. A pesar de la expulsión de los judíos, la villa mantenía una sensibilidad por su pasado judío conservando esta pieza arqueológica. Había sido declarado Bien Cultural de Interés Nacional en 2013. En ese momento había recordado alguna de las estancias, incluida el mikve, de la Sinagoga del Agua de Úbeda abierta al público en 2010 que había visitado por entonces. Peor suerte había tenido el mikve de Zamora que recibía las aguas de la peña Santa Marta en la Hostería Real, cerrada, de la Cuesta de Pizarro.

Calle Carrer Comte Tallaferro
Arcos del Ayuntamiento

El embaldosado de la Plaza de la Libertad era más cómodo para el grupo que seguíamos la explicación de la guía. Bajo los arcos semicirculares que soportaban el Ayuntamiento se montaban mercadillos cada martes. La Curia Real era un edificio de transición del románico al gótico de los siglos XIII-XIV que había representado diversas funciones hasta convertirse en restaurante. Embocando la calle Carrer Comte Tallaferro un edificio restaurado con pórtico en la planta baja y ventanales con doble columna en la superior prometía más valor del aparente empaque que tenía.

Plaza de la Libertad hacia el Carrer del Canó

Hallaba cierto placer caminando por las calles no alineadas cuando de repente apareció una torre rematada en un pretil y un campanario por la calle Carrer del Canó que pertenecía al Monasterio de San Pedro de Besalú. La plaza era espléndida de tamaño. En ella confluían muchas callejuelas y estaba salpicada de terrazas hacia la esquina entre la Capilla de Santa Fe, convertida en restaurante, y la Casa Llaudes o de los Cornellá del siglo XII con interesante patio y galerías de arcos de medio punto.

Girola del Monasterio de San Pedro

Después de un breve receso, regresé al portal de arco de medio punto del monasterio. Quería ver de cerca la ventana con cuatro columnas y arquivoltas y dos leones pisando otros animales en la parte triangular superior de la fachada. Tenía planta basilical con tres naves y aunque estaba cerrado pude captar la bóveda de cañón en la nave central a través de la puerta de cristal de la entrada. Al fondo, estaba la girola. Pares de columnas sostenían la bóveda del deambulatorio, que era el elemento arquitectónico más distintivo del arte románico y que posteriormente el arte gótico se apropiaría de esa innovación técnica para dar más cabida a la multitud de peregrinos que rezaban o se congregaban en torno a las reliquias de los santos. Paseando por el exterior del ábside me fijé en los arquitos que bordeaban el tejado en la que anidaban sin censura las golondrinas.

Ventana de la fachada del Monasterio de San Pedro

A pocos metros, permanecí en silencio contemplando las volutas de los cinco arcos de medio punto apoyados en columnas con capiteles decorados de la iglesia del antiguo Hospital de Sant Julià del siglo XII. Había algo en los capiteles, un ligero toque de antropomorfismo, que había excitado mi curiosidad. Dos figuras deslustradas de fieras mostrando sus fauces apoyaban sus patas delanteras sobre una cabeza humana cuyo rostro de sonrisa abierta contrastaba con los ojos despavoridos. Era una máscara de tragedia mas que de ventura. Otros edificios civiles y religiosos coronaban el alcor rajado por callejuelas y restos de muralla que le daban un aspecto monumental a la villa medieval.

Figuras de la Iglesia del Hospital de Sant Julià

Tuve que preguntar a la guía qué razón existía para que hubiera sillas colgadas en paredes o sillas con patas muy altas en algunas callejuelas. Me explicó que era para que las ninfas del río de una leyenda que salían por la noche a visitar a los habitantes del pueblo tuvieran sitios para descansar. Era un argumento de teatrillo que permitía a la gente de los municipios de la Garrocha desplazarse a Besalú para contemplar la representación de los figurantes. Besalú tenía ritmos callejeros medievales que perduraban en el tiempo.

Silla en un callejón

Algunas villas medievales y pueblos pequeños alardeaban de honores y del título declarado de Conjunto Histórico Artístico. Había hecho escapadas a La Alberca (Salamanca), Guadalupe (Cáceres), Ribadavia (Orense), Albarracín (Teruel), Allariz (Orense), Laguardia (Álava), Hita (Guadalajara), Sigüenza (Guadalajara), Santillana del Mar (Cantabria), Guadalest (Alicante), Betancuria (Fuerteventura) o Patones (Madrid) que no se jactaban de pompas risueñas.

Para mí las villas medievales eran poemas de un significado serio. Encubrían mi ignorancia y descubrían la excelencia del saber.

Monasterio de San Pedro
Miscelánea de Besalú

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Lago Bañolas, Besalú. Rosas. Ampuriabrava

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Luis Miguel Villar Angulo
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